La Casa Corrino (69 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La Casa Corrino
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Leto se apoderó del comunicador del oficial y lo sujetó a la solapa de su uniforme rojo.

—Conseguíos otro. —Indicó hacia el fondo del pasillo—. Stivs, tomad la mitad de estos hombres y registrad la parte norte de este nivel. Los demás, venid conmigo.

Leto aceptó un bastón aturdidor, pero siguió con la mano apoyada sobre el puño enjoyado de la daga ceremonial que el emperador le había regalado años antes. Si su hijo había sufrido el menor daño, un simple bastón aturdidor no sería suficiente.

Piter de Vries se quedó petrificado, con el gom jabbar apoyado sobre su garganta. Un simple roce, y el veneno le mataría al instante. Las manos de Anirul temblaban demasiado para el gusto del mentat.

—No puedo derrotaros —dijo en un suspiro, con cuidado de no mover la laringe. Sus dedos aflojaron la presa alrededor del niño envuelto en una manta. ¿Sería suficiente eso para distraer su atención? Tan solo conseguir que vacilara un instante.

En la otra mano sostenía la daga ensangrentada.

Anirul intentaba separar sus pensamientos del clamor interior. Si bien cuatro de sus hijas eran demasiado pequeñas para comprender, la mayor, Irulan, había sido testigo de la degeneración física y mental de su madre. Lamentaba que Irulan lo hubiera visto, deseaba poder dedicar más tiempo a su hija, educarla para que fuera una Bene Gesserit de primer orden.

Enterada de que había un asesino suelto en el palacio, la esposa del emperador había acudido al estudio y el cuarto de jugar para comprobar que las niñas estaban a salvo. Había sido el acto valiente e impulsivo de una madre.

El mentat se encogió, y ella apretó más con la aguja. Un diamante de sudor brillaba en la frente del mentat y resbalaba poco a poco sobre su sien. Daba la impresión de que la escena iba a durar eternamente.

El bebé se agitó en sus brazos. Aunque no era el niño que la Hermandad había esperado para sus planes trascendentales, todavía era un vínculo con una red más compleja de lo que Anirul podía comprender. Como madre Kwisatz, su vida se había centrado en impulsar los pasos finales del programa de reproducción, primero con el nacimiento de Jessica, y después de este bebé.

Los vínculos genéticos se habían ido purificando tras milenios de refinamiento. Pero en un nacimiento humano, incluso con los poderes y talentos de las madres Bene Gesserit, no podía garantizarse nada. La certidumbre absoluta no existía. Después de diez mil años, ¿era posible acertar en una sola generación? ¿Podía ser este bebé el Elegido?

Contempló los ojos vivaces e inteligentes del niño. Aun recién nacido, poseía cierta presencia y erguía la cabeza con firmeza. Sintió que algo se agitaba en su mente, un rumor ininteligible.
¿Eres tú el Kwisatz Haderach? ¿Has llegado una generación antes?

—Tal vez… deberíamos hablar de esto —dijo De Vries, sin apenas mover la boca—. Un callejón sin salida no nos sirve a ninguno de los dos.

—Tal vez no debería perder más tiempo y matarte.

Las voces intentaban decirle algo, advertirla, pero no podía entender nada. ¿Y si la habían enviado a estas habitaciones del palacio, no para cuidar de sus hijas, sino para salvar a este bebé especial?

Oyó un batiburrillo de voces, como una ola gigantesca que se acercara, y recordó el intenso sueño del gusano que huía de un perseguidor silencioso por el desierto. Pero el perseguidor ya no guardaba silencio. Era una multitud.

Una voz clara se impuso sobre las voces; la vieja Lobia, con su voz irónica y sabia, que hablaba en tono tranquilizador. Anirul vio las palabras que surgían de la boca teñida de safo del secuestrador, un reflejo ondulante en la ventana de plaz opuesta.

Pronto te reunirás con nosotras.
El momento de sorpresa provocó que saltara hacia atrás. El gom jabbar resbaló de su mano y cayó al suelo. Dentro de su cabeza, Lobia gritó una desesperada advertencia.
¡Cuidado con el mentat!

Antes de que la aguja envenenada tocara el suelo, De Vries ya había hundido la daga en su carne, atravesando el hábito negro.

Cuando la primera exclamación surgió de la boca de Anirul, la apuñaló de nuevo, y una tercera vez, como una víbora enloquecida por el calor.

El gom jabbar besó el suelo con el ruido de un cristal al romperse.

Ahora, las voces rugían alrededor de Anirul, más altas y claras, ahogaban el dolor.

—El niño ha nacido, el futuro ha cambiado…

—Vemos un fragmento del plan, una losa del mosaico.

—Comprende esto: el plan Bene Gesserit no es el único.

—Ruedas dentro de ruedas…

—Dentro de rudas…

—Dentro de ruedas…

La voz de Lobia sonaba más alta que las demás, más consoladora.

—Ven con nosotras, observa más…, obsérvalo todo…

Los labios agonizantes de lady Anirul Corrino temblaron con lo que habría podido ser una sonrisa, y comprendió de repente que, a fin de cuentas, este niño remodelaría la galaxia y cambiaría el curso de la humanidad más de lo que el ansiado Kwisatz Haderach podría haber esperado.

Notó que caía al suelo. Anirul no podía ver a través de la niebla de su muerte inminente, pero comprendió una cosa con absoluta certeza.

La Hermandad perdurará.

Mientras la madre Kwisatz se desplomaba al lado de su aguja envenenada, De Vries salió corriendo al pasillo con el bebé en brazos. Se desviaron por un pasadizo lateral.

—Será mejor que seas digno de tantos problemas —murmuró al niño envuelto. Ahora que había matado a la esposa del emperador, Piter de Vries se preguntó si alguna vez conseguiría salir del palacio con vida.

108

Todas las pruebas conducen inevitablemente a proposiciones que carecen de prueba. Todas las cosas se conocen porque queremos creer en ellas.

Libro Azhar
de la Bene Gesserit

A bordo de su nave insignia, el emperador Shaddam Corrino no tenía la intención de regresar a Kaitain en tanto continuara la auditoría de las operaciones de especia en Arrakis. En cuanto la CHOAM hubiera declarado culpable al barón, tenía algo más en mente. Algo drástico. Era su gran oportunidad, y no la iba a desperdiciar.

Desde su camarote privado, Shaddam veía que los acontecimientos se iban desarrollando tal como él esperaba. Aunque llevaba uniforme militar, sus opulentos aposentos imperiales estaban llenos de comodidades desconocidas para los austeros Sardaukar.

Hizo llamar al Supremo Bashar para que compartiera con él un banquete gastronómico, a puerta cerrada, en teoría para hablar de estrategia, pero la verdad era que al emperador le gustaba escuchar las historias bélicas sobre las campañas del viejo militar. De joven, Zum Garon estuvo preso en Salusa Secundus, un esclavo capturado durante una incursión a un planeta lejano. Aunque mal armado y adiestrado, Garon había exhibido tanta valentía y dotes para la lucha que los Sardaukar lo habían reclutado. Su carrera había sido un éxito, y parecía que su hijo Cando seguía los pasos del veterano soldado, al mando de las legiones secretas destinadas en Ix.

Shaddam se relajó un momento después de comer y contempló la cara curtida de Garon. El Supremo Bashar apenas había probado los platos exóticos, y no había sido un buen compañero de mesa. Garon parecía preocupado por el asedio de Arrakis.

Las naves de la Cofradía continuaban impidiendo toda actividad en los desiertos, y Shaddam esperaba con la avidez de un chismoso empedernido el momento de averiguar los errores y tapaderas que los inspectores habían descubierto.

En este asunto, la CHOAM y la Cofradía Espacial estaban convencidas de que eran aliadas del emperador, partes integrales de un acoso a la Casa Harkonnen. El emperador solo confiaba en que podría destruir la única fuente de melange natural antes de que sospecharan la verdad. Después, tendrían que acudir a él para recibir amal.

Cuando una lanzadera en la que viajaban el delegado de la Cofradía y el auditor mentat de la CHOAM llegó desde Carthag, guardias Sardaukar escoltaron a los dos visitantes hasta el lujoso camarote de Shaddam. Los dos hombres hedían a melange.

—Hemos terminado, señor.

Shaddam se sirvió una copa de vino de Caladan dulce. Zum Garon estaba sentado frente a él en una rígida postura militar, como si estuvieran a punto de interrogarle. El delegado de la Cofradía y el auditor mentat permanecieron en silencio hasta que la puerta del camarote se cerró.

El mentat se adelantó, sosteniendo un cuaderno al que había transferido el resumen mental de sus resultados.

—El barón Vladimir Harkonnen ha cometido multitud de transgresiones. Ha permitido que un sinfín de presuntas «equivocaciones» no se corrigieran. Tenemos pruebas de sus malandanzas, así como de los detalles que confirman que ha intentado ocultarnos sus manipulaciones.

—Tal como yo sospechaba.

Shaddam escuchaba, mientras el auditor le hacía una sinopsis de las actividades ilegales.

Garon dio rienda suelta a su ira.

—El emperador ya ha demostrado que no vacila a la hora de decretar severos castigos por tales fechorías. ¿Es que el barón no se ha enterado de lo sucedido en Zanovar, o en Korona?

Shaddam cogió el cuaderno del mentat y echó un vistazo al texto y las cifras. No significarían gran cosa para él si no se sentaba durante horas con un intérprete, algo que no tenía la menor intención de hacer. Había estado convencido de la culpabilidad del barón desde el primer momento.

—Poseemos pruebas irrefutables de delitos cometidos contra el Imperio —dijo el delegado, bastante intranquilo—. Por desgracia, señor…, no hemos encontrado lo que buscábamos.

Shaddam alzó el cuaderno.

—¿A qué os referís? ¿No demuestra esto que la Casa Harkonnen ha violado la ley imperial? ¿No merece el castigo?

—Es cierto que el barón acumuló especia, manipuló cifras de producción y burló los impuestos imperiales. Pero hemos analizado muestra tras muestra de la especia contenida en los embarques y las instalaciones de carga Harkonnen. Hasta el último gramo de melange es pura, sin pruebas de que haya sido contaminada.

El delegado albino titubeó. Shaddam pareció impacientarse.

—Eso no es lo que esperábamos, señor. Sabemos gracias a nuestros análisis que los Navegantes de nuestros cruceros extraviados murieron debido al gas de especia contaminado. También sabemos que las muestras tomadas en la reserva ilegal de Beakkal eran químicamente corruptas. Por consiguiente, esperábamos descubrir impurezas en Arrakis, sustancias inertes utilizadas por el barón para aumentar la cantidad de melange, al tiempo que disminuían su calidad, introduciendo así los venenos sutiles que ocasionaron varios desastres.

—Pero no hemos descubierto nada de esa naturaleza —concluyó el mentat.

El Supremo Bashar se inclinó hacia delante, con las manos convertidas en puños.

—Sin embargo, aún tenemos pruebas suficientes para expulsar a la Casa Harkonnen.

El delegado de la Cofradía aspiró una profunda bocanada de gas de especia.

—En efecto, pero eso no contestará a nuestras preguntas.

Shaddam frunció los labios en lo que pretendía ser una expresión de preocupación. Ojalá estuviera Fenring a su lado para presenciar la escena, pero en este momento su ministro de la Especia ya estaría preparando los primeros embarques de amal. Las piezas estaban encajando a su entera satisfacción.

—Entiendo. Bien, no obstante, el Bashar y yo determinaremos una respuesta adecuada —dijo. Dentro de unos días, el asunto estaría liquidado. Contempló el cuaderno del mentat—. Hemos de estudiar esta información. Tal vez mis asesores personales encontrarán una teoría que explique la especia alterada.

Como conocía los cambios de humor del emperador, y presentía que los dos invitados ya habían sido despedidos, Zum Garon se levantó de la mesa y se dispuso a acompañarles hasta la puerta.

Cuando la puerta se cerró de nuevo, Shaddam se volvió hacia su Supremo Bashar.

—En cuanto la lanzadera haya regresado a su crucero, quiero que dispongas estaciones de batalla en toda la flota. Envía mis naves de guerra para que tomen posiciones desde las que puedan disparar a placer sobre Carthag, Arrakeen, Arsunt y todos los demás centros poblados del planeta.

Garon recibió la bomba con expresión impenetrable.

—¿Como en Zanovar, señor?

—Exactamente.

Sin la menor advertencia, la armada Sardaukar descendió desde los cruceros hasta rozar la atmósfera de Arrakis. Sus cañoneras se abrieron, dispuestas a disparar. Shaddam estaba sentado en el puente de mando, daba órdenes y hacía declaraciones en una holograbadora, más para sus memorias y la posteridad que para otra cosa.

—El barón Vladimir Harkonnen ha sido declarado culpable de graves delitos contra el Imperio. Auditores independientes de la CHOAM e inspectores de la Cofradía han descubierto pruebas irrefutables que apoyan esta sentencia. Tal como ya demostré en Zanovar y Korona, mi ley es la ley del Imperio. La justicia Corrino es rápida e implacable.

La Cofradía pensaría al principio que se estaba echando un farol, pero se llevarían una desagradable sorpresa. Con sus fuerzas ya dispersas, en cuanto empezara la lluvia de destrucción, los Sardaukar tardarían muy poco en arrasar el planeta desierto y destruir toda la melange.

Los Navegantes de la Cofradía necesitaban ingentes cantidades de especia. Las Bene Gesserit también eran clientes habituales, y cada año consumían más cantidades a medida que aumentaba su número. La mayor parte del Landsraad era adicta. El Imperio nunca podría pasar de la sustancia.

Soy su emperador, y harán lo que yo diga.

Aún sin el consejo del conde Fenring, lo había reflexionado a fondo, considerado todas las posibilidades. Una vez destruido Arrakis, ¿qué podría hacer la Cofradía? ¿Venir en sus naves y acorralarle aquí? No se atreverían. Porque en ese caso, no recibirían ni un solo gramo de especia sintética.

Desconectó la grabadora y empezó la cuenta atrás del bombardeo.

Las cosas serán diferentes en el Imperio después de esto.

109

Mi vida terminó el día que los tleilaxu invadieron este planeta. Durante todos estos años de resistencia, he sido un hombre muerto, sin nada más que perder.

C’
TAIR
P
ILRU
, diarios personales (fragmento)

Las escaramuzas continuaban en el subsuelo, entre fábricas ixianas y centros tecnológicos. Los suboides, una vez hubieron dado rienda suelta a su ira y frustración, desgarraban uniformes de los soldados Sardaukar muertos, se apoderaban de armas y disparaban de forma indiscriminada, hasta destruir las pocas líneas de producción existentes.

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