Read James Potter y la Encrucijada de los Mayores Online
Authors: George Norman Lippert
—Damas y caballeros —comenzó Prescott, alzando su voz natural de orador—. Mi equipo y yo, y todos ustedes, hemos sido víctimas de un elaborado engaño. Esta no es una simple escuela de juegos de manos y trucos de cartas. No. Yo he presenciado dentro de estas paredes verdadera magia de las más sorprendentes y escalofriantes variedades. He visto fantasmas y presenciado auténticas levitaciones. He observado como aparecen puertas mágicamente en lo que antes fueron paredes de roca sólida. He visto bestias y gigantes que abruman la mente. Hoy hemos sido tratados como tontos, timados por un grupo de magos y brujas... si, gente realmente mágica... que creen que pueden engañarnos con trucos baratos. Pero ahora revelaré la verdad sobre este lugar. Detrás de esta lona hay una extraña forma de magia que los conmocionará y sorprenderá. Cuando la verdad sea revelada, el señor Rudolph Finney, detective de la Policia Especial Británica, querrá realizar una investigación a gran escala a este establecimiento, con la ayuda de las agencias policiales de toda Europa. Después de hoy, damas y caballeros, nuestras vidas nunca volverán a ser las mismas. Después de hoy, estaremos viviendo en un mundo donde sabremos, sin lugar a dudas, que las brujas y los magos son reales, y que caminan entre nosotros.
Prescott hizo una pausa, dejando que sus palabras resonaran sobre la sorprendida multitud. Entonces se giró hacia la zona donde McGonagall, Hubert, Sacarhina y Recreant estaban reunidos. Finney permanecía cerca de la directora, frunciendo ligeramente el ceño, con los ojos abiertos.
—Señor Hubert —llamó Prescott—, ¿nos abriría estas puertas? Esta es su última oportunidad de hacer lo correcto.
La expresión de Hubert era grave. Miraba muy directamente a Prescott.
—Debo advertirle en contra de este curso de acción, señor Prescott.
—Las abre usted o lo haré yo.
—Lo arruinará todo, señor —dijo Hubert. Junto a él, Delacroix estaba sonriendo aún más maniáticamente.
—No arruinaré más que su secreto, señor Hubert. El mundo tiene que saber qué hay tras estas puertas de lona.
Hubert parecía petrificado en el lugar. Pareció que no iba a hacerlo. Y entonces, se adelantó, agachando la cabeza. Se oyó un largo jadeo colectivo de la multitud. Prescott se echó a un lado, mirando triunfantemente hacia la cámara mientras lo hacía. Hubert se acercó a la carpa y se detuvo frente a ella. Suspiró profundamente, y después extendió la mano hacia arriba, aferrando las tiras anudadas de lona que sostenían los amplios cortinajes de la puerta de la carpa cerrados. Giró la cabeza para mirar a Prescott. Después de una terrible pausa, tiró. El nudo se deshizo y las lonas se abrieron, desenrollándose como banderas, bofeteando los polos de cada costado de la amplia abertura de la tienda. La multitud jadeó, y después se produjo un largo y perplejo silencio.
James se asomó. Inmediatamente se dio cuenta de lo que era. El interior de la carpa estaba algo oscuro, pero pudo ver que los vehículos voladores habían desaparecido. La mayor parte del interior de la carpa quedaba oscurecido por una forma larga y oblonga. Unas cuantas personas cerca del frente de la multitud comenzaron a reír, y luego una ola de carcajadas recorrió la multitud.
—Bueno, ya está —dijo Hubert, todavía mirando a Prescott—. Ha arruinado el secreto. Y esto pretendía ser nuestro gran final. Tengo que decir, señor, que no es usted en absoluto divertido. —Hubert finalmente dio un paso hacia atrás, quitándose de en medio para que el equipo de filmación pudiera ver directamente el interior. Pequeñas luces navideñas de colores centelleaban en secuencia alrededor de un gran platillo volador de papel maché. Unas letras negras estaban pintadas sobre un costado, claramente visibles entre el centelleo de las luces.
—Y odio decirlo, señor Lupin —dijo Hubert, volviéndose hacia Ted—. Pero ha escrito usted mal la palabra ‘rocket’. Que terriblemente embarazoso.
—¡Pero yo los vi! —decía Prescott insistentemente, su voz se volvía más ronca mientras seguía a Vince entre los Land Rover—. ¡Gigantes! ¡Uno de ellos era tan alto como tres árboles! ¡Dejó huellas del tamaño de... del tamaño de... ! —Gesticuló desesperadamente con los brazos. Ignorándole, Vince guardó su cámara en una maleta revestida de espuma.
—Ha quedado como un tonto, señor Prescott —dijo el detective Finney, limpiándose gafas en la corbata—. No lo empeore.
Prescott se giró hacia el hombre mayor, con los ojos desbocados.
—¡Usted tendría que investigar este establecimiento detective! ¡No hay derecho! ¡Los han engañado a todos!
—Si abriera alguna investigación, señor Prescott —dijo Finney suavemente—, sería sobre usted y sus métodos. ¿Tenía permisos para entrar en estos terrenos en primer lugar?
—¿Qué? ¿Está loco? —espetó Prescott. Se detuvo y se recompuso a sí mismo—. Por supuesto. Como ya le había dicho, me informaron de lo que estaba ocurriendo aquí. Alguien de dentro me condujo hasta aquí.
—¿Y comprobó los antecedentes de esa persona?
—Bueno —dijo Prescott—, la rana de chocolate era bastante convincente. En realidad no...
—Perdone. ¿Ha dicho "rana de chocolate"? —preguntó Finney, entrecerrando los ojos.
—Yo... er, bueno. La cuestión es, que sí, mi fuente estaba bastante segura de que algo raro estaba pasando aquí.
—¿Que aquí, de hecho, enseñaban magia?
—Sí. Er, ¡no! ¡No trucos! ¡Auténtica magia! ¡Con monstruos y gigantes y... y... puertas que se desvanecen y coches voladores!
—Y la rana de chocolate confirmó todo eso, ¿verdad?
Prescott abrió la boca para responder, y luego se detuvo. Se enderezó en toda su estatura, furioso e indignado.
—Se está riendo de mí.
—Está usted haciendo difícil que no lo haga, señor. ¿Estaría dispuesto a dejarme hablar con esa fuente suya?
Prescott pareció animarse.
—¡Sí! ¡De hecho, lo haré! Lo arreglé con la señorita Sacarhina para que viniera también. Está justo... —Miró alrededor, arrugando la frente.
—¿Lo arregló con la señorita Sacarhina? —preguntó Finney, mirando hacia los escalones de la parte alta del patio. Gran parte del profesorado de la escuela, junto con un buen número de estudiantes, estaban observando con interés como el grupo recogía laboriosamente su equipamiento. Ni la señorita Sacarhina ni el señor Recreant estaban a la vista—. ¿Ella conoce a esta fuente suya, entonces?
—Le conoce, cierto —dijo Prescott, todavía examinando a la multitud—. ¿Dónde está?
—¿Vino con su equipo? —preguntó Finney, mirando alrededor—. No recuerdo haberle conocido.
—Estaba allí. Un tipo callado y excéntrico. Tiene un tic nervioso en la ceja derecha.
—Ah, él —asintió con la cabeza Finney—. Pensé que era un poco raro. Me gustaría mucho tener unas palabras con él.
—Y yo —estuvo de acuerdo Prescott hoscamente.
En lo alto de los escalones, el señor Hubert se había girado hacia la directora McGonagall, Neville, y Harry Potter.
—Creo que podemos confiar en que nuestros amigos arreglen su partida por sí mismos a partir de ahora. Señora directora, ¿creo que nosotros tenemos unos pocos cabos sueltos de los que ocuparnos?
McGonagall asintió, después se giró y condujo al grupo al interior. Harry sonrió a James.
—Ven con nosotros, James. Ralph y Zane, vosotros también.
—¿Está seguro? —preguntó Ralph, mirando a la directora mientras ésta recorría el pasillo a zancadas.
—El señor Hubert pidió específicamente que vosotros tres nos acompañarais —replicó Harry.
—Está bien tener amigos en las altas esferas, ¿eh? —dijo Zane alegremente.
—Bueno —dijo la directora mientras entraban en el silencio vacío del Gran Comedor—, ha ido tan bien como podía esperarse, a pesar de que al señor Ambrosius se le ha ido un poco la mano con su Encantamiento Amoroso. El señor Finney ha
insistido
en que me una a él para cenar la próxima vez que vaya a Londres.
—Una oferta que creo debería aceptar, madame —replicó Merlín, quitándose las gigantescas gafas de montura de carey y sacudiéndose el cabello para soltar la cola de caballo del "señor Hubert"—. Le embrujé con el encantamiento más ligero posible. ¿Cómo podría haber sabido yo que el detective Finney tendría una predilección natural por las mujeres altas, fuertes y hermosas?
—Por Dios —respondió McGonagall—, creo que está usted bromeando, señor. Que desvergüenza.
James habló.
—¿Pero cómo sabía usted lo del Garaje, Merlín? ¡Creí con toda seguridad que estábamos acabados!
Merlín miró sobre su hombro.
—No sabía lo del Garaje, James Potter. Eso estaba más allá del conocimiento de los árboles, a diferencia del vehículo Anglia y Madame Delacroix. La improvisación, sin embargo, siempre ha sido uno de mis mayores talentos.
—¿Pero como llevó el Wocket hasta allí? —preguntó Ralph—. ¡Eso fue absolutamente brillante!
—Los árboles sabían
eso
, sin embargo, al igual que yo —replicó Merlín—. Fue simplemente cuestión de animar un cambio de localizaciones.
Zane sonrió.
—¿Así que los coches de Alma Aleron están en aquel viejo granero en el campo?
—No les hará ningún mal, espero —asintió Merlín.
El grupo avanzó resueltamente a través del Gran Comedor y subió los escalones del estrado. McGonagall abrió una puerta en la pared del fondo y condujo a los otros a través de ella, a una recámara grande con suelo de piedra y una chimenea oscura. Sacarhina y Recreant estaban allí, sentados junto a una tercera persona a la que James no reconoció.
—Esto es una afrenta, directora —dijo Recreant, saltando sobre sus pies—. Primero, trae a esta...
persona
que usurpa nuestra autoridad, ¡y después tiene la osadía de someternos a una maldición Lengua Atada!
—Cállate, Trenton —dijo Sacarhina, poniendo los ojos en blanco. Recreant parpadeó, herido, pero cerró la boca. Miró una y otra vez de Sacarhina a la directora.
—Sabio consejo, si es que alguna vez he oído alguno —estuvo de acuerdo Harry, adelantándose—. Y sospecho que el Ministro, de hecho, oirá hablar de esto.
—No hemos hecho nada malo, señor Potter, como ya sabe —dijo Sacarhina, mirándose las uñas indolentemente—. Señor Ambrosius, al parecer ha asegurado usted el secreto del mundo mágico. Todo ha salido bien.
Harry asintió con la cabeza.
—Me alegro de que lo sientas así, Brenda, aunque encuentro interesante que ya parezcas conocer el auténtico nombre del "Señor Hubert". Sin duda no habrá ningún vínculo que pueda probarse y que te conecte con él, y con la desafortunada Madame Delacroix. ¿Qué hay de tu amigo de aquí, sin embargo?
Toda la atención se dirigió al hombre sentado en la silla entre Sacarhina y Recreant. Era pequeño, rechoncho, con pelo negro y fino y un tic en la ceja izquierda. Se encogió ante la mirada de todos los ocupantes de la habitación.
Ralph, que había sido el último en entrar, se abrió paso a empujones entre Merlín y el profesor Longbotton, con la frente surcada por el desconcierto.
—¿Papá? —dijo, frunciendo el ceño—. ¿Qué estás haciendo
tú
aquí?
El hombre hizo una mueca miserable y se cubrió la cara con las manos. Merlín miró a Ralph, con la larga y pedregosa cara taciturna. Colocó una mano en el hombro del chico.
—Este hombre dice que su nombre es Dennis Deedle. Me temo que lo reconoces.
—¿Qué
está
haciendo él aquí? —preguntó Neville.
—Creo que su papel en esta debacle es bastante evidente —replicó la directora, suspirando—. Es el responsable de conducir al señor Prescott entre nosotros.
—¿Qué? —dijo Ralph, sorteando a McGonagall—. ¿Por qué dice eso? ¡Es terrible!
—Vino con el equipo del señor Prescott —dijo Harry tranquilamente—. Estaba intentando pasar inadvertido. Quizás le preocupara que le reconocieras, Ralph. Después, cuando todo acabara, ya no importaría, por supuesto. Pero de todas formas, las cosas no ocurrieron como él esperaba.
—Esto es ridículo —insistió Ralph—. ¡Papá es un muggle! Firmó el contrato de confidencialidad muggle, ¿verdad? ¡Él no haría eso, incluso si hubiera podido! ¡No sé qué está haciendo aquí, pero no es lo que todos piensan!
Merlín todavía tenía su mano sobre el hombro de Ralph. Lo palmeó lentamente.
—Tal vez entonces debería preguntárselo usted mismo, señor Deedle.
Ralph levantó la mirada hacia el enorme mago, con la cara tensa de furia y trepidación. Miró al resto de la habitación, de cara en cara, terminando con su padre.
—De acuerdo entonces. Papá, ¿por qué estás aquí?
Dennis Deedle todavía tenía las manos sobre la cara. Durante varios segundos, no se movió. Finalmente, tomó un profundo aliento y se recostó hacia atrás, dejando caer las manos. Miró a Ralph durante largo rato, y después a todos los que componían la asamblea.
—De acuerdo. Sí —dijo, habiéndose recompuesto a sí mismo—, yo se lo conté a Prescott. Le envié la Rana de Chocolate y el Game Deck. Lo había utilizado para comunicarme con alguien en la escuela, alguien que utilizó el nombre de Austramaddux. Una vez hecho eso, sabía que Prescott podría localizar la escuela con su GPS.
La cara de Ralph estaba congelada entre la incredulidad y la miseria.
—¿Pero por qué, papá? ¿Por qué has hecho algo así?
—Oh, Ralph. Lo siento. Sé que esto te parece mal —dijo Dennis—. Pero todo es muy... muy complicado. El programa de Prescott,
Desde Dentro
, ofrece dinero por una prueba de lo sobrenatural. Bueno, las cosas no nos han estado yendo muy bien, hijo. He estado buscando trabajo desde que me despidieron, pero ha sido duro. Necesitábamos el dinero. Creí que la rana de chocolate sería suficiente. ¡De verdad! Pero Prescott quería más. Sabía que tenía que mostrarle algo realmente asombroso así que... —se interrumpió, mirando nerviosamente alrededor otra vez.