Tras un momento de vacilación, Ishmael siguió el rastro, furioso: huellas de arrastrar de pies en el polvo, unas cuantas herramientas abandonadas, objetos metálicos adquiridos a un precio desorbitado en Arrakis City. Ishmael recogió una brújula que se veía reluciente y no le sorprendió comprobar que no funcionaba. A continuación encontró un contenedor de agua vacío, envoltorios estrujados de comida. Aunque el tiempo y el desierto borrarían las señales, le disgustaba ver que los extranjeros ensuciaban de aquella forma la pureza virginal del desierto. No tardó en encontrar también ropas desgarradas: endebles tejidos que no estaban hechos para resistir la dureza de aquel clima y el sol implacable.
Finalmente, encontró al intruso. Había descendido por las rocas, hasta caer sobre la arena, para ir siguiendo el límite que separaba las rocas del mar de dunas. Presumiblemente el hombre estaba tratando de volver al nuevo asentamiento, a kilómetros de allí. Ishmael se plantó ante aquel hombre casi desnudo y quemado por el sol, que gemía y tosía. Aún estaba con vida, aunque no por mucho tiempo.
Al menos no si no le ayudaban.
El extranjero alzó su rostro oscuro y cubierto de ampollas, mostrando unos rasgos duros y unos ojos muy juntos, mirando a Ishmael como si fuera un demonio vengador… o un ángel. Ishmael retrocedió. Era el tlulaxa al que él y El’hiim habían conocido en Arrakis City. Wariff.
—Necesito agua —se quejó el hombre—. Ayúdame. Por favor.
Los músculos de Ishmael se pusieron rígidos.
—¿Por qué tendría que ayudarte? Eres un tlulaxa, un negrero. Tu gente destruyó mi vida…
Wariff no parecía haberle oído.
—Ayúdame. En el nombre de… de tu conciencia.
Ishmael tenía provisiones, por supuesto. Nunca habría salido sin estar preparado. No le sobraba, pero siempre podía conseguir más en alguna aldea zensuní. Aquel buscador de especia, que había llegado a Arrakis seducido por la promesa de una riqueza fácil, se había perdido… ¡y eso que ni siquiera había tenido que vérselas con el mar de dunas!
Ishmael se maldijo por su curiosidad. Si se hubiera limitado a acampar, jamás habría encontrado a aquel necio. El tlulaxa habría muerto, como merecía, y nadie se habría enterado. Él no tenía ninguna responsabilidad, ninguna obligación para con aquel hombre. Pero ahora tenía ante él a una persona indefensa y desesperada, y no podía darle la espalda sin más.
De muchos años atrás recordaba los sutras coránicos que su abuelo le había enseñado: «Quien quiera hallar la paz en el exterior, primero debe encontrarla en sí mismo». Y otro: «Los actos de una persona dan la medida de su alma». ¿Había en todo aquello una lección para él?
Con un suspiro, furioso consigo mismo, Ishmael abrió su mochila y sacó un recipiente con agua, y vertió solo un poquito sobre los labios resecos de Wariff.
—Tienes suerte de que no sea un monstruo… como tu gente. —El hombre aferró con avidez el pitorro, pero Ishmael lo apartó—. Solo lo justo para que no mueras.
El explorador inexperto se había alejado de los caminos y había quedado atrapado en el desierto. En Arrakis City, Wariff había rechazado con rudeza la ayuda y el consejo de su hijastro, pero, a pesar de todos sus defectos, él nunca habría permitido que el hombre cometiera un error tan tonto.
Wariff tomó otro trago racionado de agua, y luego Ishmael le dio parte de una oblea de especia que le proporcionaría energía de forma inmediata. Finalmente, se echó el brazo del hombrecito sobre los hombros y lo ayudó a ponerse en pie.
—No puedo llevarte a cuestas hasta el asentamiento más cercano. Tendrás que ayudarme un poco, ya que tú mismo eres el responsable de tu desgracia.
Wariff trastabilló.
—Llévame a la aldea y te daré todo el material que tengo. Ya no me importa.
—Tus baratijas extraplanetarias no tienen ningún valor para mí.
Siguieron andando a trompicones. La noche se extendía ante ellos, iluminada por dos lunas. Un hombre sano podría haber hecho el trayecto en una sola jornada. Ishmael no tenía intención de llamar a un gusano, aunque eso les habría permitido hacer el camino mucho más deprisa.
—Sobrevivirás. En el poblado seguramente podrán darte atención médica.
—Te debo la vida —dijo Wariff.
Ishmael lo miró con desdén.
—Tu vida vale tan poco para mí como tu estúpido material. Vete de mi mundo. Si no eres capaz ni de tomar unas sencillas precauciones para adaptarte al desierto, es que no se te ha perdido nada en Arrakis.
El proceso del pensamiento: ¿dónde empieza y dónde acaba?
Diálogos de Erasmo
Cuando Erasmo se presentó en el desfile militar con su cuerpo, sus recuerdos y su personalidad completamente intactos, Omnius se llevó una sorpresa. Como si nada hubiera pasado, el robot independiente acudió para contemplar las filas de nuevas máquinas de combate y la flota de naves de guerra construida recientemente.
En una imitación deliberada de la pompa de los humanos, Omnius ordenó a sus robots de élite que permanecieran en posición de firmes en un palco, mientras las fuerzas mecánicas desfilaban, andando, rodando, volando. Se estaba preparando para la gran conquista de los hrethgir. El desfile transcurrió por las calles y el espacio aéreo de Corrin City, con sus amplias avenidas y la ciudadela central. El despliegue de armamento superior parecía una extravagancia, algo imponente… e innecesario.
Erasmo ocupó su sitio en la parte delantera del palco y observó. ¿Se suponía que los miles de esclavos humanos tenían que lanzar vítores? Si por él fuera, habría preferido estar con Gilbertus. Incluso la compañía del clon de Serena Butler era más interesante que aquel… espectáculo.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Omnius—. ¿Cómo es que todavía existes?
—¿Debo deducir que habéis dejado de vigilar de forma permanente mi villa con vuestros ojos espía? De otro modo, estaríais al corriente de lo sucedido.
Un enjambre de ojos espía revolotearon alrededor del rostro cambiante del robot, como abejorros furiosos.
—No has contestado a mi pregunta.
—Me pedisteis que estudiara el carácter irracional de las religiones humanas. Parece que he regresado de la muerte. Quizá soy un mártir.
—¡Un mártir! ¿Y quién lloraría la muerte de un robot independiente?
—Os sorprenderíais.
Gilbertus se sentía plenamente satisfecho con la solución al dilema. El propio Erasmo pareció complacido cuando recuperó la conciencia y vio al hombre musculoso ante él entre las flores y las exuberantes plantas del patio del invernadero.
—¿Qué ha hecho Omnius? —Erasmo se irguió, vio la amplia sonrisa en el rostro de Gilbertus—. ¿Y qué has hecho tú, Mentat mío?
—Omnius hizo una copia de su memoria y cuando terminó la destruyó. Exactamente como había previsto.
Por allí cerca, el clon de Serena cogió una luminosa azucena roja y se la acercó al rostro para aspirar su aroma. No les hacía ningún caso.
—Entonces, ¿por qué sigo aquí?
—Padre, está aquí porque demostré iniciativa. —Incapaz de contenerse, Gilbertus corrió a abrazar al robot—. Entregué su memoria a Omnius, como se me ordenó. Sin embargo, las instrucciones no decían explícitamente que yo no pudiera hacer también una copia.
—Una conclusión excelente, Gilbertus.
—Entonces, tu resurrección ha sido un truco, no una experiencia religiosa. Eso no te convierte en mártir. —Los ojos espía rodeaban la cabeza de Erasmo. Todas las actividades del desfile militar se habían detenido—. Y ahora tengo tu perturbadora personalidad y tus recuerdos aislados en mi interior, y al mismo tiempo sigues existiendo fuera de mí. Creo que no he logrado mi objetivo.
El robot formó una sonrisa, aunque a Omnius la demostración de emociones no le decía nada. Sin embargo, ahora que tenía su identidad dentro, quizá una parte de la supermente podría apreciar el gesto.
—Esperemos que vuestra campaña contra los mundos de la Liga tenga mejores resultados.
—Después de analizar internamente tu obsesión por la capacidad artística de los humanos, veo que quizá tu trabajo tenga cierto mérito. Por tanto, de momento seguiré tolerando tu existencia.
—Me complace… seguir con vida, Omnius.
Desde los simuladores de voz de los ojos espía, Erasmo escuchó un sonido que Omnius nunca antes había proferido, algo muy parecido a un bufido de desprecio.
—¡Mártir!
Para fascinación del robot independiente, la supermente parecía entusiasmada con aquel magnífico ejército exterminador llegado de todos los confines de los Planetas Sincronizados. ¿De dónde había sacado Omnius aquella idea de espectáculo? ¿Quién se suponía que era el público? Por lo visto, había copiado el procedimiento del ejército de la Yihad y lo consideraba una parte necesaria de los preparativos para la conquista definitiva.
Erasmo se limpió un poco de mugre de su pulido cuerpo de platino. Su rostro de metal líquido relucía bajo el resplandor rojizo del sol de Corrin. Una vez más, volvió a preguntarse si habría algún fallo intangible en la programación de la supermente primaria, alguna cualidad innata que no pudiera detectarse con un examen directo del núcleo de memoria de la gelesfera. Ocasionalmente, Omnius cometía errores indiscutibles, y su comportamiento parecía extraño… incluso engañoso. Ahora que en su programación tenía también un individuo completamente separado, quizá sería más peligroso que nunca.
La voz de Omnius sonó atronadora desde altavoces invisibles situados a su alrededor y por toda la ciudad.
—Los humanos están debilitados y derrotados, miles de millones de ellos han muerto por causa de nuestra epidemia. Los supervivientes están ocupados tratando de mantener en pie lo que queda de su civilización. De acuerdo con mis naves espía, su número se ha reducido de manera considerable, su gobierno es inefectivo. El ejército de la Yihad es un caos. Ahora podré completar la aniquilación.
»Dado que el enemigo ya no está capacitado para lanzar ofensivas contra mí, he estado reuniendo el grueso de mis naves por todos los Planetas Sincronizados en preparación para la ofensiva final. Todas las industrias están trabajando para mejorar el armamento, los robots de combate, las naves de guerra. Esta fuerza está reunida casi en su totalidad en la órbita de Corrin. Con ella aniquilaré el gobierno humano y Salusa Secundus quedará reducida a un globo estéril.
«Igual que hizo la Armada de la Liga cuando abandonó la Tierra hace tiempo», pensó Erasmo. Como de costumbre, Omnius no tenía ninguna idea original.
—Luego, cuando el resto de la Liga esté desorganizada e indefensa, impondré fácilmente el orden. Y podré exterminar sistemáticamente a esta raza que ha perjudicado tanto y tan innecesariamente a un universo ordenado.
El comentario preocupó a Erasmo. Omnius lo único que sabía era que los humanos eran una amenaza para él y sus dominios; por tanto, la conclusión es que tenía que aniquilarlos. A todos. Pero genéticamente los humanos eran muy interesantes, y a pesar de sus vidas relativamente breves, capaces de una amplia variedad de respuestas emocionales e intelectuales.
Esperaba que no los destruyera a todos.
Mientras miraba al cielo, vehículos aéreos llevaron a un falso escuadrón enemigo a una serie de maniobras cuidadosamente preparadas. El escuadrón finalizó su ataque contra los supuestos enemigos. Con un destello concentrado de armas, destruyeron el falso escuadrón, y fragmentos encendidos de metralla salieron disparados hacia el suelo.
«Qué despliegue tan absurdo», pensó Erasmo.
Allá arriba, la flota gigante estaba siendo armada y aprovisionada, y casi estaba lista para su viaje de un mes a Salusa Secundus.
Cuando no queda ninguna esperanza de supervivencia, ¿qué es mejor, saber que estás condenado o vivir en la ignorancia hasta el final?
P
RIMERO
Q
UENTIN
B
UTLER
, cuadernos militares
La información revelada por la nave espía capturada era innegable.
En cuanto llegaron a Zimia, sin pararse ni a cambiarse el uniforme, Quentin y Faykan solicitaron una audiencia inmediata con los miembros del Consejo de la Yihad disponibles. Una vez en la sala, detrás de las puertas de seguridad, Quentin les mostró la base de datos de la nave, con toda la perturbadora información sobre los puntos débiles de la Liga. Faykan guardó silencio, dejó que hablara su padre. Los miembros del Consejo sacarían las conclusiones evidentes.
—Omnius está planeando atacarnos. Debemos averiguar cómo y cuándo. —Mientras su audiencia lo miraba con perplejidad, Quentin hizo su temeraria propuesta—. Por tanto, propongo enviar una expedición de reconocimiento al corazón del Territorio Sincronizado… a Corrin si es necesario.
—Pero con la plaga y la cuarentena…
—Quizá deberíamos esperar a que regrese el comandante supremo Atreides. Debe de estar a punto de volver de Parmentier…
Quentin los atajó a todos.
—Y, dada la gravedad de la situación, propongo que utilicemos naves con tecnología para plegar el espacio. —Y enfatizó sus palabras con un poderoso gesto del puño—. ¡Debemos averiguar qué está tramando Omnius!
El virrey interino O'Kukovich permanecía en silencio con expresión de profunda concentración. Incluso en las reuniones del Consejo, O'Kukovich escuchaba a todas las partes y esperaba a que llegaran a una decisión consensuada antes de pronunciarse, como si él hubiera tenido algo que ver en el debate. A Quentin le desagradaba, porque lo consideraba un hombre pasivo.
El Gran Patriarca Xander Boro-Ginjo tenía una expresión agradable y atractiva, pero no parecía consciente de la gravedad de la amenaza que pesaba sobre la humanidad. Se había rodeado de aduladores y bellas posesiones, y parecía más impresionado por el collar de mando que llevaba al cuello que por las responsabilidades y el poder que lo acompañaban.
—Pensaba que las naves que pliegan el espacio eran peligrosas.
Faykan le contestó con calma y exactitud.
—Aun así, se pueden utilizar si la situación lo justifica. La tasa de pérdidas es de aproximadamente el diez por ciento, y a los pilotos que las dirigen se les paga muy bien. VenKee ha llevado diversos cargamentos de emergencia de melange a mundos afectados por la epidemia utilizando cargueros equipados con motores Holtzman. Las naves de reconocimiento con estos motores son la única forma de enviar mensajes en un tiempo aceptable.