La Casa Corrino (55 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La Casa Corrino
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El mundo subterráneo se había sumido poco a poco en la decadencia. Los técnicos de mantenimiento habían retirado los componentes averiados, pero los amos tleilaxu carecían de piezas de repuesto. Los obreros atareados en otras máquinas fingían estar ocupados, mientras guardias Sardaukar y amos tleilaxu les vigilaban. Módulos de vigilancia volaban en las alturas, siempre al acecho de algo inusual.

El príncipe Rhombur se ocultaba a plena vista. Estaba inmóvil como una estatua ante la instalación. Los trabajadores ixianos le miraban, pero enseguida apartaban la vista, sin reconocerle. Años de opresión habían abotargado sus mentes y sentidos.

Llevaba al descubierto su cara surcada de cicatrices y la placa metálica craneal, como medallas honoríficas. Había desprendido la piel protésica de sus extremidades artificiales para que quedaran al descubierto poleas, componentes electrónicos y piezas metálicas, con el fin de parecerse más a las monstruosidades bi-ixianas. Gurney le había cubierto de suciedad. Si bien Rhombur no podía fingir que era completamente humano, podía alterar aún más su apariencia.

El humo procedente de los productos químicos se elevaba hacia el techo de la caverna, donde purificadores de aire absorbían y filtraban las partículas, pero ni siquiera el mejor sistema de reciclaje podía eliminar el olor de la gente inocente que vivía presa del miedo.

Los ojos de Rhombur, tanto el real como el sintético, examinaban todo cuanto le rodeaba. Sintió asco, náuseas y cólera al ver las ruinas de su maravillosa ciudad, y apenas se pudo contener. Ahora que la flota Atreides estaba a punto de llegar, confiaba en sembrar la semilla de la revolución lo antes posible.

Cuando empezó a moverse, Rhombur lo hizo con paso lento y espasmódico, como cualquier bi-ixiano. Se internó bajo un saliente que se proyectaba junto a la fábrica abandonada.

Gurney Halleck, inadvertido entre los trabajadores y los guardias, le hizo señas. A su lado se erguía la sombra de alguien a quien Rhombur recordaba de su adolescencia.

—¡C’tair Pilru! —susurró, estupefacto por la apariencia fantasmagórica del hombre.

Había sido un joven vivaz, de ojos oscuros, menudo como su hermano gemelo D’murr. Sin embargo, los cambios que había sufrido C’tair le parecían más horribles que las alteraciones del Navegante. Tenía los ojos hundidos y preñados de cansancio, el pelo corto y sucio.

—¿Mi… príncipe? —murmuró con voz insegura. Había sufrido demasiadas alucinaciones y pesadillas. C’tair, consternado al ver los horripilantes cambios padecidos por el heredero de la Casa Vernius, parecía a punto de venirse abajo.

Gurney estrujó su brazo.

—Id con cuidado los dos. No debemos atraer la atención. No podemos permanecer a la vista de todo el mundo durante mucho rato.

—Tengo… un lugar —dijo C’tair—. Varios lugares.

—Hemos de difundir la noticia —dijo Rhombur, en voz baja y decidida—. Informa a los que se han rendido y a los que han conservado una chispa de esperanza durante todos estos años. Incluso recabaremos la ayuda de los suboides. Di a todo el mundo que el príncipe de Ix ha vuelto. La libertad ya no es solo una esperanza. El momento ha llegado. Que no quepa la menor duda: estamos a punto de reconquistar Ix.

—Es muy peligroso para cualquiera decir esas cosas en voz alta, mi príncipe —dijo C’tair—. La gente vive aterrorizada.

—De todos modos, comunica la noticia, aunque eso provoque que los monstruos salgan en mi busca. Mi pueblo ha de saber que he regresado, y que la larga pesadilla de Ix pronto terminará. Diles que estén preparados. Las fuerzas del duque Leto no tardarán en llegar.

Rhombur extendió el fuerte brazo protésico y abrazó al demacrado resistente. Hasta los torpes sensores nerviosos del príncipe notaron que C’tair estaba en los huesos. Confió en que Leto llegaría a tiempo.

87

Convertir la guerra en un deporte supone un intento de sofisticación. Cuando gobiernas a hombres de temperamento militar, es preciso comprender su apasionada necesidad de la guerra.

Supremo Bashar Z
UM
G
ARON
, Comandante Sardaukar Imperial

El día de la partida hacia Ix, las tropas Atreides se encaminaron a sus naves en un estado eufórico. Pero la realidad de la guerra pronto se impondría.

El maestro espadachín Duncan Idaho y el mentat Thufir Hawat acompañaron a Leto cuando se irguió en lo alto de una torre que dominaba la pista del espaciopuerto. Caladan no había presenciado semejante congregación de gente desde el desfile del dirigible. Los soldados Atreides se alineaban en filas, un mar de hombres preparados para subir a los transportes, destructores, monitores y cruceros de batalla.

Durante más de veinte años, los usurpadores tleilaxu y sus aliados Sardaukar se habían atrincherado en Ix. Muchos espías habían muerto al intentar penetrar en el planeta, y si Rhombur y Gurney habían sido capturados y torturados, el ataque Atreides quedaría desprovisto del elemento sorpresa. Leto sabía que podía perderlo todo con aquella maniobra, pero no pensó ni por un momento en suspender el ataque.

Bajo el mando de Hawat, dieciocho naves de suministros estaban preparadas para partir con una pequeña escolta armada. La audaz tarea del mentat sería una maniobra de distracción. Su flota aparecería entre Beakkal y la estación de tránsito de Sansin, desde donde transmitirían la oferta humanitaria del duque Leto. Era de suponer que los oficiales Sardaukar encargados del bloqueo enviarían mensajes al emperador, y a su vez, Shaddam concentraría su atención en el planeta sometido a cuarentena. El grueso del ejército imperial sería enviado allí. En el ínterin, los delegados del Landsraad loarían la generosidad del duque Atreides.

En ese momento, las tropas de Duncan Idaho atacarían Ix con la fuerza de un mazazo.

La muchedumbre se apretujaba contra las cintas que marcaban los límites de la pista de aterrizaje. La gente vitoreaba y agitaba las banderas verdinegras con la insignia del halcón, el antiguo sello de los Atreides.

Novias, esposas y madres animaban a voz en grito a los soldados. Muchos de los jóvenes retrocedían corriendo hasta el perímetro para el último beso de despedida. Muy a menudo, daba igual que no conocieran a las bonitas mujeres que habían ido a despedirles. Lo importante era saber que alguien se preocupaba por ellos y les deseaba buena suerte.

El duque Leto no pudo por menos que pensar en Jessica, alejada de él desde hacía meses. Muy pronto daría a luz a su hijo, y anhelaba estar con ella. Era lo mejor de ir a Kaitain…

Leto había tomado la precaución de vestirse con un traje de matador escarlata, muy parecido al que su padre había llevado con orgullo en las corridas de toros. Era un símbolo significativo, que los ciudadanos de Caladan reconocían con facilidad. Cuando Leto iba de rojo, el populacho no pensaba en derramamiento de sangre (debido a la cual los duques rojos Atreides habían recibido su apelativo mucho tiempo atrás), sino en boato y gloria.

Las rampas de abordaje se abrieron, y los subcomandantes ordenaron a sus hombres que se alinearan en filas. Un grupo entonó una popular canción de batalla Atreides. Otros soldados corearon el estribillo, y pronto se les unieron todos los hombres, un cántico de desafío, determinación y amor por su duque.

La canción concluyó, y justo antes de que las primeras filas subieran a las naves, Leto se acercó al borde de la torre. Las tropas guardaron silencio, a la espera del discurso de despedida.

—Hace muchos años, durante la Revuelta Ecazi, el duque Paulus Atreides luchó al lado del conde Dominic Vernius. Estos grandes hombres fueron héroes de guerra y amigos íntimos. Ha pasado mucho tiempo desde entonces, y muchas tragedias han ocurrido, pero jamás hemos de olvidar una cosa: la Casa Atreides no abandona a sus amigos.

La muchedumbre prorrumpió en vítores. En otras circunstancias, el populacho habría sentido una indiferencia absoluta por la Casa renegada. Para el pueblo de Caladan, Ix era un planeta lejano que jamás visitarían, pero habían tomado afecto al príncipe Rhombur.

—Nuestros soldados reconquistarán el hogar ancestral de la Casa Vernius. Mi amigo el príncipe Rhombur devolverá la libertad al pueblo ixiano.

En Caladan, y en otros muchos planetas, la gente había aprendido a odiar a los tleilaxu. Ix era el ejemplo más detestable de su maldad, pero existían otros muchos. Durante siglos, los enanos se habían salido demasiadas veces con la suya, y había llegado el momento de administrar la justicia Atreides.

Leto continuó.

—No elegimos al azar cuando debemos seguir el camino correcto y ayudar a quienes nos necesitan. Por eso, he enviado a mi mentat Thufir Hawat a otra misión.

Paseó la vista sobre la multitud.

—No hace mucho, tuvimos que tomar medidas severas contra el primer magistrado de Beakkal, pero ahora el pueblo de Beakkal padece una terrible plaga que está asolando su planeta. ¿Debería serme indiferente su suerte, solo porque mantuve una disputa con su gobierno? —Alzó el puño en el aire—. ¡Yo digo que no!

La gente volvió a aplaudir, pero con menos entusiasmo que antes.

—Otras Grandes Casas se contentan con ver morir a la población beakkali, pero la Casa Atreides desafiará el bloqueo imperial y entregará provisiones muy necesarias, tal como hicimos en Richese. —Bajó la voz—. Nos gustaría que los demás hicieran lo mismo por nosotros, ¿verdad?

Leto confiaba en que la gente comprendería el principio y la decisión. Después de lograr prestigio en el Landsraad con su agresiva respuesta al insulto beakkali, había demostrado su lado compasivo al ayudar a las víctimas de Richese. Ahora, demostraría la entereza de su corazón. Recordó una cita de la Biblia Católica Naranja: «Es fácil querer a un amigo, pero difícil querer a un enemigo».

—Viajaré a Kaitain solo, donde hablaré con mi primo el emperador y pronunciaré un discurso ante el Landsraad. —Hizo una pausa, y sintió que la emoción crecía en su interior—. También veré a mí amada lady Jessica, que está a punto de dar a luz a nuestro primer hijo.

Sonaron hurras y silbidos. Las banderas Atreides ondearon. Hacía mucho tiempo que el pueblo consideraba al duque un ser mítico y legendario, y lo mismo opinaba de sus actividades. La gente necesitaba esas imágenes.

Por fin, alzó una mano para bendecir a las tropas, y el rugido de soldados y civiles casi le ensordeció. Detrás de él, Duncan y Thufir observaron a los soldados subir a las naves en perfecta formación. Tal exhibición militar habría impresionado incluso al mismísimo emperador Shaddam.

Leto se sintió lleno de confianza y buenas expectativas al ver la reacción de su pueblo. Juró que no les decepcionaría.

La faz del Imperio estaba a punto de cambiar.

88

El hombre que ve una oportunidad y la deja escapar está dormido con los ojos abiertos.

Sabiduría fremen

Era un placer para Glossu Rabban estar al mando de la fortaleza Harkonnen. Desde lo alto de las almenas podía dar órdenes a los criados, anunciar sus torneos de gladiadores y mantener a la población bajo un férreo control. Era su privilegio como noble del Landsraad.

Aún mejor, no había ningún mentat taimado que le pisara los talones o le criticara por todo. Piter de Vries estaba ejerciendo de espía en Kaitain. Y el tío de Rabban se había quedado en Arrakis para controlar los trabajos de recolección de especia, tras la amenaza de la CHOAM de enviar una auditoría.

Lo cual dejaba a la Bestia al mando.

En teoría, era el na-barón, el presunto heredero de la Casa Harkonnen, aunque el barón amenazaba a menudo con cambiar de idea y ceder el control al joven Feyd-Rautha. A menos que Rabban encontrara una manera de demostrar que era insustituible.

Se encontraba en el ala este de la fortaleza, sobre las jaulas de los animales. El hedor de los mastines invadía los pasillos. Pelo húmedo y sangre, saliva y heces se acumulaban en el cercado situado bajo la pasarela. Los perros, de relucientes ojos negros, se esforzaban por vislumbrar la luz del día o capturar un pedazo de carne fresca, intentaban despedazar entre sus fauces a enemigos imaginarios con sus largos colmillos. Como si fuera el líder de la jauría, Rabban gruñó a los mastines, y sonrió hasta exhibir sus dientes blancos irregulares.

Se acuclilló, introdujo la mano en una jaula situada al borde de la pasarela y atrapó un conejo simiesco. El animal tenía los ojos grandes y redondos, y las orejas colgantes. Su cola prensil se agitó, como si temiera por su vida, aunque anhelara afecto. Los fuertes dedos de Rabban aferraron los pliegues de piel y pelaje con tal fuerza que el animal tembló. Lo alzó para que los perros vieran aquel pedazo de comida.

Los animales empezaron a ladrar y aullar, saltando en el aire. Los garras arañaron las paredes de piedra, pero no llegaron al borde de la perrera. El conejo se debatió en la presa de Rabban, intentando escapar de aquellas fauces de pesadilla.

Una voz le interrumpió a su espalda, sorprendentemente cercana.

—¿Esforzándoos por mantener vuestra imagen, Bestia?

La interrupción le sobresaltó hasta tal punto que soltó sin querer al animal. El conejo cayó al pozo. Un enorme bruweiler gris saltó más que los demás e hizo trizas al roedor antes de que pudiera chillar.

Rabban giró en redondo y vio al vizconde Hundro Moritani, de cabello oscuro y ojos feroces. El hombre tenía los brazos en jarras. Vestía pantalones de montar y gabán de seda púrpura, adornado con anchas charreteras.

Antes de que Rabban pudiera tartamudear una respuesta, el capitán Kryubi, jefe de la guardia Harkonnen, acudió corriendo, seguido por un ayudante de aspecto agitado, que también llevaba charreteras y la insignia de la Casa Moritani en la solapa.

—Lo siento, mi señor Rabban —dijo Kryubi, sin aliento—. El vizconde ha entrado sin mi permiso. Mientras intentaba localizaros, él…

El líder grumman se limitó a sonreír.

Rabban silenció a Kryubi con un ademán.

—Hablaremos de eso más tarde, capitán, si esto resulta ser una pérdida de tiempo. —Se volvió y miró a Moritani a los ojos, algo desorientado—. ¿Qué deseáis?

En teoría, el vizconde poseía un rango más elevado que él en el Landsraad, y ya había demostrado su temperamento vengativo contra la Casa Ecaz, así como contra los maestros espadachines de Ginaz.

—Deseo ofreceros la oportunidad de uniros a mí en un juego de estrategia muy divertido.

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