La ciudad al final del tiempo (64 page)

Read La ciudad al final del tiempo Online

Authors: Greg Bear

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La ciudad al final del tiempo
8.94Mb size Format: txt, pdf, ePub

En una ocasión, mientras descansaban —o arrastraban sus pies, lo que sería más exacto—, Khren dijo haber visto movimiento en el otro lado del valle, a una distancia desconocida, como una horda de insectos que desbordara por ese lado… quizá más ecos, perdidos y lastimosos. Y cuando Tiadba miró en esa dirección —intentando ver más allá de los trucos y engaños de la luz— entrevió algo puntual, brillante, azul… Casi le dañó los ojos, a pesar del filtro del visor.

Poco después, Khren lo volvió a ver —exactamente lo mismo— y Macht, Nico y Denbord estuvieron de acuerdo en que debían ser más ecos, decenas de miles de exploradores capturados y distorsionados que repetían su frustración. Era una idea aleccionadora el que incluso ahora, habiendo llegado tan lejos, progenies como ellos hubiesen quedado atrapados en una ilusión de triunfo; o como elucubró Nico:

—Incluso es posible que piensen que lo han logrado. Una y otra vez. Una prisión retorcida.

Herza y Frinna escucharon sin hacer comentarios. Hacía tiempo que no hablaban mucho… muchos ciclos del arco flamígero. Pero incluso esos ciclos se reducían. No había forma de calcular cuánto tiempo llevaban de viaje, qué distancia habían recorrido… ni siquiera la voz de Pahtun lo sabía.

—Hemos recorrido medio mundo hasta ninguna parte —dijo Nico, dejándose caer en un desgarrón de roca negra, llevándose las manos enguantadas a ambos lados del casco. Hacía muchos ciclos que no tenían la oportunidad de respirar aire exterior.

—¿Qué son esas cosas de las montañas? —preguntó Shewel.

—Pesadillas —dijo Denbord—. Perf tuvo suerte. Esto no le hubiese gustado nada.

Tiadba se sentó entre Denbord y Nico, que mantenían una expresión pensativa, por lo que podía ver a través del resplandor polvoriento del visor. La armadura no ofrecía demasiadas explicaciones.

—Creo comprender —dijo Nico con cautela—. Es como un estante de trofeos… trofeos de nuestras pequeñas guerras. Sólo que mucho mayor.

—¿Y eso? —preguntó Khren.

—¿Quién colecciona? —preguntó simultáneamente Macht.

—Piemos visto mucho desde que abandonamos los Niveles —dijo Nico—. Hemos conocido a Alzados, y cosas en el Caos que podrían ser o no ser progenies. Sabemos que la gente no siempre tiene nuestro aspecto, ahora no y con seguridad no hace mucho tiempo. Por tanto, el mundo más allá de los Niveles fue en su época mucho mayor de lo que podemos imaginar. Si nos esforzamos y pensamos en toda la gente… tanta gente, personas diferentes, todas extrañas como de alguna forma
nosotros
, como en las historias de los libros de Tiadba, si las historias son reales…

—Suenan reales —dijo Khren.

—Se contradicen —dijo Shewel.

—Cierto —dijo Nico—. Pero imaginad… por una vez, hagamos más de lo que puede hacer un progenie y pensemos
más allá
. Pensad en todos los tiempos y todas las personas, lo diferentes que debieron ser, y pensad en el Tifón quemando y reduciéndolo todo, jugando y destruyendo al mismo tiempo… repleto de odio…

—O repleto de nada —dijo Khren.

Nico asintió.

—El vacío de los vacíos. Pensad en todos los tiempos pasados y todas las narraciones que no hemos oído, y todas las personas que vivieron esas historias y no se parecían en nada a nosotros, grandes y pequeñas… gigantes mayores que los Alzados, más pequeñas que cualquiera que conozcamos, y más extrañas que cualquier cosa en el Kalpa, separadas por vigilias y sueños incontables, pero aun así,
nosotros
… —Dejó escapar un aire de tristeza y desánimo—. Quizás algunas de ellas
fuesen
como dioses. Pero fueron derrotadas. Les robaron sus historias, las retorcieron, las quemaron, pero sus imágenes y quizás incluso sus cuerpos pudieron ser recolectados y traídos aquí, colocados en las montañas como premios, o quizá sólo para asustarnos. Pero si lo pensamos de esta forma —concluyó— no son dioses muertos. Son sólo personas. Son nosotros.

—Podríamos acabar ahí colocados, a su lado —dijo Khren—. Más trofeos.

—Estaríamos en familia —dijo Nico.

Tiadba sintió que se le llenaba el pecho y recuperaba el aliento.

—Dan un poco de miedo —dijo Herza en voz baja.

—Si se levantan y caminan, puede que no recuerden que somos parientes —añadió Frinna—. ¿Tenemos que acercarnos?

Tiadba se sentó y ajustó el visor para definir algo que veía congregarse en el valle… una nube que difuminaba el arco de fuego, una neblina que caía del cielo arrugado.

—¿Lo veis todos? —preguntó.

Se reunieron en las rocas altas y escarpadas, y sus cascos tomaron múltiples puntos de vista y trabajaron para encontrar un patrón, una imagen, sobre la mesa verde en el centro del valle.

—Es como una montaña invertida colgando en ese punto —dijo Khren.

—Una montaña de hielo —dijo Denbord.

—Una Turbación —dijo la voz de Pahtun—. Puede ser peligroso.

—¿Qué es una Turbación? —preguntó Tiadba.

—Nadie en el Kalpa sabe mucho sobre ellas. Trastoca posiciones en el Caos. Las turbaciones son peligrosas porque todas las fuerzas del Caos se concentrarán a su alrededor… se formarán nuevas sendas, los sirvientes del Tifón se congregarán, y los prisioneros despertarán para pasar a un nuevo nivel de esclavitud. Provocará cambios rápidos y mayores incertidumbres.

—¿Más monstruos? —preguntó Frinna, acercándose a Herza, y luego trayendo a Denbord hacia las dos. Este no se resistió.

Macht se había girado para alejarse unos pasos del grupo, mirando al terreno que habían atravesado.

—¡Todo vuelve a contraerse! —gritó—. Puedo ver el Kalpa. El Testigo… ¡ahí
está
también!

Tiadba se volvió y sintió mareo. La luz se doblaba siguiendo bucles de tornillo, y era ciertamente posible —incluso probable— que el Caos hubiese iniciado otra gran reducción, como una pelota de juguete desinflándose. De haber esperado… ¿habrían tenido que caminar tanto para llegar a donde estaban ahora?

Frinna gritó.

—¡Estamos en una senda!

Las piedras se alisaron y se volvieron pegajosas, atrapando sus botas con una velocidad asombrosa. Parecieron caer en picado sobre la superficie plana y pálida hasta el nivel del fondo del valle. Por todo el valle se iban abriendo pasos en las montañas y las sendas fluían hacia la masa verde del centro.

Khren alzó la saja que les quedaba, pero antes de poder activarla un latigazo salió disparado y la atrapó.

No había huida.

Las sombras ya se alzaban sobre ellos, ojos medio ciegos barriendo y retorciéndose, rostros magullados planos sobre altos cuerpos arqueados… y rodeándoles, los miembros esbeltos que se deslizaban, tirando y clavándose en la superficie de la senda.

El Silente más extraño y más grande de todos —tres rostros unidos, compartiendo cuatro ojos blancos y empañados con diminutas pupilas negras— se acercó para inclinarse sobre ella y mirarla con malicia. Un brazo con una mano como un arbusto espinoso la agarró.

Desde el centro del valle —el edificio verde, escarchado e incierto, y la montaña de hielo que le colgaba encima— llegó un grito horrible y agudo, como millones de cosas perdidas más allá de toda esperanza de rescate, forzadas todas a demostrar su alegría, su felicidad…

Forzadas a
cantar
.

Desde las montañas, las enormes formas congeladas se agitaron con algo que no implicaba vida; más allá de la comprensión de un progenie, vibraron renuentes montaña abajo, congregándose como si por decreto debiesen observar y quizá participar en la Turbación.

Uno a uno, mientras Tiadba miraba, arrancaron las armaduras a sus compañeros. Y luego llegó su turno. Primero el Silente de tres caras y cuatro ojos desnudó sus brazos y piernas, mientras los ojos del ser vibraban y se estremecían, y luego garras afiladas retiraron el casco, que se abrió y se rompió justo cuando la voz de Pahtun comunicaba su mensaje final:

—Éste no es el destino. La baliza…

Tiadba no sintió dolor. Sin embargo, una especie de vacío le absorbió toda esperanza de su mente; luego fue registrada, cortada, apartada… y la cosa encontró lo que buscaba.

Tu hermana
.

No era una voz, no era una presencia… el vacío de los vacíos, el silencio de las cosas sin voz, pero que emplea miles de otras voces para expresar su mensaje.

No os uniréis
.

No se contará tu historia
.

Sus compañeros no estaban muertos. Habían cambiado muy poco; es más, seguían resistiéndose a pesar de haber perdido las armaduras… colgando y retorciéndose, moviendo los labios sin ser oídos. Los Silentes llevaron rápidamente esas diminutas cargas por la nueva senda hacia el centro del valle. Tiadba giró lentamente, vio en destellos de luz espiral a los gigantes reunirse, vio la masa verde central ganar forma, bordes desiguales y formas serradas bajo la blancura flotante… una ilusión trémula y antigua ahora profanada, y burlada, en translúcidas torres de jade y en bóvedas que se extendían por el valle, y ella
supo
, la reconoció por lo que una vez había sido y ya no era.

Desde el comienzo he estado viajando hasta aquí
.

A los exploradores los llevaron a la ciudad perdida y embrujada de Nataraja… la Falsa Ciudad.

95

Esto era un sueño, Ginny estaba segura… un sueño de alguna otra persona… y era encantador.

Ella era dos personas en una forma, de pie bajo un cielo nublado con zonas de azul brillante, y colinas ondulantes extendiéndose hasta un horizonte definido y agradable como grandes trazos de un pincel. De hecho, se encontraba en Tule, la gran isla a poco más de cien kilómetros al norte de Irlanda, repleta de historia: el lugar que había imaginado cuando la visitó Mnemosina. El lugar que se le había negado pacientemente.

Por supuesto, no estaba del todo formado. Debía mirar con atención para hacer que las cosas adquiriesen verdad visual y táctil. Podía mirar al follaje cerca de sus pies —una especie de arbusto áspero, brezo, tojo o algo con flores púrpuras—, y con esfuerzo, las flores de pronto saltaban y se volvían reales.

Sus labios dijeron, con tonos vagos:

—Esto es maravilloso. Nunca he visto nada así.

Tras esos labios, Ginny preguntó:

—¿Quién sueña a quién?

—Quizá seas tú. Tú debes saber de cielos, colinas y arbustos… yo no.

—Lo que yo sé tú lo sabes. Pero no recuerdo tu nombre.

—No tenemos nombre… por ahora. Me encuentro en un lugar horrible. Pero en ocasiones puedo dormir. Así que volvemos a estar juntas.
Ven a por mí, encuéntrame, antes de que sea demasiado tarde
.

Ginny agitó la cabeza y se levantó. Se sentía refrescada, incluso quizás algo animada; hasta ahora, sólo había esperado tristeza, pena y dolor al final de su peculiar paseo. Se frotó las manos frías y las alargó para comprobar los límites de la burbuja.

Hasta aquí y no más.

Más real que el sueño y mucho menos agradable.

Se colocó de pie frente a la gran abertura de las montañas, protegida por dos figuras gigantescas que no quería mirar con demasiada atención. Fabricaba para otros lugares, supuso, y fabricaba con otra materia, sustancias con funciones especiales en circunstancias especiales.
Lo que demonios signifique eso
.

Giró dos veces sobre los talones, como un trompo lento, como había hecho al enfrentarse al Ansia, y sintió cómo el arenoso paisaje negro hacía una pirueta. Ahora se encontraba frente a otra hendidura en las altas rocas agrestes, protegida por otro par de figuras congeladas… igual de extrañas, pero diferentes. Volviendo a girar dos veces, se plantó frente a una tercera abertura y una tercera pareja de guardianes que no parecían cumplir muy bien sus funciones de guardar. Como coloristas figuras de cerámica decorando una puerta…
pero esta vez, vamos a despedir al decorador
.

Trofeos, todo ellos. Preservados y montados después de que algo hubiese disfrutado de una horrible cacería por las galaxias, coleccionando muestras.

Ginny se estremeció.

Girando dos veces más —un total de seis giros— le llevó de nuevo al primer hueco. Reconoció el primer juego de figuras, aunque seguía sin querer mirarlas muy de cerca, en un plano más personal.

Aquí
personal
podría tener un sentido muy diferente.

Sin dejar de hacer nada más difícil que girar sobre sus dedos, hacía que todo el valle diese vueltas como una bandeja giratoria en un restaurante chino. Imagínatelo. Cuánto poder.

Había tres entradas al Valle de los Dioses Muertos. Se las podía imaginar dispuestas a distancias iguales alrededor de la cuenca formada por las montañas, puntos de una extraña variedad de supertriángulo.

Espacio del Tifón. O el tipo de espacio que adopta un universo moribundo
.

¿Por cuál debería pasar?

Sabía que cada una llevaría a una trayectoria en espiral, única y diferente, hacia la Falsa Ciudad, donde esperaba su hermana de sueño. Otras personas podrían entrar por otros huecos y seguir otros caminos en espiral, pero jamás se encontrarían, jamás se verían, separada por tiempo-Tifón así como por espacio-Tifón.

La idea le incomodaba. Durante todo el camino, desde que había abandonado el almacén verde, había tenido la esperanza de que Jack y quizá Daniel viniesen a rescatarla de su estupidez persistente: escogiendo siempre el peor camino, en dirección al desastre. Jack parecía lo opuesto, desplazándose hacia una forma agradable de supervivencia, o incluso la suerte verdadera.

Daniel…

A Daniel no podía entenderlo.
No es un número entero. Irracional
.

Posee un conjunto irracional de decimales
.

Ah. ¿Qué significa eso cuando está tendido?

Pero sin duda ellos entrarían en la Falsa Ciudad por otros lugares, y por tanto jamás la encontrarían.

Ginny miró a los guardianes, obligándose a verlos tal y como eran: dos iguales, cada uno con un círculo de diez o más ojos alrededor de caras por lo demás humanas, labios y mejillas expresando emociones muy extrañas… las cabezas encajadas sin cuello sobre cuerpos poderosos y de muchos miembros, cada miembro configurado para ejecutar una función que ella ni siquiera alcanzaba a comprender.

Renunció a la inspección. No tenía sentido sumar confusión a la locura. Decidió que este conjunto de guardines lo llamaría Comité de Bienvenida Uno a la Puerta del Infierno. Se volvió y al segundo par lo llamó: CB Dos a la Puerta del Infierno.

Other books

A Child of a Crackhead by Shameek Speight
Treasuring Emma by Kathleen Fuller
Fated by Carly Phillips
Deeds of Honor by Moon, Elizabeth
The Diviner's Tale by Bradford Morrow
Bedlam by Greg Hollingshead
Call Down the Moon by Kingsley, Katherine
Playing for Keeps by Hill, Jamie