La Casa Corrino (52 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La Casa Corrino
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Shaddam miró al instante a sus siete mentats, como si ese comentario fuera una auténtica posibilidad. Los hombres negaron con la cabeza y siguieron en su trance.

—Muchas Casas apoyan mi postura —dijo el emperador, mientras se humedecía los labios—. Beakkal se lo ha buscado, sin que la Casa Corrino haya intervenido de manera directa. ¿Cómo puedes hablar de revuelta?

—¿Estáis ciego y sordo, Shaddam? Se habla de guerra contra vos, de derrocar vuestro régimen.

—¿En la Sala del Landsraad?

—Susurros en los pasillos.

—Consigúeme los nombres y yo me ocuparé de ellos. —El emperador respiró hondo y exhaló un largo suspiro—. Si tuviera grandes héroes, hombres leales como los que ayudaron a mi padre hace años…

Los ojos de Fenring brillaron con ironía.

—Ummm, ¿como en la Revuelta Ecazi? Tengo entendido que Dominic Vernius y Paulus Atreides participaron en ella.

Shaddam frunció el ceño.

—Y hombres mejores, como Zum Garon.

Los mentats compartieron su información entre murmullos, pues cada uno contaba con reservas de datos que los demás no poseían. Aun así, no obtuvieron respuestas.

Shaddam bajó la voz y clavó la vista en el agua que manaba de la estatua.

—En cuanto tengamos amal, estas discusiones serán irrelevantes. Quiero que regreses a Ix y supervises en persona la producción a gran escala. Ha llegado el momento de actuar, para liquidar este asunto de una vez.

Fenring palideció.

—Señor, preferiría esperar a los análisis definitivos de la Cofradía sobre la especia contaminada de los cruceros. Aún no estoy convencido…

—¡Basta de retrasos! Por los infiernos, creo que nunca te convencerás, Hasimir. He recibido informes del investigador jefe, que no osaría mentirme, y de los Sardaukar apostados allí. Tu emperador está satisfecho con los resultados. Es lo único que necesitas saber. —Adoptó un tono más conciliador y dirigió a Fenring una sonrisa paternal—. Tendremos mucho tiempo para manipular la fórmula después, de modo que deja de preocuparte. Todo saldrá bien. —Palmeó en la espalda a su amigo de la infancia—. Ahora, soluciona este problema.

—Sí…, señor. Partiré hacia Ix de inmediato. —Pese a su inquietud, estaba ansioso por interrogar al investigador jefe acerca de Zoal—. He de solventar un, ummm, asunto personal con Ajidica.

Dos nuevos regimientos Sardaukar llegados de Salusa Secundus desfilaron por la ancha avenida que había ante el palacio. El emperador consideró impresionante y tranquilizador el despliegue. Estos soldados, conducidos por veteranos curtidos en la batalla, fortalecerían sus defensas e intimidarían al Landsraad.

Ante las tropas, Shaddam se encaminó de nuevo a la Sala de Oratoria vestido de gala. Había invocado su privilegio soberano de convocar una sesión de emergencia del Landsraad. Sus asesores le dirían qué miembros de las Casas nobles no se habían molestado en enviar representantes.

Se sentó en su carroza acolchada, tirada por leones de Harmonthep. Delante, la Gran Sala se alzaba como una montaña, sobrepasada en tamaño tan solo por el palacio que había detrás. Bajo los cielos siempre perfectos de Kaitain, ensayó su discurso. Como tiburones que hubieran probado una gota de sangre diluida, el Consejo del Landsraad olfatearía la menor huella de debilidad.

Soy el emperador de un Millón de Planetas. ¡No tengo nada que temer!

Cuando el desfile llegó al arcoiris de banderas que ondeaban sobre la Sala del Landsraad, los leones domesticados se arrodillaron y doblaron las patas bajo el cuerpo. Guardias Sardaukar formaron una barrera uniformada para que el emperador pudiera pasar a través de las altas puertas. Esta vez no había llevado a su esposa enferma, ni tampoco necesitaba el apoyo moral de sus asesores, la Cofradía o la CHOAM.
Soy el líder. Puedo hacerlo solo.

Con la fanfarria apropiada, su presencia fue anunciada a gritos. La cámara cavernosa estaba llena de palcos privados, sillas elevadas y bancos largos, algunos adornados con exceso, otros eran austeros y se habían utilizado pocas veces. La concubina del duque Leto estaba sentada al lado del embajador de Caladan, para reforzar la presencia de la Casa Atreides. Shaddam intentó localizar asientos vacíos que indicaran las Casas ausentes.

Los aplausos resonaron en la sala, pero la recepción pareció un poco forzada. Mientras recitaban sus numerosos títulos, además del de «Protector del Imperio», Shaddam aprovechó el tiempo para ensayar de nuevo. Por fin, subió al estrado.

—He venido para informar a mis subditos de un asunto grave. —Había ordenado que amplificaran el sistema de altavoces solo durante su discurso, para que sus palabras retumbaran en la sala—. Como emperador, es mi deber y responsabilidad hacer cumplir las leyes del Imperio con imparcialidad y firmeza.

—¡Pero sin ceñirse a los procedimientos legales! —gritó un disidente, una voz apenas audible en la inmensidad de la sala. Guardias Sardaukar, en especial los nuevos reclutas, ya estaban avanzando entre las filas para identificar al hombre, quien intentaba sin éxito confundirse entre el mar de caras.

Shaddam frunció el ceño, una pausa lo bastante larga para que el público notara que vacilaba.
Muy mal.

—Como dijo en una ocasión el príncipe heredero Raphael Corrino, mi estimado antepasado, «La ley es la ciencia definitiva». Enteraos bien —cerró el puño, pero siguiendo el consejo de Fenring procuró contener su agresividad, con la esperanza de mantener una apariencia paternal—, yo soy la ley del Imperio. Yo apruebo los códigos. Míos son el derecho y la responsabilidad.

Otros representantes se apartaron del disidente, y los Sardaukar se abalanzaron sobre él. Shaddam había dado órdenes explícitas de evitar el derramamiento de sangre…, al menos durante su discurso.

—Algunas familias nobles han sido castigadas porque prefirieron hacer caso omiso de la ley imperial. Nadie puede afirmar que Zanovar o Richese no eran conscientes de sus acciones ilegales.

Descargó un puñetazo sobre el atril. El micrófono transportó las vibraciones como un trueno a todo la sala. Se elevaron murmullos del público, pero nadie se atrevió a hablar.

—Si las leyes no fueran cumplidas, si los culpables no sufrieran las consecuencias de sus delitos, el Imperio se desintegraría en el caos y la anarquía. —Antes de encolerizarse más, ordenó que empezaran las holoproyecciones—. Observad Beakkal. Todos.

Imágenes tridimensionales llenaron la cámara gubernamental, un ominoso montaje de selvas desertizadas y bosques agostados. Módulos de vigilancia no tripulados, lanzados por la flota Sardaukar en órbita, habían enviado cámaras teledirigidas sobre las espesas selvas para captar la extensión de la plaga biológica.

—Como podéis ver, este planeta desleal ha sufrido las consecuencias de una terrible plaga botánica. Como emperador, para protegeros a todos, no permitiré que violen la cuarentena que he impuesto.

Hermosas hojas verdes viraron a marrón y después a un negro purpúreo. Los animales morían de hambre. Los troncos de los árboles adquirían un aspecto gelatinoso y se derrumbaban.

—No podemos correr el riesgo de que la plaga se extienda a otros planetas. Planetas leales. Por lo tanto, y pensando únicamente en la seguridad de mis subditos, he situado un cordón militar alrededor del planeta rebelde. Incluso después de que la plaga se desvanezca, el ecosistema de Beakkal tardará siglos en recuperarse.

No intentó fingir pesar por la perspectiva.

Desde el asedio, el pueblo de Beakkal había tomado drásticas medidas, quemado selvas o arrojado ácidos corrosivos en un intento de aislar la plaga, pero nada funcionaba. Continuaba esparciéndose por todo el planeta. El humo se elevaba hasta el cielo. Brotaban incendios por doquier.

A continuación, se proyectaron holograbaciones del primer magistrado, suplicando ayuda, pronunciando discurso tras discurso a los Sardaukar, que caían en el vacío. El Supremo Bashar Garon no permitiría que nadie escapara.

Después de que Shaddam terminara su deleznable exhibición, con el público sumido en un aturdido silencio, el archiduque Armand Ecaz pidió permiso para hablar. Considerando el duro tratamiento que había recibido el reprobo, Shaddam se sorprendió al ver que el admirado duque tenía todavía valor para dar la cara.

Entonces, el emperador recordó un informe reciente, en el que se informaba de que la Casa Ecaz había capturado y ejecutado en público a veinte «saboteadores» grumman, guerrilleros enviados supuestamente al planeta para dejar reservas de especia que acusaran a sus rivales. Quizá el desalmado vizconde Moritani había aprovechado la preocupación de Shaddam para atacar de nuevo con impunidad. Pensó que le gustaría escuchar al archiduque.

—Con el debido respeto, Vuestra Majestad Imperial —dijo el hombre de pelo plateado con voz fuerte desde el hemiciclo—, acepto que hagáis cumplir las leyes imperiales y la cuarentena de Beakkal. Sois la encarnación de la justicia en el Universo Conocido. Vos mismo prestasteis un gran servicio a la Casa Ecaz cuando nos defendisteis de la agresión grumman, hace diez años.

»Pero formulo esta pregunta para que podáis contestarla sin ambages, de modo que mis estimados colegas de esta asamblea no sigan en la ignorancia.

Shaddam se puso rígido cuando el archiduque hizo un ademán que abarcó la sala.

—Debido a los horrores que nos infligieron las máquinas pensantes durante la Jihad Butleriana, la Gran Convención prohíbe todo tipo de armas biológicas, así como restringe el uso de armas atómicas. Tal vez deberíais hablar al respecto, Majestad, porque algunos de los presentes no entienden cómo es posible que hayáis desatado semejante plaga sobre Beakkal sin violar las normas.

Shaddam consideró que el archiduque había formulado la pregunta de una manera aceptable. En el Imperio existía una larga tradición de discusiones y desavenencias corteses entre las familias nobles, incluida la todopoderosa Casa Corrino.

—Habéis comprendido mal los acontecimientos relativos a Beakkal, archiduque. Yo no he desatado ninguna plaga sobre Beakkal. Yo no soy el responsable.

Más murmullos, pero Shaddam fingió no oírlos.

—Pero ¿cuál es la explicación, señor? —insistió Armand Ecaz—. Solo deseo aumentar mis conocimientos sobre la ley del Imperio, para servir mejor a la Casa Corrino.

—Un objetivo admirable —dijo Shaddam en tono desenvuelto, admirado por la astuta diplomacia de las frases—. Después de recibir pruebas inquietantes de una reserva de especia ilegal en Beakkal, mi flota Sardaukar se acercó con la intención de imponer un bloqueo, hasta el momento en que el primer magistrado contestara a las acusaciones lanzadas contra él. Sin embargo, la población beakkali atemorizada cometió un acto de piratería, y secuestró dos naves de suministros que llevaban a bordo un cargamento contaminado, el cual iba a ser enviado a una estación de investigaciones biológicas aislada. Yo no participé en el robo de las dos naves. Yo no diseminé la plaga. Los propios beakkali llevaron la muerte a su planeta.

Los murmullos crecieron de intensidad, preñados de incertidumbre.

—Gracias, señor —dijo el archiduque Ecaz, y volvió a su asiento.

Más tarde, cuando salió de la Sala de Oratoria del Landsraad, Shaddam se sintió muy complacido consigo mismo, y caminó con paso más juvenil.

82

Los conquistadores desprecian a los conquistados por dejarse aplastar.

Emperador F
ONDIL
III, El Cazador

Ix, por fin.

Oculto a los sensores, el módulo de combate Atreides parecía otro meteoro más en su descenso. Gurney Halleck, que pilotaba la nave, confiado en que la Cofradía cumpliría el acuerdo de guardar el secreto, dirigió la nave hacia las regiones polares del planeta tecnológico. A su lado, el príncipe Rhombur iba sentado en silencio, mientras recordaba.

De nuevo en casa, al cabo de veintiún años. Ojalá Tessia estuviera con él.

Antes de abandonar el crucero, cuando los dos hombres se encerraron en el pequeño módulo de combate, el auditor de vuelo de los ojos separados les había despedido.

—La Cofradía os observa, príncipe Rhombur, pero no podemos ofreceros ayuda, nnnn, ni apoyo explícito.

Rhombur había sonreído.

—Lo comprendo. Pero podéis desearnos suerte.

El auditor de vuelo se había quedado sorprendido.

—Si eso significa algo para vos, nnnn, lo haré.

Mientras el módulo atravesaba el océano de aire, Gurney se quejó de que demasiados miembros de la Cofradía conocían su identidad y sospechaban su misión clandestina. Que él supiera, el compromiso de secretismo de la Cofradía nunca había sido violado, pero aceptaban sobornos.

—Piensa en lo que ha sufrido el comercio interestelar desde que la Casa Vernius perdió el control de Ix —dijo Rhombur, más orgulloso y fuerte que nunca—. ¿Crees que la Cofradía preferiría mantener a los tleilaxu en el poder?

La cicatriz de tintaparra de Gurney adquirió un tono rojizo. Mientras el casco del módulo empezaba a recalentarse, continuó el descenso, aferrando la barra de control con ambas manos.

—La Cofradía Espacial no es aliada de nadie.

El rostro céreo de Rhombur no expresó la menor emoción.

—Si empezaran a revelar los secretos de sus pasajeros, su credibilidad se vendría abajo. —Meneó la cabeza—. La Cofradía sabrá lo que tramamos en cuanto empiecen a transportar fuerzas Atreides hacia Ix.

—Lo sé, pero sigo preocupado. Demasiadas cosas se han torcido. Hemos permanecido incomunicados en Empalme durante un mes, sin poder ponernos en contacto con el duque Leto. No sabemos si el plan sigue el calendario previsto. Es como precipitarnos de cabeza en la oscuridad. «El hombre sin preocupaciones es el hombre sin aspiraciones».

Rhombur se sujetó cuando la nave esférica se inclinó.

—Leto cumplirá su promesa. Y nosotros también.

Aterrizaron con violencia en una zona desértica del norte de Ix. El módulo se posó sobre capas de nieve, rodeada de hielo y rocas. Sin que nadie los detectara. El túnel secreto practicado en las cercanías había sido proyectado para que la familia Vernius pudiera escapar de un desastre subterráneo. Ahora se había convertido en la oportunidad de Rhombur de infiltrarse en el planeta que le habían arrebatado.

Los dos hombres trabajaron en la fría noche, desmontaron y volvieron a ensamblar las piezas del módulo. Había partes desmontables del casco diseñadas para readaptarse en formas diferentes. Numerosas armas podían quitarse y distribuirse entre los aliados. Compartimientos de plasacero estaban llenos de alimentos empaquetados.

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