Read Heliconia - Verano Online
Authors: Brian W. Aldiss
La mañana siguiente, antes de una nueva reunión formal con los diplomáticos, JandolAnganol se dirigió a las habitaciones del príncipe Taynth Indredd. Dejó fuera a Yuli, que se echó como un perro, incómodo, junto a la puerta. Era una concesión del rey a ese hombre que le disgustaba.
El príncipe Taynth Indredd desayunaba avena y frutas tropicales. Con un gesto indicó a JandolAnganol que estaba dispuesto a escuchar.
Con simulada irrelevancia, observó:
—Me han dicho que tu hijo ha desaparecido.
—Robay ama el desierto. El clima le gusta. Muchas veces parte de viaje, y a veces tarda semanas en regresar.
—No es la educación apropiada para un rey. Los reyes deben educarse. RobaydayAnganol debería asistir a un monasterio, como tú, y como yo. Pero me han dicho que se ha unido a los protognósticos.
—Puedo cuidar a mi hijo. No necesito consejos.
—El monasterio es algo bueno. Enseña que ciertas cosas deben ser hechas aunque a uno no le gusten. Hay peligros en el futuro. Pannoval ha sobrevivido a los largos inviernos, pero los largos veranos son más difíciles… Mis astrónomos y deuteroscopistas anuncian un futuro terrible… Por supuesto, de eso viven.
Se interrumpió y encendió un veronikano, haciendo de esto una gran representación: exhaló el humo de manera voluptuosa, disipándolo luego con gesto negligente.
—Sí, las viejas religiones de Pannoval dicen la verdad cuando anuncian que el mal viene del cielo. En su origen, Akhanaba era una piedra, ¿sabes?
Se puso de pie y fue hacia la ventana. Se asomó. Su gran trasero miraba a JandolAnganol.
Este último guardó silencio, esperando que Taynth Indredd hablara.
—Los deuteroscopistas dicen que cada año pequeño Heliconia y nuestro sol, Batalix, se acercan más a Freyr. Durante las próximas generaciones, ochenta y tres años, para ser precisos, continuaremos acercándonos. Esas generaciones soportarán la prueba. La ventaja estará cada vez más de parte de los continentes polares de Sibornal y Hespagorat. Para nosotros, en los trópicos, las condiciones serán cada vez peores.
—Borlien podrá sobrevivir. La costa sur es más fresca.
Ottassol es una ciudad fría; es subterránea, se parece mucho a Pannoval.
Taynth Indredd volvió su cara de rana por encima del hombro para inspeccionar a JandolAndanol.
—Tengo un plan, ¿sabes, primo?… Sé que no me tienes gran afecto, pero es mejor que sea yo quien te lo diga y no tu amigo, mi viejo y santo consejero Guaddl Ulbobeg. Borlien, como dices, estará bastante bien. También Pannoval, segura bajo la montaña. Oldorando sufrirá más. Y tanto tu país como el mío necesitan que 0ldorando se mantenga intacta, porque de otro modo caerá en manos de los bárbaros. ¿Crees que podrías acomodar en Ottassol a la corte de Oldorando, a Sayren Stund y los suyos?
La pregunta era tan asombrosa que, por una vez, JandolAnganol no halló palabras.
—Eso lo debería decidir mi sucesor…
El príncipe de Pannoval cambió de tono y de asunto.
—Primo, acércate a la ventana a gozar del aire fresco. Mira: allí abajo está la sobrina que he traído a mi cargo, Simoda Tal, de once años y seis décimos, hija de la dinastía de Oldorando, con antepasados que se remontan a los señores Den, gobernantes de la antigua Embruddock en la época glacial.
La muchacha, sin saber que la observaban, saltaba en el patio mientras se secaba el pelo descuidadamente, haciendo girar la toalla en torno de su cabeza.
—¿Por qué ha venido contigo, Taynth?
—Porque yo quería que la vieras. Es una chica agradable, ¿verdad?
—Bastante agradable, sí.
Joven, es verdad; pero por algunas señales que he creído advertir, de naturaleza muy lujuriosa.
JandolAnganol sintió que la trampa estaba a punto de cerrarse. Se apartó de la ventana y empezó a andar por la habitación. Taynth Indredd se volvió, y acomodándose en el antepecho, siguió fumando.
—Primo, deseamos que los estados miembros del Santo Imperio Pannovalano se aproximen cada vez más. Debemos protegernos contra los malos tiempos; no sólo los actuales sino los futuros. En Pannoval siempre hemos tenido el don de anticipación de Akhanaba. Por eso deseamos que te cases con esa hermosa princesa, Simoda Tal.
La sangre subió al rostro de JandolAnganol. Enderezándose, dijo:
—Sabes que ya estoy casado, y con quién.
—Debes reconocer algunos hechos lamentables, primo. La reina actual es la hija de un bandido. No tiene un rango comparable al tuyo. Ese casamiento te degrada y degrada a tu país, que necesita algo mejor. Casado con Simoda Tal, te convertirías en una fuerza de la que no sería posible prescindir.
—Imposible. Y en cualquier caso, la madre de esa muchacha es una Madi. ¿No es así?
Taynth Indredd se encogió de hombros.
—¿Son peores los Madis que tus amados phagors? Escucha, primo: desearíamos que este plan se cumpliera sin dificultades. Nada de hostilidad, sólo ayuda mutua. Dentro de ochenta y tres años, Oldorando arderá de un extremo al otro; las temperaturas ascenderán hasta los ciento cincuenta grados, según los cálculos. Los oldorandanos tendrán que dirigirse hacia el sur. Si ahora haces un casamiento dinástico, quedarán en tu poder. Serán como parientes pobres que llaman a tu puerta. Todo el territorio de Borlien y Oldorando será tuyo, o por lo menos de tus nietos. Es una oportunidad que no puedes perder. Y ahora, un poco más de fruta. Los squaanej son excelentes.
—No puede ser.
—Sí. El Santo C'Sarr está de acuerdo en anular tu actual casamiento por un decreto especial.
JandolAnganol alzó una mano, como para golpear al príncipe. Manteniéndola a la altura de sus ojos, dijo:
—Mi actual casamiento es también el antiguo y el futuro. Si es necesaria una boda dinástica, entonces casaré a Robayday con tu Simoda. Harían una pareja adecuada.
El príncipe se inclinó y señaló con el dedo a JandolAnganol.
—Por supuesto que no. Olvida esa posibilidad. El chico está loco. Su abuela era la salvaje Shannana.
Los ojos del Águila centellearon.
—No está loco. Sólo es un poco rebelde.
—Debería haber ido al monasterio, como hemos hecho tú y yo. Tu religión misma te dice que tu hijo es inaceptable como pretendiente. Debes hacer ese sacrificio, si decides tenerlo en cuenta. Nuestra considerable ayuda te compensará por lo que creas perder. Cuando tengamos tu consentimiento, te regalaremos un arca llena de las nuevas armas, junto con la munición necesaria. Recibirás nuevas arcas. Podrás entrenar a tus hombres para que las usen contra Darvlish la Calavera y contra las tribus de Randonan. Tendrás todas las ventajas.
—¿Y qué ganará Pannoval?—preguntó con amargura JandolAnganol.
—Estabilidad, primo, estabilidad. Durante ese período de inestabilidad que se inicia. Los sibornaleses no perderán su poder con la aproximación de Freyr.
Mordisqueó un morado squaanej.
JandolAnganol quedó inmóvil donde estaba, y apartó la mirada del príncipe.
—Estoy casado con una mujer a la que amo. No abandonaré a MyrdemInggala.
El príncipe se echó a reír.
—¡Amor! ¡Zygankes, como diría Simoda Tal! Los reyes no pueden permitirse esa idea. Lo primero es tu país. Por el bien de Borlien, cásate con Simoda Tal, estabiliza…
—¿Y si no lo hago?
Tomándose su tiempo, Taynth Indredd eligió otro squaanej.
—En ese caso, serás barrido del campo de juego, ¿no te parece?
JandolAnganol golpeó la mano del príncipe. El squaanej rodó por el suelo y se detuvo contra la pared.
—Tengo convicciones religiosas. Abandonar a mi reina iría contra esas convicciones. Y en tu Iglesia no faltaría quien me apoyase.
—No te referirás al pobre viejo Ulbobeg…
Aunque temblando, la mano del príncipe descendió y tomó otra fruta.
—En primer lugar, busca algún pretexto para enviarla a alguna parte. Lejos de la corte. Envíala a la costa. Luego, reflexiona en todas las ventajas que tendrás si haces lo que deseamos. Antes de que termine la semana quiero estar de regreso en Pannoval con la noticia de que aceptarás una boda dinástica que el mismo Santo C'Sarr bendice.
El día siguió siendo difícil para JandolAnganol. Durante la reunión de la mañana, mientras Taynth Indredd se mantenía en silencio en su trono, Guaddl Ulbobeg expuso el plan del nuevo matrimonio. Esta vez, en términos diplomáticos. A la acción seguirían determinados beneficios. El gran C'Sarr Kilandar IX, Padre Supremo de la Iglesia de Akhanaba, aprobaría con una declaración el divorcio y el segundo matrimonio.
Prudentemente, nada se dijo de lo que podía ocurrir ochenta y tres años más tarde. A la diplomacia le preocupaba más sobrevivir a los próximos cinco años.
La casa real ofreció una comida a los huéspedes, presidida por MyrdemInggala y el rey, a quien atendía su pequeño phagor. También estaban presentes algunos miembros de alto rango de la scritina.
Se sirvieron abundantes grullas, peces, cerdos y cisnes asados.
Después del banquete, el príncipe Taynth Indredd tomó la palabra. Pretendiendo agradecer el festín, hizo que sus guardias ofrecieran una demostración de las posibilidades de los nuevos arcabuces. Tres leones de la montaña fueron traídos, encadenados, hasta uno de los patios internos, y despachados.
Mientras el humo se disipaba, se entregaron las armas a JandolAnganol. El obsequio se hizo de un modo casi despectivo, como si se diese por hecho su asentimiento a las exigencias de Pannoval.
Las razones de la demostración eran evidentes. La scritina pediría que el rey obtuviera de Pannoval más arcabuces para combatir en los diversos frentes. Y Pannoval los proporcionaría. A cierto precio.
Apenas concluyó esa ceremonia, dos mercaderes entraron en el palacio trayendo un cuerpo, dentro de una tela cosida, en el lomo de un viejo kaidaw. Se abrió la tela. Cayó rodando el cuerpo de YeferalOboral, con parte del pecho y el hombro destrozados.
Esa noche, un rey atormentado entró en las habitaciones de su canciller. Detrás de las nubes, Batalix se ponía, y Freyr dejaba escapar su brillo. La cálida luz del oeste iluminaba los rincones escondidos de la habitación.
SartoriIrvrash se levantó de la larga mesa cubierta de documentos ante la cual estaba sentado, y se inclinó. Trabajaba arduamente en su Alfabeto de la Historia y la Naturaleza. Alrededor había viejos y modernos documentos, que la mirada del rey recorrió.
—¿Qué debo responder a Taynth Indredd?—preguntó JandolAnganol.
—¿Puedo serte sincero, majestad?
—Habla. —El rey se dejó caer sobre una silla. El runt permaneció detrás de ella, como si quisiera evitar la mirada del canciller.
SartoriIrvrash inclinó la cabeza de modo que el rey sólo podía ver su inexpresiva calva.
—Majestad, tu primera obligación no es contigo mismo, sino con tu país. Así dice la antigua Ley de los Reyes. El plan de Pannoval, en el sentido de fortalecer tus actuales buenas relaciones con Oldorando por medio de un casamiento dinástico, es aconsejable. Tu trono será más sólido y menos cuestionado. Garantizará que, en el futuro, podamos pedir ayuda a Pannoval.
“No sólo ayuda en forma de alimentos, sino también de armas. En el norte más templado, cerca del Mar de Pannoval, poseen extensos sembradíos. Este año nuestra cosecha ha sido pobre, y será más pobre a medida que aumente el calor. En tanto que, supongo, nuestro armero real será capaz de imitar los arcabuces sibornaleses.”
“Como ves, todo aconseja tu boda con Simoda Tal de Oldorando, a pesar de su corta edad; todo, menos una cosa. La reina MyrdemInggala. Nuestra actual reina es una buena y santa mujer, y el amor prospera entre vosotros dos. Si cortas ese amor, serás desdichado.”
—Tal vez llegue a amar a Simoda Tal.
—Tal vez sí, majestad. —SartoriIrvrash volvió la vista hacia la ventana de su estudio.—Pero con ese nuevo amor se mezclará la amarga hebra del odio. Nunca encontrarás otra mujer como la reina; si la encuentras, esa mujer no llevará el nombre de Simoda Tal.
—El amor no es importante —dijo JandolAnganol, echando a andar de un lado a otro—. La supervivencia sí. Eso dice el príncipe. Quizá tenga razón. De todos modos, ¿qué me aconsejas? ¿Dirías sí o no?
El canciller tironeó de sus patillas.
—Otro problema es la cuestión de los phagors. ¿La mencionó el príncipe esta mañana?
—No.
—Lo hará. La gente en cuyo nombre él habla lo hará. Apenas se logre un acuerdo.
—Entonces, canciller, ¿cuál es tu consejo? ¿Debo decir sí o no a Pannoval?
El canciller se hundió en su banco, con la mirada clavada en los papeles acumulados sobre la mesa. Su mano rozó un pergamino, haciendo que crujiera como hojas secas.
—Me interrogas, señor, sobre un asunto esencial; un asunto en que las necesidades del corazón se enfrentan con las del estado. No me toca a mí decir sí o no… ¿No es éste un asunto religioso, que deberías consultar con tu vicario?
JandolAnganol golpeó la mesa con el puño.
—Todos los asuntos son religiosos; pero en éste debo consultar con mi canciller. Tu respeto por la reina es una de las cualidades por las que mereces mi confianza, Rushven. Sin embargo, olvida ahora esas consideraciones y dime tu opinión. ¿Debo hacerla a un lado y proceder a este matrimonio dinástico para salvar el futuro de nuestro país? Responde.
En la mente del canciller estaba muy claro que él no debía hacerse responsable por la decisión del rey. En este caso, sería, más adelante, un chivo expiatorio; SartoriIrvrash conocía la volubilidad del monarca y temía sus furias. Veía muchos argumentos a favor de una alianza entre Borlien y Oldorando; la paz entre dos vecinos tradicionalmente hostiles sería beneficiosa para todos; esa unión, manejada con habilidad —y él podía encargarse de ello—, sería una línea de defensa contra Pannoval y también contra el permanente incursor del norte: el continente de Sibornal.
Por otra parte, sentía idéntica lealtad hacia la reina que hacia el joven rey. A su egocéntrico modo, amaba a MyrdemInggala como a una hija, en especial desde que su esposa había muerto en tan horribles circunstancias. La belleza de la reina daba cotidiana calidez a su viejo corazón de sabio. Sólo debía alzar un dedo y decir con energía: “Permanece al lado de la mujer que amas; ésa es la mejor alianza que puedes hacer”; pero cuando espió el tormentoso rostro del rey, no tuvo coraje. Además, debía proteger el proyecto de toda su vida, su libro.