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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Casa Corrino (26 page)

BOOK: La Casa Corrino
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—Sé que será peligroso. Los grandes hombres corren grandes peligros, Leto. —Rhombur descargó su puño sobre la mesa, con más fuerza de lo que pretendía. Las piezas del tablero saltaron como si un terremoto hubiera sacudido su diminuto mundo. Miró su mano protésica y la levantó con cautela de la mesa—. Lo siento. —Sus expresiones eran más dramáticas que antes, más cargadas de emociones—. Mi padre, madre y hermana han muerto. Soy más máquina que carne, nunca podré tener hijos. ¿Qué puedo perder?

Leto esperó a que terminara. El príncipe se estaba encolerizando, como siempre que salía el tema de Ix. Lo único positivo de la terrible tragedia del dirigible era que parecía haber galvanizado su mente y aclarado sus ideas. Ahora era mucho más enérgico, tenía objetivos definidos. Era un hombre, un hombre nuevo, con una misión.

—La amnistía condicional del emperador Shaddam fue un gesto vacío, al aceptarlo me volví acomodaticio. ¡Durante años! Me convencí de que la situación podía mejorar si me limitaba a esperar. ¡Pues bien, mi pueblo no puede esperar más! —Hizo ademán de golpear otra vez la mesa con el puño, pero cuando Leto se encogió, se contuvo. Su rostro se suavizó y adoptó una expresión suplicante—. Ha pasado demasiado tiempo, Leto, y quiero ir. Aunque lo único que haga sea entrar de tapadillo y localizar a C’tair. Juntos, podríamos inducir a la rebelión al populacho.

Rhombur contempló el tablero, sus múltiples niveles y complejidades reflejaban la vida en muchos sentidos. Extendió la mano protésica, apretó los dedos y alzó la pieza de una hechicera, que movió por el tablero.

—Ix te devolverá hasta el último solari invertido en la campaña militar, más un generoso interés. Además, enviaría técnicos ixianos a Caladan para que revisaran todos vuestros sistemas, industria, gobierno, transportes, pesca, agricultura, y asesoraran a tu pueblo sobre cómo potenciarlos. Los sistemas son la clave, amigo mío, junto con la ultimísima tecnología, por supuesto. Proporcionaríamos las máquinas ixianas necesarias, gratis durante el período de tiempo que acordáramos. Digamos diez años, o veinte. Llegaríamos a un acuerdo.

Leto frunció el ceño, estudió el tablero y efectuó su movimiento. Subió un nivel la pieza de un crucero para capturar al Navegante de su contrincante.

—Todas las Casas del Landsraad —dijo Rhombur, con una mirada indiferente al tablero—, incluida la Casa Atreides, se beneficiarán de la caída de los tleilaxu. Los productos ixianos, que en otro tiempo eran considerados los más seguros e ingeniosos del universo, ahora siempre se averian, debido a que el control de calidad de las fábricas tleilaxu es inexistente. Además, ¿quién puede confiar en los productos tleilaxu, aunque funcionen?

Desde el regreso de sus espías, Leto había seguido reflexionando sobre las numerosas preguntas que la información había suscitado en él. Si los tleilaxu no eran expulsados, no cabía duda de que aprovecharían su conquista para crear problemas a lo largo y ancho del Imperio. ¿Qué estaban haciendo con las fábricas de armamento ixianas? Los tleilaxu eran capaces de formar nuevos ejércitos y equiparlos con la última tecnología militar.

¿Por qué estaban los Sardaukar en el planeta? Leto concibió una terrible idea. Teniendo en cuenta el tradicional equilibrio de poder que reinaba en el Imperio, la Casa Corrino y sus Sardaukar contrarrestaban, más o menos, la fuerza militar del conjunto de Grandes Casas del Landsraad. ¿Y si Shaddam intentaba inclinar ese equilibrio en su favor, aliándose con los tleilaxu? ¿Era eso lo que estaban haciendo en Ix?

Leto desvió la vista del tablero.

—Tienes razón, Rhombur. Basta de jueguecitos. —Adoptó una expresión seria—. Ya me he cansado de la política cortesana y de las apariencias, y me da igual cómo me juzgue la historia. La justicia es mi principal preocupación, y el futuro del Landsraad, incluida la Casa Atreides.

Capturó otra pieza de Rhombur, pero dio la impresión de que el príncipe no se daba cuenta.

—No obstante —continuó Leto—, quiero asegurarme de que no deseas hacer un gesto extravagante pero inútil, como tu padre. Su fallido ataque con armas atómicas contra Kaitain habría causado graves problemas en todo el Imperio, y la Casa Vernius no habría logrado nada.

Rhombur asintió con su pesada cabeza.

—Habría desencadenado toda clase de espantosas venganzas sobre mí, y, de rebote, sobre ti, Leto.

Hizo un veloz movimiento estratégico en el tablero, lo cual permitió que Leto ascendiera otro nivel de la pirámide.

—Un buen líder debe prestar atención a los detalles, Rhombur. —El duque dio unos golpecitos sobre el tablero para reprenderle—. Los grandes planes no sirven de nada si los cabos no están bien atados.

Rhombur se ruborizó.

—Soy más experto con el baliset que con los juegos.

Leto tomó otro sorbo de té frío, y después tiró el líquido restante por encima de la balaustrada del balcón.

—Esto no será sencillo. Sí, creo que la rebelión ha de empezar desde dentro, pero tiene que producirse un ataque fulminante desde fuera. Hay que coordinarlo todo con precisión.

El viento arreció. Barcos de pesca y botes volvían a puerto, para esquivar la inminente lluvia. En el pueblo, los hombres empezaron a guardar piezas sueltas, recoger velas y anclar las embarcaciones.

Una criada se apresuró a retirar la taza de té vacía y la bandeja de bocadillos que había llevado una hora antes. Se trataba de una mujer entrada en carnes, de pelo pajizo, que frunció el ceño al observar las nubes de tormenta.

—Debéis entrar ya, mi duque.

—Hoy tengo ganas de quedarme hasta el último momento.

—Además —añadió Rhombur—, aún no le he ganado.

Leto emitió un gemido exagerado.

—En ese caso, nos quedaremos aquí toda la noche.

Cuando la criada se retiró, tras lanzar una mirada de desaprobación por encima del hombro, Leto miró fijamente a Rhombur.

—Mientras trabajas con la resistencia clandestina ixiana, yo movilizaré fuerzas militares y me prepararé para un ataque a gran escala. No te dejaré ir solo, amigo mío. Gurney Halleck te acompañará. Es un gran guerrero y contrabandista…, y ya ha estado en el corazón de Ix.

La grisácea luz del día se reflejó en el cráneo metálico de Rhombur cuando este asintió.

—No rechazaré su ayuda. —Gurney y él solían tocar el baliset y cantar juntos. El noble ixiano ensayaba durante horas para dominar la coordinación, utilizaba sus dedos de cyborg para pulsar las cuerdas con delicadeza, aunque su voz no mejoraba—. Gurney también era amigo de mi padre. Querrá vengarse tanto como yo.

El viento azotó el pelo negro de Leto.

—Duncan te proporcionará material y armas. Un módulo de ataque camuflado, oculto en los páramos ixianos, puede producir muchos daños, si se utiliza bien. Antes de que vayas, decidiremos una fecha y una hora precisas para nuestro ataque desde el exterior, coordinado con la revuelta interior. Tú golpeas al enemigo en el estómago, y cuando se doble en dos, mis tropas asestarán el golpe definitivo.

Rhombur cambió de lugar otra pieza, mientras hablaban de los movimientos de tropas y las armas que iban a utilizar. Después de tanto tiempo, los tleilaxu no esperarían un ataque frontal, pero sus aliados Sardaukar eran otra historia.

Leto se inclinó hacia delante para levantar un capitán Sardaukar, perfecto en todos sus detalles, y moverlo desde la base de la pirámide hasta el vértice superior.

—Me encanta que te concentres en los planes, Rhombur. Ocupa tu mente, concentra tus pensamientos.

Derribó la pieza más importante de Rhombur, el emperador Corrino sentado en una diminuta representación del Trono del León Dorado.

—Y cuando no prestas atención al juego, me resulta más fácil ganarte.

El príncipe sonrió.

—Eres un enemigo formidable, la verdad. Es un honor para mí, y una gran suerte, que seamos aliados en el campo de batalla.

36

El hombre participa en todos los acontecimientos cósmicos.

Emperador I
DRISS
I,
Legados de Kaitain

Para cada día que Jessica pasaba en la corte imperial, lady Anirul encontraba una diversión más extravagante. En teoría, la joven era una simple dama de compañía, pero la esposa del emperador la trataba como si fuera una invitada, y rara vez le encargaba tareas importantes.

Una noche, Jessica fue con el emperador y su mujer al Centro de Artes Interpretativas Hassik III en una carroza privada. Enormes leones de Harmonthep tiraban del exquisito vehículo esmaltado. Su piel de color crema y enormes patas eran más adecuadas para viajar por montañas escarpadas que para recorrer las calles de la ciudad más gloriosa del Imperio. Los animales domesticados avanzaban con paso majestuoso, entre las multitudes que llenaban las aceras, y sus músculos ondulaban a la luz del crepúsculo. Para acontecimientos públicos como este, equipos de especialistas les hacían la manicura en las garras, lavaban con champú su pelaje y cepillaban sus melenas.

Shaddam, ataviado con una chaqueta escarlata y pantalones dorados, iba sentado con expresión imperturbable en la parte delantera del carruaje. Jessica no creía que tuviera debilidad por el teatro o la ópera, pero sus asesores debían de haberle señalado las ventajas de hacerse pasar por un gobernante culto. Anirul y Jessica, en un papel secundario, iban en el asiento posterior.

Durante el tiempo que llevaba Jessica en Kaitain, el emperador no le había dirigido más que unas pocas frases. Dudaba incluso de que recordara su nombre. Al fin y al cabo, era una simple dama de compañía, embarazada, y de escaso interés. Las tres princesas mayores (Irulan, Chalice y Wensicia) iban detrás de ellos, en una carroza menos adornada y sin escudo protector. Josifa y Rugi se habían quedado con las niñeras.

Las carrozas imperiales frenaron ante el edificio del Centro Hassik III, un edificio cavernoso provisto de una excelente acústica y ventanas prismáticas. Los espectadores podían ver y oír las representaciones de los talentos más creativos del Imperio, sin perderse un susurro o un matiz, incluso desde los asientos más alejados.

Arcos veteados de mármol, flanqueados de fuentes luminosas, señalaban la entrada reservada al emperador y su séquito. Las fuentes despedían arcos de aceites perfumados. Las llamas azules consumían casi todo el combustible, antes de que las gotas cayeran en los estanques de forma romboidal.

Hassik III, uno de los primeros gobernantes que se habían establecido en Kaitain después de la destrucción de Salusa Secundus, abrumó de impuestos a sus subditos, casi hasta arruinarlos, con el fin de reconstruir la infraestructura gubernamental. Los miembros del Landsraad, que habían jurado no dejarse superar por la Casa Corrino, habían construido sus propios monumentos en la floreciente ciudad. Al cabo de una generación, la vulgar Kaitain se había transformado en un asombroso espectáculo de arquitectura imperial, museos y una desenfrenada autocomplacencia burocrática. El Centro de Artes Interpretativas era solo un ejemplo.

Anirul, preocupada, contempló el imponente edificio, y después volvió sus ojos redondos hacia Jessica.

—Cuando te conviertas en reverenda madre, experimentarás los prodigios de la Otra Memoria. En mi pasado colectivo —alzó una mano esbelta, desprovista de anillos o joyas, con un gesto elegante que abarcaba todo cuanto las rodeaba—, recuerdo cuando construyeron esto. La primera representación fue una obra antigua, bastante divertida:
Don Quijote
.

Jessica enarcó las cejas. En clase, Mohiam le había enseñado durante años cultura y literatura, política y psicología.

—Don Quijote
se me antoja una elección muy curiosa, mi señora, sobre todo después de la tragedia de Salusa Secundus.

Anirul estudió el perfil de su marido, mientras miraba por la ventanilla de la carroza. Shaddam estaba ensimismado en la fanfarria metálica y las multitudes que agitaban banderas en su honor.

—En aquel entonces, los emperadores se permitían tener sentido del humor —contestó.

El séquito imperial bajó de las carrozas y atravesó el arco de entrada, seguido por una fila de criados que llevaban una capa de piel de ballena para el emperador. Las damas de compañía cubrieron los hombros de Anirul con un chal forrado de piel, aunque menos impresionante. El séquito entró en el Centro de Artes Interpretativas con lenta precisión, para que los espectadores y reporteros gráficos captaran hasta el último detalle.

Shaddam subió una cascada de peldaños relucientes hasta el espacioso palco imperial, lo bastante cerca del escenario para que pudiera distinguir los poros de los rostros de los actores, si se molestaba en prestar atención. Tomó asiento en una butaca almohadillada, de menor tamaño para que el emperador pareciera más grande y dominante.

Anirul se sentó a su izquierda, sin dirigirle la palabra, y continuó su conversación con Jessica.

—¿Has visto alguna representación de una compañía oficial de Jongleur?

Jessica negó con la cabeza.

—¿Es verdad que los Maestros Jongleurs poseen poderes sobrenaturales, que les permiten despertar emociones incluso en la gente de corazón más duro?

—Por lo visto, los Jongleurs utilizan una técnica de resonancia hipnótica similar a la usada por la Hermandad, aunque solo para optimizar sus representaciones.

—En ese caso, ardo ya en deseos de ver la obra —dijo Jessica, al tiempo que movía a un lado su cabello rojo.

Esta noche, iban a ver
La sombra de mi padre
, una de las mejores piezas de la literatura posbutleriana, una obra que había procurado un lugar destacado en la historia al príncipe heredero Raphael Corrino, como héroe reverenciado y erudito respetado.

Varios camareros, escoltados por guardias Sardaukar, entraron en el palco imperial y ofrecieron copas de vino espumoso al emperador, su mujer y la invitada de esta. Anirul pasó una copa a Jessica.

—Una excelente cosecha de Caladan, parte del envío que tu duque mandó como obsequio, para darnos las gracias por cuidarte. —Tocó el estómago redondeado de Jessica—. Aunque yo diría que no está muy contento de que hayas venido, según lo que Mohiam me dijo.

Jessica se ruborizó.

—Estoy segura de que el duque Atreides tiene problemas más serios de qué ocuparse para pensar en una simple concubina. —Adoptó una expresión plácida, para disimular el dolor que le causaba su ausencia—. Estoy segura de que está tramando algo grande.

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