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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #ciencia ficción

La batalla de Corrin (62 page)

BOOK: La batalla de Corrin
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Si pudiera desconectar sus sistemas de soporte vital, si pudiera morir a voluntad… al menos así se aseguraría de no revelar ninguna información vital.

Pero tenía que aguantar aquel castigo, esperar a que se presentara la ocasión para devolver el golpe, sobre todo ahora que sabía que había traicionado una información tan importante. Él no era un cobarde como Xavier Harkonnen. Estaba dispuesto a dar su vida en combate contra aquellos híbridos, pero no derrocharía sus esfuerzos por nada. No actuaría a menos que creyera que tenía alguna posibilidad de perjudicar a los titanes.

Cuando de pronto su vista volvió con una llamarada de luz, sus fibras ópticas reconectadas le mostraron una forma móvil y un contenedor cerebral modernos que reconoció como los de Juno. Le dieron ganas de salir corriendo, o de soltarle una coz. Si hubiera podido utilizar su mente para crear unos brazos poderosos, la habría estrangulado, pero no tenía esa opción.

—Nos gustaría llevarte con nosotros —dijo Juno—. Hoy vas a volar.

Fue tan maravilloso como le habían prometido, y Quentin los odió por eso. Aunque le había mentido muchas veces, Juno no había exagerado aquellas sensaciones.

Los neos instalaron su contenedor cerebral en una nave estilizada diseñada para llevar a los cimek a campos de batalla interestelares. Conforme el grupo se alejaba de Hessra, Quentin se sintió como un águila elevándose con alas de acero. Podía dejarse llevar por los vientos estelares, sin ningún tipo de traba. O caer eternamente como una rapaz que se abalanza sobre una presa y cambiar de dirección bruscamente, y volver a acelerar.

—Muchos neos experimentan el éxtasis que produce volar —dijo Dante transmitiendo a la cabeza del pequeño grupo—. Si hubieras cooperado, primero Butler, podríamos haberte dejado sentir esto mucho antes.

Por un momento, Quentin había olvidado el horror de sus circunstancias. Sin embargo, en aquel momento atajó sus sensaciones extáticas y entró en formación cerrada con las otras naves cimek. Podía huir, cambiar de rumbo y volar directo al sol más próximo, como había hecho el traidor Xavier Harkonnen para arrastrar a Iblis Ginjo a la muerte.

Pero ¿con qué propósito? Él quería provocar una gran destrucción entre las filas de cimek. Y cada día la deuda de su venganza era más grande.

Había salido de Hessra con Dante, con todas sus armas desactivadas. Su cuerpo móvil era un ave predadora, pero le habían neutralizado y privado de sus garras. Aun así, siempre podía observar y esperar que se presentara la ocasión.

Agamenón y Juno habían partido hacia otros planetas de su imperio corrupto, y mientras, Dante debía inspeccionar los cinco valiosos planetas que habían atacado recientemente para comprobar los progresos de los dictadores neocimek. Después de sufrir indeciblemente durante más de un siglo de ataques de las máquinas y luego con la plaga, aquella gente se aferraría a lo que fuera. Y los cimek les ofrecían poder e inmortalidad.

Solo hacían falta unos pocos conversos para resquebrajar la sociedad entera. No todos los humanos tenían una voluntad tan fuerte como la de Quentin.

Cuando el grupo se aproximaba a los límites del sistema de Relicon, Dante se sorprendió al ver una fuerza expedicionaria de la Liga llegada de Salusa para inspeccionar y ayudar a la colonia. No sabían que los cimek habían tomado el planeta hacía más de un mes.

Las naves de Dante cambiaron automáticamente a modo de combate: activaron sus armas, cargaron los proyectiles en los tubos de lanzamiento, prepararon los láseres.

—Parece que alguien viene a jugar. —El titán transmitió en la dirección de Quentin, pero los otros neos lanzaron vítores, deseando ya entrar en combate.

Quentin no quería un encuentro con naves del ejército de la Humanidad, y menos cuando vio que la jabalina que encabezaba el grupo era una nave insignia política. Algunos oficiales de alto rango habían acudido en una ronda de inspección, para ofrecer ayuda humanitaria y compensaciones.

—Listos para atacar —dijo Dante—. Hoy conseguiremos un premio inesperado.

Quentin tenía que encontrar una solución. En su nave no llevaba armas, pero si no advertía a las naves de la Liga que los cimek estaban al corriente de la interacción láser/escudo, sería una matanza. Analizando todos los sistemas disponibles a través de los mentrodos, descubrió que podía manipular el sistema de comunicaciones de su nave. Si pudiera cambiar las frecuencias, tal vez, con un poco de suerte, podría enviar una transmisión.

Entonces llegó una señal a través de un canal abierto de banda ancha desde la nave insignia.

—Cimek, enemigos de la humanidad, os habla el virrey Faykan Butler. Habéis atacado estas colonias humanas y ahora debéis afrontar nuestra justicia.

Quentin sintió una oleada de esperanza, luego terror. ¡Faykan! No quería que su hijo mayor le viera de aquella forma. Pero aquel era un pensamiento egoísta… y había demasiado en juego.

Dante se dirigió a las fuerzas neocimek, siguiendo un guión cuidadosamente preparado.

—Que todos los neos abran fuego con armas de proyectiles.

Como una granizada de explosivos, un surtido de torpedos y granadas salió disparado hacia la jabalina insignia y los destructores de la escolta. Quentin seguía tratando de alterar la frecuencia de comunicación de su nave, pero no le habían entrenado para aquello, y le costaba concentrarse en lo que hacía.

Dante seguía gritando, con voz satisfecha y segura.

—Han activado sus escudos, que les hacen vulnerables al láser. Preparados para…

Finalmente, Quentin consiguió gritar por una frecuencia secreta que la Yihad utilizaba hacía tiempo para transmisiones del alto mando.

—¡Faykan! ¡Desconectad los escudos enseguida! ¡Es una trampa!

—¿Quién habla?

Naturalmente, la señal que Quentin envió desde su cabeza no tenía rasgos vocales reconocibles.

—Faykan, van a utilizar armamento láser. Y ya sabes lo que eso significa. ¡Desactiva los escudos antes de que sea tarde!

Al parecer, Faykan le creyó. Eran muy pocos los oficiales y los políticos de la estructura de mando de la Liga que conocían el punto débil de los escudos Holtzman.

—¡Desactivad escudos! ¡A todos los subcomandantes, desactivad escudos inmediatamente!

Aunque muchos se quejaron, el virrey repitió la orden con firmeza. Los escudos protectores se apagaron tan solo un segundo antes de que unos débiles e ineficaces rayos de energía chocaran contra el casco blindado de las naves, provocando solo algunos rasguños y daños superficiales, nada importante. Solo quedaron unas pocas quemaduras. Los cimek volvieron a disparar los láseres, esta vez con más intensidad, pero ninguna de las naves de la Liga activó sus escudos.

Faykan comprendió que la misteriosa transmisión les había salvado.

—¿Quién es? ¿Tenemos un aliado entre los cimek? Identifíquese.

Dante aún no sabía lo que Quentin había hecho.

—Algo ha salido mal, pero tenemos otras formas de lograr nuestro objetivo. —La fuerza de ataque cimek se reagrupó y volvieron a cargar sus armas de proyectiles. Si las naves de Faykan mantenían los escudos desactivados, los explosivos los destrozarían.

—Saca a tus naves de aquí. Yo… si no serás… —dijo Quentin, pero calló, temiendo identificarse—. Confía en mí. Haz… que vuelva a derramar lágrimas de felicidad. —Esperaba que con eso bastara para que su hijo lo adivinara. No se sentía capaz de contar lo sucedido, todavía no. No quería ni pensar que el ejército de la Humanidad pudiera montar una operación de rescate por él, que acudieran a la base de los cimek en Hessra para intentar liberarlo. No, no quería que eso pasara. Él lo único que quería es que Faykan y los suyos huyeran antes de que Dante y sus poderosas naves los destruyeran a todos.

—¡Padre! —contestó Faykan por el canal de comunicación privado—. Primero… ¿es usted? ¡Pensábamos que le habían matado!

—¡Los Butler no somos criados de nadie! —gritó Quentin—. ¡Y ahora marchaos!

Cuando los seguidores de Dante se lanzaron de nuevo al ataque y arrojaron la primera andanada de proyectiles, de pronto Quentin comprendió que podía utilizar su nave como arma. No tenía lanza-proyectiles, pero modificó el rumbo, llevó los motores a su máxima aceleración y se lanzó contra las filas de cimek, obligándolos a dispersarse como un perro que ahuyenta a un grupo de palomas. Las naves de los cimek tuvieron que virar para evitarlo. Por su sistema de comunicación Quentin oyó que parloteaban y discutían lo que debían hacer.

Quentin viró en un intento de chocar con alguno de ellos, pero los neos tenían mucha más práctica con aquellas formas mecánicas. Evitando chocar con él, empezaron a lanzar disparos para inutilizar su sistema de propulsión. De pronto sus palabras se convirtieron en un galimatías, porque empezaron a comunicarse en clave.

Los disparos rebotaban contra el casco, y Quentin trató con más empeño de llegar a Dante. Daría su vida de buena gana si podía llevarse por delante a uno de los tres titanes.

Dante ladeó su cuerpo de combate, y Quentin solo consiguió rozarlo por el costado. Cuando la vibración del impacto se extendió por su cuerpo metálico, el primero intuyó daños, pero no sintió dolor físico. La nave respondía con lentitud, y se preguntó si los daños serían graves.

Le alivió ver que la fuerza expedicionaria de la Liga se replegaba algo confusa, aunque no parecía que fueran a retirarse.

—¡Marchaos! ¡Marchaos enseguida o moriréis todos! —volvió a transmitir.

—¡El primero Butler debe de haberles advertido! —dijo Dante—. Bloquead sus señales.

Una onda de interferencias eliminó la posibilidad de nuevas transmisiones. Ya no podría explicar nada, no podría pedir perdón, ni siquiera podría despedirse de su hijo. Pero había hecho lo que debía. Y ahora la Liga sabría que seguía con vida.

Los disparos de los cimek no destruyeron la nave de Quentin, pero le provocaron los suficientes daños para inhabilitar sus motores y dejarlo flotando a la deriva en el espacio. Indefenso e impotente. Una forma ignominiosa de acabar, pensó.

Los cimek tuvieron que remolcarlo hasta Hessra, y por el camino Dante estuvo regañándole y aleccionándole por aquella estupidez. Aun así, Quentin estaba satisfecho. Después de tanto tiempo sintiéndose completamente inútil, por fin había podido hacer algo por la causa de la humanidad. No se había perdido ni una sola vida en aquel encuentro.

Sin duda, en cuanto llegaran a Hessra, el general Agamenón lo dejaría encerrado en su contenedor y le sometería a una eternidad de estímulos dolorosos, si es que le dejaba seguir con vida.

Pero había valido la pena.

77

Los mejores planes evolucionan sobre la marcha. Para que un plan triunfe de verdad, debe cobrar vida propia, una vida muy distinta de nada que su creador hubiera pensado.

B
ASHAR SUPREMO
V
ORIAN
A
TREIDES

Vor siempre había sabido que los titanes seguían libres y que su padre no se quedaría cruzado de brazos para siempre, sobre todo ahora que Omnius estaba confinado. Desde el final de la Yihad, en diecisiete ocasiones se había dirigido al Parlamento de la Liga, insistiendo en que organizaran una operación militar para eliminar a los cimek en Hessra. Pero nadie lo consideraba necesario, y enseguida encontraban otras prioridades.

Siempre subestimarían a Agamenón.

Porce Bludd había hecho sonar las alarmas cuando regresó de Wallach IX con la noticia del ataque de los cimek y la supuesta muerte de Quentin Butler. Después de la oleada de terror provocada por las pirañas mecánicas —sobre las que Vor también había advertido a la Liga— y la aparición de una cepa más mortífera de la plaga en Rossak, Vor estaba seguro de que el gobierno saldría de su estado de complacencia.

Al menos esta vez no lo despacharon enseguida. A pesar de su aspecto juvenil, los representantes parlamentarios sabían que siempre había estado ahí, que era un veterano que había sobrevivido a sus compañeros de armas. Vor exigió una acción inmediata… lo cual se tradujo en meses de debate.

Un escuadrón entero del ejército de la Humanidad había desaparecido, presumiblemente destruido. Y ahora el virrey Faykan volvía con la alarmante noticia de que los titanes conocían el punto débil de los escudos Holtzman, un secreto que se había guardado celosamente durante toda la Yihad.

¡Y Faykan también informó de que habían convertido a su padre en cimek!

Aquello era un ultraje. Vor estaba que echaba humo. Pero al menos, por fin tenían un motivo para emprender algún tipo de acción, aunque seguramente no sería lo bastante rápida o contundente para su gusto.

Debía esperar instrucciones del gobierno pero, mientras llegaban, necesitaba alejarse de la locura de las reuniones diarias de los cultistas de Rayna, de las interminables sesiones del Parlamento, de sus irrelevantes deberes como bashar supremo del ejército de la Humanidad. «¿Cómo hemos podido llegar a esto?». Una parte de él añoraba los días de guerra abierta y enemigos declarados, cuando podía atacar por decisión propia y dejar que las consecuencias se vieran después. Siempre se había burlado de Xavier por su estricto apego a las regulaciones y las órdenes.

Cuando el bashar Abulurd Harkonnen le invitó a visitar un yacimiento arqueológico fuera de la ciudad, Vor aceptó encantado. El oficial recién ascendido le prometió serenidad, aire puro y un lugar donde podrían hablar, cosa que los dos necesitaban desesperadamente.

Aunque en principio se trataba de un pasatiempo, los dos estaban muy serios. Abulurd ya parecía mayor que su mentor, y este lo trataba como si fuera su hermano pequeño. Hacía años que Leronica había muerto, y Vor ya no se molestaba en utilizar maquillaje ni tintes para parecer mayor. En cambio, sus ojos sí reflejaban el paso del tiempo, sobre todo ahora que sabía lo que Agamenón estaba haciendo.

El yacimiento arqueológico estaba a una hora en vehículo al norte de Zimia, en una soleada colina. Durante el trayecto, el chófer militar, un veterano de la Yihad que había recibido una grave herida en el pecho en Honru, no dejó de hablar de lo mucho que deseaba poder seguir ayudando, y dijo que rezaba a santa Serena cada día. Llevaba una pequeña insignia, parcialmente oculta, que lo identificaba como simpatizante del movimiento de Rayna. Su chófer los dejó y fue a buscar una zona a la sombra donde esperarles.

Los dos hombres se dirigieron solos hacia el yacimiento aislado. Leyendo los carteles y evitando sus pensamientos, Abulurd dijo:

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