Read James Potter y la Encrucijada de los Mayores Online
Authors: George Norman Lippert
—¿Está segura de que podrán hacer pasar sus vehículos hasta aquí como describió usted, señorita Sacarhina? —dijo, levantando la vista hacia donde ésta se encontraba, y guiñando los ojos ante la luz del sol—. Conducirán vehículos con
ruedas
, como ya he dicho. Ya sabe. Ruedas. ¿No hay nada parecido a ciénagas fangosas o puentes con trolls viviendo bajo ellos o algo así, verdad?
Sacarhina estaba a punto de responder cuando el sonido de los motores de los vehículos comenzó a ser audible en la distancia. Prescott saltó y giró en el punto, irguiendo el cuello para captar un vistazo de su equipo. James, de pie con su padre cerca del frente de la multitud, pensó que la directora McGonagall estaba conduciéndose bastante bien, considerándolo todo. Simplemente apretó los labios fuertemente cuando los enormes vehículos entraron sacudiéndose en el patio. Había dos de ellos, y James los reconoció como el tipo de enormes camiones todoterreno que Zane llamaba “Hummers”. El primero se detuvo directamente ante las escaleras. Las cuatro puertas se abrieron y comenzaron a emerger hombres, parpadeando ante la turbia luz del sol y llevando grandes bolsas de cuero cubiertas de enormes bolsillos. Prescott revoloteaba entre los hombres, llamándolos por su nombre, señalando y gritando órdenes.
—Quiero luces y reflectores en la parte izquierda de las escaleras, en ángulo hacia las puertas. Ahí es donde haré mi comentario final y efectuaré las entrevistas. Eddie, ¿tienes las sillas? ¿No? Vale, está bien, lo haremos de pie. Sentado podría parecer demasiado, ya sabes,
preparado
, de todas formas. Queremos mantener la sensación de
exposé
en directo todo el tiempo. ¿Qué cámaras tienes, Vince? Quiero la cámara de mano de treinta y cinco milímetros en todo. Doble grabación de todas las tomas con ella, ¿entendido? Editaremos el metraje aquí y allí con esa sensación de cámara oculta. ¿Dónde está Greta con el maquillaje?
El equipo ignoraba completamente a la asamblea de estudiantes, a la directora y los oficiales del Ministerio en las escaleras. Todo alrededor de las camionetas era bullicio bien lubricado de hombres montando cámaras, uniendo cables eléctricos a las luces, adosando micrófonos a largas varas, y diciendo “Probando” y “Sí” en pequeños micros diseñados para prenderse en la camisa de Prescott. James tomó nota de que unos pocos individuos dentro del grupo no parecían preocuparse por los preparativos técnicos. Estaban bastante mejor vestidos y parecían sentir curiosidad por el castillo y sus terrenos. Uno de ellos, un viejo calvo y de aspecto amigable con un traje verde luminoso, escaló los escalones hacia la directora.
—Vaya alboroto, ¿verdad? —proclamó, mirando hacia los vehículos. Se inclinó ligeramente hacia la directora—. Randolph Finney, detective de la Policía Especial Británica. No del todo retirado, pero lo suficientemente cerca como para que ya no importe. ¿El señor Prescott puede haberme mencionado? Al parecer, ha hecho mucha publicidad de mi presencia aquí. Entre usted y yo, sospecho que había esperado a alguien un poco más, er, inspirador, ya me entiende. Así que, ¿esto es algún tipo de... escuela, debo entender?
—Ciertamente eso es, señor Finney, —dijo Sacarhina, extendiendo la mano—. Mi nombre es Brenda Sacarhina, Jefa del Departamento de Relaciones Internacionales del Ministerio de Magia. Hoy será un día muy interesante para usted, sospecho.
—Ministerio de Magia. Que pintoresco —dijo Finney, estrechando la mano de Sacarhina más bien distantemente. Su mirada no se había apartado de la directora—. ¿Y quién sería usted, madame?
—Esta es… —replicó Sacarhina, pero McGonagall, largamente acostumbrada a ignorar ruidos indeseables, habló por encima de ella.
—Minerva McGonagall, señor Finney. Encantada de conocerlo. Soy la directora de esta escuela.
—¡Encantador, encantador! —dijo Finney, tomando reverentemente la mano de McGonagall y haciendo de nuevo una reverencia—. Directora McGonagall, estoy encantado de conocerla.
—Por favor, llámeme Minerva —dijo McGonagall, y James vio que el más ligero de los dolores pasaba por su rostro.
—Indudablemente. Y usted llámeme Randolph, insisto. —Finney sonrió a la directora durante varios segundos, después se aclaró la garganta y se ajustó las gafas. Se giró en el lugar, examinando el castillo y sus terrenos.
—No sabía que hubiese una escuela en esta zona, a decir verdad. Especialmente una tan magnífica como esta. Yo diría, sin temor a equivocarme, que debería estar inscrita en el registro de lugares históricos, Minerva. ¿Cómo la llaman?
Sacarhina comenzó a responder, pero no le salió nada. Hizo un pequeño ruido, tosió un poco, y después se cubrió la boca delicadamente con una mano, con una leve expresión de perplejidad en la cara.
—Hogwarts, Randolph —respondió McGonagall, sonriendo cuidadosamente—. Escuela Hogwarts de Magia y Hechicería.
—¿No me diga? —replicó Finney, mirando hacia ella—. Qué maravillosamente ocurrente.
—Nos gusta pensar que sí.
—¡Detective Finney! —dijo Prescott de repente, trotando hacia arriba por los escalones, con el rostro cubierto por un masa de maquillaje y papel de seda colgando del cuello de su camisa—. Ya veo que ha conocido a la directora. La señorita Sacarhina y el señor Recreant están aquí para guiarnos durante el recorrido, claro está. La directora solo está presente para, er, darle color al asunto, ya sabe.
—Y representa su papel bastante bien, ¿verdad? —dijo Finney, girándose hacia McGonagall con una sonrisa.
James vio que la directora se estaba reprimiendo de forma bastante heroica para no poner los ojos en blanco.
—¿Ha conocido a la señorita Sacarhina y al señor Recreant entonces? —Prescott se abrió paso a empujones, introduciéndose entre Finney y McGonagall—. Señorita Sacarhina, ¿quizás podría contar al detective Finney un poco de lo que hacen ustedes aquí?
Sacarhina sonrió encantadoramente y dio un paso adelante, enroscando su brazo al de Finney en un intento de alejarlo de la directora McGonagall.
—… —dijo Sacarhina. Se detuvo, después cerró la boca e intentó bajar la mirada hasta ella, lo cual produjo una expresión bastante rara.
Finney la observaba con la frente ligeramente fruncida.
—¿Está usted bien, señorita?
—La señorita Sacarhina está solo un poco afónica por este clima, detective Finney —dijo Recreant, adoptando una sonrisa complaciente que no conseguía igualar a la sonrisa practicada de Sacarhina—. Permítame. Esta es una escuela de magia, como la directora ya le ha mencionado. Es, de hecho, una escuela para brujas y magos. Nosotros. —La siguiente palabra de Recreant pareció atorarse en su garganta. Se quedó de pie con la boca abierta, mirando hacia Finney y pareciéndose bastante a un pez que se asfixiaba. Después de un largo e incomodo momento, cerró la boca. Intentó sonreír de nuevo, mostrando demasiado sus dientes largos y dispares.
La frente de Finney seguía fruncida. Se desembarazó del brazo de Sacarhina y miró tanto a ella como a Recreant.
—¿Sí? Suéltenlo entonces, ¿qué pasa? ¿Están
ambos
enfermos?
Prescott estaba casi saltando de un pie a otro.
—Quizás deberíamos simplemente comenzar la visita, ¿vamos? Por supuesto, yo ya sé moverme un poco por el castillo. Podremos comenzar tan pronto como… tan pronto como… —Se dio cuenta de que todavía tenía papeles prendidos al cuello de la camisa. Se los quitó y los metió en los bolsillos de sus pantalones—. Señorita Sacarhina, ¿ha mencionado usted que vendría otra persona? ¿Un experto en explicar las cosas a los no iniciados? ¿Quizás este sería un buen momento para presentar a dicha persona?
Sacarhina inclinó la cabeza hacia delante, con los ojos ligeramente saltones y la boca abierta. Después de unos segundos de tenso silencio, la directora se aclaró la garganta y gesticuló hacia el patio abierto.
—Ya está aquí, sospecho. Ya sabe que el señor Hubert tiende a retrasarse a veces. Ese pobre hombre, perderá su propia cabeza uno de estos días. De todas formas es un genio a su propio modo, ¿no es cierto, Brenda?
Con la boca todavía abierta, Sacarhina se giró para seguir la mano de McGonagall que señalaba a algo. En la entrada del patio, otro vehículo estaba entrando. Era antiguo, su motor traqueteaba y escupía un pálido humo azul. Finney frunció un poco el ceño mientras lo veían traquetear lentamente por el patio. Sacarhina y Recreant observaban el vehículo con expresiones gemelas de puro desconcierto y disgusto. La multitud de estudiantes reunidos cerca de las escaleras retrocedió mientras el vehículo chirriaba hasta detenerse delante del primer Hummer, apuntando hacia él. El motor tosió, escupió, y después murió, lentamente.
—Eso es un Ford Anglia, ¿verdad? —dijo Finney—. ¡No había visto uno de estos en décadas! Me sorprende que todavía funcione.
—Oh, nuestro señor Hubert es muy bueno con los motores, Randolph —dijo McGonagall airosamente—. Es casi un mago, en realidad.
La puerta del conductor se abrió con un chirrido y una figura salió de él. Era muy grande, tanto que el coche subió perceptiblemente sobre sus muelles cuando se apeó. El hombre bizqueó hacia las escaleras, sonriendo un poco vagamente.
Tenía un largo cabello rubio platino y su correspondiente barba, ambos contrarrestados por unas gigantescas gafas negras de carey. El cabello del hombre estaba recogido hacia atrás en una prolija y casi formal cola de caballo.
—El señor Terrence Hubert —dijo McGonagall, presentando al hombre—. Rector de la Escuela Hogwarts de Magia y Hechicería. Bienvenido, señor. Venga a conocer a nuestros invitados.
El señor Hubert sonrió y después miró de reojo a la puerta del pasajero del Anglia que se abrió con un chirrido.
—Espero que nos les importe —dijo el señor Hubert, ajustándose las gafas—. He traído conmigo a mi esposa. Di hola a todo el mundo, querida.
James contuvo el aliento cuando Madame Delacroix salió torpemente del coche, riendo lenta y deliberadamente.
—Hola —dijo con una voz extrañamente monótona.
Hubert sonrió vagamente hacia ella.
—Es un encanto, ¿no creen? Bueno, entonces, ¿empezamos?
Sacarhina tosió, sus ojos se abrieron de forma alarmante cuando observó a Delacroix unirse al señor Hubert delante del Anglia. Empujó a Recreant con su codo, pero éste estaba tan mudo como ella.
—¿Rector? —dijo Prescott, mirando una y otra vez a Hubert y McGonagall—. ¡No existe un rector! ¿Desde cuándo hay un rector?
—Me disculpo, señor —dijo Hubert, subiendo las escaleras con Delacroix a su lado. Esta sonreía un poco frenéticamente—. He estado fuera la pasada semana. Negocios en Montreal, Canadá, fíjense, entre todos los lugares posibles. Un maravilloso almacén de distribución el que tienen allí. Ya saben, aquí sólo utilizamos suministros mágicos de la más alta calidad, claro está. Inspecciono todos nuestros materiales personalmente antes de encargar cualquier cosa. Oh, pero no debo decir nada más, desde luego. ¡Eh, eh! —Hubbert se tocó un lado de la nariz con el dedo índice, sonriendo conspiradoramente a Prescott.
El rostro de Prescott estaba lleno de sospecha. Miró fijamente a Hubert, después a Madame Delacroix. Finalmente, alzó las manos y cerró los ojos.
—Está bien, a quien le importa. Señor Hubert, si va a ser usted nuestro guía, entonces guíenos. —Echó un vistazo sobre el hombro al equipo de filmación, gesticulando ferozmente con las cejas, y después siguió a Hubert a través de las gigantescas puertas abiertas—. Rector Hubert, ¿podría contarnos a nosotros y a nuestra audiencia qué hacen ustedes aquí en la Escuela Hogwarts de Magia y Hechicería?
—Pues claro —dijo Hubert, girándose al llegar al centro del vestíbulo de entrada—. ¡Enseñamos magia! Somos, de hecho, la principal escuela de Europa de artes mágicas. —Hubert pareció tomar nota de la cámara por primera vez. Sonrió un poco nerviosamente—. Los estudiantes, er, acuden de los rincones más lejanos del continente, y aún más allá, para aprender el antiguo arte de los místicos maestros de la magia. Para adquirir, absorber, y, er, adentrarse, por así decirlo, en las artes secretas de la adivinación, iluminación, prestidigitación, y, er, etcétera, etcétera, etcétera.
Prescott estaba mirando con dureza a Hubert, sus mejillas enrojecían por momentos.
—Ya veo. Sí, ¿así que admite usted que enseñan
auténtica magia
dentro de estos muros?
—Pues, indudablemente, joven. ¿Por qué iba a negarlo?
—¿Entonces no niega… —dijo Prescott con voz ligeramente chillona─… que éstas pinturas, alineadas en esta misma sala, son pinturas mágicas que se
mueven
? —Gesticuló grandilocuentemente hacia las paredes.
El cámara giró y se acercó tan rápida y grácilmente como pudo a un grupo de pinturas que había junto a la puerta. El operador del gran micrófono bajó su aparato, hasta estar seguro de que capturaba la respuesta de Hubert.
—¿Pinturas que se m… mueven? —dijo Hubert con voz distraída—. Oh, O… h sí. Bueno, sospecho que podría decirse que se mueven. Porque esa pintura de allá, no importa en qué lugar de la habitación esté, sus ojos están siempre sobre ti. —Hubert alzó misteriosamente las manos, animándose con el tema—. ¡Parecen, de hecho, seguirte
a donde quiera que vayas
!
El cámara apartó el ojo del visor y frunció el ceño hacia Prescott. El rostro de Prescott se oscureció.
—Eso no es lo que quería decir. ¡Haga que se muevan! ¡Usted sabe que pueden hacerlo! ¡Usted! —Giró sobre sus talones y señaló a McGonagall—. ¡Tuvo una conversación con un retrato en su oficina ayer mismo! ¡Yo la vi! ¡Oí hablar a la pintura!
McGonagall adoptó una expresión tan cómicamente sorprendida que James, que estaba de pie justo en la puerta, con el resto de los estudiantes reunidos, tuvo que suprimir una risa tonta.
—No puedo imaginar a que se refiere usted, señor —replicó la directora.
—Veamos, deje a la dama fuera de esto, ¿me ha entendido? —dijo Finney rudamente, dando medio pasó para colocarse delante de la directora, que era una cabeza más alta que él—. Simplemente continúe con su todopoderosa investigación, Prescott, y terminemos con esto.
Prescott se quedó abrumado durante unos segundos, y después se recompuso.
—De acueeeeerdo. Olvidemos las pinturas que se mueven. Tonto de mí. —Se giró hacia Hubert—. ¿Presumo que las clases están actualmente en curso, señor Hubert?
—¿Hmm? —dijo Hubert, como sobresaltado—. ¿En curso? Bueno, yo, yo, supongo. No esperaba…