La Casa Corrino

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La Casa Corrino
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Los seguidores de la exitosa trilogía que marcó un antes y un después en la ciencia ficción, Dune, tienen con este libro un encanto añadido. Muerto Frank Herbert, su hijo Brian recogió los apuntes de su padre, lo que le permitió remontarse a los orígenes del mítico planeta y de sus guerras por generaciones entre las distintas «casas». En esta entrega, que cierra la trilogía
Preludios de Dune
, el emperador Shaddam Corrino se enfrenta a rivalidades y secretos —y a una singular mujer— para hacerse con el poder absoluto.

Brian Herbert & Kevin J. Anderson

La Casa Corrino

Preludio a Dune 3

ePUB v1.2

Perseo
01.07.12

Título original:
Dune: House Corrino
.

Brian Herbert & Kevin J. Anderson, 2001.

Traducción: Eduardo G. Murillo.

Diseño/retoque portada: Lightniir.

Editor original: Perseo (v1.0 a v1.2).

Corrección de erratas: Luismi y albertilico (corrección del árbol genealógico).

ePub base v2.0

Para nuestras esposas, Janet Herbert y Rebecca Moesta Anderson, por su apoyo, entusiasmo, paciencia y amor durante este largo y complicado proyecto.

AGRADECIMIENTOS

Penny Merritt colabora en la administración del legado literario de su padre, Frank Herbert.

Nuestros editores, Mike Shohl, Carolyn Caughey, Pat LoBrutto y Anne Lesley Groell, nos dieron detallados y valiosos consejos durante los numerosos borradores necesarios para llegar a la versión final de esta historia.

Como siempre, Catherine Sidor, de WordFire, Inc, trabajó sin descanso para transcribir docenas de microcasetes y mecanografiar cientos de páginas con el fin de seguir nuestro frenético ritmo de trabajo. Su colaboración en todas las fases de este proyecto nos ha ayudado a mantener la cordura, hasta logró convencer a otras personas de que estábamos organizados.

Diane E. Jones hizo las veces de lectora y conejillo de Indias, reaccionó con sinceridad y propuso escenas adicionales que ayudaron a dotar de más fuerza al libro.

Robert Gottlieb y Matt Bialer, de Trident Media Group, y Mary Alice Kier y Anna Cottle, de Cine/Lit Representation, cuya fe y dedicación nunca flaquearon cuando comprendieron las posibilidades del proyecto.

La Herbert Limited Partnership, que incluye a Ron Merritt, David Merritt, Byron Merritt, Julie Herbert, Robert Merritt, Kimberly Herbert, Margaux Herbert y Theresa Shackelford, todos los cuales nos han proporcionado su apoyo más entusiasta y confiado la continuación de la maravillosa visión de Frank Herbert.

Beverly Herbert, por casi cuatro décadas de apoyo y devoción a su marido, Frank Herbert.

Y, sobre todo, gracias a Frank Herbert, cuyo genio creó un universo prodigioso para que todos pudiéramos explorarlo.

Mapa de Caladan

Mapa de Giedi Prime

1

El eje de rotación del planeta Arrakis se encuentra en ángulo recto con el radio de su órbita. El planeta no es un globo, sino más bien una peonza algo achatada en el ecuador y cóncava hacia los polos. Se piensa que tal vez sea artificial, obra de algún artífice antiguo.

Informe de la Tercera Comisión Imperial en Arrakis

Bajo la luz de dos lunas en un cielo polvoriento, los fremen corrían entre las rocas del desierto. Se fundían con el escabroso contorno como cortados de la misma tela, hombres duros en un entorno duro.

Muerte a los Harkonnen.
Todos los hombres del comando armado habían jurado lo mismo.

En las silenciosas horas previas al amanecer, Stilgar, el alto y barbudo jefe del comando, se movía como un felino al frente de un puñado de sus mejores guerreros.
Hemos de movernos como sombras en la noche. Sombras con cuchillos ocultos.

Alzó una mano para indicar al comando que se detuviera. Stilgar escuchó el latido del desierto, sus ojos de un azul profundo sondearon las escarpas rocosas recortadas contra el cielo como centinelas gigantescos. Mientras las dos lunas cruzaban el cielo, fragmentos de oscuridad cambiaban por momentos, extensiones vivientes de la cara de la montaña.

Los hombres subieron por una estribación rocosa, y utilizaron sus ojos adaptados a la oscuridad para seguir una senda empinada. El terreno le resultaba extrañamente familiar, aunque Stilgar nunca había estado allí. Su padre le había descrito el camino, la ruta que sus antepasados habían seguido para llegar al sietch Hadith, en otra época el mayor de sus poblados ocultos, abandonado desde hacía mucho tiempo.

Hadith, una palabra tomada de una antigua canción fremen sobre las condiciones de supervivencia en el desierto. Como muchos fremen vivos, tenía la historia grabada en la mente…, un relato de traiciones y conflictos civiles en tiempo de las primeras generaciones de los errantes zensunni llegados a Dune. La leyenda afirmaba que todos los significados se habían originado aquí, en este sagrado sietch.

Ahora, sin embargo, los Harkonnen han profanado nuestro antiguo lugar.

Todos los hombres del comando de Stilgar experimentaban repugnancia ante tal sacrilegio. En el sietch de la Muralla Roja, se hacían muescas en una losa por cada enemigo que los fremen mataban, y esta noche se derramaría más sangre enemiga.

La columna siguió a Stilgar mientras descendía a paso vivo por la senda rocosa. Pronto amanecería, y una buena matanza les aguardaba.

En este lugar, lejos de la curiosidad de los ojos imperiales, el barón Harkonnen había utilizado las cavernas vacías del sietch Hadith para ocultar uno de sus almacenes de especia ilegales. La reserva de la valiosa melange no aparecía en ningún inventario entregado al emperador. Shaddam no sospechaba nada, pero los Harkonnen no podían esconder tales actividades a habitantes del desierto.

En la miserable aldea de Bar Es Rashid, situada al pie de la cordillera, los Harkonnen tenían un puesto de escucha y habían apostado guardias en los riscos. Esa defensa tan pobre no suponía ningún obstáculo para los fremen, quienes mucho tiempo atrás habían construido numerosos pozos y entradas a las grutas de la montaña. Caminos secretos…

Stilgar encontró una bifurcación y siguió el sendero apenas dibujado, en busca de la entrada secreta al sietch Hadith. A pesar de la escasa luz, distinguió una mancha más oscura bajo un saliente. Se puso a cuatro patas, tanteó en la oscuridad y localizó la abertura, fría y húmeda, sin un sello de puerta.
Qué desperdicio.

Ni luz, ni señal de guardias. Se introdujo en el hueco, estiró una pierna hacia abajo y localizó un saliente, donde apoyó la bota. Encontró un segundo saliente con el otro pie, y debajo otro. Peldaños que descendían. A lo lejos, vislumbró una tenue luz amarilla, en el punto donde el túnel bajaba hacia la izquierda. Stilgar se izó hasta la superficie e indicó a los demás con un ademán que le siguieran.

Al llegar al pie de los toscos escalones, observó un viejo cuenco de cocina. Se quitó los tapones de la nariz y percibió el olor a carne cruda. ¿Un cebo para pequeños depredadores? ¿Una trampa para cazar animales? Se quedó inmóvil, mientras buscaba sensores. ¿Habría disparado ya una alarma silenciosa? Oyó pasos más adelante, una voz ebria.

—He pillado a otro. Vamos a terminar con él.

Stilgar y dos fremen más se internaron como una exhalación por un túnel lateral y sacaron sus cuchillos. Las pistolas maula serían demasiado ruidosas en un espacio cerrado. Cuando un par de guardias Harkonnen pasaron tambaleándose ante ellos, hediendo a cerveza de especia, Stilgar y su camarada Turok saltaron sobre ellos y les sorprendieron por detrás.

Antes de que los hombres pudieran gritar, los fremen les rebanaron el pescuezo, y después aplicaron esponjas secadoras sobre las heridas para absorber la preciosa sangre. A toda prisa, los fremen se apoderaron de las armas de los guardias. Stilgar se quedó con un rifle láser y entregó otro a Turok.

Globos luminosos militares, que apenas despedían luz, flotaban en huecos del techo. El comando avanzó por el pasadizo, en dirección al corazón del antiguo sietch. Cuando el corredor rodeó una correa transportadora utilizada para entrar y sacar materiales de la cámara secreta, percibió el olor a canela de la melange, cada vez más intenso a medida que el grupo se adentraba en las profundidades de la montaña. En esta zona, los globos luminosos despedían un resplandor anaranjado en lugar de amarillo.

Los soldados de Stilgar murmuraron al ver calaveras y cuerpos en descomposición, apoyados contra los lados del pasadizo, como trofeos exhibidos de cualquier manera. Una ciega rabia se apoderó de Stilgar. Tal vez se tratara de prisioneros fremen o de aldeanos, capturados por los Harkonnen para divertirse. Turok, que caminaba a su lado, paseó la vista a su alrededor, en busca de algún enemigo al que poder matar.

Stilgar continuó avanzando con cautela y empezó a oír voces y ruidos metálicos. Llegaron a una cavidad bordeada por una barandilla de baja piedra que dominaba una gruta subterránea. Stilgar imaginó los miles de habitantes del desierto que habían recorrido la inmensa caverna mucho tiempo atrás, antes de los Harkonnen, antes del emperador…, antes de que la especia melange se hubiera convertido en la sustancia más valiosa del universo.

Una estructura octogonal se alzaba en el centro de la gruta, de color azul oscuro y plateado, rodeada de rampas. Había estructuras similares más pequeñas a su alrededor, una de las cuales se encontraba en fase de construcción. Vieron piezas de plasmetal diseminadas por doquier, siete obreros trabajaban sin parar.

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