La batalla de Corrin

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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #ciencia ficción

BOOK: La batalla de Corrin
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El último enfrentamiento entre los humanos y las máquinas…

El origen de la rivalidad entre las casas Atreides y Harkonnen…

Con la Battala de Corrin concluye la trilogía «Leyendas de Dune», el episodio sobre el cual se asientan los pilares del mítico universo creado por Frank Herbert.

Cincuenta y seis años han transcurrido desde los sucesos narrados en Dune. La cruzada de las máquinas. A la muerte de Serena Butler siguieron las décadas más sangrientas de la Yihad, pero, tras años de lucha cruenta, los guerreros humanos empiezan a albergar la esperanza de que el conflicto contra las máquinas vea pronto su fin.

Por desgracia, a Omnius le queda una carta por jugar, propaga un virus mortífero que diezma a los habitantes de planetas enteros… y la balanza se inclina de nuevo a su favor. Al final, una guerra que ha durado generaciones tendrá que decidirse en la apocalíptica batalla de Corrin.

Brian Herbert & Kevin J. Anderson

La batalla de Corrin

Leyendas de Dune 3

ePUB v1.3

Perseo
26.05.12

Título original:
Dune: The Battle of Corrin

Brian Herbert & Kevin J. Anderson, 2004

Traducción: Encarna Quijada

Diseño/retoque portada: Lightniir

Editor original: Perseo (v1.0 a v1.1)

Corrección de erratas: Luismi y Atramentum

ePub base v2.0

A Pat LoBrutto,
por tu apoyo incansable desde que iniciamos nuestro proyecto con
Dune
. Tu entusiasmo, saber hacer y perspicacia han hecho que estos libros sean mucho mejores de lo que ninguno de los dos habría logrado por sí sólo. Eres un auténtico mecenas.

AGRADECIMIENTOS

Para los autores de este libro, saber ver de antemano la senda que media entre la idea y el manuscrito acabado es como ser dos navegantes de la Cofradía al timón del mismo crucero buscando un camino seguro para plegar el espacio. Evidentemente, el primero en navegar en el universo de
Dune
fue Frank Herbert. Pero no estaba solo, porque Beverly Herbert dedicó casi cuatro décadas de su vida a apoyarle y quererle. Tenemos una gran deuda con ambos. También estamos agradecidos a la familia Herbert, incluyendo Penny, Ron, David, Byron, Julie, Robert, Kimberly, Margaux y Theresa, que nos encomendaron el cuidado de la extraordinaria visión de Frank Herbert.

A nuestras esposas, Jan Herbert y Rebecca Moesta Anderson, cuya ayuda va mucho más allá de lo que ninguna de las dos imaginaba cuando tomó los votos matrimoniales. Las dos son artistas por derecho propio —Jan es pintora y Rebecca escritora— y han contribuido con una cantidad enorme de tiempo y talento a la historia que están a punto de leer.

También estamos en deuda con muchas otras personas que nos han ayudado en este nuevo viaje épico por el universo de Dune. Entre ellos se incluyen nuestros entregados agentes y colaboradores, Robert Gottlieb, John Silbersack, Kim Whalen, Matt Bialer y Kate Scherler. Nuestros editores en Estados Unidos y Gran Bretaña han compartido nuestra visión y nos han ayudado sobre la marcha en todo lo relacionado con la producción y promoción; gracias especialmente a Tom Doherty, Carolyn Caughey, Linda Quinton y Paul Stevens. Nuestro extraordinario editor, Pat LoBrutto, se ha ocupado de nuestras historias como un buen
chef
, condimentándolas allí donde lo necesitaban. Rachel Steinberger, Christian Gossett, el doctor Attila Torkos y Diane E. Jones nos han ofrecido valiosos consejos, mientras Catherine Sidor ha trabajado incansablemente transcribiendo docenas de microcasetes e introduciendo correcciones en el manuscrito.

Aunque millones de humanos han sido aniquilados por las máquinas pensantes, no debemos verlos como víctimas. No debemos considerarlos simples bajas. Ni siquiera sé si llamarlos mártires. Cada una de las personas que ha muerto en esta gran revolución debería ser tenida por un héroe. Llevaremos un registro permanente que lo refleje.

S
ERENA
B
UTLER
, procesos privados del Consejo de la Yihad

No me importa cuántos documentos, cuántos registros, entrevistas, cuántas malditas pruebas me enseñéis. Soy quizá la única persona aún viva que conoce la verdad sobre Xavier Harkonnen y los motivos que le empujaron a actuar como lo hizo. Durante todos estos años he guardado silencio porque Xavier me lo pidió, porque es lo que Serena Butler habría querido y porque las necesidades de la Yihad así lo exigían. Pero no pretendáis que acepte vuestra propaganda, por muchos ciudadanos que la crean. Recordad que yo viví esos hechos. En cambio, ninguno de vosotros estaba allí.

V
ORIAN
A
TREIDES
, audiencia privada ante la Liga de Nobles

El peor error que puede cometer una persona es tomar una determinada versión de la historia como una verdad absoluta. La historia queda registrada por una serie de observadores, y ninguno de ellos puede ser imparcial. Los hechos quedan distorsionados por el simple paso del tiempo y, sobre todo en el caso de la Yihad Butleriana, por los miles de años de eras oscuras, la deformación deliberada de ciertos hechos por parte de las sectas religiosas y la inevitable corrupción que se produce por la acumulación de errores involuntarios. Así pues, la persona sabia contempla la historia como un conjunto de lecciones que deben aprenderse, de decisiones y ramificaciones que hay que meditar y debatir y errores que no deben volver a cometerse.

P
RINCESA
I
RULAN
, prefacio
Historia de la Yihad Butleriana

PRIMERA PARTE

109 antes de la Cofradía

Año 93 de la Yihad

1

La máquina no destruye. Crea, siempre y cuando la mano que la controla sea lo bastante fuerte para dominarla.

R
IVEGO
, muralista de la Vieja Tierra

A Erasmo le parecía fascinante y hasta le divertía ver que entre aquellos humanos moribundos y desesperados reinaba la ley del más fuerte. Sus reacciones formaban parte del experimento y en su opinión los resultados eran destacables.

El robot caminaba con paso decidido por los pasillos de sus laboratorios de Corrin, meticulosamente organizados, haciendo ondear su espléndida túnica carmesí. Aquella prenda en sí era un amaneramiento que había adoptado para darse un aire más señorial. Era una pena que las víctimas que tenía en las cámaras selladas no se fijaran en esos detalles; estaban demasiado ocupadas sufriendo. Y él no podía hacer nada para cambiarlo. Sencillamente, a los humanos les costaba concentrarse en nada que no les afectara directamente.

Hacía décadas, escuadrones eficientes de robots habían construido aquellas instalaciones con elevadas cúpulas siguiendo sus meticulosas especificaciones. Las numerosas cámaras —cada una completamente aislada y estéril— contenían todo lo que Erasmo necesitaba para sus experimentos.

Mientras realizaba su ronda habitual, el robot independiente pasó ante las ventanas de glaz de las cámaras donde tenía a los sujetos en los que estaba estudiando la epidemia atados a sus camas. Algunos especímenes ya estaban paranoicos y deliraban: habían empezado a mostrar los síntomas del retrovirus; otros parecían aterrados, y no sin razón.

Las pruebas de aquella epidemia de laboratorio ya casi estaban terminadas. La tasa de mortalidad directa era del cuarenta y tres por ciento. La cifra no era exacta, pero seguía convirtiéndolo en el virus más mortífero de la historia de la humanidad desde que se tenían registros. Serviría a su propósito, y Omnius no podía esperar mucho más. Había que hacer algo pronto.

Durante casi un siglo, la cruzada de los humanos contra las máquinas pensantes había causado gran destrucción y confusión. Los continuos ataques del ejército de la Yihad habían provocado daños incalculables en el Imperio Sincronizado y las flotas de naves robot eran destruidas con la misma rapidez con que las diferentes encarnaciones de la supermente las reconstruían. El avance de Omnius había quedado inexcusablemente frenado. Finalmente, Omnius exigió una solución. Dado que se había demostrado que el enfrentamiento militar directo no era lo bastante eficaz, se exploraron otras alternativas. Epidemias biológicas, por ejemplo.

De acuerdo con las simulaciones, una epidemia que se extendiera con rapidez podía ser mucho más eficaz, y ayudaría a erradicar poblaciones enteras de humanos —incluyendo las fuerzas armadas— al tiempo que dejaba las infraestructuras y los recursos intactos para las máquinas victoriosas. Cuando aquella epidemia especialmente diseñada hubiera cerrado su ciclo, Omnius podría recoger los pedazos y volver a poner en marcha los sistemas.

Erasmo tenía sus reservas sobre esta táctica; temía que una epidemia demasiado virulenta exterminara definitivamente a los humanos. A Omnius tal vez le satisfaría la extinción total, pero él no deseaba una solución tan drástica. Aquellas criaturas seguían interesándole… en especial Gilbertus Albans, a quien había educado como a un hijo después de sacarlo de las míseras cuadras de los esclavos. En términos puramente científicos, necesitaba conservar material orgánico suficiente para sus estudios de laboratorio y de campo sobre la naturaleza humana.

Podían matar a la mayoría, pero no a todos.

Pero aquellas criaturas demostraban una notable resistencia. Seguramente ni la peor epidemia podría exterminarlos del todo. Los humanos tenían una inquietante habilidad para adaptarse a la adversidad y superarla por los medios menos ortodoxos. Ojalá las máquinas pudieran aprender a hacer lo mismo…

Ciñéndose su exquisita túnica, el robot de platino entró en la cámara central del complejo, donde su cautivo, el tlulaxa renegado, había creado un retrovirus perfecto. Las máquinas pensantes eran eficaces y trabajaban con dedicación, pero hacía falta la imaginación de un humano corrupto para canalizar la ira de Omnius y convertirla en un acto de destrucción. Ningún robot o computadora podría haber concebido una forma de muerte y aniquilación tan terrible. Sí, solo la mente de un humano vengativo podía hacer algo así.

Rekur Van, bioingeniero y genetista al que ahora repudiaban en la Liga de Nobles, se retorcía sujeto a su enlace de soporte vital. Solo podía mover la cabeza, porque no tenía ni brazos ni piernas, y un conector unía su organismo a los tubos de nutrientes y desechos. Poco después de capturarlo, Erasmo se encargó de que se le extirparan las extremidades para que fuera más manejable. Desde luego, no era de fiar, muy al contrario que Gilbertus Albans.

El robot formó una sonrisa alegre en su rostro de metal líquido.

—Buenos días, Muñón. Hoy tenemos mucho que hacer. Quizá hasta podríamos finalizar los tests primarios.

La cara del tlulaxa parecía más chupada que de costumbre y sus ojos oscuros y muy juntos miraban a un lado y a otro como los de un animal atrapado.

—Ya era hora de que vinieras. Llevo horas despierto, mirando.

—Entonces has tenido tiempo para desarrollar ideas nuevas y destacables. Estoy deseando escucharlas.

El cautivo gruñó y le dedicó un insulto soez. Y dijo:

—¿Cómo van los experimentos sobre regeneración de extremidades con reptiles? ¿Algún avance?

El robot se inclinó hacia él y levantó la cubierta biológica para examinar la piel cicatrizada de uno de los hombros de Rekur Van.

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