James Potter y la Encrucijada de los Mayores (73 page)

BOOK: James Potter y la Encrucijada de los Mayores
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Se apiñaron en una mesa diminuta bajo una ventana aún más diminuta y comieron platos de arenques ahumados y tostada y bebieron zumo de calabaza y té negro. Finalmente, Harry sugirió que los chicos se tomaran un descanso para asearse.

Todavía llevaban puesta la ropa que habían vestido durante la fallida aventura de la escoba del día anterior, y estaban definitivamente sucios tras haber pasado la noche en el bosque. James estaba cansado hasta los huesos además, y decidió que se podía desmayar sobre su cama por lo menos diez minutos, con crisis escolar o sin ella.

De camino a la sala común, James decidió tomar un desvío a la enfermería para recoger su mochila. Philia Goyle y Murdock ya no custodiaban las puertas, por supuesto, pero se sorprendió al ver a Hagrid repantigado en uno de los bancos cercanos, ojeando una revista gruesa llamada
Bestias y Boondocks
. Éste levantó la mirada, cerrando la revista.

—James, que gusto verte —dijo calurosamente, aparentemente tratando de mantener su voz baja—. Oí que habíais vuelto sanos y salvos. Viendo a tu padre entonces, apuesto.

—Sí, acabo de dejarlo —respondió James, mirando a través de las puertas entreabiertas de la enfermería.

—¿Qué estás haciendo aquí, Hagrid?

—Bueno, es obvio, ¿no? Estoy de guardia, eso es lo que hago. Nadie sale o entra a menos que sea con permiso de la directora. Necesita descansar y recuperarse, después de todo por lo que ha pasado.

—¿Quién? —preguntó James, de repente interesado. Espió más estrechamente por la grieta entre las puertas.

Había una forma todavía acostada en una de las camas, pero James no podía imaginar de quién se trataba.

—¡Pues el profesor Jackson, por supuesto! —dijo Hagrid, poniéndose en pie y uniéndose a James junto a la puerta. Se asomó sobre la cabeza de James con un ojo negro y redondo—. ¿No te has enterado? Apareció en el patio hace hora y media, con aspecto bastante espeluznante —susurró—. Causó una gran conmoción cuando los estudiantes que estaban fuera lo vieron. Lo trajimos aquí inmediatamente y a mí se me encomendó la responsabilidad de vigilar las puertas mientras Madame Curio le atiende.

James levantó la vista hacia Hagrid.

—¿Está herido?

—Eso fue lo que pensamos al principio —dijo Hagrid, retrocediendo—. Pero Madame Curio dice que está bien excepto por unas pocas costillas rotas, algunas quemaduras en los brazos, un golpe desagradable en la cabeza y cerca de un millón de cortes y arañazos. Dice que ha estado en un duelo, y en uno muy largo. Sucedió durante la noche, afuera en el bosque. Eso fue todo lo que nos pudo decir antes de desmayarse.

—¿Un duelo? —repitió James, frunciendo la frente—. ¡Pero si Delacroix rompió su varita!

—¿De veras? —dijo Hagrid, impresionado—. ¿Y por qué iba a hacer algo así?

—El duelo fue contra ella, Hagrid —dijo James cansado—. Él y ella… mira, te lo explicaré después. Pero la vi romper su varita por la mitad. Vi los pedazos. Él los dejó atrás.

—Bueeeno… —dijo Hagrid, retomando su asiento y arrancando un largo y doloroso gemido al banco—. Es americano, ya sabes. Les gusta llevar más de una varita. Viene de todo eso de los Señores del Salvaje Oeste y demás. Las llevan en las botas y metidas en las mangas y las esconden en bastones y todo eso. Todo el mundo lo sabe, ¿no?

James se asomó otra vez por la grieta de las puertas la enfermería, pero aún así no pudo sacar nada en claro de la forma que había sobre el colchón.

—Lo siento profesor —dijo quedamente—, pero espero que le haya dado usted su merecido.

—¿Qué pasa, James? —dijo Hagrid, mirándolo.

—Sólo vine a por mi mochila, —respondió James rápidamente—. Me la dejé ayer por la noche.

—Supongo que no querrás venir a buscarla más tarde, ¿no? —preguntó Hagrid ansiosamente—. Tengo mis órdenes. Nadie entra o sale. La directora cree que quien haya atacado a Jackson tal vez venga buscándolo. No se puede descartar a ese loco de remate que pretende ser Merlín.

—Fue Delacroix, Hagrid. Pero, sí. Puedo volver más tarde. Buen trabajo.

Hagrid asintió, y después volvió a abrir la revista sobre su regazo. James se dio la vuelta y regresó por donde había venido.

La sala común Gryffindor estaba vacía. El fuego en el hogar había ardido hasta quedar solo en brasas rojas, pero hacía el suficiente calor fuera como para que no resultara necesario de todos modos. De hecho, mientras subía las escaleras hacia los dormitorios, James sintió una ráfaga de aire fresco y frío que pasó a su lado. Al parecer alguien había dejado una ventana abierta arriba. Se estaba preguntando si debería cerrarla o no cuando llegó al final de las escaleras y vio a Merlín cómodamente reclinado sobre su cama.

—Aquí está mi pequeño consejero —dijo Merlín, levantando la mirada y bajando el libro de texto de Tecnomancia de James. James miró a la ventana abierta junto a su cama, después a Merlín.

—Usted —dijo, con la mente ligeramente atónita—. ¿Usted…? —señaló dudosamente a la ventana.

—¿Sí entré volando a través de ella? —dijo Merlín, dejando el libro a un lado casi reverentemente—. ¿Sobre las alas de mis hermanos voladores? ¿Tú qué crees, James Potter?

James cerró la boca, comprendiendo que esto era algún tipo de prueba. Descartó su primera idea y buscó otra opción.

—No —respondió—. En realidad, no, creo que solo abrió la ventana porque le gusta el aire.

—Me gusta la fragancia del aire, especialmente en esta época del año —replicó el gran mago, mirando hacia la ventana abierta—. La esencia del crecimiento y la vida vienen de la tierra ahora, llenando el cielo. Aún los no-mágicos la sienten. Ellos dicen que el "amor" está en el aire en primavera. Se acerca bastante a la verdad aunque no a la cuestión, pero no es el amor de un hombre y una mujer. Es el amor de la tierra por la raíz, de la hoja por la luz solar, y sí, del ala por el aire.

—Pero usted
quería
que yo creyera que había entrado por la ventana, ¿verdad? —dijo James, sintiéndose cautelosamente envalentonado.

Merlín sonrió ligeramente y estudió a James.

—El noventa por ciento de la magia sucede en la mente, James Potter. El truco más grande de todos es saber lo que tu audiencia espera ver, y asegurarte de que lo vean.

James se acercó a otra cama y se sentó en ella.

—¿Es de esto de lo que vino a hablar? ¿O está aquí porque recibió mi mensaje?

—Me he puesto al corriente de muchas cosas desde la última vez que me viste —respondió el mago—. Me he movido adentro y afuera, y por todas partes. He conversado con muchos viejos amigos, reconectado con la tierra, las bestias y el aire. He encontrado muchas cosas extrañas en el bosque, artículos de esta era, y he aprendido mucho sobre las costumbres de esta época. Os he estudiado a vosotros, a ti mismo y a tu gente.

James sonrió lentamente, comprendiendo algo.

—¡Nunca se marchó! Se desvaneció de lo alto de la torre, nos hizo pensar que se había ido volando con los pájaros, pero nunca se
fue
a ningún lado, ¿verdad? ¡Solo se volvió invisible!

—Tienes talento para ver más allá de lo evidente, James Potter —dijo Merlín, con voz baja y cara impasible—. Pero admitiré que oí todo lo que tus profesores Franklyn y Longbottom, y la Pendragón, y sí, tu padre, dijeron acerca de mí. Me sorprendió y enojó que creyeran conocerme de esa manera. Y sin embargo, no soy esclavo de la arrogancia. Me pregunté a mí mismo si lo que suponían era verdad. Me fui, y visité mis viejas tierras
.
Viajé dentro y fuera, aquí y allá. Estudié las profundidades de mi propia alma, como Franklyn supuso que haría. Y descubrí que había una sombra de verdad en sus palabras. Una sombra…

Merlín se detuvo durante un largo momento. James decidió no decir nada más, sino simplemente observar al mago. Su cara permanecía totalmente inmóvil, pero sus ojos parecían distantes. Después de no más de dos minutos, Merlín habló de nuevo.

—Pero una sombra no era suficiente para traerme de vuelta al fango de las hipocresías y lealtades confusas de esta época tenebrosa. Estaba lejos, explorando, buscando espacio, suelo, y tierra ininterrumpida, hundiéndome en el profundo lenguaje del aire y de la lluvia, cuando apareció una nueva nota en la canción de los árboles. Tu mensaje, James Potter.

James se sorprendió al ver que finalmente había emoción en el enorme rostro del mago. Miraba a James abiertamente, y de repente sus ojos se humedecieron. James sintió vergüenza por la cruda expresión de angustia del hombre. Hasta sintió un poco de culpa por sus propias palabras, palabras que aparente y sorpresivamente, habían traspasado el gran corazón oculto de este hombre. Después, como si la angustia nunca hubiera estado ahí, la enorme y pétrea cara se recompuso. No fue cuestión de disfrazar la emoción, comprendió James. Simplemente había presenciado el funcionamiento de las emociones de un hombre cuya cultura era totalmente ajena a él, en la que el corazón estaba tan cerca de la superficie que las profundas emociones podían inundar descarada y completamente el rostro, como una nube oscureciendo al sol pero sólo por un momento.

—Por lo tanto, James Potter —dijo el mago, poniéndose en pie lentamente, de forma que pareció llenar el cuarto—. He vuelto. Estoy a tu servicio. Mi alma ciertamente lo requiere. He aprendido mucho de este mundo durante mis viajes de este día, y amo poco de él, pero hay un mal presente, aún cuando está enmascarado con duplicidad y etiqueta. Quizás vencer al mal sea menos importante incluso que despojarlo de su fachada de respetabilidad.

James sonrió y se levantó también de un salto, sin estar seguro de si estrechar la mano de Merlín, abrazarlo, o hacer una reverencia. Se decidió por golpear al aire con un puño y proclamar,

—¡Sí! Er, gracias, Merlín. Er, Merlinus. ¿Sr. Ambrosius?

El mago simplemente sonrió, con sus ojos azul hielo chispeando.

—Así que —dijo James—, ¿qué hacemos? Es decir, sólo tenemos unas pocas horas antes de que Prescott y su equipo se reúnan para filmar la escuela y todo eso. Creo que tengo que explicárselo todo. Jesús, esto va a llevar un rato.

—Soy
Merlín
, James Potter —dijo el mago, suspirando—. Ya he aprendido tanto como necesito saber de este mundo y su funcionamiento. Te sorprendería bastante, creo, saber cuánto saben los árboles de vuestra cultura. El señor Prescott no es problema. Simplemente necesitamos un concilio de aliados que nos ayuden.

—Está bien —dijo James, volviendo a dejarse caer sobre la cama—. ¿Qué clase de aliados necesitamos?

Merlín entrecerró los ojos.

—Requerimos héroes de ingenio y astucia, sin miedo a transgredir las convenciones a objeto de defender una alianza mayor. Las habilidades de batalla no importan. Lo que necesitamos en este momento, James Potter, son sinvergüenzas con honor.

James asintió sucintamente.

—Conozco al grupo adecuado. Sinvergüenzas con honor. Lo tengo.

—Entonces vamos a ello, mi joven consejero —dijo Merlín, riendo un poco aterradoramente—. Condúceme.

—Entonces —dijo James mientras dirigía a Merlín fuera a través del agujero del retrato—, ¿cree que venceremos?

—Señor Potter —dijo Merlín airosamente, saliendo al rellano y colocándose los puños sobre las caderas—, venciste en el momento en que decidí unirme a ti.

—¿Es el famoso orgullo de Merlín el que habla? —preguntó James tentativamente.

—Como ya he dicho —replicó Merlín, dándose la vuelta para seguir a James con su larga y lenta zancada—. El noventa por ciento de la magia sucede en la mente. El diez por ciento restante, señor Potter, es pura bravuconería sin adulterar. Tome nota de eso y le irá muy bien.

Tras la brillante y neblinosa mañana, el día progresó hacia una bruma de quietud y calor inoportuno.

La directora McGonagall había insistido en que las clases continuaran, aún durante la visita de Martin J. Prescott y su séquito, pero a pesar de su orden, docenas de estudiantes se habían reunido en el patio para presenciar la llegada del equipo del reportero muggle. Próximos a la parte delantera del grupo, James y Harry estaban de pie uno al lado del otro. Sólo a unos cuantos pasos de distancia, Tabitha Corsica y sus compañeros de Slytherin observaban con ojos decididamente brillantes y ansiosos. En lo alto de las escaleras principales la directora McGonagall estaba flanqueada por la señorita Sacarhina y el señor Recreant. Martin Prescott, en el escalón más bajo, miraba su reloj.

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