—No puede matarme… soy el Gran Patriarca.
Thurr entrecerró los ojos, arrugando su frente curtida.
—Mira, Xander, me parece que no lo entiendes. Fui yo quien ideó los bichitos asesinos que Omnius envió contra Zimia, y la plaga. Soy personalmente responsable de más muertes que ningún ser humano de la historia. A estas alturas ya habré matado a unos cien mil millones de personas.
El Gran Patriarca volvió a saltar en un patético intento de huir, pero Thurr lo aferró por la muñeca. De un tirón le obligó a sentarse de nuevo, y le pasó el brazo por el cuello en un gesto informal, casi amoroso. Mientras Xander barboteaba, Thurr apretó, y luego tiró con fuerza hacia atrás, hasta que oyó partirse la columna. Y siguió sujetándolo hasta que dejó de sacudirse y retorcerse.
—Vaya, con este ya hacen ciento uno.
Y, tras dejar que el cuerpo cayera sobre las sábanas, se colocó la cadena de mando alrededor del cuello con orgullo y volvió a salir a la noche. Cuando las alarmas sonaron por fin en la ciudad, horas más tarde, él aún estaba arrebolado de la emoción, pensando en todas las cosas que haría cuando tomara el control.
Una cosa estaba clara, habría que mejorar la seguridad.
Para que haya traición, antes debe haber sonfianza.
B
ASHAR SUPREMO
V
ORIAN
A
TREIDES
,
mensaje privado a Abulurd Harkonnen
Vorian Atreides partió solo en busca de su padre tirano. Sabía que no podía confiar en la letárgica Liga, ni siquiera ante una crisis tan evidente. Él se ocuparía de la amenaza cimek. Personalmente.
Con el corazón apesadumbrado, se separó de Abulurd, que seguiría trabajando en las defensas contra los bichitos mecánicos y reuniría documentos históricos que ayudaran a limpiar el nombre de Xavier Harkonnen. Por el momento, la comisión asignada por la Liga no había hecho gran cosa por aclarar los hechos.
Cuando partió a bordo del
Viajero Onírico
, deseó haber podido volver una vez más a Caladan, para ver a sus hijos. Ese era el destino que había dado ante la Liga, pero no podía ser. Si Estes y Kagin sospechaban que algo iba mal, se sentirían obligados a tratar de disuadirle. O quizá se limitarían a recibirle formalmente, hablarían de cosas inconsecuentes y esperarían a que se fuera para poder seguir con sus vidas.
Al menos no le odiaban, como él a su padre.
Vor nunca había visto un lugar más desolador que Hessra. Durante su viaje en solitario, estuvo visionando holovídeos de la visita de Serena Butler a los pensadores de la Torre de Marfil, pero ni siquiera esas imágenes le habían preparado para tanta desolación.
Vor escogió con cuidado las coordenadas para el aterrizaje —necesitaba un lugar desde donde pudiera ver la antigua fortaleza medio enterrada en el glaciar— e hizo descender la vieja nave de actualizaciones no muy lejos, en el inmenso valle de hielo que había al pie de los picos escarpados. Cuando bajó de la nave negra y plateada, bien abrigado para protegerse del frío y el viento, Vor dio sus primeras bocanadas de aquel aire enrarecido y poco acogedor.
«Estoy en territorio cimek. Podrían eliminarme fácilmente. Enseguida lo sabré». Pero estaba seguro de que su padre querría regodearse, que le interrogaría o le torturaría. Ninguno de los cimek haría nada sin una orden directa del general.
Notó que el hielo vibraba bajo sus pies y levantó la mirada a las torres cubiertas de hielo de la ciudadela. Unas inmensas puertas se abrieron con un sonido atronador bajo las torres. Las máquinas empezaron a salir, un espantoso zoológico formado por máquinas voladoras y artefactos móviles blindados con forma de cangrejo. Cada una de ellas llevaba el contenedor cerebral de un neocimek, de un sirviente de Agamenón. En medio del aire helado, oía el estruendo de los pesados pies mecánicos, el zumbido de poderosos motores, el ominoso sonido de las armas que se estaban preparando.
Pero Vor hizo frente a aquella fuerza de máquinas con cerebro humano, solo, sin miedo. Cruzó los brazos sobre el pecho y apoyó los pies con fuerza, consciente de que parecería engreído y poco impresionado.
Los cimek con formas voladoras pasaron de largo, envueltos en el rugido de sus motores. Las formas móviles de combate avanzaron, con las torretas de artillería extendidas. De sus tiempos como humano de confianza en la Tierra, Vor reconocía muchas de aquellas formas y diseños. «Hubo una época en que lo que más quería en el mundo era ser uno de ellos».
Un cimek volador con formas angulosas revoloteaba a su alrededor, y Vor vio el resplandor de una holocámara enfocando su cara, transmitiendo sin duda a los centros de control de la ciudadela. Vor ladeó la cabeza y gritó:
—Soy Vorian Atreides. Decidle a Agamenón que su hijo ha vuelto. Él y yo tenemos mucho de qué hablar.
El neocimek que flotaba por encima hizo salir unas garras mecánicas y cogió a Vor por el torso. Él no se molestó en resistirse, porque sabía que el neo solo trataba de intimidarle. Si alguno de aquellos subordinados le hacía daño, tendría que enfrentarse a la ira de Agamenón. Eso esperaba.
Sujetando a Vor con sus garras metálicas, tan fuerte que casi no le dejaba respirar, el neo volvió a la ciudadela de los pensadores. En el valle de hielo, otros neos rodearon el
Viajero Onírico
y se adueñaron de la nave de actualización. Algunas de las formas móviles más pequeñas manipularon los controles, tratando de entrar. Vor esperaba que no dañaran la nave. Pero si eso pasaba, ya estaba preparado. Salvar su vida solo era algo secundario.
El neocimek entró con él por una abertura en una gruta excavada bajo la fortaleza. Los cimek habían sacado siglos de hielo glacial, reabriendo cámaras e instalaciones que los pensadores de la Torre de Marfil habían abandonado hacía mucho. En el interior de la cavidad, el neocimek volador depositó a Vor en el suelo. El lugar parecía una zona de almacenamiento o preparación, y el suelo y las paredes estaban cubiertos de escarcha. A su alrededor, Vor vio una gran cantidad de formas cimek móviles, formas voladoras y otras igualmente ominosas, pero sin ningún cerebro conectado.
Vor se sacudió la ropa, respiró hondo y recuperó la compostura. Haciendo caso omiso de la forma voladora que le había dejado allí con tan poca ceremonia, se puso de cara a un túnel desde donde llegaba el retumbar de unos pasos que se acercaban. Un titán, sin duda. Con expresión de calma y determinación, Vor se preparó para reencontrarse con su padre. Llevaba un siglo imaginando aquel momento.
Agamenón apareció, con sus poderosas patas metálicas y el vistoso armamento, tan exagerado como siempre. Sonriendo, Vor miró la torreta de la
cabeza
, con su galaxia de titilantes fibras ópticas.
—Bueno, padre… ¿te alegras de verme?
El cimek se alzaba sobre Vor. Como mínimo tenía el doble de su altura y varias veces su envergadura. Dos brazos mecánicos de tamaño humano aparecieron en la parte frontal del caparazón y abrieron un panel justo delante del contenedor donde estaba protegido el cerebro.
—Lo bastante para convertirte en bocados de carne y hueso. —La voz colérica de Agamenón sonaba como piedras partiéndose—. ¿Por qué has venido?
Vor siguió sonriendo y mantuvo la voz tranquila.
—¿Es este el amor incondicional que muestra un padre a su hijo? Dado que ya has matado a todos tus otros vástagos, pensé que al menos querrías escuchar lo que vengo a decirte. ¿Así me das la bienvenida?
—Darte la bienvenida no es lo mismo que confiar en ti. Por el momento, no haré ni lo uno ni lo otro.
Vor se obligó a reír entre dientes.
—¡Así habla el auténtico general Agamenón! —Vor levantó las manos y se tocó el rostro suave y juvenil—. Mírame, padre. No he envejecido nada gracias al tratamiento de extensión vital al que me sometiste. ¿No crees que te estoy agradecido?
La enorme forma móvil caminó pavoneándose lentamente sobre el suelo helado, haciendo saltar chispas de la roca.
—Eso fue algo que hice cuando aún me eras fiel.
Vor contraatacó con rapidez.
—Ah, sí, cuando tú eras fiel a Omnius. Las cosas cambian.
—Podías haber vivido milenios… como cimek. Pero desaprovechaste la oportunidad.
—Sopesé las diferentes opciones y elegí la mejor. Estoy seguro de que lo entiendes, padre… es exactamente lo que me enseñaste. Después de todo, yo escapé del yugo de Omnius décadas antes que tú.
Agamenón no parecía contento, y no era precisamente paciente.
—¿Por qué has venido?
—Te he traído un regalo. —Los neos retrocedieron, como si pensaran que iba a sacar una bomba—. Yo.
La risa sentida de Agamenón resonó por la caverna.
—¿Y para qué podría quererte?
—He vivido demasiado tiempo entre fracasados. Estoy preparado para reanudar nuestra relación.
—¿Y esperas que me lo crea? —replicó el cimek con tono cáustico—. Traicionaste a las máquinas pensantes para ayudar a los humanos en su Yihad.
—Cierto, pero tú y tus cimek también habéis cambiado de bando, y en más de una ocasión. —Vor se atusó su pelo oscuro—. Me gustaría que escucharas mis motivos y veas si llegamos a la misma conclusión.
Y, tratando de controlar los temblores en aquella cámara helada, expuso una exagerada letanía de fracasos de la Liga, cómo la gente se negaba a implicarse lo bastante para destruir a Omnius en Corrin de una vez por todas, que lo trataban como a una vieja reliquia aunque tuviera el aspecto de un joven inexperto.
—Mi esposa ha muerto, y mis hijos son unos extraños para mí. Una y otra vez, la Liga ha dejado claro que no tiene nada que ofrecer a un viejo caballo de guerra. Están muy ocupados desperdiciando todas las victorias, mis victorias, conseguidas contra los Planetas Sincronizados. No son capaces de ver más allá de unas pocas décadas, y solo les preocupa el futuro más inmediato. No como los titanes, padre, que no se han movido de sus propósitos desde hace más de mil años. Pero, miraos, padre. Un puñado de cimek que se esconden en un planetoide helado aunque ya hace mucho que Omnius fue derrotado. Sinceramente, a ti y los tuyos os iría muy bien mi ayuda.
Agamenón habló con aire ofendido.
—¡Poseemos muchos mundos!
—Mundos muertos y radiactivos que nadie quiere. Y unas pocas colonias que ya estaban debilitadas por la plaga.
—Estamos creando una base de poder.
—Oh, ¿y por eso capturasteis a Quentin Butler y lo habéis convertido en cimek? Evidentemente, necesitáis sangre fresca, gente con talento para ocupar puestos de mando. ¿No preferirías tenerme a mí antes que a un rehén que no coopera?
—¿Y por qué no tenerlos a los dos? —La forma móvil retrocedió, haciendo destellar otro grupo de armas proyectiles—. Es posible que, a no mucho tardar, logremos doblegar a Quentin.
—Yo podría ayudaros con eso. —Vor se acercó al monstruo, poniéndose al alcance de sus poderosas garras de metal—. No te culpo por recelar de mí, padre… después de todo, tú me enseñaste. Pero soy carne de tu carne y sangre de tu sangre, soy tu hijo… tu último hijo. Ya no puedes tener más descendencia. Soy tu última oportunidad de tener un sucesor digno. ¿Quieres aprovecharla o la vas a desperdiciar?
Mientras el comentario hacía su efecto, Vor contempló el despliegue de cargas eléctricas del cerebro que había en el contenedor. Agamenón estiró sus patas mecánicas y levantó a Vor del suelo.
—Contra lo que dicta mi sentido común, te concedo el beneficio de la duda… por ahora. Somos familia otra vez, hijo.
Cuatro días después, estaban fuera, en el frío glaciar, bajo los cielos cuajados de estrellas de la aislada Hessra. El aire era demasiado enrarecido y frío para el cuerpo de Vor, y se había puesto uno de los trajes especiales que trajo con él en el
Viajero Onírico
. Aquella prenda protectora despedía destellos helados.
Allá en lo alto, por un instante, apareció la brillante estela de un meteorito. Y luego se desvaneció para siempre.
—Cuando seas un cimek como nosotros y estés ayudándonos a mí, a Juno y a Dante a establecer la nueva Era de los Titanes, tu perspectiva abarcará milenios, no simples décadas.
Vor tenía que correr para seguir el paso a las largas zancadas de la forma mecánica. Con cierta añoranza, recordó sus años de juventud e inocencia, cuando seguía alegremente a su padre por las calles de la Vieja Tierra. En aquel entonces estaba ciego, engañado, y no veía nada malo en la tiranía de Omnius. Vor estaba orgulloso de servir a las máquinas pensantes como humano de confianza, y ni siquiera se le había pasado por la imaginación que su padre fuera un personaje corrupto.
—¿Recuerdas cuando te esperaba cada vez que volvías de luchar contra los hrethgir? Te atendía, escuchaba tus historias, limpiaba todas tus piezas y sistemas.
—Y entonces me traicionaste —gruñó Agamenón.
Vor no picó el anzuelo.
—¿Preferirías que hubiera seguido luchando para Omnius? De un modo o de otro, habría estado en el bando equivocado.
—Al menos por fin has entrado en razón. Aunque me gustaría que no hubieras tardado un siglo entero en hacerlo. La mayoría de hijos pródigos se habrían muerto de viejos hace tiempo.
Vor rió entre dientes.
—En ese caso, creo que juego con ventaja.
—Tenía otros trece hijos —dijo Agamenón—, y tú eres el mejor dotado de todos.
—Cuando estaba con Seurat —dijo Vor poniéndose más serio—, antes de que… cambiara de bando, descubrí por las bases de datos que fuiste tú quien mató a esos otros hijos.
—Todos eran defectuosos —replicó Agamenón.
—Yo también lo soy. Lo admito. Si lo que querías era perfección, tendrías que haber seguido sirviendo a las máquinas pensantes.
—Yo solo buscaba alguien digno de convertirse en mi sucesor. Recuerda, yo derroqué el Imperio Antiguo, luchando lado a lado con el gran Tlaloc. No podía pasar el cetro de mando a alguien que demostrara debilidad o inseguridad.
—¿Y ninguno de tus otros hijos tenía ninguna virtud?
—Algunos eran lentos, poco ambiciosos, o abiertamente desleales. No podía tolerarlo, así que los maté y empecé de nuevo. Fue como quitar la mala hierba. Hace siglos, antes de convertirme en cimek, almacené bastante esperma, por tanto, no había razón para que me conformara con un heredero mediocre. Pero tú eres el último, Vorian. Como bien sabes, todo mi esperma se perdió con el ataque atómico a la Tierra. Eres el único hijo que me queda… y durante muchas décadas creí que te había perdido.