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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Casa Corrino (60 page)

BOOK: La Casa Corrino
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—Levenbrench Torynn, podemos ayudar a los supervivientes del planeta, mientras vuelven a plantar sus cosechas con cepas más resistentes. ¿Negaréis comida y medicamentos a una población que muere de hambre? Ese no es el propósito oficial de este bloqueo.

—Ninguna nave puede pasar —insistió Torynn—. Se ha decretado la cuarentena.

—Lo entiendo, pero no lo comprendo. Ni vos tampoco, al parecer. Hablaré con vuestro oficial superior.

—El Supremo Bashar está ocupado en otros asuntos —dijo el Levenbrench, en tono implacable.

—En tal caso, procuraremos mantenerle aún más ocupado.

Hawat concluyó la transmisión y ordenó a sus naves que avanzaran, sin prisas, sin desviarse de su curso.

Las dos corbetas intentaron cortar el paso a la formación, pero el mentat envió veloces órdenes en el código de guerra Atreides. La flotilla se abrió en abanico alrededor de las naves de guerra. El Levenbrench continuó enviando señales, cada vez más frustrado cuando comprobó que el mentat hacía caso omiso de sus órdenes.

Por fin, Torynn pidió más refuerzos. Thufir sabía que los Sardaukar nunca perdonarían al oficial por ser incapaz de detener a un grupo de naves de carga desarmadas.

Siete naves de mayor tamaño se desgajaron de la red que rodeaba Beakkal, y se acercaron a las naves Atreides. El mentat sabía que era un momento peligroso, porque el Supremo Bashar Zum Garon, un veterano como el propio Hawat, estaría alerta, convencido de que se trataba de una trampa o una añagaza destinada a dejar el planeta indefenso. El rostro de Hawat no traicionaba la menor emoción. Era una treta, en efecto, pero no la que los Sardaukar esperaban.

Por fin, el sombrío Bashar le habló.

—Os han ordenado que deis media vuelta. Obedeced de inmediato, o seréis destruidos.

Thufir percibió que los miembros de su tripulación estaban inquietos, pero se mantuvo firme.

—En tal caso, no cabe duda de que seréis relevado de vuestro mando, señor, y el emperador tendrá que sufrir durante mucho tiempo las repercusiones políticas de disparar sobre naves pacíficas y desarmadas, que llevan ayuda humanitaria a una población afligida. Shaddam Corrino ha dado débiles excusas para justificar vuestras brutales agresiones. ¿Cuál será su justificación esta vez?

El veterano militar enarcó sus pobladas cejas.

—¿A qué jugáis, mentat?

—Yo no juego a nada, Supremo Bashar Garon. Pocas personas se toman la molestia de desafiarme, porque un mentat siempre gana.

Garon resopló.

—¿Queréis hacerme creer que la Casa Atreides envía ayuda a Beakkal? No hace ni ocho meses, vuestro duque bombardeó este planeta. ¿Se ha ablandado Leto?

—No comprendéis el sentido del honor Atreides, del mismo modo que vuestro Levenbrech no entiende los principios de la cuarentena —repuso Thufir con frialdad—. Leto el Justo castiga cuando es preceptivo, y ofrece ayuda cuando es necesario. ¿No son esos los principios por los que se rige la Casa Corrino desde la batalla de Corrin?

El Bashar no contestó. Lanzó una orden en código cifrado. Cinco naves más se desviaron de la órbita y rodearon a la flotilla Atreides.

—Os negamos el paso. Las órdenes del emperador son tajantes. Thufir probó otra táctica.

—Estoy seguro de que su Majestad Imperial Shaddam IV no impediría a su primo reconciliarse con el pueblo de Beakkal. ¿Por qué no se lo preguntamos? Yo puedo esperar, mientras vos perdéis el tiempo…, y la gente continúa muriendo en ese planeta.

Ninguna otra familia del Landsraad osaría desafiar el bloqueo imperial, sobre todo en el actual estado de ánimo veleidoso de Shaddam. Pero si Thufir Hawat lograba su propósito, en nombre de Leto, tal vez otras familias se sentirían obligadas, aunque solo fuera por vergüenza, a proporcionar ayuda al pueblo de Beakkal, e infundirle energía para combatir la plaga botánica. Tal vez considerarían su iniciativa un acto de censura pasivo contra las recientes acciones del emperador.

El mentat continuó.

—Enviad un mensaje a Kaitain. Contad al emperador nuestras intenciones. No existe la menor posibilidad de que nos contaminemos si utilizamos cajas de vertido orbitales para entregar nuestra carga. Conceded al emperador Shaddam la oportunidad de demostrar la bondad y generosidad de la Casa Corrino.

—Os desviaréis hacia Sansin, Thufir Hawat —dijo el Supremo Bashar Garon, en tanto las naves de guerra Sardaukar estrechaban su cerco alrededor de la flotilla Atreides—. Esperaréis a recibir más instrucciones. En este preciso momento, un crucero se dispone a despegar de la estación de tránsito. Iré en persona al palacio imperial y transmitiré vuestra petición al emperador.

Las naves de guerra escoltaron a la flotilla de Hawat hasta el asteroide.

El mentat dirigió un postrer comentario al recalcitrante Bashar.

—No perdáis más tiempo, señor. El pueblo de Beakkal se está amotinando, y aquí tenemos comida. No posterguéis su entrega.

No obstante, la verdad era que Thufir estaba muy satisfecho de que su maniobra de distracción ocupara a las fuerzas imperiales.

La flotilla Atreides esperó en Sansin durante todo un día, después de que el Supremo Bashar partiera. Después, en el momento preciso, Hawat envió un mensaje codificado a sus naves de suministros, que despegaron de la estación de tránsito y se dirigieron con absoluta confianza hacia Beakkal, sin hacer caso de las renovadas protestas de la flota Sardaukar.

Otro oficial les conminó a detenerse.

—Cesad en vuestro avance, o lo consideraremos una amenaza. Os destruiremos.

Al parecer, el infortunado Levenbrech Torynn había sido relevado del mando.

El bloqueo militar reaccionó con un gran despliegue de actividad, pero Hawat sabía que si el Supremo Bashar no se atrevía a disparar contra ellos, ningún oficial de menor rango correría el riesgo.

—Nadie os ha dado esa orden. Nuestras provisiones son perecederas, y los habitantes de Beakkal están muriendo de hambre. Vuestro injusto aplazamiento ya ha costado miles, tal vez millones de vidas. No agravéis vuestro crimen, señor.

El oficial, presa del pánico, envió más mensajes y activó sus armas, pero Hawat guió sus naves a través de la red. Tardarían días en recibir una respuesta de Kaitain, aunque fuera con el correo más veloz.

Las naves Atreides orbitaron sobre los centros de población más afectados. Las compuertas de las bodegas se abrieron, y gigantescas cajas de vertido cayeron hacia la superficie. Al mismo tiempo, Thufir transmitió un mensaje a los ciudadanos, en el que ensalzaba la clemencia del duque Leto y les animaba a aceptar aquellos regalos en nombre de toda la humanidad.

Había esperado que un primer magistrado consternado le contestara, pero el mentat averiguó mediante una comunicación con tierra que los disturbios ya le habían costado al político la vida. Su aterrado sucesor insistía en que no existía ningún resentimiento contra la Casa Atreides, sobre todo ahora.

Era muy probable que las naves Sardaukar impidieran a la flotilla Atreides salir del sistema, pero Thufir afrontaría ese problema a su debido tiempo. Confiaba en haber hecho lo necesario, que consistía en suscitar preocupación en Kaitain.

Ahora, podía permitirse el lujo de esperar. Según el plan del duque Leto, las fuerzas de asalto Atreides estarían a punto de atacar Ix.

Cuando una nave correo recién llegada partió a toda prisa del complejo de Sansin y fue interceptada por la nave insignia Sardaukar, Hawat supuso que el Supremo Bashar Garon regresaba en ella.

Una hora después, el mentat se sorprendió al recibir la noticia de que el emperador no se había dignado dar una respuesta a lo que él llamaba «el problema sin importancia Atreides» en Beakkal. En cambio, había requerido la presencia de su Supremo Bashar. Cuando interceptó un mensaje por radio entre naves, Thufir averiguó que era para «un nuevo ataque en toda regla».

Las proyecciones mentales de Thufir Hawat no habían previsto esta eventualidad. Su mente dio vueltas, sin encontrar una solución. ¿Un nuevo ataque en toda regla? ¿Se refería a Ix, o a un desquite imperial contra Caladan? ¿El duque Leto ya había perdido la partida?

Todas las extrapolaciones que sugerían su compleja mente le alarmaban. La coincidencia era terrible.

Tal vez Leto había sido arrastrado hacia el desastre, a fin de cuentas.

95

Ser un buen hombre no siempre equivale a ser un buen ciudadano.

A
RISTÓTELES
de la Vieja Tierra

Aunque el duque Leto no solía hacer viajes oficiales a Kaitain, su llegada al palacio imperial despertó poco interés. Una gran actividad política y diplomática tenía lugar en el edificio. Nadie prestaba atención a un duque más.

Acompañado por un pequeño séquito de criados, Leto se dirigió hacia el ala de recepciones del palacio en un transporte diplomático. El aire olía a jazmín y potenciadores aromáticos, que disimulaban los gases de escape de los vehículos. Si bien estaba abrumado por las preocupaciones (Duncan y los soldados Atreides, Thufir y su intento de burlar el bloqueo de Beakkal, el preocupante silencio de Rhombur y Gurney), conservaba el porte sereno de un diplomático y líder al frente de una misión importante.

Pese a las presiones, ardía en deseos de ver a Jessica. Su hijo nacería dentro de pocos días.

Guardias con librea corrían al lado del elegante vehículo ingrávido. Tenía al menos tres siglos de antigüedad, con asientos de velva rojos. El adorno del capó en forma de león dorado se movía a izquierda y derecha, abría las fauces, desnudaba los dientes, y hasta rugía cuando el chófer de bigote negro tocaba la bocina.

El artilugio no impresionaba en especial al duque. En cuanto pronunciara su discurso ante el Landsraad, añadiría más leña al fuego. El ataque contra Ix enfurecería a Shaddam, y Leto temía que los daños serían irreparables. Pero estaba dispuesto a sacrificarlo todo con tal de cumplir su deber. Hacía demasiado tiempo que perdonaba la injusticia. El Imperio jamás debía considerarle blando e indeciso.

A lo largo de la ruta de avenidas pavimentadas con cristales, banderas Corrino ondeaban. Inmensos edificios se alzaban hacia un cielo sin nubes, demasiado perfecto para el gusto de Leto. Prefería el clima cambiante de Caladan, incluso la belleza de las tormentas impredecibles. Kaitain estaba demasiado domesticado, lo habían transformado en una caricatura tomada prestada de un videolibro de fantasía.

El vehículo se detuvo ante la puerta de recepción del palacio, y los guardias Sardaukar les indicaron por señas que entraran. El león mecánico rugió de nuevo. Se veían armas por todas partes, pero Leto solo tenía ojos para la plataforma de llegada. Contuvo el aliento.

Lady Jessica le estaba esperando con un vestido de paraseda dorado ceñido a su cuerpo redondo y destacaba su abdomen, pero tanta elegancia no pudo hacer sombra a su belleza cuando le sonrió. Cuatro hermanas Bene Gesserit la rodeaban.

Cuando Leto bajó a la acera, lady Jessica vaciló, y después se precipitó hacia él, con paso todavía ágil pese a su tamaño. Jessica se detuvo, como preocupada por si abrazarle en público sería inconveniente. Sin embargo, las apariencias no importaban a Leto. Salvó el espacio que les seperaba y le dio un beso largo y apasionado.

—Deja que te mire. —La apartó un poco hacia atrás para admirarla—. Ay, eres tan adorable como una puesta de sol.

Su rostro ovalado estaba bronceado por el tiempo que había pasado en el solario. No llevaba joyas, ni tampoco las necesitaba.

Leto apoyó la mano sobre el estómago y la retuvo allí, como si intentara sentir los latidos del corazón del bebé.

—Parece que he llegado justo a tiempo. No se te notaba cuando me dejaste solo en Caladan.

—No has de parir un bebé, sino un discurso, mi duque. ¿Podremos estar juntos algún rato?

—Por supuesto. —Adoptó un tono más distante cuando reparó en la mirada de las Bene Gesserit, como si estuvieran tomando notas de su comportamiento. Una de ellas, al menos, daba muestras de desaprobación—. Después de mi discurso al Landsraad, quizá necesite esconderme. —Le dedicó una sonrisa irónica—. Por lo tanto, agradeceré muchísimo tu compañía, mi dama.

En aquel momento, el emperador Shaddam salió de la residencia imperial, mientras guardias, ayudantes y asesores revoloteaban a su alrededor como mosquitos: oficiales Sardaukar, caballeros con trajes hechos a medida, damas de peinados espectaculares, criados que llevaban maletines y baúles ingrávidos. Una impresionante barcaza procesional surgió del hangar, pilotada por un hombre alto oculto por completo bajo prendas holgadas, como si fuera una bandera viviente.

El emperador parecía preparado para la guerra. Había cambiado su capa de piel de ballena y la cadena de su rango por un uniforme gris Sardaukar adornado con galones dorados, charreteras y un yelmo negro de Burseg. Iba cepillado y limpio, desde la piel a las botas negras relucientes, pasando por las medallas que cubrían su pecho.

Al ver al duque, Shaddam se dirigió hacia él, complacido en exceso consigo mismo. Jessica hizo una reverencia, pero el emperador no le prestó atención. Al igual que Leto, Shaddam IV tenía facciones y nariz aguileñas. Y al igual que Leto, ocultaba secretos importantes.

—Lamento que asuntos importantes me impidan recibirte como te mereces, primo. Las fuerzas Sardaukar requieren mi presencia para una operación de suma importancia.

Una inmensa flota de guerra le esperaba en la zona de estacionamiento de tropas, tantas naves cargadas de soldados y material que habían necesitado tres cruceros de la guía para transportarlos, junto con dos cruceros más de escolta, en una exhibición de arrogancia y poderío de la propia Cofradía.

—¿Es algo de lo que deba preocuparme, señor?

Leto intentó disimular su angustia. ¿Estaría jugando Shaddam con él?

—Todo está controlado.

Leto trató de reprimir su alivio.

—Había confiado en que estaríais presente durante mi discurso ante el Landsraad, señor.

De hecho, había confiado en plantar cara al emperador, apoyado por otros nobles.
¿Una operación de suma importancia? ¿Dónde?

—Sí, sí, estoy seguro de que tu anuncio será muy importante. ¿La inauguración de una nueva pesquería o algo por el estilo en Caladan? Por desgracia, el deber me llama.

Su voz de barítono era agradable, pero sus ojos verdes brillaban con fría crueldad.

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