Heliconia - Verano (22 page)

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Authors: Brian W. Aldiss

BOOK: Heliconia - Verano
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Se apartó bruscamente del espejo, de esa figura sombría que acechaba en la plata, y llamó a las criadas. Alzó los brazos y ellas lo vistieron.

—Mi corona —dijo, mientras le peinaban sus largos cabellos. Castigaría a los diplomáticos mostrándose distante.

Unos minutos más tarde, alivió el aburrimiento de los visitantes el ruido de unos pies que marchaban en el exterior. Vieron, al asomarse, grandes cabezas coronadas por brillantes cuernos, hombros musculosos, fuertes cuerpos, herraduras que repiqueteaban y arneses de guerra que crujían. Desfilaba la Primera Guardia Phagoriana Real, una visión que inquietaba a la mayoría de los espectadores humanos, pues las articulaciones de los seres de dos filos permitían que los antebrazos y las pantorrillas giraran en todas direcciones. Su marcha era insólita, y a cada paso sus piernas se flexionaban de un modo imposible.

Un sargento dio una orden. Los pelotones se detuvieron, pasando del movimiento a la instantánea inmovilidad característica de los phagors.

El viento ardiente agitaba el pelo de los soldados. El rey, situado entre dos pelotones, se desvió y entró en el palacio. Los visitantes se miraron desconcertados, con la idea del asesinato en sus mentes.

JandolAnganol entró en el salón. Se detuvo y los examinó.

Uno por uno, sus huéspedes se pusieron de pie. Como si le costara hablar, el rey dejó que el silencio se prolongara. Luego dijo:

—Me habéis puesto frente a una dura elección. Sin embargo, ¿por qué debería yo vacilar? Mi primer deber es el que he contraído solemnemente con mi país.

“He resuelto no permitir que mis sentimientos personales interfieran. Alejaré a mi reina MyrdemInggala. Hoy mismo se marchará de aquí, y se retirará a un palacio junto al mar. Si la Santa Iglesia de Pannoval, cuyo siervo soy, me concede un decreto de divorcio, me divorciaré de la reina.”

“Y desposaré a Simoda Tal, de la Casa de Oldorando.”

Se oyeron aplausos y murmullos de aprobación. El rostro del rey era totalmente inexpresivo. Mientras los diplomáticos se acercaban, antes de que pudieran llegar hasta él, giró sobre sus talones y se marchó.

El thordotter golpeó la puerta por donde había salido.

VIII - EN PRESENCIA DE LA MITOLOGÍA

La cara de Billy Xiao Pin era redondeada, como eran, en su disposición general, sus ojos y su nariz. Incluso su boca parecía un pimpollo. Su piel era suave y tersa. Sólo en una ocasión anterior había abandonado el Avernus, cuando algunos miembros próximos de la familia Pin lo habían llevado a un vuelo orbital en torno de Ipocrene.

Billy era un joven modesto pero decidido; tenía buenas maneras, como todas las personas de su familia, y había motivos para confiar en que sería capaz de enfrentar su muerte con serenidad. Tenía veinte años terrestres, o apenas más de catorce heliconianos.

Aunque la Lotería de Vacaciones de Heliconia estaba gobernada por el azar, se pensaba —o al menos lo pensaban los mil miembros de la familia Pin— que el triunfo de Billy era muy apropiado.

Apenas se tuvo noticia de su buena fortuna, su familia lo envió a recorrer el Avernus. Con él iba su actual amiga, Rose Yi Pin. Los corredores del satélite estaban programados para producir diversas clases de acontecimientos; algunas de carácter maligno. El Avernus llevaba 3.269 años en órbita; se empleaban todos los medios posibles para contrarrestar la enfermedad asesina que amenazaba a sus ocupantes: el letargo.

Con un grupo de amigos, Billy partió de vacaciones a la montaña. Allí durmieron en una casa de troncos situada muy cerca de la cumbre. En un tiempo, estos agradables parajes sintéticos se inspiraban en puntos turísticos de la Tierra; ahora reproducían lugares de Heliconia.

Billy y sus amigos esquiaban en el Alto Nktryhk. Luego navegaban a través del Mar Ardiente, hacia el este de Campannlat. A partir del único puerto, a lo largo de mil millas de costa, el fondo permanente eran las eternas alturas de Mordriat, elevándose desde la espuma hasta cumbres de casi dos mil metros envueltas por las nubes. Las cataratas de Scimitar caían, se interrumpían, y volvían a caer desde una milla de altura sobre el mar.

Por excitantes que fueran estas emociones, la mente no olvidaba nunca que cada peligro y cada visión estaban aprisionados en un cuarto de unos tres metros por cinco cubierto de espejos.

A la vuelta de sus vacaciones, Billy Xiao Pin visitó, a solas, a su Consejero, y se arrodilló ante él, tomando la posición de la Humildad.

—En el silencio se recapitulan las largas conversaciones —dijo el Consejero—. Buscando la vida encontrarás la muerte. Ambas son ilusorias.

Billy sabía que el Consejero, que temía cualquier actividad, no deseaba que saliera del Avernus. Estaba devorado por el mortal ilusionismo que se había convertido en la filosofía en boga. Cuando joven había escrito un tratado poético de cien sílabas de extensión, titulado "Acerca del prolongamiento de un período climático heliconiano más allá del tiempo de una vida humana”.

Este tratado era un producto y un argumento a favor del ilusionismo que cundía en el Avernus. Billy no estaba capacitado intelectualmente para combatir esta filosofía; pero ahora, a punto ya de abandonar la nave, se atrevía a expresar el odio que sentía hacia ella.

—Debo visitar un mundo real y experimentar alegría y dolor reales. Aunque sólo sea por un breve tiempo. Quiero enfrentarme con montañas reales y caminar por calles de piedra. Quiero conocer personas con destinos reales.

—Aún abusas de la traicionera palabra “real”. La evidencia de nuestros sentidos sólo es evidencia para nuestros sentidos. La sabiduría mira en otra dirección.

—Sí. Pues bien, yo voy en la misma dirección.

Pero la morbosidad no tenía donde acabar. El anciano prosiguió con su discurso. Billy siguió escuchando con marcada indiferencia.

El anciano sabía que el sexo estaba en el fondo de todo ello. Advirtió que Billy era de una naturaleza sensual que precisaba ser doblegada; Billy estaba renunciando a Rose para acercarse ala reina MyrdemInggala… Sí, conocía los apetitos de Billy. Deseaba un encuentro personal con la reina de las reinas.

Aquélla era una idea estéril. Rose no era una idea estéril. Lo Real, para usar esa palabra, debía encontrarse no en el exterior sino en el misterio de la personalidad; en el caso de Billy, en la personalidad de Rose, quizás. Y había otras consideraciones.

—Tenemos un deber que cumplir, nuestro deber para con la Tierra. Nuestra más grande satisfacción obedece a la observancia de ese deber. En Heliconia perderás la misión y la sociedad.

Billy Xiao Pin osó alzar la mirada hacia su viejo Consejero. La enjuta figura estaba erguida; cada uno de sus respiraderos orientaba su peso hacia abajo para afianzarse en el suelo; cada una de sus tomas de aire dirigía su cabeza hacia el techo. Nada lo perturbaba, ni siquiera la pérdida de un discípulo dilecto.

La escena estaba siendo registrada por cámaras de observación permanente que la transmitían a cualquiera de los seis mil tripulantes que eligiera ver lo que ocurría en esa habitación. No había intimidad. La intimidad alentaba la disidencia.

Mientras escrutaba esos ojos simiescos y perspicaces, Billy advirtió que su Consejero ya no creía en la Tierra. ¡La Tierra! Ese tema que Billy, y sus contemporáneos discutían sin cesar, ese tema siempre apasionante. La Tierra no es accesible, como lo era Heliconia. Pero para el Consejero, y para cientos como él, era un ideal, una proyección de la vida interior de los tripulantes.

Mientras la voz conformaba sus frágiles naderías, Billy creyó ver que el anciano tampoco creía en la realidad objetiva de Heliconia. Para ese hombre, inmerso en la sofisticada argumentación que constituía una parte tan importante de la vida intelectual en el Avernus, Heliconia no era más que una proyección, una hipótesis.

La gran lotería estaba destinada a contrarrestar esta creciente debilidad de los sentidos. Las esperanzas de los jóvenes —centradas, de un modo mágico, en el gran tema de estudio en torno al cual giraban— morían, generación tras generación, cuando el encierro forzoso se tornaba voluntario. Billy debía descender y morir para que otros pudieran vivir.

Debía estar allí donde la reina de ojos suaves impulsaba su cuerpo contra el soplo del thordotter mientras subía al castillo.

Por fin la lección terminó. Billy aprovechó la oportunidad.

—Mil gracias por todas tus preocupaciones, Maestro. —Se inclinó. Salió. Respiró profundamente.

Su partida del Avernus estaba organizada como un gran suceso. Todo el mundo experimentaba sentimientos profundos acerca de ella. Era la prueba de que Heliconia existía. A pesar de todos los instrumentos previstos para ese fin, los seis mil eran cada vez menos capaces de imaginarse viviendo fuera de la estación. El premio de la lotería era un gesto de valor supremo, incluso para los perdedores.

Rose Yi Pin volvió hacia Billy su pequeño rostro sereno y lo abrazó por última vez.

—Creo que vivirás para siempre allí abajo, Billy. Te miraré mientras me vuelvo vieja y fea. Tan sólo cuídate de sus tontas religiones. Aquí la vida es sensata. Abajo, las personas están enloquecidas por sus ideas religiosas, incluso esa reina tuya tan hermosa.

Billy, luego de besarla en los labios, le dijo:

—Vive tu vida en paz. No te preocupes. Bruscamente, la furia afloró en ella.

—¿Por qué arruinas mi vida? ¿Dónde está la paz, si tú te marchas?

Él movió la cabeza.

—Eso deberás descubrirlo por ti misma.

La nave automatizada estaba lista para llevárselo del purgatorio. Billy trepó al pequeño casco, y la puerta silbó al cerrarse. El terror se apoderó de él; se ajustó el cinturón, gozando del momento.

A él le tocaba decidir si bajaría con las ventanas cubiertas por las cortinas o no. Apretó un botón. Las cortinas subieron y se vio recompensado por la Visión de la belleza mágica de cuyo flanco había sido expulsado. A lo lejos se desplegaba un cinturón de estrellas irregulares, como la cola de un cometa. Comprendió, con asombro, que esas estrellas eran los desechos no procesados de la estación, los cuales quedaban en órbita alrededor de ella.

En un instante, el Avernus era inmenso; sus dieciocho millones de toneladas oscurecían el campo visual; al cabo de unos pocos minutos, comenzó a disminuir, y Billy apartó la mirada. Heliconia estaba a la vista, tan familiar como su propio rostro en el espejo, pero ahora más clara que nunca: las nubes atravesaban la media luna iluminada y la península de Pegovin golpeaba como una maza el mar central. El gran casquete de hielo del polo sur era deslumbrante.

Buscó los dos soles del sistema binario mientras las ventanas se oscurecían para aliviar la luminosidad.

Batalix, el sol más próximo, se había perdido ya detrás del planeta, a sólo 126 unidades astronómicas de distancia.

Freyr, visible como una bola gris tras el cristal semi-opaco, era inmensamente brillante aunque estaba a 240 unidades astronómicas. Cuando estuviera a 236 unidades, Heliconia alcanzaría el perihelio, el punto más próximo a Freyr, sólo faltaban, para ese instante, ciento dieciocho años terrestres. Luego, una vez más, Batalix y sus planetas se desplazarían en sus órbitas, para no acercarse tanto al miembro dominante del sistema durante otros 2.592 años terrestres.

Para Billy Xiao Pin, este conjunto de cifras astronómicas que aprendiera a los tres años junto con el alfabeto, constituía un preciso diagrama. Estaba a punto de tocar el suelo donde ese diagrama se convertía en una imprecisa historia de crisis y desafíos.

Su cara redonda se alargó ante ese pensamiento. Aunque Heliconia había estado en observación durante tan largo período de tiempo, era en muchos sentidos un misterio.

Billy no ignoraba que el planeta sobreviviría al perihelio; que las temperaturas en el ecuador ascenderían hasta ciento cincuenta grados, pero no más; que Heliconia poseía un extraordinario sistema de homeostasis, por lo menos tan eficaz como el de la Tierra, que mantendría un estado de equilibrio tan regular como fuera posible. No compartía el temor supersticioso de los campesinos —a ser devorados por Freyr—, aunque comprendía cómo surgía ese temor.

Lo que no sabía era si muchas naciones serían capaces de sobrevivir a la prueba del calor. Los países como Borlien y Oldorando eran los más amenazados.

Y tampoco sabía qué ocurriría en el Gran Invierno, ese terrible período en el que Freyr sólo sería un punto remoto; cuántas naciones se hundirían, cuántas personas morirían. Nadie lo sabía a bordo del Avernus. La Estación Observadora Terrestre existía y era observada desde antes de la primavera del Gran Año anterior. Había ya experimentado una vez la lenta propagación del Gran Invierno en el planeta inferior; había presenciado el hundimiento de naciones y la muerte de multitudes. Con cuánta precisión se repetiría ese modelo en el Invierno todavía distante aún no podía saberse. El Avernus tendría que funcionar y las seis familias habrían de subsistir otros catorce siglos terrestres antes de que el misterio fuese develado.

A ese mundo que inspiraba tanta admiración, Billy había consagrado su alma.

Un estremecimiento se apoderó de los miembros de Billy. Estaba a punto de abrazar ese mundo, estaba a punto de nacer.

La nave describió dos órbitas alrededor del planeta, reduciendo su velocidad, y aterrizó en una meseta al este de Matrassyl.

Billy se puso de pie y escuchó. Finalmente, se acordó de respirar. Un androide destinado a servirle de defensa viajaba con él. Los habitantes del Avernus se sabían vulnerables. Se calculaba que Billy, producto de muchas generaciones de hombres educados sin dureza, necesitaría protección. El androide estaba programado para una conducta agresiva. Llevaba armas defensivas. Parecía humano; su rostro había sido modelado sobre el de Billy, al que se parecía en todo menos en la movilidad: su expresión cambiaba con lentitud, lo que le daba un aire de tristeza permanente. A Billy no le gustaba. Observó al androide mientras éste salía de un nicho adaptado a la forma de su cuerpo.

—Quédate donde estás —dijo Billy—. Regresa al Avernus en la nave.

—Necesitas mi protección.

—Me arreglaré como pueda. Ahora, se trata de mi propia vida. —Movió un interruptor temporizado que determinaría la partida automática en el plazo de una hora. Luego, activó la puerta, y abandonó la nave.

Inmóvil, en el anhelado planeta, respiró su fragancia, dejando que mil sonidos extraños penetraran en sus oídos. El aire no filtrado lastimó sus pulmones. Sintió un mareo.

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