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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Casa Corrino (57 page)

BOOK: La Casa Corrino
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La reverenda madre soltó su mano, y Jessica sintió que flotaba sobre el suelo, cegada por la negrura. Se estremeció, reprimió el pánico.

—Es uno de los programas de reproducción de la Hermandad. Es lo único que sé.

—Este pozo negro de conocimientos ocultos que te rodea contiene todos los secretos del universo. Los temores, esperanzas y sueños de la humanidad. Todo lo que hemos sido y todo lo que podemos lograr. Este es el potencial del Kwisatz Haderach. Es la culminación de nuestros más precisos programas de reproducción, el poderoso varón Bene Gesserit capaz de salvar los abismos del tiempo y el espacio. Es el humano de todos los humanos, un dios con forma humana.

Sin darse cuenta, Jessica apoyó las manos sobre su estómago hinchado, donde su hijo nonato, el hijo del duque Leto, se aovillaba en la seguridad de su útero, donde debía reinar la oscuridad de esta misma cámara.

La voz de su antigua maestra era seca y quebrada.

—Escúchame bien, Jessica: tras miles de años de cuidadosa planificación Bene Gesserit, la hija que llevas en tu seno está destinada a dar a luz al Kwisatz Haderach. Por eso nos hemos preocupado tanto por tu seguridad. Lady Anirul Sadow-Tonkin Corrino es la madre Kwisatz, tu protectora desde el instante de tu nacimiento. Ella ha ordenado que sepas el lugar que ocupas en los acontecimientos que se desarrollan a tu alrededor.

Jessica estaba demasiado abrumada para hablar. Sus rodillas flaquearon en la oscuridad. Por el amor de Leto, había desafiado a la Bene Gesserit. ¡Estaba embarazada de un niño, no de una niña! Y las hermanas no lo sabían.

—¿Comprendes lo que te ha sido revelado, hija? Te he enseñado muchas cosas. ¿Te das cuenta de su importancia?

Jessica habló con voz apenas audible.

—Lo comprendo, reverenda madre.

No se atrevió a confesar su transgresión en ese momento, no se le ocurrió nadie a quien confiar el terrible secreto, y mucho menos a su severa maestra.
¿Por qué no me lo dijeron antes?

Jessica pensó en Leto, en la angustia que había padecido después de la muerte de Victor, por culpa de la traición de su concubina Kailea.
¡Lo hice por él!

Pese a la prohibición de dejarse arrastrar por los sentimientos, Jessica había llegado a creer que sus superioras no tenían derecho a inmiscuirse en el amor de un hombre y una mujer. ¿Por qué le tenían tanto miedo? Todo su adiestramiento no servía para contestar a esa pregunta.

¿Había destruido Jessica el programa del Kwisatz Haderach, arruinado milenios de trabajo? Experimentó una mezcla de confusión, ira y miedo.
Puedo tener más hijas. Si tan importante era, ¿por qué no la habían advertido antes? ¡Malditas sean ellas y sus intrigas!

Sintió la presencia de su profesora a su lado y recordó un día en Wallach IX, cuando habían sometido a prueba su humanidad. La reverenda madre Mohiam había apoyado un gom jabbar envenenado contra su cuello. Un desliz, y la aguja mortífera habría penetrado en su piel, matándola en el acto.

Cuando descubran que no es una niña…

La habitación negra giraba poco a poco, como si estuviera conectada con el tiovivo del jardín. Perdió todo sentido de la orientación, hasta que reparó en que estaba siguiendo a Mohiam hacia un túnel de luz. Las dos mujeres desembocaron en una habitación bien iluminada. El suelo era una pantalla en la que se proyectaba un bosque vertiginoso de palabras.

—Son los nombres y números que describen el programa genético de la Hermandad —dijo Mohiam—. ¿Ves que todos parten de una misma estirpe? Es el linaje que culmina, inexorablemente, en el Kwisatz Haderach, el pináculo.

El suelo brillaba. La reverenda madre hizo un ademán para enseñar a Jessica cuál era su lugar. La joven vio su nombre, y encima otro nombre que designaba a su madre biológica,
Tanidia Nerus
. Tal vez era el real, o quizá estaba en código. La Hermandad guardaba muchos secretos. Los vínculos entre los padres biológicos y los hijos no existían entre las Bene Gesserit.

Un nombre sorprendió a Jessica más que los demás: Hasimir Fenring. Le había visto en la corte imperial, un hombre extraño que siempre estaba susurrando en el oído del emperador. En el árbol genealógico, su linaje se acercaba al deseado pináculo, pero luego se desviaba hacia un callejón sin salida genético.

—Sí —dijo Mohiam, al observar su curiosidad—, con el conde Fenring estuvimos a punto de triunfar. Su madre era una de las nuestras, elegida con el máximo cuidado, pero su desarrollo fracasó. Fue un experimento valioso, pero inútil. Hasta el momento, ignora su papel entre nosotras.

Jessica suspiró, deseó que su vida fuera menos complicada, con respuestas directas en lugar de engaños y misterios. Quería dar a luz al hijo de Leto, pero ahora sabía que habían construido un castillo de naipes sobre este nacimiento. No era justo.

No podría soportar mucho más tiempo la proyección sensorial. Su carga era ya inmensa, y tan secreta que no podía hablar de ello con nadie. Necesitaba tiempo para pensar, una sensación desesperada. Quería huir del escrutinio de Mohiam.

Por fin, el cristal de memoria dejó de brillar, y Jessica se encontró de nuevo en la banqueta del tiovivo. El cielo nocturno estaba tachonado de estrellas. La reverenda madre Mohiam y ella estaban sentadas en un charco de luz.

Jessica sintió que el niño pataleaba dentro de su vientre, con más fuerza que nunca.

Mohiam extendió la mano, apoyó la mano sobre el protuberante estómago de la concubina y sonrió, como si ella sintiera también las patadas del feto. Sus ojos destellaron.

—Sí, es una niña fuerte…, y le aguarda un gran destino.

90

Nos preparan para creer, no para saber.

Aforismo zensunni

Piter de Vries, ataviado con una chaqueta de mangas anchas propia de su condición de embajador, se deslizó furtivamente por detrás de la multitud congregada en la sala de audiencias imperial. Un mentat podía aprender muchas cosas de estas actividades.

Se fue abriendo paso sin llamar la atención, hasta que tuvo frente a él a la concubina embarazada del duque Leto, acompañada de Margot Fenring, la princesa Irulan y otras dos hermanas Bene Gesserit. Casi podía oler a la puta Atreides, veía la luz dorada que se reflejaba en su pelo broncíneo.
Hermosa.
Aún embarazada del cachorro de Leto, seguía siendo deseable. De Vries había utilizado sus credenciales diplomáticas para colocarse de manera que pudiera observar a Jessica y captar cualquier fragmento de conversación que le resultara útil para planificar la audaz acción que tenía pensada.

Shaddam IV estaba sentado en el Trono del León Dorado, y escuchaba al señor de la Casa Novebruns, el cual había solicitado de forma oficial que el feudo de Zanovar fuera transferido a sus dominios. Aunque los Sardaukar del emperador habían convertido las principales ciudades de Zanovar en cicatrices ennegrecidas, lord Novebruns creía que podía extraer materiales en bruto de la zona. Para apoyar su petición, el noble sobrestimaba en gran medida los impuestos que sus nuevos ingresos depararían a la Casa Corrino.

A la Casa Taligari no se le había permitido ni enviar un emisario a la reunión.

De Vries lo encontraba todo muy divertido.

A la izquierda de Shaddam, el trono mucho más pequeño de lady Anirul seguía vacío. El chambelán Ridondo había dado la habitual excusa de que la esposa del emperador estaba indispuesta. Un eufemismo, y toda la corte lo sabía. Según los rumores, se había vuelto loca.

Eso le parecía a Piter de Vries todavía más divertido.

Si lady Anirul había sufrido una crisis nerviosa, si padecía accesos de violencia, resultaría muy eficaz (sin que nadie pudiera acusar a la Casa Harkonnen) que el mentat pervertido pudiera convencerla de atacar a la puta Atreides…

Desde hacía meses, tras el lamentable fallecimiento de su predecesor, Kalo Whylls, De Vries había ejercido las funciones de embajador provisional Harkonnen. Durante ese tiempo había acechado en las sombras del palacio, sin hablar casi con nadie, procurando pasar desapercibido. Observaba día tras día las actividades de la corte y analizaba las interacciones de las diferentes personalidades.

Era muy peculiar que Jessica siempre estuviera rodeada de otras hermanas, como gallinas cluecas, lo cual era absurdo. ¿Qué estaban tramando? ¿Por qué la protegían hasta tal punto?

No sería fácil deshacerse de ella ni del bebé del duque. Prefería acabar con Jessica antes de que diera a luz, para así matar dos pájaros de un tiro, pero hasta el momento no había gozado de la menor oportunidad. Además, el mentat no tenía la intención de sacrificar su vida por el barón. Su lealtad no llegaba a tanto.

De Vries miró por encima del hombro de un cortesano que tenía delante, y vio a Gaius Helen Mohiam, que ocupaba su lugar habitual a un lado del emperador, dispuesta a cumplir sus deberes de Decidora de Verdad cuando fuera requerida.

Aun desde lejos, pese a la gente y las actividades que se interponían entre ellos, Mohiam le fulminó con la mirada. Muchos años antes, De Vries había utilizado un aturdidor para que el barón pudiera dejarla embarazada de la hija que la Bene Gesserit le había exigido. El mentat se lo había pasado en grande, y no le cabía duda de que Mohiam le mataría si tenía ocasión.

De repente, sintió otros ojos clavados en él, y vio que otras brujas se movían en su dirección. Retrocedió entre la multitud y se alejó de Jessica.

Como todas las Decidoras de Verdad, Gaius Helen Mohiam consideraba que los intereses de la Bene Gesserit estaban por encima de todos los demás, incluidos los del emperador. Ahora, la principal prioridad de la Hermandad consistía en proteger a Jessica y a su hija.

La presencia furtiva del mentat Harkonnen preocupó sobremanera a Mohiam. ¿Por qué se interesaba tanto Piter de Vries en Jessica? Era evidente que la espiaba, siempre acechando. Era un momento muy delicado, pues el día del parto se acercaba…

Mohiam decidió dar otro paso para pillar desprevenido al mentat. Reprimió una sonrisa e hizo una seña a una hermana apostada al fondo de la sala de audiencias, la cual susurró a su vez en el oído de un guardia Sardaukar. Mohiam podía utilizar un oscuro precedente legal que aún constaba en los libros. Un verdadero mentat lo sabría de memoria, pero de Vries no era un verdadero mentat. Había sido creado, y pervertido, en los tanques tleilaxu.

El soldado se internó entre la multitud, mientras lord Novebruns continuaba explicando sus proyectos al emperador. El guardia agarró a De Vries por el cuello de la chaqueta cuando intentó retirarse hacia el fondo de la estancia. Tres guardias acudieron en su ayuda, y acallaron las protestas del mentat mientras le arrastraban hacia una entrada lateral. La escaramuza duró apenas unos momentos, pero casi nadie se dio cuenta. En su trono, el emperador parecía muy aburrido.

Mohiam accedió al pasillo a través de un gabinete.

—He solicitado una revisión en profundidad de vuestras credenciales diplomáticas, Piter de Vries. Hasta que no haya concluido la investigación, se os prohibirá entrar en la sala de audiencias cuando el emperador Padishah esté hablando de asuntos de estado.

De Vries se quedó petrificado. Su rostro enjuto adoptó una expresión de incredulidad.

—Eso es ridículo. Soy el embajador oficial de la Casa Harkonnen. Si no se me permite estar en presencia del emperador, ¿cómo voy a cumplir los deberes que el barón me ha encargado?

Mohiam se acercó más al hombre y entornó los ojos.

—Es muy poco frecuente que un mentat sea nombrado embajador.

De Vries la miró, mientras analizaba lo que en su opinión era un simple juego de poder.

—Sin embargo, la documentación oficial se ha tramitado y aprobado. Kalo Whylls fue cesado y el barón me ordenó que ocupara su lugar.

Intentó alisar sus ropas.

—Si vuestro predecesor fue «cesado», ¿cómo es que no se presentó la documentación del viaje? ¿Cómo es que Whylls jamás firmó la aceptación de su cese?

De Vries sonrió con sus labios manchados.

—¿Os dais cuenta de su incompetencia? No me extraña que el barón quisiera nombrar a una persona de más confianza para un puesto tan importante.

Mohiam hizo un gesto a los guardias.

—Hasta que este asunto no haya sido investigado a plena satisfacción, este hombre no puede aparecer en la sala de audiencias, ni en presencia del emperador Shaddam. —Dedicó un cabeceo condescendiente al mentat—. Por desgracia, los trámites pueden prolongarse durante meses.

Los guardias miraron a De Vries como si constituyera una amenaza. A una orden de Mohiam, dejaron a los dos solos en el pasillo.

—Siento la tentación de mataros —le espetó Mohiam—. Haced una proyección, mentat. Sin vuestro aturdidor oculto, no tenéis la menor posibilidad contra mis habilidades guerreras.

De Vries puso los ojos en blanco.

—¿Se supone que esas bravatas de colegiala han de impresionarme?

Mohiam fue directa al grano.

—Quiero saber por qué estáis en Kaitain, y por qué estáis siempre al acecho de lady Jessica.

—Es una mujer muy atractiva. Me fijo en todas las bellezas de la corte.

—Vuestro interés por ella es excesivo.

—Y vuestros juegos muy aburridos, bruja. Estoy en Kaitain para atender a asuntos importantes del barón Vladimir Harkonnen, como su legítimo emisario.

Mohiam no le creyó ni por un momento, pero el hombre había esquivado la pregunta sin decir ninguna mentira descarada.

—¿Cómo es que no habéis presentado peticiones, ni asistido a las reuniones del comité? Yo diría que como embajador valéis muy poco.

—Y yo diría que la Decidora de Verdad del emperador debería tener cosas más importantes que hacer que controlar las idas y venidas de un humilde representante del Landsraad. —De Vries se examinó las uñas de los dedos—. Pero tenéis razón: tengo responsabilidades vitales. Gracias por recordármelo.

Mohiam detectó sutilezas en su lenguaje corporal que demostraban su doblez. Le dirigió una mirada desdeñosa cuando el hombre se alejó con excesiva rapidez. Estaba convencida de que se proponía hacer daño a Jessica, y tal vez a la niña. No obstante, Mohiam le había puesto en guardia. Confiaba en que De Vries no cometería ninguna locura.

Si desoía su advertencia, empero, estaría muy satisfecha de tener una excusa para eliminarle.

Cuando estuvo fuera del alcance de la vista de la bruja, De Vries se quitó la chaqueta desgarrada y la arrojó a un criado que pasaba, vestido con bata y pantalones blancos. Cuando el hombre se agachó para recoger la prenda, el mentat le dio una patada en la nuca, lo bastante fuerte para dejarle inconsciente sin matarle. Había que mantenerse en forma.

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