Heliconia - Verano (7 page)

Read Heliconia - Verano Online

Authors: Brian W. Aldiss

BOOK: Heliconia - Verano
10.62Mb size Format: txt, pdf, ePub

El barco, que más parecía una bañera, iba detrás del primero, llevando a los seres de dos filos de la Primera Guardia Phagor.

El rey se alejó de sus compañeros apenas la nave se hizo a la mar, y permaneció junto a la barandilla mirando fijamente hacia adelante, como si quisiera ser el primero en ver a la reina. Yuli, que se sentía muy mal a causa del movimiento, se hallaba tendido al lado de un cabrestante. Por una vez, el rey no le demostraba simpatía.

Las jarcias crujían y el bergantín avanzaba con esfuerzo a través del mar en calma.

De pronto, el rey se desplomó sobre la cubierta. Sus cortesanos acudieron y lo alzaron. JandolAnganol fue transportado a su camarote y colocado en su litera. Estaba mortalmente pálido y se revolvía, como dolorido, ocultando su cara.

Un médico lo examinó y ordenó que todos, excepto CaraBansity, abandonaran el camarote.

—Quédate con su majestad. No es más que un leve mareo. Apenas lleguemos a tierra se sentirá mejor.

—Yo pensaba que los vómitos eran la característica del mareo.

—Bien… si…, bueno, en algunos casos. La gente común. Los reyes responden de otra manera. —El médico se inclinó y salió.

Un rato más tarde, las quejas del rey se hicieron articuladas.

—Esta cosa terrible que debo hacer. Ruego a Akhanaba que todo termine pronto…

—Majestad, hablemos de un asunto sensato e importante, para que tu mente se calme. Ese extraño brazalete que…

El rey alzó la cabeza y dijo con tono inflexible:

—Vete de aquí, cretino. Haré que lo arrojen a los peces. Nada es importante, nada. Nada en esta tierra.

—Que su majestad se recupere pronto —dijo CaraBansity, escurriendo del camarote su torpe bulto.

La nave hizo rápidos progresos hacia el oeste y entró en la pequeña bahía de Gravabagalinien la mañana del segundo día. JandolAnganol, que súbitamente había vuelto a ser el mismo, descendió por la planchada hasta la playa —no había embarcadero en Gravabagalinien— seguido por Alam Esomberr, quien llevaba la cola de su vestido recogida en la mano.

Acompañaban a Esomberr diez sacerdotes de alto rango, a los que él llamaba pandilla de vicarios. En la comitiva del rey había capitanes y armeros.

El palacio de la reina esperaba tierra adentro, sin señales de vida. Las estrechas ventanas estaban cerradas. En lo alto de una torrecilla, una bandera negra ondeaba a media asta. El rey la contempló con una expresión tan inexpresiva como una ventana cerrada a cal y canto. Ningún hombre se atrevía a posar sus ojos en él, temiendo tropezar con la mirada del Águila.

Se acercaba la segunda nave, con torpe lentitud. A pesar de la impaciencia de Esomberr, JandolAnganol insistió en esperar a que llegase y se tendiera una pasarela del barco a la costa, de modo que las tropas no humanas pudieran bajar a tierra sin poner pie en el agua.

Luego, las hizo formar y practicar ejercicios, dirigiéndose a ellas en Nativo, después de lo cual estuvo listo para recorrer la media milla que lo separaba del palacio. Yuli corría pisando ligeramente la arena, feliz de hallarse otra vez en tierra firme.

Fueron recibidos por una anciana que vestía keedrant negro y delantal blanco, como los pelos que colgaban de un lunar en su mejilla. Caminaba apoyándose en un bastón. Unos pasos más atrás había dos guardias desarmados.

De cerca, el edificio blanco y dorado revelaba su ruina. Pizarras del techo, pilares de las barandillas, tablones de las galerías, habían caído sin ser reemplazados. Nada se movía, excepto un rebaño de ciervos que pastaban en una colina distante. El mar atronaba sin cesar contra la costa.

El vestido del rey era el apropiado para tan sombrío panorama. Vestía una túnica sin adornos y unos pantalones de color azul oscuro, casi negro. Esomberr, por el contrario, lucia sus más vistosas ropas celestes, realzadas por un corto manto color rosa. Se había perfumado para camuflar los olores del barco.

Un capitán de infantería hizo sonar su clarín anunciando la presencia del rey.

La puerta del palacio continuó cerrada. La anciana se retorció las manos y murmuró algo al viento.

Obligándose a actuar, JandolAnganol se acerco a la puerta y golpeo sus paneles de madera con el porno de la espada. El ruido se multiplicó en ecos e hizo que los perros ladrasen.

Una llave entró en una cerradura. La puerta se abrió, movida por otra vieja bruja, quien luego de ofrecer al rey una rígida reverencia, se quedó parpadeando.

En el interior, todo era oscuridad. Los perros fueron silenciosamente escondidos en las profundidades del palacio.

—Tal vez Akhanaba, en un gesto piadoso aunque algo temperamental, ha enviado la plaga —sugirió Esomberr—, liberando así a los habitantes de esta casa de las penurias terrenas, y haciendo inútil nuestro viaje.

El rey lanzó un grito a manera de saludo.

En lo alto de las escaleras, una luz rompió las sombras. Alzaron los ojos y vieron a una mujer sosteniendo una vela sobre su cabeza, de modo que sus rasgos quedaban ocultos en la penumbra. A medida que descendía, los escalones crujían bajo sus pies. Cuando se acercó a quienes esperaban abajo, la luz del exterior comenzó a iluminar su rostro. Incluso antes de esto, algo, en su porte, reveló quien era. La luz se hizo más intensa, y apareció el rostro de la reina MyrdemInggala. Se detuvo a unos pasos de JandolAnganol y de Esomberr e hizo una reverencia, primero al rey, luego al enviado.

Su belleza era cenicienta; sus labios, casi incoloros; sus ojos, muy negros en el rostro pálido. Una abundante cabellera flotaba alrededor de su cabeza. Vestía una larga túnica gris abotonada en el cuello.

La reina dijo una palabra a la anciana y ésta cerró las puertas, dejando a Esomberr, a JandolAnganol y al intruso runt en la oscuridad, en una oscuridad que parecía cosida con hilos de luz. El palacio estaba construido con débiles tablones. Cuando el sol lo iluminaba, dejaba al descubierto su estructura esquelética. La reina los condujo hasta un salón lateral, mientras sutiles líneas de luz revelaban su presencia.

Se detuvo en el centro de una habitación definida por tenues geometrías luminosas, allí donde la luz del día se filtraba por las ventanas redondas con los postigos cerrados.

—En este momento no hay nadie en el palacio —dijo MyrdemInggala—, excepto la princesa TatromanAdala y yo. Podéis matarnos ahora mismo, y no habrá más testigo que el Todopoderoso.

—Nadie quiere hacerte daño, señora —dijo Esomberr. Se dirigió a una ventana y abrió los postigos. Al volverse vio en la luz polvorienta al marido y a la mujer, muy cerca, en la habitación casi vacía.

MyrdemInggala estiró los labios y sopló la llama de la vela.

JandolAnganol dijo:

—Cune, como lo he dicho, este divorcio es un asunto de política de estado. —Hablaba con una ternura inhabitual en él.

—Puedes obligarme a que lo acepte. Nunca podrás hacer que lo comprenda.

Esomberr abrió la ventana y llamó a AbstrogAthenat y a su comitiva.

—La ceremonia no será larga, señora —dijo. Avanzó hasta el centro de la habitación y se inclinó—. Mi nombre es Esomberr de Esomberrs. Soy el enviado y representante en Borlien del Gran C'Sarr Kilandar IX, el Padre Supremo de la Iglesia de Akhanaba y Emperador del Santo Pannoval. Mi función es actuar como testigo en el nombre del Padre Supremo, en una breve ceremonia. Ese es mi deber publico. Mi deber privado es declarar que eres aún más hermosa que cualquiera de los retratos.

Ella dijo suavemente a JandolAnganol:

—Después de todo lo que hemos sido el uno para el Otro…

Sin alterar el tono de su voz, Esomberr continúo:

—Esta ceremonia librará al rey JandolAnganol de sus lazos matrimoniales. Con esta especial declaración de divorcio otorgada por el Padre Supremo en persona, ambos dejareis de ser marido y mujer, y vuestros votos quedarán rescindidos; tú renunciaras al titulo de reina.

—¿Por que motivo debo divorciarme, señor? ¿Cuál es el pretexto? ¿En que se le ha dicho al reverendo C'Sarr que he pecado, para ser tratada de este modo?

El rey estaba como en trance, mirando el vacío, mientras Alam Esomberr sacaba un documento del bolsillo, lo desplegaba y leía.

—Señora, nuestros testigos han demostrado que, durante tus vacaciones en Gravabagalinien —esbozó un gesto sensual—, has entrado en el mar completamente desnuda. Que has mantenido relaciones carnales con delfines. Que este acto antinatural, prohibido por la Iglesia, se ha repetido a menudo, a veces ante la vista de tú hija.

Ella respondió:

—Sabes que eso es una pura invención. —Hablaba sin fuego en la voz. Volviéndose hacia JandolAnganol agrego: —¿Acaso el estado solo podrá sobrevivir si arrastras mi nombre, me envileces y me pones por debajo de las esclavas?

—Aquí está el vicario real, quien se ocupará de la ceremonia —dijo Esomberr—. Sólo debes guardar silencio. No se te causaran nuevas angustias.

AbstrogAthenat entro, irradiando su frialdad a toda la habitación. Alzo la mano y pronuncio una bendición. Detrás de él había dos niños que tocaban la flauta.

La reina dijo con voz glacial:

—Si esta santa farsa debe ocurrir, insisto al menos en que Yuli no este presente.

JandolAnganol salió de su ensoñación para ordenar a su runt que se retirara. Después de una pequeña protesta, el phagor lo hizo.

AbstrogAthenat se adelanto con un papel donde estaban escritas las palabras de la ceremonia del matrimonio. Tomó las manos del rey y la reina y les indico que sujetaran cada uno un lado del papel, cosa que ellos hicieron como hipnotizados. Luego leyó la declaración en voz alta y clara. Esomberr miro a los dos miembros de la pareja real. La vista de ambos estaba clavada en el suelo. El vicario alzo una espada ceremonial.

Murmurando una plegaria, la dejo caer.

El vínculo de papel se corto en dos. La reina arrojó su parte al suelo de madera.

El vicario sacó un documento que fue firmado por JandolAnganol, y luego por Esomberr en su calidad de testigo. También lo firmó el vicario, quien se lo dio a Esomberr para que este lo entregara al C'Sarr. El vicario se inclinó ante el rey y salió de la habitación, seguido por sus dos niños flautistas.

—El acto se ha cumplido —dijo Esomberr. Nadie se movió.

Empezó a llover. Los marinos y soldados de los barcos se habían amontonado junto a la única ventana abierta, aspirando a contemplar la ceremonia, para jactarse de ello durante el resto de sus vidas. Ahora corrían buscando refugio, mientras los oficiales aullaban. La lluvia arreció. Brilló un relámpago, y un trueno retumbó en lo alto. Los monzones se acercaban.

—Ah, mejor seria que nos pusiésemos cómodos —dijo Esomberr, con su ligereza habitual—. Tal vez la reina, perdón, la ex reina, quiera disponer que sus damas nos traigan algo de beber. —Llamo a uno de sus hombres. Busca en los sótanos. Las criadas estaban allí escondidas, y si no ellas, el vino.

La lluvia entraba por la ventana abierta, mientras los postigos sueltos golpeaban.

—Estas tormentas venidas de ninguna parte terminan pronto —dijo JandolAnganol.

—Esa es la forma de tomar esto, Jan: con una metáfora —dijo Esomberr con tono jovial, y luego dio una palmada en el hombro al rey.

Sin una palabra, la reina puso la vela apagada en un estante, se volvió y salió de la habitación.

Esomberr busco dos sillas de asiento tapizado y las colocó una junto a la otra, abriendo otra ventana para que se pudiera ver la furia de los elementos. Ambos se sentaron, y el rey ocultó su cara entre las manos.

—Después de lo matrimonio con Simoda Tal, lo prometo que las cosas marcharan mejor, Jan. En Pannoval estamos algo atareados por la lucha del frente norte contra los sibornaleses: como sabes, es particularmente dura a causa de las tradicionales diferencias religiosas.

“Oldorando es distinta. Después de tu casamiento, veras que se pondrá de tu parte. O bien, y esto es muy posible, puede que Kace busque la paz. Después de todo, tiene lazos de sangre con Oldorando. A través de Kace y de Oldorando corre la ruta de este a oeste de las migraciones phagor y de las razas sub-humanas, como los Madis.”

“Además, ya sabes que la querida madre de Simoda Tal, la reina, es una sub… Bueno, una protognóstica, digamos. La palabra "sub-humano" implica un prejuicio. Y Kace… es un lugar salvaje. De modo que, si hicieran la paz con Borlien, incluso podríamos, quien sabe, inducirlos a atacar Randonan. Eso te dejaría en libertad para ocuparte del problema de Mordriat, y de ese otro tipo con nombre raro.

—Lo que seria muy conveniente para Pannoval —observo JandolAnganol. Esomberr asintió.

—Le convendría a todo el mundo. Me encantaría que nos atendieran, ¿a ti no?

Su asistente regreso, acompañado de truenos y de cinco ansiosas mujeres, escoltadas por phagors, que traían jarras de vino.

La entrada de las criadas dio un aspecto diferente a la situación. El rey se puso de pie y empezó a caminar por la sala como si estuviera aprendiendo a usar las piernas. Las mujeres, viendo que no había peligro inmediato, comenzaron a sonreír y asumieron con rapidez su rol habitual de complacer a los huéspedes varones y emborracharlos de la manera más completa y rápida posible. El armero real y varios capitanes aparecieron y se unieron al festejo.

Como la tormenta continuaba, se encendieron lámparas, se trajeron otras bonitas cautivas y se tocó música. Soldados cubiertos con lonas aparecieron con un banquete traído desde el bergantín.

El rey bebía vino de níspero y comía carpa plateada con arroz y azafrán.

El techo goteaba.

—Hablaré con MyrdemInggala y veré a mi hija Tatro —dijo JandolAnganol.

—No —respondió Esomberr—. Eso no seria aconsejable. Las mujeres pueden humillar a los hombres. Tú eres el rey, ella no es nadie. Cuando el mar esté en calma, partiremos. Nos llevaremos a la niña. Hasta entonces, recomiendo que pasemos la noche en este hospitalario colador.

Algo mas tarde, para combatir el silencio del rey, Esomberr dijo:

—Tengo un regalo para ti. Este es un buen momento para entregártelo, antes de que estemos demasiado borrachos para enfocar la vista. —Se seco las manos en el traje de terciopelo y extrajo de un bolsillo una caja estrecha y delicada, con un bordado en la tapa.— Es un regalo de Bathkaarnet —ella, reina de Oldorando, a cuya hija tomarás en matrimonio. La reina en persona ha hecho el bordado.

JandolAnganol abrió la caja. En el interior había una miniatura de Simoda Tal, pintada a sus once Años. Usaba una cinta en el pelo, e inclinaba la cara en un gesto de timidez o coquetería. Su hermoso cabello estaba rizado, pero el artista no había podido ocultar el rostro de ave de la niña. Se veían con claridad la nariz prominente y los ojos de una Madi.

Other books

American Outlaw by James, Jesse
Whistling in the Dark by Tamara Allen
Black Tickets by Jayne Anne Phillips
The House of the Wolf by Basil Copper
Daddy-Long-Legs by Jean Webster
Bondage Anniversary by Tori Carson