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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Casa Corrino (53 page)

BOOK: La Casa Corrino
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Los hombres aguardaron en la oscuridad dentro de un refugio improvisado de paredes delgadas, mientras Gurney planeaba el largo camino hacia las profundidades. Estaba ansioso por entrar en acción. Si bien le gustaba discutir de estrategia y tocar el baliset en el castillo de Caladan, el ex contrabandista era un guerrero nato, y no se sentía por completo feliz si no podía hacer algo por su señor, ya fuera Dominic Vernius, el duque Leto o el príncipe Rhombur…

—Puedo ser feo, pero al menos me reconocerán como humano si nos someten a inspección. En cambio, tú… —Gurney meneó la cabeza, mientras echaba un vistazo a las partes mecánicas del príncipe—. Tendremos que inventar una buena historia si nos hacen preguntas.

—Tengo aspecto de bi-ixiano. —Rhombur alzó su brazo izquierdo artificial y movió los dedos mecánicos—. Pero preferiría que me dieran la bienvenida como legítimo conde Vernius.

Todo el tiempo que Rhombur había pasado en el exilio, y las recientes tragedias que había sufrido, le habían convertido en un líder mejor. Se sentía solidario con su pueblo, pero deseaba además ganarse su respeto y lealtad, como había hecho el duque Leto con el pueblo de Caladan.

Durante sus años de infancia y adolescencia en el Gran Palacio, cuando coleccionaba rocas y tamborileaba con los dedos sobre el pupitre, aburrido por las clases, había esperado ser el siguiente líder de la Casa Vernius, pero jamás había soñado que debería luchar por el cargo. Él, al igual que su hermana, había aceptado el papel que le había tocado al nacer.

Pero ser líder significaba muchas más cosas. Y había sufrido mucho para aprender esta difícil lección.

Primero, el asesinato de su madre, Shando, que también había dado a luz a otro hijo, como ahora sabía, el hijo bastardo del emperador Elrood. Después, tras muchos años de esconderse, Dominic Vernius se había inmolado con armas atómicas, y matado a muchos Sardaukar con él. Y Kailea…, empujada a la locura y la traición, intentando aferrarse a lo que consideraba suyo por derecho.

Pronto habría más derramamiento de sangre, cuando Gurney y él desencadenaran una revolución subterránea y las fuerzas Atreides llegaran para acabar con los invasores. El pueblo ixiano tendría que luchar de nuevo, y muchos morirían.

Pero cada gota de sangre, juró Rhombur, sería bien invertida, y su amado planeta volvería a ser libre.

83

El universo siempre va un paso por delante de la lógica.

Lady A
NIRUL
C
ORRINO
, diario personal

Una frenética actividad reinaba en el castillo de Caladan y en los barracones militares cercanos. Soldados Atreides se preparaban para la gran expedición, ansiosos por partir. Limpiaban sus armas, hacían inventario de explosivos y máquinas de asedio, en vistas a la inminente batalla.

Los preparativos para una operación tan compleja se prolongaban desde hacía meses, y el duque Leto había ordenado a la Guardia de la Casa que no regateara esfuerzos. Estaba en deuda con Rhombur, y arriesgaría todo cuanto fuera necesario.

Rhombur y Gurney podrían estar muertos en este momento.
Leto no había recibido ni un mensaje de ellos, ninguna petición de ayuda, ninguna noticia de su éxito. O
podrían estar calentando los motores de la revolución.
Después del percance del crucero, los dos se habían desvanecido en un absoluto silencio.
Pese a ello, haremos todo cuanto podamos. Y esperaremos.

Pero si Rhombur no lograba sus propósitos, y las tropas Atreides eran derrotadas por los tleilaxu y los Sardaukar del emperador, las consecuencias serían imprevisibles. Caladan podría recibir un severo castigo. Thufir Hawat estaba muy nervioso, algo insólito en él.

No obstante, Leto estaba entregado por completo a la causa. Ya no había vuelta atrás. Dedicaría todos sus esfuerzos a la batalla, aunque el pacífico Caladan quedara vulnerable un tiempo. Era la única manera de restaurar a Rhombur en el poder.

Los planes se desarrollaban de manera inexorable.

Entre las mil decisiones que debía tomar, Leto no quiso ser testigo de las fases finales y bajó a los muelles principales. Como líder de su Gran Casa, tenía otros deberes, más agradables, aunque deseaba que Jessica pudiera compartirlos con él.

La flota de pesca estaba regresando. Las barcas habían faenado en los alrededores de los arrecifes durante las dos últimas semanas de calor. Una vez al año, la flota volvía cargada de grund, pececillos plateados que se capturaban con red. Como parte de las festividades tradicionales, limpiaban y salaban el delicioso grund, y después lo hervían. Servían los pescados sobre mesas improvisadas y el pueblo acudía a devorarlos. Al duque le gustaba tanto aquel manjar como a los rudos pescadores.

A Rhombur todavía le gustaba más que a Leto, y esta sería la primera celebración que el príncipe ixiano se perdería en años. Leto intentó alejar su presentimiento agorero. La espera había minado su paciencia.

Alejado de los preparativos bélicos, veía acercarse a las primeras embarcaciones desde el extremo de un muelle. La multitud ya se había congregado en la playa de ripias, mientras mercaderes y cocineros disponían mesas, calderos y puestos ambulantes en la plaza del pueblo.

Leto oyó juglares que tocaban en la orilla. La música le hizo sonreír, y le recordó las numerosas ocasiones que Gurney y Rhombur habían practicado con el baliset codo con codo, intentando superarse mutuamente con letras extravagantes y canciones satíricas.

Pero aunque el duque intentaba disfrutar de un momento de paz, Duncan Idaho y Thufir Hawat le localizaron y se acercaron entre la apretada y ruidosa multitud.

—Deberíais llevar guardias personales en todo momento, mi duque —le advirtió el mentat.

—Tienes que contestar a preguntas y tomar decisiones sobre el armamento —añadió Duncan—. La flota partirá muy pronto.

Como maestro espadachín, sería el jefe de las fuerzas militares que irían a Ix, del mismo modo que había liderado el ataque contra Beakkal.

El jefe de la Casa Atreides debía evitar la batalla, por más que deseara marchar al frente de sus tropas. Siguiendo el consejo de Thufir, Leto actuaría como cabeza de lanza política en Kaitain, donde explicaría oficialmente los motivos de su acción. «Ese es el trabajo de un duque», había insistido el mentat.

Leto miró hacia los empinados escalones que conducían a lo alto del acantilado. Desde esta posición, podía ver los niveles superiores del castillo.

—Es un buen momento para un ataque en toda regla. Mientras Beakkal padece esa espantosa plaga, el emperador Shaddam está distraído con sus intrigas. Aplastaremos a los tleilaxu antes de que tengan tiempo de enterarse.

—He visto imágenes de esas selvas —dijo Duncan—. Por más excusas que dé Shaddam, no me cabe la menor duda de que él ha sido el responsable de lo sucedido.

Leto asintió.

—Destruir el ecosistema de Beakkal es una venganza desproporcionada en comparación con sus delitos. Aun así…, la situación en Beakkal nos proporciona otra oportunidad.

Vio que las primeras barcas amarraban en los muelles. Mucha gente corrió a ayudar a los pescadores.

—Envié una generosa ayuda médica a Richese después de que mi primo les atacara. Ahora ha llegado el momento de demostrar al Landsraad que la Casa Atreides puede ser benévola con los que no son mis parientes. —Sonrió—. Thufir, antes de que el grueso de nuestras fuerzas parta en secreto hacia Ix, quiero que reúnas una flota de naves de carga. La acompañarás con una escolta militar. Yo, el duque Atreides, enviaré provisiones a Beakkal sin pedir nada a cambio.

El anuncio consternó a Duncan.

—¡Pero Leto! Intentaron vender tus antepasados a los tleilaxu.

—Y es preciso que la Guardia de la Casa se quede aquí para defender Caladan mientras nuestras fuerzas atacan Ix —añadió el mentat—. Esta campaña ya ha agotado nuestros recursos.

—Envía una escolta militar mínima, Thufir, lo suficiente para demostrar que no bromeamos. En cuanto a los beakkali, ya les hemos castigado por su insensatez. No ganaremos nada guardando rencor a toda una población. Los beakkali ya han comprobado que podemos ser implacables cuando queremos. Ahora es el momento de mostrar nuestro lado benévolo. Mi madre, que no siempre se equivoca, me recordó que un líder ha de ser tan compasivo como firme.

Apretó los labios y recordó las conversaciones que había sostenido con Rhombur sobre liderazgo y las consideraciones políticas, que pese a su importancia, debían equilibrarse con las necesidades de los ciudadanos de a pie.

—No olvidéis mis palabras —dijo Leto—. Hago esto por el pueblo de Beakkal, no por sus políticos. No es una recompensa por los actos del primer magistrado, ni debe ser interpretado como un perdón oficial o una aceptación de disculpas.

Thufir Hawat frunció el ceño.

—¿Significa eso que no deseáis que acompañe a nuestras tropas a Ix, mi duque?

Leto dedicó una sonrisa astuta a su viejo consejero.

—Necesitaré todas tus habilidades diplomáticas en Beakkal, Thufir. Habrá momentos tensos cuando llegues al bloqueo imperial. El planeta se halla bajo una cuarentena estricta, pero apuesto a que el emperador no ha dado órdenes explícitas de destruir a cualquiera que intente aterrizar. Explora esa zona intermedia.

Tanto el mentat como el maestro espadachín le miraron como si hubiera perdido el juicio.

—Procura atraer la atención de los Sardaukar, y tal vez del propio Shaddam. De hecho, podría ser un espectáculo magnífico.

Duncan sonrió cuando comprendió el plan.

—¡Una maniobra de distracción! El emperador no dejará de enterarse de una crisis semejante. Mientras Thufir desafía el bloqueo imperial, nadie pensará en prestar atención a otra parte, y todos los Sardaukar se desplazarán hasta Beakkal. Tendremos a nuestras fuerzas posicionadas en Ix antes de que alguien avise a Kaitain. Los Sardaukar de Ix actuarán sin órdenes. La misión humanitaria no es más que una distracción.

—Exacto, pero además podría beneficiar al pueblo de Beakkal, al tiempo que aumenta mi prestigio en el Landsraad. Después de que preste apoyo a la operación militar en Ix, necesitaré a todos los aliados que pueda reunir.

En los muelles abarrotados, enormes grúas chirriaron cuando sacaron redes llenas de peces de las bodegas. En el puerto, una fila de barcas esperaban su turno. Las instalaciones portuarias no podían albergar a todas a la vez.

Mientras Duncan subía corriendo a los barracones de la Guardia de la Casa, Leto se dispuso a participar de la fiesta. Hawat insistió en quedarse con su duque como guardaespaldas.

Una tras otra, las redes en las que bullían millones de pececillos plateados, fueron alzadas hasta la orilla. El olor a pescado impregnaba el aire. Musculosos trabajadores depositaron la pesca en cubas y tinas llenas de agua y sal, después los cocineros recogían los pescados con palas y los pasaban de las cubas a los calderos humeantes de caldo sazonado.

Leto hundió los brazos hasta los codos en una de las cubas, se apoderó de un montón de pececillos y los pasó al siguiente hombre de la fila. Todo el mundo vitoreó su participación. Esta parte del trabajo le encantaba.

Thufir Hawat paseaba con paso tenso entre la muchedumbre, por si algún asesino acechaba.

Leto se sentó a una mesa para disfrutar de un buen plato de grund. La gente aplaudió cuando se metió un puñado en la boca, y todo el mundo participó en el festín.

Era el último momento de paz que disfrutaría en mucho tiempo.

84

¿Quién sabe qué restos de hoy sobrevivirán a los eones de historia humana? Podría ser algo insignificante, un objeto en apariencia intrascendente. No obstante, es evocador, y sobrevive durante miles de años.

Madre superiora R
AQUELLA
B
ERTO
-A
NIRUL
, fundadora de la Bene Gesserit

Tras una noche inquieta en su cuarta suite de aposentos desconocidos, lady Anirul saltó de la cama y se encaminó hacia la puerta. Las voces la siguieron, como sombras en su cráneo. Incluso el fantasma de Lobia se había unido al clamor, pero no le ofrecía ayuda ni refugio.

¿Qué intentáis decirme?

La hermana Galena Yohsa, siempre vigilante, se acercó, con las manos caídas a los costados, y adoptó una postura de combate para impedir que Anirul pasara.

—Debéis regresar a la cama y descansar, mi señora.

—¡Aquí no hay descanso!

Anirul llevaba un camisón holgado que se pegaba a su piel sudada; tenía el cabello desordenado. Arrugas y sombras rodeaban sus ojos inyectados en sangre.

Antes, siguiendo las frenéticas órdenes de Anirul, sus criadas habían trasladado su inmensa cama y pesados muebles de una habitación a otra, en busca de un lugar silencioso. Pero nada la aliviaba.

Yohsa habló con voz pausada.

—De acuerdo, mi señora. Encontraremos otro lugar para vos…

Anirul fingió que iba a desmayarse, efectuó un movimiento veloz y agresivo, y empujó a la hermana Galena. La menuda mujer cayó sobre una mesa y derribó un costoso jarrón. Anirul huyó por el pasillo, y tiró la bandeja del desayuno que sostenía una criada.

Dobló una esquina y tropezó con Mohiam, que dejó caer un montón de papeles y hojas de cristal riduliano. Mohiam reaccionó con rapidez, abandonó los documentos y salió en su persecución. Al cabo de unos momentos, una jadeante Yohsa la alcanzó.

Anirul, con los ojos desorbitados, abrió una puerta de acceso a una escalera de servicio, pero pisó el borde del camisón con uno de sus pies descalzos. Dio un grito y cayó rodando por la escalera.

Las Bene Gesserit que la perseguían llegaron a lo alto de la escalera, en el momento que Anirul, magullada y ensangrentada, intentaba incorporarse en el rellano de abajo. Mohiam corrió a arrodillarse junto a la esposa del emperador. Con el pretexto de ayudarla a levantarse, la reverenda madre inmovilizó el brazo de Anirul y pasó la otra mano alrededor de su cintura, para impedir que volviera a escapar.

Yohsa se inclinó para examinar las lesiones.

—Hace tiempo que sus nervios están resentidos, y temo que su estado no hará más que empeorar.

La hermana Galena ya le había administrado dosis cada vez más elevadas de fármacos psicotrópicos, en un intento infructuoso de eliminar los estallidos de la Otra Memoria.

Mohiam ayudó a Anirul a ponerse en pie. Anirul paseó la vista a su alrededor, como un animal acorralado.

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