La batalla de Corrin (60 page)

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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #ciencia ficción

BOOK: La batalla de Corrin
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El Omnius de Seurat insistía en una opción más tangible. Quería colonizar veinte o más Planetas No Aliados. En cuanto las máquinas consolidaran su nueva avanzadilla, los Omnius resucitados podrían extenderse a nuevos planetas y regenerar de este modo el Imperio Sincronizado. Suponía alegremente que encontrarían la forma de escapar a la mortífera red descodificadora, pero no dijo de qué manera.

Como si sus apetitos se hubieran visto espoleados tras su primera ofensiva independiente, ThurrOm propuso que enviaran a toda su flota contra las naves de vigilancia de los humanos. Estaba dispuesto a aceptar una cantidad abrumadora de pérdidas si al menos una parte de la flota sobrevivía. Pero si fracasaban, los fanáticos hrethgir podrían bombardear Corrin con sus cabezas nucleares de impulsos y exterminar los últimos vestigios de la supermente, y eso podía ser un problema.

Todos los planes tenían una posibilidad mínima de éxito. A Erasmo le intrigó ver las dificultades que el Omnius Primero tenía en aquellos extravagantes debates con las encarnaciones subsidiarias.

Mes tras mes, las naves robóticas lanzaban ataques regulares contra la red descodificadora y la barrera de naves de la Liga, con el consiguiente desgaste. Desde hacía más de diecinueve años, Omnius no había dejado de abrir minas en el planeta, de extraer metales y materias brutas de la corteza, de reciclar, reprocesar. Los recursos del planeta se estaban agotando. Algunos de los elementos y las moléculas más raros que necesitaban para crear complejas mentes de circuitos gelificados habían empezado a escasear. La producción de naves para sustituir las bajas era más lenta. Según los cálculos de Erasmo, solo por aquel continuo desgaste de fuerzas, Corrin no tardaría en ser vulnerable.

Tenía que encontrar una solución antes de que eso ocurriera, aunque solo fuera por sí mismo y por Gilbertus.

Hacía años que no dejaba de buscar posibles formas de huida. Lejos de Corrin, él y Gilbertus podrían dedicarse a ocupaciones de carácter más intelectual sin la interferencia y las distracciones de aquella supermente cada vez más excéntrica.

El robot independiente había dejado a su pupilo en su villa, donde seguía explorando un complejo enigma intelectual en compañía del clon de Serena Butler. Aquel hombre musculoso y bien adiestrado podía seguir caminos sinuosos en su cerebro, extrapolando variables y consecuencias de quincuagésimo orden. Era capaz de memorizar hasta el más mínimo detalle de sus experiencias cotidianas, y conservarlo todo bien organizado en su mente.

En un intento de atraer la atención de las supermentes, que se empeñaban en no hacerle caso, Erasmo empezó a golpear con su puño metálico la pared, un comportamiento repetitivo que había aprendido de Gilbertus cuando era un jovencito rebelde.

—Estoy aquí. ¿Qué querían discutir conmigo?

Pensó en arrojar su cubo direccional contra el suelo, pero en vez de eso lo apretó con fuerza en su mano de metal líquido. Era un gesto simulado de ira, pero le pareció una buena ocasión para explorar las emociones humanas que había aprendido.

Las tres voces armonizadas ordenaron a la vez.

—Deja de mostrarte impaciente, Erasmo. Estás actuando como un hrethgir.

El robot pensó vanas excelentes contestaciones, pero decidió no pronunciarlas en voz alta. Dejó el cubo direccional inactivo en el suelo. La superficie de metal líquido de la base se abrió para tragárselo y enseguida recuperó su forma lisa, como el agua de un charco cuando se cierra alrededor de una piedra.

Los Omnius siguieron con su debate.

De pronto, Rekur Van entró en la sala, empujado por un guarda armado que también sujetaba un cubo direccional.

—Es la hora de mi cita —dijo el hombre sin extremidades levantando la voz para hacerse oír en medio del debate.

—Yo tengo prioridad, Muñón —replicó Erasmo sin rencor, amplificando sus palabras a un nivel apropiado.

Las voces de las tres supermentes seguían sonando de fondo, pero las señales sintetizadas que pasaban entre ellas eran cada vez más altas, y reverberaban por la sala con tanta fuerza que el suelo vibraba y se sacudía. Los tres Omnius se acusaban entre ellos de ineficacia y fracaso, pasándose la culpa como una pelota. El debate era cada vez más rápido y mientras, Erasmo y Rekur Van escuchaban con una creciente curiosidad y sensación de alarma. Finalmente, quedó claro que el Omnius Primero se había convencido a sí mismo de que era el único Dios verdadero del universo: de acuerdo con sus análisis y las proyecciones de Erasmo, decidió que encajaba en la definición. Él ostentaba el conocimiento último, el poder último.

—Declaro que los dos sois falsos dioses —dijo el Omnius Primero con voz atronadora.

—Yo no soy un dios falso —refutó SeurOm.

—Ni yo —insistió ThurrOm.

«Una curiosa trinidad». Parecía irónico que Omnius, que tanto había criticado el carácter emocional de las religiones humanas, ahora abrazara un sistema religioso propio, con una máquina pensante en lo alto.

Sin previo aviso, el trío de supermentes llegó al punto de deflagración. La sala se llenó de destellos electrónicos multicolores, que volaban de pared a pared y del techo al suelo. Erasmo consiguió quitarse discretamente de en medio y se quedó en la rampa de entrada, desde donde observó cómo la sala se iluminaba.

Una brillante explosión excorió al robot guardia de Rekur Van y el tlulaxa gritó, porque unas afiladas piezas de metal se le clavaron en la carne. Su carro de soporte vital topó contra algo y cayó sobre su humeante compañero robot.

Profundamente decepcionado, Erasmo recordó que Rekur Van estaba trabajando en el proyecto de adaptación física para las máquinas. Lástima, tenía tanto potencial…

De pronto en la cámara se hizo el silencio. Luego, sucedió algo inquietante: solo una de las supermentes habló.

—Ahora somos dos los que mandamos.

—Como debe ser —dijo la otra—. Y ninguno de los dos es un falso dios.

Vaya, así que el Omnius Primero había sido eliminado en la batalla electrónica… La supermente principal que Erasmo conocía desde hacía tantos años ya no existía. Las paredes empezaron a ondularse y a temblar, y Erasmo temió que la ciudadela entera se desmoronara o cambiara de forma con él dentro.

Para su sorpresa, Rekur Van gimió y se puso a retorcerse con impotencia. Erasmo, movido únicamente por el deseo de conservar un valioso recurso, corrió en su ayuda y cogió al tlulaxa y su carro de soporte vital en los brazos, y acto seguido salió corriendo de la tortuosa ciudadela. Acababan de salir a la seguridad de la plaza cuando la estructura cambió drásticamente de forma, siguiendo la voluntad combinada de las nuevas supermentes dominantes. La torre se hizo más alta y estilizada.

—Algo totalmente inesperado e interesante —dijo Erasmo—. Parece que las supermentes han perdido la razón.

El tlulaxa indefenso volvió su rostro quemado para contemplar las estrambóticas convulsiones de la estructura principal de Omnius.

—Creo que estaríamos más seguros si nos arriesgamos con los hrethgir.

74

La carne tal vez no pueda ser eximida de las leyes de la materia, pero la mente no está así trabada. Los pensamientos trascienden la física del cerebro.

Orígenes de la Cofradía Espacial
(publicación de la Liga)

Aunque había decidido no irrumpir en el recinto donde su madre estaba totalmente sumergida en especia, Adrien Venport caminaba arriba y abajo. Sus hermanos y hermanas, diseminados por la Liga en diferentes misiones para la empresa, no podían ayudarle. Seguramente ni siquiera habrían entendido el dilema en que se encontraba.

Desde el interior de la cámara llena de vaho, Norma intuía la indecisión y la preocupación de su hijo. Y esa preocupación le distraía de asuntos vitales al frente de VenKee. Él sabía perfectamente que si la esotérica y extraña de su madre encontraba una forma segura de guiar las naves que plegaban el espacio, VenKee controlaría todo el comercio interestelar del futuro. Pero Norma le necesitaba para que la empresa siguiera siendo fuerte, necesitaba la infraestructura de VenKee para el siguiente gran paso que había que dar.

Tendría que aplacar los miedos irrazonables de Adrien. Norma ya había terminado su trabajo, y sabía que había llegado el momento del cambio. Adrien necesitaría respuestas… suficientes respuestas para sentirse tranquilo, y hasta regocijado.

Obligando a su mente en expansión a volver al mundo real, Norma se concentró en su cuerpo y su entorno inmediato y llamó a Adrien. Con un esfuerzo lento y doloroso, dando voz a sus palabras con unos labios que no cooperaban, arañando las letras en el vaho de las paredes de plaz, convenció a Adrien para que entrara con ella en la cámara… provisto de un respirador y protección ocular, desde luego.

Su hijo no cuestionó sus palabras. Salió corriendo del laboratorio, dando órdenes a diestro y siniestro. En menos de media hora ya estaba de vuelta, vestido de arriba abajo con un traje especial. Por lo visto, ni siquiera quería arriesgarse a exponer su piel a una concentración tan alta de gas especia. Norma se dio cuenta de que seguramente era lo más prudente.

Con una orden mental, utilizando poderes de hechicera a los que rara vez recurría, Norma logró que parte de la cámara se abriera, creando un torbellino que hizo que el gas remolineara y permaneciera en su mayor parte en el interior. Aunque se sentía visiblemente intimidado, Adrien entró con la cabeza bien alta. La puerta se cerró rápidamente a su espalda. Norma daba grandes bocanadas de especia mientras veía a su hijo avanzar por las tinieblas.

—¡Oh, Adrien, he visto el universo! —exclamó Norma—. ¡Y aún queda tanto por explorar…!

El solo hecho de estar cerca de ella ya hacía que Adrien se sintiera feliz.

—Tendríamos que instalar un sistema de megafonía, madre. Ha sido una locura. Había tantas preguntas, y no podíamos llegar a ti. —Se arrodilló junto a su cojín medio disuelto en el suelo del depósito.

—Un sistema de megafonía es aceptable —dijo ella—. Pero, mientras tú y yo estemos de acuerdo, Adrien, mientras confiemos el uno en el otro, podrás entrar en esta cámara siempre que yo diga que es seguro.

—¿Y cuándo no será seguro? —preguntó él con expresión perpleja.

—Cuando esté utilizando mi mente, mi presciencia para calcular un camino seguro a través del espacio plegado. ¿Has olvidado el propósito de este proyecto?

Con una voz que a sus propios oídos le sonó extraña, Norma le explicó extensamente cómo la saturación de melange había potenciado su capacidad de ver acontecimientos futuros y evitar rutas desastrosas.

—He resuelto todos los detalles en mi mente.

A través de la máscara de plaz, Norma veía que los rasgos patricios de su hijo seguían tensos y preocupados.

—Lo entiendo, madre, pero tengo que asegurarme de que estás a salvo. Deja que los médicos te examinen para ver si estás bien. Pareces demacrada.

—Estoy mejor que nunca —dijo ella con una sonrisa distante en su rostro ancho y chupado—. Muy sana. —A juzgar por lo que veía, su cuerpo se había transformado, y aquella nueva forma a duras penas parecía capaz de sujetar la cabeza esperpénticamente grande. Su piel se arrugaba y sus extremidades habían perdido definición y eran como cuerdas—. He estado transformándome en algo… avanzo hacia algo.

Cogió las manos de su hijo, más grandes, y las sujetó con fuerza, con cariño. Con una mirada penetrante en sus ojos azul especia, dijo:

—Instala mi cámara en una de las naves que pliegan el espacio para que pueda demostrar mis nuevas dotes de navegación. Verás cómo puedo pilotarla.

—¿Estás segura de que es prudente?

—Adrien, la vida es de por sí peligrosa, es tan frágil como el capullo de una flor en la tormenta. Pero, al igual que ese capullo, contiene una increíble belleza en su interior, un reflejo del propósito de Dios para el universo. Me preguntas si plegar el espacio es seguro en comparación con qué. Estadísticamente, sin duda es más seguro que un parto para una mujer, pero… sí, es más peligroso que esconderse y no aventurarse a salir nunca de casa.

—Realmente necesitamos ese avance —concedió él, pensando una vez más como hombre de negocios. Y entonces cruzó los brazos con obstinación mientras la especia remolineaba a su alrededor—. Pero, si es tan seguro como dices, insisto en ir contigo para demostrarte mi fe en tus capacidades.

Ella asintió lentamente, moviendo su gran cabeza arriba y abajo sobre el endeble tallo del cuello.

—Eres tan buen negociador como tu padre. Muy bien. Te enseñaré el universo.

Bajo la supervisión estricta aunque distante de Norma, y el control riguroso de cada detalle por parte de Adrien, se llevaron a cabo los preparativos para el primer viaje de su madre por el espacio plegado. Para Norma aquel sería un viaje distinto, algo emocionante y concreto, no una simple teoría. Una prueba, una liberación.

Cientos de trabajadores de Kolhar se aseguraron de que el carguero de tamaño medio y las modificaciones de la cámara de gas de especia se amoldaban estrictamente a las especificaciones. Una vez se hubo instalado un sistema de megafonía en la cámara, Adrien pudo comunicarse directamente con su madre, aunque con frecuencia le costaba llamar su atención o conseguir que le diera alguna información útil.

Cuando todo estuvo preparado para el viaje de presciencia, solo dos personas subieron a bordo: Norma, sellada en el interior de la cámara, y Adrien, seguro en una cápsula salvavidas en la misma cubierta que ella. Adrien sabía que estaba arriesgando el futuro de VenKee Enterprises con aquel viaje, puesto que ninguno de sus hermanos estaba capacitado para encargarse ni siquiera de una parte del negocio.

Pero confiaba en su madre. A través del plaz de sus respectivas cámaras podían verse el uno al otro, y hablaban a través de la línea de comunicación directa. Los motores Holtzman plegarían el espacio y los llevarían a un lugar totalmente distinto. Norma elegiría el camino más apropiado.

Antes de embarcar Norma incrementó la concentración de gas en su cámara y entró en un estado de trance que le abrió las puertas del universo como los pétalos de una espléndida rosa. Cada vez que se asomaba al espacio, le parecía más hermoso. Y ahora, por fin podría dar el salto y guiar la nave por un camino que su mente había anticipado.

Norma se concentró en el futuro, vio el remolino de colores del cosmos y su nave infinitésimamente pequeña. Un enigma cósmico. Pero ella entendía ese enigma. El espacio se plegaría en torno a la nave como en un abrazo, como una madre que acuna con mimo a su bebé. En su interior, Norma sentía un poderoso zumbido y, sin necesidad de volverse a mirar, vio a Adrien vibrando de vida en el interior de su cápsula salvavidas.

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