Heliconia - Verano (14 page)

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Authors: Brian W. Aldiss

BOOK: Heliconia - Verano
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En realidad, Heliconia, el premio de esa era, fue una causa más de su declinación. Allí estaba ese mundo espléndido y terrible, hermoso como un sueño; pero poner el pie en él significaba la muerte para todo ser humano. Una muerte no inmediata, pero segura.

En la atmósfera de Heliconia había virus que, debido a largos procesos de adaptación, eran inofensivos para sus pobladores durante la mayor parte del Gran Año. Pero para cualquier terrestre, esos virus, imposibles de eliminar, formaban una barrera como la espada del ángel que, según un antiguo mito de la Tierra, custodiaba la entrada al Jardín del Edén.

Para muchas de las personas que estaban a bordo del Avernus, eso era precisamente —un Jardín del Edén— lo que parecía el planeta que tenían debajo, al menos cuando terminaron los lentos y crueles siglos del invierno del Gran Año.

El Avernus tenía sus parques con arroyos y lagos, y mil ingeniosas simulaciones para entretener a sus jóvenes hombres y mujeres. Pero era un mundo artificial. Muchos sentían que también sus vidas eran artificiales allí, privadas como estaban del excitante sabor de la realidad.

Este sentido de la artificialidad era particularmente opresivo para los miembros del clan Pin. El clan Pin estaba a cargo de Entrecruzamientos y Continuidades. Su responsabilidad era, en esencia, sociológica.

Su tarea principal consistía en registrar el desarrollo de las vidas de miembros de una o dos familias a lo largo de las generaciones, durante los 2.592 años terrestres que insumía un Gran Año y más allá. Estos datos, que no podían estudiarse en la Tierra, tenían un gran valor científico. Por otra parte, la familia Pin llegó a identificarse de un modo muy estrecho con las personas objeto de su estudio.

Esa proximidad se reforzaba por el conocimiento, que ensombrecía todos sus. días, de que la Tierra era para ellos irrecuperable. Nacer en la estación implicaba un exilio definitivo. La primera ley de la vida en el Avernus era la imposibilidad de regresar a la Tierra.

Ocasionalmente llegaban desde la Tierra naves computerizadas. Estas naves de enlace, como se llamaban, tenían siempre espacios de emergencia en los que podían viajar humanos. Tal vez existía en la Tierra la leve esperanza de que uno de los avernianos lograse regresar gracias a los nuevos métodos; pero, en verdad, las naves, de obsoleto diseño, nunca habían sido modernizadas. La brecha de Tiempo y Espacio convertía la idea de tal travesía en una burla; incluso los cuerpos, profundamente sumidos en un sueño criogénico, caían en un desfase de mil quinientos años.

Heliconia estaba incomparablemente más cercana que la Tierra. Pero sus virus la tornaban inaccesible.

La existencia en el Avernus era utópica, es decir, placentera, estable y monótona. No había terrores que enfrentar, injusticias o escaseces, y muy pocos cambios bruscos. No había una religión reveladora; la fe religiosa se encomendaba apenas a una sociedad cuyo deber era el de vigilar las rebeliones en el mundo inferior. Las agonías y los éxtasis metafísicos de los egos individuales eran mal regidos.

Con todo ello, para algunos avernianos de cada generación, su mundo seguía siendo una prisión cuya órbita y uct no conducía a ninguna parte. Ciertos miembros del clan Pin, pese a mirar despectivamente al pobre y delirante Roba vagando en el desierto, se consumían de envidia al verlo tan libre.

La llegada intermitente de las naves de enlace no hacía sino acentuar su opresión. Hacía poco, una de ellas había ocasionado un tumulto. Había llegado cargada de cintas de noticias, viejas noticias de carteles, deportes, naciones, artefactos, nombres; todo desconocido por ellos. El cabecilla del disturbio fue arrestado y, en una acción sin precedentes, enviado a morir en la superficie de Heliconia.

Todos en la Estación Observadora habían seguido con avidez sus extraordinarias aventuras antes de sucumbir al virus. Habían llevado una vida vicaria en el planeta de su umbral.

Desde aquel tiempo, debía existir una válvula de seguridad, una tradición de ritos, sacrificios y escapes. Así, se creó la irónicamente llamada Lotería de Vacaciones en Heliconia. El sorteo se llevaba a cabo cada diez años durante los siglos del verano heliconiano. Al ganador de la lotería se le permitía descender a su muerte segura y escoger el lugar de aterrizaje. Algunos preferían la soledad, otros las ciudades, algunos las montañas y otros las planicies. Ningún ganador rehusaba el viaje, ni despreciaba la fama y la libertad.

Mil ciento diecisiete años terrestres después del apastrón —durante el nadir del Gran Año— la lotería volvió a celebrarse una vez más.

Los tres ganadores anteriores habían sido mujeres. En esta ocasión el premiado fue Billy Xiao Pin. No tuvo dificultades para hacer su elección. Bajaría a Matrassyl, capital de Borlien. Allí contemplaría el rostro de la reina de las reinas antes de que el virus hélico acabara con él.

El premio de Billy sería la muerte; una muerte en la que se incorporaría plenamente a la secular orquestación del Gran Verano heliconiano.

VI - DIPLOMÁTICOS TRAEN PRESENTES

El rey JandolAnganol regresó al fin a su reina desde Oldorando. Habían transcurrido cuatro semanas. Ya no cojeaba. Era el día del medio invierno, y se esperaba a los diplomáticos de Pannoval.

Un calor de muerte pesaba sobre Matrassyl y cubría el palacio situado en la colina que dominaba la ciudad. Sus muros exteriores temblaban como si se tratase de un espejismo que se pudiera atravesar. Siglos antes, en el invierno del Gran Año, el día del medio invierno era celebrado con gran fasto; ahora era otra cosa. La gente sufría demasiado el calor para preocuparse.

Los cortesanos nativos haraganeaban en sus cámaras. El embajador sibornalés ponía hielo en su vino y soñaba con las frescas mujeres de su país natal. Los diplomáticos llegaron cargados de equipajes y sobornos, transpirando bajo sus rojas ceremoniales, y se derrumbaron en los divanes cuando terminó la recepción oficial.

El canciller de Borlien, SartoriIrvrash, fue a su habitación a fumar un veronikano, para que el rey no percibiera su irritación.

Este asunto traería malas consecuencias. Él no lo había dispuesto. El rey no lo había consultado.

Siendo un hombre solitario, la diplomacia que SartoriIrvrash dirigía también lo era. Estaba convencido de que Borlien no debía dejarse arrastrar aún más a la órbita de la poderosa Pannoval mediante una alianza con ella o con Oldorando. Los tres países estaban ya unidos por una religión común que SartoriIrvrash, como erudito, no compartía.

Durante siglos, Borlien estuvo dominado por Oldorando. El canciller no quería regresar a esa época. Él comprendía mejor que nadie cuán atrasada estaba Borlien; pero caer bajo el poder de Pannoval no remediaría aquel atraso. El rey pensaba de otra manera, y sus consejeros religiosos lo animaban a ello.

El canciller había impuesto estrictas leyes a Matrassyl para regular la entrada y salida de extranjeros. Tal vez su misantropía se debiera en parte a la xenofobia; no se permitía la entrada de Madis en la ciudad, y ningún diplomático extranjero podía mantener trato sexual con una mujer de Matrassyl, so pena de muerte. De no haber intervenido el rey en persona, habría creado leyes contra los phagors.

SartoriIrvrash suspiró. Sólo deseaba proseguir sus estudios. Aborrecía el modo en que le había sido impuesto el poder; así que se hizo un tirano para las cosas insignificantes, a fin de endurecerse cuando los riesgos fuesen altos. Pero si se le imponía el ejercicio del poder, deseaba que ese poder fuera absoluto.

Si lo fuese no vivirían el peligro de la situación actual, donde cincuenta extranjeros o más podían mandar a su antojo en el palacio. Tenía la fría certidumbre de que el rey pretendía introducir cambios y que se avecinaba un drama que afectaría el rumbo sensato de su vida. Su mujer lo había llamado insensible; pero SartoriIrvrash sabía que era más adecuado decir que sus emociones se centraban en torno a su trabajo.

Se encogió de hombros en un gesto característico; quizás ese hábito le daba una apariencia más formidable que la real. Sus treinta y siete años —treinta y siete años y cinco décimos según el minucioso sistema empleado en Campannalat para medir la edad correspondían a su aspecto, arrugando su cara alrededor de la nariz y los bigotes dándole la apariencia de un roedor inteligente.

—Amas a tu rey y a tus semejantes —se dijo, y abandonó el refugio de sus habitaciones.

Como muchas fortalezas similares, el palacio era una acumulación de lo viejo y lo nuevo. Durante el último Gran Invierno hubo fuertes y cavernas en la roca de Matrassyl. Se agrandaba o reducía, devenía fortaleza o mansión de recreo, según la fortuna de Borlien.

Los distinguidos personajes de Pannoval se escandalizaron en Matrassyl, donde a los phagors se les permitía deambular por las calles sin molestar…, y sin ser molestados. En consecuencia, criticaron el palacio de JandolAnganol. Les parecía provinciano.

Cuando la fortuna estaba aún de su lado y su matrimonio con MyrdemInggala era reciente, JandolAnganol trajo a los mejores arquitectos, constructores y artistas de la provincia para corregir los estragos del tiempo. Se otorgó especial cuidado a los aposentos de la reina.

Si bien el ambiente general del palacio se inclinaba hacia lo militar, no había en él rastro alguno de la rígida etiqueta que caracterizaba a las cortes de Oldorando y Pannoval. Y en algunos lugares floreció una especie de cultura elevada. Los apartamentos del canciller SartoriIrvrash, en particular, fueron refugio para las artes y el aprendizaje.

El canciller fue de mala gana a consultar con el rey. A su mente acudieron pensamientos más agradables que los asuntos de estado. Tan sólo el día anterior había solucionado un problema que lo desconcertaba desde hacía tiempo. Antaño era más fácil distinguirla verdad de la mentira.

La reina se acercó a él llevando uno de sus trajes rojo fuego y acompañada por su hermano y la princesa Tatro, quien corrió a abrazarse a sus piernas. El canciller se inclinó. No obstante su distracción, advirtió en la expresión de la reina que la visita diplomática también le producía ansiedad.

—Hoy estaréis ocupado con Pannoval —dijo ella.

—Tengo que tratar con un grupo de asnos pedantes, lo cual no es más que otra pérdida de tiempo. —Se contuvo y echó a reír.— Mis excusas, señora, tan sólo quise decir que no considero al príncipe Taynth Indredd de Pannoval un buen amigo de Borlien…

A veces ella esbozaba una sonrisa lenta, como reticente a la alegría, que comenzaba en sus ojos, bajaba por la nariz y terminaba moldeando la curva de sus labios.

—Estamos de acuerdo. En la actualidad, Borlien carece de verdaderos amigos.

—Admítelo, Rushven, tu historia nunca estará terminada —dijo YeferalOboral, el hermano de la reina, utilizando un viejo sobrenombre—. No es más que un pretexto para dormir toda la tarde.

El canciller suspiró; el hermano de la reina no tenía la inteligencia de su hermana. Dijo con dureza: —Si dejaras de merodear por la corte, podrías preparar una expedición y navegar alrededor del mundo. ¡Cuánto favorecería a nuestros conocimientos! —Ojalá Robayday hubiese hecho algo así —dijo MyrdemInggala—. Quién sabe dónde estará ahora ese chico.

SartoriIrvrash no estaba dispuesto a desperdiciar compasión por el hijo de la reina:

—Ayer hice un nuevo descubrimiento —dijo—. ¿Deseáis oírlo? ¿Os aburriré? ¿No hará el mero enunciado de estas preocupaciones por el conocimiento que saltéis desde las murallas?

La reina dejó escapar una risa cristalina y le extendió su mano.

—Vamos, Yef y yo no somos ningunos tontos. ¿Cuál es ese descubrimiento? ¿Es que acaso se está enfriando el mundo?

Ignorando la broma, SartoriIrvrash frunció el ceño y preguntó:

—¿De qué color es un hoxney?

—¡Yo lo sé! —exclamó la joven princesa—. Son marrones, todo el mundo sabe que los hoxneys son marrones.

Con un gruñido, SartoriIrvrash la alzó en brazos:

—¿Y de qué color eran ayer?

—Marrones, por supuesto.

—¿Y el día anterior?

—Marrones, Rushven tonto.

—Correcto, sabia princesita. Pero de ser así, ¿por qué entonces las ilustraciones de las antiguas crónicas describen a los hoxneys con líneas bicolores?

Tuvo que responder a su propia pregunta:

—Es lo que le pregunté a mi amigo Bardol CaraBansity en Ottassol. Desolló un hoxney y examinó su piel. ¿Y qué descubrió? Pues que un hoxney no es un animal marrón, como todos pensamos. Es un animal de rayas marrones sobre un fondo marrón.

Tatro se echó a reír.

—Te burlas de nosotros. Si es marrón sobre marrón, entonces es marrón, ¿no es verdad?

—Sí y no. La piel extendida muestra que el hoxney no es un animal sólo marrón, sino que tiene rayas marrones. ¿A qué se deberá?

“Pues bien, he dado con la respuesta, y veréis lo inteligente que soy. Los hoxneys tuvieron alguna vez la piel rayada con líneas brillantes, tal como lo muestran las crónicas. ¿Cuándo ocurría esto? Pues en la primavera del Gran Año, cuando volvió a haber pastos abundantes. Entonces dos hoxneys precisaban multiplicarse lo más rápido posible. Así que se adornaron con sus brillantes galas sexuales. En nuestros días, siglos después, los hoxneys abundan. No necesitan multiplicarse de manera urgente, de modo que no necesitan valerse de esos colores para aparearse, y las rayas se convirtieron en un marrón neutro…, hasta que la primavera del próximo Gran Año las haga resurgir.”

La reina hizo una mueca:

—Si hay otra Gran Primavera y no nos topamos antes con Freyr.

SartoriIrvrash aplaudió con afectación:

—¿Pero no os dais cuenta? Esta geometría adaptativa de los hoxneys es una garantía de que no nos toparemos con Freyr, de que se acerca cada Gran Verano y de que luego se aleja otra vez.

—No somos hoxneys —dijo YeferalOboral con un ademán de indiferencia.

—Majestad —dijo el canciller, dirigiéndose a la reina con voz seria—, mi descubrimiento también revela que los viejos manuscritos pueden ser a menudo más confiables de lo que pensamos. Sabes que el rey, tu esposo, y yo, disentimos. Te suplico que intercedas por mí. Que comisione una nave. Que me dispense de mis obligaciones durante dos años para navegar por el mundo reuniendo manuscritos. Hagamos de Borlien un centro del saber, como lo fue en los días de YarapRombry de Keevasien. Ahora que mi esposa está muerta, poco me retiene aquí, excepto tu bella presencia.

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