Read La ciudad al final del tiempo Online

Authors: Greg Bear

Tags: #Ciencia Ficción

La ciudad al final del tiempo (60 page)

BOOK: La ciudad al final del tiempo
12.07Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Después de unos minutos de descanso —al menos, le parecieron unos minutos— miró por el borde de la depresión y experimentó otra conexión con Tiadba, en esta ocasión totalmente despierta. Estaban más cerca. Hacía tiempo que lo sabía sin comprender totalmente lo que significaba;
¿más cerca
en qué sentido? Sus mundos se habían combinado. Eso ya lo había deducido… lo dudaba, pero no daba con otra explicación. Aunque tampoco es que fuese una gran explicación.

A pesar de sus tonterías y «malas» decisiones, ella siempre había reafirmado firmemente su racionalidad… y ahora examinó por diezmilésima vez las razones por las que era imposible que esto estuviese pasando. Dudar era como tocar con la lengua un diente roto y dolorido. Se habían roto todas las reglas. ¿Qué quedaba? ¿Magia? ¿Fuerza de voluntad? ¿Algún efecto de la ciencia o el conocimiento que había creado las sumadoras?

En última instancia, sabía que no podía haber explicación, sólo supervivencia y finalización. Resultados. De muchas formas, había vivido su corta vida —que quizá fuese más corta de lo que estaba dispuesta a considerar— en total ignorancia, envuelta en las mantas infantiles de la cultura y rodeada por las malas teorías de los compañeros de viaje… que al final resultaban ser sólo una atmósfera protectora, contra la que las pequeñas y precipitadas imposibilidades rebotaban o ardían antes de llegar hasta ella. Realidad consensuada.

Otra forma de burbuja, igualmente inexplicable.

Bien, aquí fuera eso también había desaparecido. Estaba sola.

Volvió a meterse en el agujero. Cerca pasó algo enorme: entrevió una sombra centelleante acompañada de un aullido o gemido débil y estridente, que penetró la burbuja e hizo que le doliesen los oídos.

Lentamente Ginny reunió valor para volver a mirar y vio que en una no muy profunda depresión del terreno se encontraba junto a una especie de carretera, incolora, ni brillante ni oscura… como algo entrevisto a la luz de la luna.

La carretera se perdía en un horizonte en forma de diente de sierra.

—Mantente alejada de las sendas —murmuró—. Lo que va por ellas podría tener potencia suficiente para romper tu burbujita. O
verte
… y recolectarte.

Comprendió la voz interior. Otra vez Tiadba. ¡Tan cerca!

A pesar de la advertencia, Ginny caminó siguiendo la senda, a una docena de pasos de distancia —ya que resultaba muy difícil estimar sus pasos o saber dónde estaban— y descendió por una pendiente hasta una amplia planicie gris y tostada. Las paredes montañosas a cada lado estaban bordeadas por una audiencia vaga de monumentos, extraños, aparentemente muertos e inmóviles. En dos ocasiones tuvo que ocultarse detrás de rocas o en una depresión cuando formas enormes, planas y elevadas se deslizaban sobre la senda. No emitieron sonido y no advertían de su presencia. No quería saber qué eran… Sus visiones, en la distancia, podrían haber mostrado cabezas grandes como buses, ojos nerviosos y rápidos apuntando hacia abajo, buscando.

Pero no la vieron.

Ginny comprendió que precisaba pensar menos y actuar más. Volverse loca aquí fuera superaría el colmo, como encender una cerilla en el interior de una nova.

Siguió andando. El cielo púrpura y negro, arrugado, carente de estrellas, no le molestaba siempre que no lo mirase. Era extraña esa sensación de resentimiento silencioso, como una mosca lanzada de los cuartos traseros de un caballo dormido. Causase ella o no alguna impresión real, este lugar intentaba negarla y negar toda suposición que ella pudiese haber traído.

Aun así, no podía pasar por alto una profunda curiosidad sobre la naturaleza del valle. Allá donde miraba, el horizonte era siempre curvo. Quizás aquí la luz se comportaba de una forma diferente.

—No sé qué significa eso.
Deja de pensar
.

La planicie entre montañas, los monumentos o estatuas… una parte la había visto antes. Tiadba había estado aquí, estaba aquí ahora.

O estaría aquí.

Quizá se encontrasen.

—No estoy segura de que eso me gustase —susurró, todavía caminando—. Ya no doy mucho de mí. —Se dejó caer de nuevo cuando algo pasó por esa senda, como un enorme plato o un cangrejo aplastado con rostro humano. Tras pasar, cuando se puso en pie, vio directamente frente a ella una hoja curva, verde resplandeciente, clavada en el suelo negro. El pequeño mango a un lado hacía que pareciese el cuchillo de masa de un panadero.
Creo que es un arma. ¿Por qué la dejaron aquí? ¿Quién la abandonó?

Decidió no tocar la hoja, y menos cogerla. Podría ser una trampa. El pelo de los brazos se le puso de punta —algo la
observaba
— y se volvió, mareada cuando todo el horizonte pareció girar bruscamente de un lado al otro…

Y vio a su primer progenie antiguo. No era momento de apartar la vista. Un macho, estimó.

No estaba vivo. Tampoco estaba muerto.

Y no estaba solo. Había cientos como él, arrastrándose o caminando sobre el borde del valle; un río de figuras, cada una más pequeña que ella —ésta apenas le llegaba a los hombros— y cubiertos con los restos de lo que debieron ser ropas gruesas… ¿armaduras? Rojo, naranja, verde y azul, ahora desvaídos, rotos y colgando como papel.

Eran
exploradores
. De eso estaba segura. Sus rostros caían como la cera caliente, sus ojos…

No podía mirar el fondo de sus ojos. Fracasados, perdidos, cambiados. Fluían al valle como si fuesen hormigas, intentando llegar a algo en su centro, una estructura oculta por un truco de luz, a menos que —como hizo Ginny, asustada— gires dos veces, estremeciéndote y saltando entre cada giro para evitar los que pasan penosamente.

Y tras la segunda rotación…
vio
.

Como una gran mansión o un castillo, se elevaba del cráter no muy profundo en el centro del valle —podría realmente tener muchos kilómetros de ancho, muchos kilómetros de alto— reluciente y fría, como vidrio verde recubierto por la escarcha. Cada inclinación de la cabeza, cada movimiento de los ojos hacía que resultase casi imposible simplemente
ver
la estructura. Aun así, con esfuerzo y concentración, aparecían más detalles… y mostraba su auténtica dimensión.

Tenía que ser una ciudad.

La línea de exploradores fracasados era efectivamente como una hilera de hormigas, fluyendo hacia el cuenco y la ciudad en su centro… donde resbalarían y serían capturados por un depredador, como una hormiga león, mientras alrededor de la arena las esculturas silenciosas formaban un público de pesadilla, atrapado en medio de su esperanza, en el momento de moverse, inmovilizados en algo similar a la piedra.

Una lección de historia, pensó.

Se movió junto con los exploradores. Era hora.

Hora de bajar
.

De entrar en la Falsa Ciudad
.

86

El Kalpa

El alivio de Ghentun al abandonar la Torre Rota fue evidente incluso para su joven compañero. Se dijeron muy poco durante su descenso a las urbes superiores y Ghentun hizo poco por ocultar las realidades terribles de la ciudad —tal y como eran— a los ojos curiosos y vivos de Jebrassy. Si el Bibliotecario podía educarlos con su método selectivo, entonces el Custodio podía contribuir a la educación con una perspectiva más terrenal… descendiendo por el camino más largo, mostrándole lo penosa que era la situación de la ciudad.

Jebrassy habló bien poco mientras pasaban por las urbes más elevadas y los pisos más altos del bión, moviéndose por, entre y alrededor de las vías y canales sinuosos que formaban una red plateada y tridimensional. La red estaba interrumpida por superficies complicadas tachonadas de esferas y extrusiones que se desplazaban lentamente, como grandes barcos en un mar fluido, aunque muchas sobresalían de lado o colgaban de las curvas por debajo. Se encogió ante lo que en su día debió de parecer poder y arrogancia sobrenaturales… y ahora era víctima de un fracaso y un desastre extraordinarios.

Las intrusiones habían atravesado todos los pisos del Kalpa. Muchos de los canales y vías se habían cortado, restallando para cortar otras vías, soltando sus vecindarios de kilómetros de largo… ahora enredados, bloqueados y tachonados con restos empotrados y parpadeantes.

—No comprendo —fue todo lo que Jebrassy logró decir al descender por debajo de las urbes Eidolon y acercarse a las ruinas de la inclusa.

—Bienvenido a nuestro mundo perdido, en lo alto y en lo bajo, joven progenie —dijo Ghentun—. Yo me siento más a gusto aquí abajo.

Recorrieron el dominio de la Modeladora, ahora una confusión… barreras rotas, máquinas desplomadas formando pilas ennegrecidas de metal fundido, pero por supuesto no quedaba ningún rastro de los jóvenes perdidos. La Modeladora de múltiples brazos había hecho lo posible por limpiar tras las intrusiones más devastadoras. Eso sí, estaba claro que ya no había una inclusa, y que los umbríos ya no volverían a entregar a los Niveles a jóvenes progenies para que fuesen criados a la antigua.

Se situaron en silencio frente a la Modeladora, quien dedicó a Jebrassy una breve caricia con un dedo largo y cálido. El progenie se echó atrás con sorpresa y vergüenza. Pero pudo sentir cómo el conocimiento nuevo le saciaba por dentro, como si se tratase de una comida deliciosa y enriquecedora. Extendió una lubricación fría y veloz por todo su ser. Le gustó la sensación… pero no disfrutó de saber de inmediato lo mal que estaban las cosas, ni tampoco de saber lo ignorante que había sido de los cimientos de su existencia.

Se sintió pequeño, pero no menguado. Tantas cosas para contarle a Tiadba cuando al fin volviesen a encontrarse. De tal final estaba totalmente convencido, a pesar de la presencia lúgubre del Alzado… que le confundía. Casi hubiese preferido intentarlo a solas.

¿Podían un progenie y un Alzado —un
Restaurador
— actuar como iguales? Jebrassy se sentía dispuesto. Pero no estaba seguro de que el Custodio pudiese mantener esa posición una vez se encontrasen en el Caos.

Ghentun transmitió a la Modeladora sus instrucciones finales… empleando palabras que Jebrassy no pudo comprender, aunque sospechaba que no era porque fuesen elevadas e inaccesibles, sino simplemente especializadas.

—La última generación —dijo Ghentun al abandonar la inclusa—. Es triste. Pero hace tiempo que debería haberse producido el final.

—¿Por qué? —preguntó Jebrassy—. ¿Los progenies no merecían ser creados?

Ghentun bajó la vista con respeto confuso. Quizás el Bibliotecario había sido generoso con su información o al menos en su asunción de sofisticación. O eso, o todos habían subestimado la capacidad de sus pequeños… de forma muy similar a como los Eidolones despreciaban las habilidades de los Restauradores.

La peor parte del comienzo del viaje se produjo al recorrer los Niveles. El Custodio le había concedido a Jebrassy el don de la invisibilidad.

Habían sobrevivido algunos progenies. Vagaban por entre las ruinas humeantes, horrorizados por la destrucción de sus bloques y prados, pero aun así todavía intentando reconstruir sus vidas… y estaba claro que ya no era posible.

Aunque Jebrassy apenas había podido comprender la destrucción causada a los pisos superiores, esto le afectó profundamente. Arrojó un paño fúnebre sobre su sensación de desafío y aventura.

No habría regreso a casa: eso lo había tenido claro desde el principio. Pero ahora, muy probablemente, no habría hogar al que regresar.

—Me siento triste —le dijo a Ghentun al descender a los canales de drenaje usando un ascensor oculto—. ¿Cómo puede liberarte la tristeza?

El camino siguiendo los canales marcados de negro más allá de los límites exteriores de las tres islas —en el resplandor parpadeante y final del cel parcialmente derruido— pareció no llevar nada de tiempo. Pero el largo camino al campamento donde los exploradores se habían entrenado y equipado le ofreció a Jebrassy demasiado tiempo para pensar, y su confianza se desmoronó, hasta que llegaron a las chozas, las tiendas, las pisadas dispersas sobre la arena y el polvo.

Se agachó. Alguien se había arrodillado y luego sentado en la fina arena. Se inclinó para olisquear.

—Ella estuvo aquí —dijo.

—Sin duda —dijo Ghentun.

—¿A qué distancia?

—Hemos recorrido casi cincuenta kilómetros. Nos quedan sesenta más para pasar entre los generadores interiores, para luego salir del Kalpa en las tierras medias. Esta es la última vez que estaremos seguros de a qué distancia estamos de algo. La última vez que la distancia tenga sentido.

Jebrassy comprendió.

—¿Qué sucederá si cae el Kalpa… en todas partes el viaje dejará de tener sentido? ¿Qué sucederá si no podemos medir…?

—Será mejor que por ahora no nos preocupes por esos problemas —dijo Ghentun—. Simplemente llora por tus muertos y disfruta de su recuerdo. —Se arrodilló junto al joven progenie, simultáneamente triste y orgulloso.
Como un padre
, se dijo.

Tras un rato escoltó a Jebrassy hasta la cúpula plateada y le presentó los tres últimos trajes. Ya no había ningún Pahtun para adiestrarles, pero se las arreglaron.

Jebrassy escogió un traje azul y se lo puso con apenas ayuda. Parecía dársele de forma natural. Cuando Ghentun lo comentó, el progenie se encogió de hombros:

—No lo recuerdo hasta que pasa… en realidad no lo recuerdo en absoluto. Pero quizá mi cuerpo sí recuerde. O… quizás el Bibliotecario me sigue leyendo mi historia, pero salta adelante.

Ese comentario inquietó a Ghentun. ¿Quién sería el guía y quién el guiado? Las distancias habían cambiado de más de una forma.

Ghentun probó con uno de los trajes de adiestrador. Pareció adaptarse bastante bien a su estructura más grande. Por el momento dejó los guantes sin sellar.

—Llega alguien —dijo Jebrassy, y señaló al otro lado del canal.

Ghentun vio una pequeña figura indeterminada contra la mancha que había cortado las arenas y marcado el fondo del canal. La figura se movía con un paso extrañamente errático.

—No es progenie —dijo Jebrassy, empezando a sentirse alarmado—. Y no es tan grande como para ser un Alzado.

Ghentun extendió su visión todo lo que le permitían sus habilidades Restauradoras. La figura era una personificación, parte de un Gran Eidolon.

Permanecieron en su sitio y esperaron.

—Le conozco —dijo Jebrassy al acercarse—. Reconozco el rostro.

—¿Mostró una cara? —preguntó Ghentun, asombrado.

BOOK: La ciudad al final del tiempo
12.07Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Sand and Clay by Sarah Robinson
Born to Lose by James G. Hollock
Maxwell's Point by M.J. Trow
No Right Turn by Terry Trueman
Corporate Seduction by A.C. Arthur
Three Wishes by Liane Moriarty
A Cast of Falcons by Steve Burrows