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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #ciencia ficción

La batalla de Corrin (57 page)

BOOK: La batalla de Corrin
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Ishmael suavizó el tono.

—La añoro tanto como tú. Si la hubiéramos llevado a Arrakis City tal vez habría vivido unos años más conectada a alguna máquina. Pero si Marha hubiera vendido su alma por un poco de comodidad, no sería la mujer a la que yo amaba.

—Pero seguiría siendo mi madre —dijo El’hiim—. A mi padre ni siquiera le conocí.

Ishmael frunció el ceño.

—Pero has escuchado muchas historias sobre él. Deberías conocerlo tan bien como si te hubieras pasado la vida a su lado.

—Eso son solo leyendas, historias que lo convierten en héroe o en profeta, o incluso en un dios. Yo no me creo esas tonterías.

Ishmael arrugó la frente.

—Tendrías que ser capaz de reconocer una verdad cuando la oyes.

—¿Verdad? Descubrir la verdad es más difícil que cribar el polvo de melange de la arena.

Durante un buen rato estuvieron sentados en silencio, y entonces, en un gesto de tregua, Ishmael volvió a contar la historia de su vida en Poritrin. Se apartó del grandioso mito del Montagusanos, y habló solo de cosas que podía decir con total seguridad que eran ciertas.

Durante varios días, convivieron relativamente bien. Era evidente que a El’hiim no le gustaba la dureza del entorno, pero se esforzaba. E Ishmael valoraba su esfuerzo. Le recordó a su hijastro tiempos pasados y costumbres que El’hiim había dejado de seguir hacía ya mucho. Cómo encontrar comida y líquido, cómo construir un refugio, cómo predecir el tiempo por el olor del aire y el viento. Le habló de diferentes tipos de arena y polvo, de cómo se movían y cambiaban.

Aunque El’hiim sabía aquellas cosas desde siempre, parecía escuchar.

—Te olvidas de la técnica de supervivencia más importante —dijo el naib—. Sé cauto y no te permitas llegar a una situación tan apurada.

Durante aquellos pocos días, Ishmael volvió a sentirse joven. El desierto era silencioso, y no vio por ningún lado la tara de los buscadores entrometidos. Cuando finalmente decidieron regresar a uno de los poblados de las rocas, el anciano se sentía como si hubiera un nuevo vínculo entre ellos.

Cogieron otro gusano, y se dirigieron a la vertiente sur de la Muralla Escudo, donde había otro asentamiento de los antiguos forajidos. Allí vivían algunos miembros de la extensa familia de Chamal, junto con los descendientes de los refugiados llegados de Poritrin. El’hiim también tenía amigos allí, aunque normalmente utilizaba medios de transporte más normales para llegar. Los dos hombres dejaron el gusano para avanzar por la arena e ir siguiendo la muralla de roca a pie, acompañados por las largas sombras del atardecer.

Sin embargo, cuando se acercaban al campamento de cuevas, El’hiim e Ishmael notaron el olor a humo y a cuerpos quemados. Con una creciente sensación de urgencia, Ishmael corrió por el terreno rocoso, entre los restos aún humeantes de lo que habían sido casas y posesiones. El’hiim le siguió horrorizado. Cuando entraron en las cuevas donde antes vivían pacíficos zensuníes, los dos se quedaron mirando, mareados.

Ishmael oía los gemidos de los supervivientes, y encontró a algunos niños y unas pocas ancianas llorando junto a los cadáveres de los ancianos. Se habían llevado a todos los jóvenes sanos, hombres y mujeres.

—Esclavistas —dijo Ishmael escupiendo la palabra—. Sabían exactamente dónde encontrar el asentamiento.

—Vinieron con muchas armas —dijo una mujer acuclillada sobre el cuerpo desmembrado de su marido—. Les conocíamos. Y hasta reconocimos a algunos. Ellos…

Ishmael se dio la vuelta, porque notó que la bilis le subía a la garganta. El’hiim, mareado ante tanto horror, fue dando tumbos por las diferentes cámaras, y encontró a algunos niños que habían sobrevivido al ataque. Cuando Ishmael los vio, pensó en Harmonthep, cuando él mismo era niño.

Su respiración era agitada, pero no encontró ningún insulto lo bastante fuerte para expresar lo que sentía. El’hiim volvió, pestañeando, con una extraña expresión en el rostro. Había cogido un trozo de tela en el que aparecía un intrincado dibujo de colores.

—Los esclavistas se han llevado a sus heridos y sus muertos, pero se dejaron esto. Está hecho en Zanbar, sin duda, este diseño es típico de allí.

Ishmael entrecerró los ojos frente al viento caliente.

—¿Y sabes eso solo con mirar ese trozo sucio de tela?

—Hay que saber mirar. —El’hiim frunció el ceño—. En Arrakis City algunos vendedores tienen diseños parecidos, pero este viene de Zanbar. —Agitó la tela—. Sin ninguna duda. Nadie puede conseguir este color exacto. Rojo Zanbar. Y ahí fuera he visto las marcas que dejó la nave atacante. La configuración es muy parecida a la de los nuevos vehículos aéreos de Zanbar. Los buscadores las han importado.

Ishmael se preguntó si el naib no estaría tratando de demostrar su sabiduría.

—¿Y de qué nos sirve saber eso? ¿Vamos a atacar Zanbar?

El’hiim meneó la cabeza.

—No, pero significa que sé exactamente quién ha hecho esto y dónde suelen plantar su campamento.

70

El dios de la ciencia puede ser muy cruel.

T
LALOC
,
La hora de los Titanes

Agamenón sentía que la conversión de su candidato a cimek iba bien. Con la ayuda de Juno y Dante había ideado un complejo proyecto para doblegar la mente y las lealtades de Quentin Butler. Luego volverían a reconstruirlas como les conviniera.

Todo un desafío, aunque al general le resultaba fascinante.

Con cierta vergüenza, Agamenón comprendió que se había vuelto demasiado laxo en sus ambiciones… igual que aquellos necios del Imperio Antiguo a quienes él y el visionario Tlaloc derrocaron. Los neocimek habían empezado a extenderse por los Planetas Sincronizados aniquilados, sí, pero la gloria de esas conquistas no era más que una ilusión absurda y autocomplaciente. Los nuevos neos salían de entre los cautivos más aceptables que encontraban en los planetas abandonados, y casi siempre eran voluntarios, entusiasmados ante la perspectiva de tener poderosos cuerpos mecánicos y unas vidas más extensas.

En cambio, Quentin Butler era otra historia. Agamenón conocía las hazañas del primero por lo que había oído explicar a sus espías en la Liga de Nobles. Aquel oficial sería una importante baza para sus planes… si lograban convencerle para que cooperara. El general sabía que, si cedía demasiado pronto, tal vez los resultados no serían tan valiosos. «Quizá nos tome cierto tiempo».

Mediante la cuidadosa manipulación de la información sensorial que recibía y los estímulos directos a sus centros de dolor y su córtex visual, habían alterado completamente su sentido del tiempo y el equilibrio. Agamenón se cebaba en sus dudas, Dante le proporcionaba datos falsos y Juno trataba de engatusarle, haciendo el papel de la seductora y la comprensiva cuando el primero se sentía perdido o solo.

Ahora era un cerebro sin cuerpo en un contenedor de conservación, y estaba totalmente a merced de los titanes. En los laboratorios de electrolíquido, los neos-subordinados añadían productos químicos a la solución que bañaba el cerebro de Quentin y de ese modo incrementaban su desorientación y aceleraban sus procesos mentales. Para él cada noche se hacía eterna. A duras penas recordaba quién era, y la línea que separaba sus recuerdos reales de la información falsa era muy imprecisa. Un complejo sistema de lavado de cerebro en el sentido más puro y más literal.

—Pero ¿para qué me queréis? —le había gritado a Agamenón la última vez que le conectaron el sintetizador de voz—. Si vuestro nuevo imperio es tan glorioso y tenéis decenas de miles de voluntarios neocimek, ¿por qué perder el tiempo con alguien tan poco predispuesto como yo? Jamás defenderé vuestra causa.

—Eres un Butler, un premio muy valioso —replicó Agamenón—. Los otros voluntarios crecieron en cautividad, sometidos bajo el yugo de las máquinas o domesticados por la política de la Liga. En cambio, tú eres un comandante militar y un experto en táctica. Podrías sernos muy útil.

—No os daré nada.

—El tiempo lo dirá. Y nosotros de eso tenemos mucho.

El general titán se llevó a Quentin a una expedición por los llanos helados. Los dos iban provistos de una forma móvil nueva y robusta, y subieron por encima de la línea del glaciar, a un terreno elevado desde donde podían contemplar las torres medio enterradas de la antigua base de los pensadores.

—No hay necesidad de que humanos y cimek seamos enemigos mortales —dijo Agamenón—. Ahora que Omnius está atrapado en Corrin, tenemos más territorio del que necesitaremos jamás, y una gran cantidad de voluntarios para reponer nuestras filas.

—Yo no soy voluntario —comentó Quentin.

—Tú eres… eres una excepción en muchos sentidos.

Agamenón llevaba puesta una forma móvil bípeda, y caminaba, como hiciera en su día con su antigua y casi olvidada forma humana. Aquella forma mecánica requería equilibrio y pericia, y Agamenón se sentía como un gladiador robótico gigante. Quentin, que no era tan diestro ni mucho menos, llevaba un vehículo móvil que se desplazaba aparatosamente sobre unas anchas orugas y requería muy poca coordinación. Los cristales de nieve volaban a su alrededor bajo la eterna luz crepuscular de Hessra, aunque si querían, los dos podían adaptar sus fibras ópticas para aumentar la sensibilidad a la luz del entorno.

—Antes me gustaba salir de paseo —dijo Quentin—. Me gustaba estirar las piernas. Nunca podré volver a disfrutar de ese placer.

—Podemos simularlo en tu cerebro. O buscarte una forma móvil que te permita cubrir largas distancias con cada paso, que te permita desplazarte por el mar, o volar. Ni punto de comparación con las limitaciones físicas con las que has vivido hasta ahora.

—Si no eres capaz de entender la diferencia, es que has olvidado muchas cosas en este milenio, general.

—Hay que aceptar los cambios y adaptarse. Y, dado que ya no puedes volver atrás, piensa en las oportunidades que tendrás. En la Liga ocupaste una posición importante, pero el final se veía venir. Habías solicitado una excedencia, pero sabías perfectamente que jamás volverías a luchar. Así que ya no tendrás que pensar en retirarte. Nosotros te daremos una segunda oportunidad. Si nos ayudas a reforzar nuestro nuevo imperio, asegurarás la paz y la estabilidad en toda la galaxia. Omnius ya no es importante, y los humanos y los cimek deben aprender a tolerarse. Tú podrías ser un valiosísimo intermediario. ¿Hay alguien más capacitado para esta misión? Con nosotros podrías lograr una paz más duradera de lo que conseguiste jamás al frente de una flota de guerra de la Yihad.

—Dudo de tus motivaciones.

—Puedes cuestionar lo que quieras, siempre y cuando seas objetivo y estés dispuesto a escuchar la verdad.

Quentin pensaba, en silencio.

—En nuestros laboratorios de Richese y Bela Tegeuse estamos diseñando nuevas formas de combate… únicamente para protegernos, por supuesto. Aunque jamás se nos ocurriría lanzar nuestras fuerzas contra el formidable ejército de la Humanidad, hemos de estar preparados para defendernos.

—Si no hubierais causado tanto dolor y sufrimiento nadie en la Liga querría atacaros.

—Por el bien de la civilización, debemos olvidar el pasado y borrar viejos rencores. Empezar de cero. Vaticino que, un día, los cimek y la Liga cooperarán en una relación mutuamente beneficiosa.

Quentin trató de proferir una risa, pero aún no le había cogido el truco.

—Antes se extinguirán las estrellas. Tu propio hijo, Vorian Atreides, jamás aceptará la paz contigo.

Agamenón calló unos instantes, furioso.

—Aún albergo esperanzas con respecto a él. Quizá algún día Vorian y yo haremos ciertas concesiones y nos perdonaremos el uno al otro, y entonces tal vez podrá haber una paz con el resto de la humanidad. Pero de momento las circunstancias nos obligan a desarrollar nuevas defensas. Dado que los escudos Holtzman nos impiden arrojar proyectiles contra las naves humanas, hemos construido armas láser. Espero que los haces de luz de alta energía sean más efectivos.

Quentin, metido en aquella forma tractora, vaciló.

—Nadie ha utilizado el láser desde hace siglos. No es prudente.

—Bueno, pero ¿por qué no probar? Al menos no se lo esperan.

—No, no tendríais que utilizarlo.

Intuyendo un miedo y una reticencia poco habituales en su prisionero, el titán insistió.

—¿Hay algo que yo ignore sobre el láser después de tantos milenios? No asustan a nadie.

—Han… su ineficacia se ha demostrado sobradamente. Será una pérdida de tiempo.

Agamenón estaba intrigado, pero no insistió. Tendría que sacarle la respuesta a la fuerza, no importa la forma de manipulación o tortura que hiciera falta.

Cuando retiraron el contenedor cerebral de Quentin de la forma móvil y volvieron a colocarlo en la maquinaria de conservación, Juno se puso manos a la obra y desactivó sus sensores temporales para desorientarlo. Le inyectó diferentes sustancias químicas y se dedicó a enviar impulsos a sus centros de dolor y de placer. Hicieron falta cinco días, pero finalmente Quentin dejó salir lo que sabía sin ser siquiera consciente.

Según la información del primero, solo un puñado de oficiales del más alto rango del ejército de la Humanidad sabían que la interacción entre los escudos Holtzman y los rayos láser provocaba una enorme explosión de retroalimentación muy parecida a una detonación nuclear. Y, puesto que hacía siglos que no se utilizaban armas láser en el combate activo, las posibilidades de que los dos elementos coincidieran casualmente eran muy bajas.

Los titanes quedaron muy sorprendidos cuando supieron de aquel punto débil que la Liga había ocultado tan celosamente durante toda la Yihad. Agamenón estaba deseando explotarlo.

—Esto nos permitirá avanzar significativamente hacia nuestro sueño de expansión y conquista.

De los titanes que quedaban, Dante era el más metódico y eficiente, así que Agamenón lo mandó en una misión para verificar aquella sorprendente información. El titán partió con una fuerza de combate desde los Planetas Sincronizados reconquistados y lanzó una serie de ataques de provocación contra colonias de hrethgir que aún no se habían recuperado plenamente tras la plaga de Omnius.

Desde la época de la Gran Purga, Agamenón había pensado y planificado mucho y había mandado a entusiastas neos a estudiar los planetas más próximos para que descubrieran sus puntos débiles y determinaran cuáles podrían ceder más fácilmente al dominio de unos pocos cimek dominantes. La Liga misma seguía sin acabar de levantar cabeza, y el comercio interestelar y los mecanismos de aplicación de las leyes interplanetarias estaban muy deteriorados.

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