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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Casa Corrino (56 page)

BOOK: La Casa Corrino
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Rabban intentó recobrar la compostura y sacó a otro conejo simiesco de la jaula. Sujetó al animal por la nuca, para que la cola prensil no pudiera enroscarse alrededor de su muñeca.

—Pensaba que a la Casa Harkonnen le agradaría la ironía tanto como a mí —continuó Moritani—. También pensé que querríais aprovechar la oportunidad que la torpeza del duque Leto nos ha presentado.

Rabban suspendió al conejo sobre la perrera. Los sabuesos gruñeron y cerraron las mandíbulas en el aire, pero Rabban mantuvo al animal lejos de su alcance. El aterrorizado conejo liberó su vejiga, y un chorro de orina cayó en la perrera, pero a los sabuesos no pareció importarles. Cuando Rabban pensó que el animal había llegado al límite de su miedo, lo arrojó con desgana a los perros.

—Explicaos. Estoy esperando. ¿Qué tiene que ver la Casa Atreides con esto?

El vizconde enarcó sus pobladas cejas.

—Creo que todavía sentís menos amor por el duque Leto Atreides que yo.

Rabban se encrespó.

—Hasta un idiota lo sabe.

—En este preciso momento, el duque va camino de Kaitain. Tiene previsto pronunciar un discurso en el Landsraad.

—¿Y qué? ¿Esperáis que vaya corriendo a Kaitain para conseguir un asiento en la primera fila?

El vizconde sonrió con paciencia, como un padre que intentara explicar algo a su hijo.

—Su mentat, Thufir Hawat, ha ido a entregar provisiones a Beakkal. Y —Moritani alzó el dedo índice—, con suma discreción, Leto ha enviado a casi todas las tropas y naves de la Casa Atreides en una misión militar secreta.

—¿A dónde? ¿Cómo lo habéis averiguado?

—Lo he averiguado, Bestia Rabban, porque nadie puede mover una flota de ese tamaño, y llenar tantas naves de la Cofradía, sin atraer la atención del más incompetente de los espías.

—De acuerdo —dijo Rabban. Las ruedas de su mente giraban, pero sin la menor tracción—. Así que lo sabéis. ¿Hacia dónde se dirige ese ejército Atreides? ¿Está Giedi Prime en peligro?

—Oh, Giedi Prime no. La Casa Atreides es demasiado civilizada para emprender una acción bajo mano como esa. Su objetivo no me preocupa, siempre que no seamos vos o yo.

—Entonces, ¿de qué debo preocuparme?

—Rabban, si os aplicáis con diligencia a las matemáticas, os daréis cuenta de que estos movimientos cautelosos y coordinados de los Atreides dejan al querido Caladan de Leto protegido tan solo por una fuerza mínima. Si lanzamos un ataque militar masivo ahora, podríamos despojarle de su planeta ancestral.

Los conejos simiescos de la jaula chillaban y se revolvían, y Rabban dio una patada en la redecilla, pero eso solo sirvió para aumentar su agitación. Kryubi se mantenía apartado, y su fino bigote se arrugó cuando se humedeció los labios. El capitán de la guardia no ofrecería su consejo a menos que Rabban se lo pidiera.

El ayudante de Moritani corrió a su lado, nervioso.

—Vizconde, sabéis que no es prudente. Atacar a un planeta sin previa advertencia, sin presentar una queja formal ante el Landsraad, y sin desafiar de forma oficial a la Casa noble enemiga, atenta contra todas las normas. Las conocéis mejor que nadie, señor. Vos…

—Silencio —dijo el vizconde sin alzar la voz.

El ayudante cerró la boca con un chasquido audible. Pero Rabban quería oír las respuestas a las objeciones del ayudante, porque el agitado hombre estaba formulando preguntas que él no había querido hacer por temor a quedar como un cobarde.

—¿Me permitís? —preguntó Moritani, e introdujo la mano en la jaula. Agarró una temblorosa bola de piel y la sostuvo sobre la perrera—. Interesante. ¿Apostáis alguna vez a qué perro se hará con la presa?

Rabban meneó la cabeza.

—Solo es para alimentarlos.

El vizconde abrió la mano. Una vez más, el enorme bruweiler saltó más que sus compañeros y atrapó al conejo en el aire. Rabban decidió deshacerse de aquel perro tan agresivo y soltarlo en el siguiente torneo de gladiadores.

—Las normas son para ancianos que prefieren caminar por los surcos de la historia —dijo el vizconde.

Había atacado con brutalidad a su archirrival, la Casa Ecaz, y bombardeado toda la península donde se hallaba la capital, matando a la hija mayor del archiduque y reavivando una enemistad centenaria.

—Cierto, y os esperan años de sanciones imperiales por quebrantar las normas —dijo Rabban—. Tropas Sardaukar estacionadas en vuestro planeta, el comercio interrumpido…

El grumman parecía indiferente a las consecuencias.

—Sí, pero todo eso ha terminado.

Años atrás, cuando el duque Leto había intentado mediar entre Moritani y Ecaz, había demostrado simpatías por la Casa Ecaz, y en aquel tiempo hasta se habló de que iba a prometerse con una hija del archiduque, pero el propósito de Moritani no era tanto vengarse como aprovechar una oportunidad.

—De todos modos, tengo prohibido mover muchas tropas por culpa de las sanciones de Shaddam. He traído tantas como he podido hurtar a la vigilancia de los observadores…

—¿Aquí? ¿A Giedi Prime?

Rabban estaba alarmado.

—Una simple visita cordial. —Moritani se encogió de hombros—. No obstante, se me ocurrió que la Casa Harkonnen puede movilizar tantas fuerzas militares como se le antoje sin que a nadie le importe. Decidme, ¿os uniréis a mí en esta osada empresa?

Rabban respiró hondo y guardó silencio. Kryubi se revolvió inquieto, pero no dijo nada.

—¿Queréis que tropas Harkonnen se unan a las vuestras? Grumman y Harkonnen atacando Caladan…

—En este momento, Caladan carece casi por completo de defensas —le recordó Moritani—. Según nuestro informe de inteligencia, solo quedan unos cuantos niños y viejos con armas pequeñas. Pero hemos de actuar con celeridad, porque Leto no dejará sus puertas abiertas de par en par durante mucho tiempo. ¿Qué podéis perder? ¡Vamos!

—Puede que el duque Leto también se ciña a las normas que obligan a todas las Casas, señor —dijo Kryubi con voz seca—. «Hay que obedecer las normas».

El nervioso ayudante enderezó la insignia de la solapa y suplicó a su amo:

—Mi señor, esta acción es demasiado imprudente. Os ruego que consideréis…

Hundro Moritani propinó un violento codazo al ayudante, que se precipitó por encima del borde hacia la perrera. Al contrario que los conejos, el hombre tuvo tiempo de chillar antes de que los perros le atacaran.

El Grumman sonrió a Rabban.

—A veces, hay que actuar de forma inesperada para conseguir el mayor beneficio.

El ayudante dejó de gritar, y los hambrientos animales le descuartizaron. Rabban oyó el sonido de la carne al rasgarse, los crujidos de los huesos de las piernas cuando se los partieron para devorar el sabroso tuétano.

Sonrió lenta y ominosamente.

—Caladan será nuestro. Me agrada la perspectiva.

—Bajo una ocupación conjunta —dijo Moritani.

—Sí, por supuesto. ¿Cómo proponéis que defendamos nuestro botín después de apoderarnos de él? En cuanto el duque regrese, lo hará con sus fuerzas, siempre que no las pierda por ahí.

Moritani sonrió.

—Para empezar, nos encargaremos de que no parta ningún mensaje de Caladan. Después del triunfo de nuestras fuerzas, impediremos el tránsito de lanzaderas entre el planeta y los cruceros que lleguen.

—¡Y prepararemos una fiesta sorpresa al duque cuando regrese! —dijo Rabban—. Le tenderemos una emboscada en cuanto aterrice.

—Exacto. Nos ocuparemos de los detalles conjuntamente. También es posible que necesitemos enviar refuerzos después de los hechos, una fuerza de ocupación que sojuzgue al populacho.

El heredero Harkonnen apretó sus gruesos labios. La última vez que había tomado decisiones sin consultar, había estrellado la única no nave existente en Wallach IX. Había intentado atacar a las presuntuosas brujas Bene Gesserit que habían transmitido su enfermedad al barón. En aquel tiempo, Rabban había pensado que su tío se sentiría orgulloso de él por actuar con independencia. En cambio, el plan había fracasado, y la inapreciable nave se había perdido…

Esta vez, sin embargo, sabía que su tío no vacilaría, gozando de una oportunidad semejante para atacar a los enemigos mortales de la Casa Harkonnen. Miró al vizconde con cautela. El capitán Kryubi asintió en silencio.

—Siempre que utilicemos naves sin señales distintivas, vizconde —dijo Rabban—. Fingiremos que se trata de una gran delegación comercial o algo por el estilo…, cualquier cosa menos una fuerza militar.

—Tenéis cerebro, conde Rabban. Creo que pensaremos bien juntos.

El cumplido halagó a Rabban. Con suerte, esta arrojada decisión demostraría a su tío lo lista que era la Bestia.

Se estrecharon la mano para cerrar el trato. Los sonidos procedentes de la perrera se habían apagado, y los mastines miraban expectantes hacia arriba, a la espera de más comida.

89

¿Qué aumenta más la carga de una persona, el conocimiento o la ignorancia? Todo maestro ha de reflexionar sobre esta cuestión antes de empezar a influir en un estudiante.

Lady A
NIRUL
C
ORRINO
, diario personal

Bajo otro glorioso ocaso imperial, Mohiam se deslizó tras Jessica, que estaba sentada junto a un pequeño estanque de un jardín ornamental. Observó a su hija secreta durante un largo momento. La joven llevaba con dignidad su embarazo, y se encontraba a gusto con la nueva torpeza de su cuerpo. La niña nacería pronto.

Jessica removió el agua con los dedos, y su reflejo se empañó. Habló por la comisura de la boca.

—Debo de ser muy divertida, reverenda madre, para que estéis tanto rato mirándome.

Una pequeña sonrisa arrugó los labios de Mohiam.

—Esperaba que intuirías mi presencia, hija mía. Al fin y al cabo, ¿quién te enseñó a observar el mundo que te rodea? —Se acercó al borde del estanque y extendió un cristal de memoria—. Lady Anirul me ha pedido que te dé esto. Hay ciertas cosas que deberías saber.

Jessica cogió el objeto reluciente y lo estudió. —¿Se encuentra bien la señora?

—Creo que su estado mejorará de manera considerable en cuanto tu hija haya nacido —contestó Mohiam con cautela—. Está muy preocupada por el bebé, y esto le provoca una enorme desazón.

Jessica apartó la vista, temerosa de que Mohiam la viera enrojecer.

—No lo entiendo, reverenda madre. ¿Por qué tiene tanta importancia el hijo de la concubina de un duque?

—Acompáñame a un lugar donde podamos hablar. En privado.

Caminaron hacia un tiovivo impulsado por energía solar, que un emperador anterior había instalado para su diversión.

Jessica llevaba un vestido con los colores Atreides, que le recordaba a Leto. Los cambios corporales de su embarazo habían desatado muchos sentimientos contradictorios en su interior, cambios de humor que apenas podía controlar, incluso con su adiestramiento Bene Gesserit. Cada día había vertido sus pensamientos íntimos en el diario encuadernado que Anirul le había regalado. El duque era un hombre orgulloso, pero Jessica sabía en el fondo de su corazón que la echaba de menos.

Mohiam tomó asiento en la banqueta dorada del tiovivo, y Jessica la imitó. Todavía sostenía el cristal de memoria. Activado por el peso de ambas, el mecanismo empezó a girar poco a poco. Jessica vio que el jardín iba cambiando a medida que desfilaba frente a ella. Un globo luminoso colgado de un poste cercano destelló, aunque el sol aún no se había puesto tras el horizonte.

Desde su llegada a Kaitain, en especial después del sorprendente atentado frustrado de Tyros Reffa contra el palco imperial, guardianas Bene Gesserit vigilaban constantemente a Jessica. Aunque no daba muestras de fastidio, era imposible que no hubiera reparado en su escolta.

¿Por qué soy tan especial? ¿Por qué le interesa tanto mi hijo a la Hermandad?

Jessica dio vueltas entre sus manos al cristal de memoria. Era octogonal, de facetas color lavanda. Mohiam sacó un cristal parecido y lo sostuvo.

—Adelante, hija. Actívalo.

Jessica hizo girar el aparato destellante entre sus palmas, y después lo acunó en las manos, lo entibió con el calor de su cuerpo, lo humedeció con su sudor para activar los recuerdos contenidos en su interior.

Y mientras lo miraba con profunda atención, el cristal empezó a proyectar haces de imágenes que se cruzaron ante su retina. A su lado, Mohiam activó el otro cristal.

Jessica cerró los ojos y percibió un zumbido profundo, como el de una nave de la Cofradía cuando entraba en el espacio plegado. Cuando volvió a abrir los ojos, su visión había cambiado. Daba la impresión de que estaba dentro de los archivos de la Bene Gesserit, muy lejos de Kaitain. Enterrados en los riscos transparentes de Wallach IX, los muros y techos de la inmensa biblioteca reflejaban una iluminación prismática, proyectaban luz a través de miles de millones de superficies enjoyadas. Inmersas en una proyección sensorial, Mohiam y ella se detuvieron ante la entrada virtual. El espejismo parecía increíblemente real.

—Yo seré tu guía, Jessica —dijo Mohiam—, para que puedas comprender tu importancia.

Jessica guardó silencio, intrigada pero también intimidada.

—Cuando dejaste la Escuela Materna —empezó Mohiam—, ¿habías aprendido todo cuanto debías saber?

—No, reverenda madre. Pero había aprendido a obtener la información que necesitaba.

Cuando la imagen de Mohiam tomó a Jessica de la mano, notó el tacto de los fuertes dedos y la piel reseca de la anciana.

—En efecto, hija, y este es uno de los lugares importantes donde debes buscar. Ven, voy a enseñarte cosas asombrosas.

Cruzaron un túnel y se adentraron en una oscuridad que se extendió alrededor de Jessica. Intuía, pero no podía ver, una inmensa cámara negra de paredes y techos muy lejos de su alcance. Jessica quiso gritar. Su pulso se aceleró. Utilizó su adiestramiento para apaciguarlo, aunque demasiado tarde. La otra mujer se había dado cuenta.

La voz seca de Mohiam rompió el silencio. —¿Estás asustada?

—«El miedo es el asesino de mentes», reverenda madre. «Permitiré que pase por encima y a través de mí». ¿Qué es esta oscuridad, qué puedo aprender de ella?

—Esto representa lo que todavía ignoras. Es el universo que aún no has visto, que ni siquiera puedes imaginar. En el principio de los tiempos, reinaba la oscuridad. Al final, volverá a imponerse. Nuestras vidas son meros puntos de luz en el ínterin, como las estrellas más diminutas de los cielos. —La voz de Mohiam se acercó a su oído—. Kwisatz Haderach. Dime qué significa para ti este nombre.

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