Read Heliconia - Verano Online
Authors: Brian W. Aldiss
—Sabemos que sí. Tú y yo y millones de campesinos hablamos con nuestros antepasados cuando lo deseamos. ¿Dónde está la dificultad?
—Todos los documentos históricos, y poseo muchos, afirman que los gossies fueron antes criaturas llenas de odio, que gemían por el fracaso de sus vidas y derramaban su desdén sobre los vivos. A lo largo de las generaciones eso ha cambiado; ahora nadie recibe otra cosa que dulzura y consuelo. Esto sugiere que toda la experiencia consiste en la justificación del deseo, una especie de auto hipnosis. Además, la geometría estelar ha superado la anticuada idea de que nuestro mundo se apoya sobre la roca original, hacia la que descienden los fessups.
Ella golpeó el suelo con fuerza.
—¿Debo llamar al vicario? ¿No sufro ya bastante dolor y tensión para que deba oír, además, tus inoportunos discursos históricos?
No bien hubo hablado, se arrepintió de lo dicho, y tomó al canciller del brazo mientras subían a su habitación.
—Sea lo que sea, es un consuelo —dijo ella—. Por fortuna, hay un reino del espíritu más allá del conocimiento.
—Querida reina, aunque odio la religión, reconozco la santidad cuando la veo. —Ella apretó su brazo, y él se atrevió a decir: Pero la Santa Iglesia nunca ha aceptado el pauk como parte de su ritual, ¿no es verdad? No sabe qué hacer con los gossies y los fessups. En consecuencia, querría desterrar la práctica. Y si lo hiciera, un millón de campesinos abandonarían la Iglesia. De modo que ignora todo el asunto.
Ella miró sus propias manos. Ya se estaba preparando.
—Muy sensato por parte de la Iglesia —murmuró.
A su vez, SartoriIrvrash fue lo bastante prudente como para no responder.
MyrdemInggala lo condujo a su alcoba. Se extendió en su lecho, con cuidado, controlando la respiración, relajando los músculos. En silencio, SartoriIrvrash se sentó junto a la cama; trazó en su frente el círculo sagrado e inició la vigilia. Podía vez que ella entraba ya en el trance del pauk.
Mantuvo sus ojos fuertemente cerrados, sin atreverse a mirar la indefensa hermosura de la reina, escuchando su muy espaciada respiración.
El alma no tiene ojos, pero puede ver en el mundo inferior. El alma de la reina dirigió su mirada hacia abajo mientras iniciaba su largo descenso. Abajo, el espacio era más vasto que el cielo de la noche, más rico e imponente. No era en modo alguno espacio; era lo contrario del espacio e incluso de la conciencia: la peculiar densidad de la roca sin rasgos.
Así como un barco que se hace a la mar es visto desde la tierra como un símbolo de libertad, en tanto que los marinos confinados en ese barco ven del mismo modo la tierra, así el reino del olvido era a la vez espacio y no-espacio.
Para la conciencia, ese reino parecía infinito. Se extendía hacia abajo hasta que aparecían las razas de aspecto humano en una matriz verde y desconocida, incognoscible; la matriz de la Observadora Original, ese principio maternal pasivo que recibía las almas de los muertos que Volvían a ella. Aunque tal vez no fuera más que una fragancia fósil, sepultada en la roca, era irresistible.
Por encima de la Observadora Original flotaban, por miles y miles y miles, los gossies y los fessups, como si todas las estrellas nocturnas hubiesen sido apiladas en orden, dispuestas de acuerdo con la antigua idea de las octavas de tierra.
El alma exploradora de la reina se hundió, flotando como una pluma, acercándose a los fessups. De cerca parecían menos estrellas que gallinas momificadas; sus ojos y vientres eran huecos, y sacudían sus piernas con torpeza. El tiempo las había carcomido hasta dejarlas traslúcidas. Algo giraba en su interior como peces luminosos en una pecera. Al igual que esos peces, sus bocas estaban abiertas, como si desearan soplar una burbuja hacia esa superficie que jamás volverían a ver. En los estratos superiores, donde los gossies eran más recientes, pequeñas polvaredas surgían aún de sus laringes espectrales, últimos apóstrofes de la posesiva envoltura de la vida.
La hueste de los muertos era terrorífica para algunas almas que allí se aventuraban. A la reina le ofrecía consuelo. Ella miraba aquellas bocas conservadas por la obsidiana, sintiéndose segura al pensar que al menos algún resto de la existencia perduraría hasta que el planeta fuera consumido por el fuego. Y quién sabía si incluso entonces…
Parecía imposible que alguien pudiera orientarse allí. Y sin embargo, había una dirección. La Observadora era un imán. Todo guardaba un orden preestablecido, como las piedras que en la costa se ordenan por su tamaño. Las hileras de fessups se extendían por debajo de toda la tierra, más allá de Borlien y Oldorando y el lejano Sibornal, hasta las regiones más remotas de Hespagorat y la legendaria Pagovin; hasta más allá del Mar de Climent y los mismos polos.
La barca del alma, impulsada por una brisa que no soplaba, se acercaba hacia el gossie que había sido su madre, la alocada Shannana, esposa de RatanOboral, amo de Matrassyl. El gossie maternal parecía una jaula maltrecha; sus costillas y los huesos de las caderas formaban una inasible trama dorada sobre la oscuridad, como una hoja escondida durante muchos años entre las páginas de un libro infantil. Hablaba.
Los gossies y los fessups generaban angustia. Como negativos del ser, sólo recordaban los incidentes agradables de sus vidas. Lo bueno quedaba fijado en ellos; lo malo, la escoria, se había perdido, así como su libertad de acción.
—Querida madre, vuelvo a presentarme ante ti como debo, para preguntar por tu estado. —Era el saludo ritual.
—Hija, no hay inquietudes aquí. Todo es serenidad, nada pierde su rumbo. Y cuando apareces, todo mejora. Mi alegre y hermosa hija, ¿cómo mi indigno ser pudo concebir descendencia semejante? También está aquí tu abuela, feliz de hallarse otra vez ante tu presencia.
—También es un consuelo estar ante ti, madre. —Las palabras eran sólo una fórmula contra la entropía.
—Oh, no, no debes decir eso, porque la alegría es toda nuestra; pienso a menudo que en los apresurados días de mi vida nunca pude atenderte como tus virtudes merecían. Siempre había tanto que hacer, tantas batallas que librar… Y ahora una se pregunta por qué malgastaba sus energías en cosas sin importancia, mientras la verdadera dicha hubiera sido permanecer a tu lado y verte crecer hasta…
—Madre, has sido bondadosa conmigo, y yo no era una niña dócil. Siempre fui testaruda…
—¡Testaruda!—exclamó el viejo gossie—. No, nunca te has conducido mal. Se ven de otro modo las cosas en esta etapa de la existencia; se ven las cosas verdaderas, lo que importa. Las pequeñas travesuras no significan nada, y lamento haberme irritado en su momento. Era sólo por mi necedad; yo sabía todo el tiempo que eras mi mayor tesoro. El error es no transmitir la vida, como atestiguan con su infinita penuria los que han llegado hasta aquí sin dejar descendencia.
Continuó alegremente en ese tono; la reina no quiso interrumpirla. Sus palabras la complacían porque, en Vida, había visto siempre a su madre absorbida por sí misma, sin advertir en ella otra cosa que una formal amabilidad. Le encantó descubrir que esa jaula maltrecha pudiese recordar acontecimientos de su infancia que ella había olvidado. La carne había muerto; la memoria perduraba, embalsamada.
Al cabo de un rato la interrumpió:
—Madre, he venido aquí dispuesta a encontrarme con YeferalOboral, esperando que su alma se hubiese reunido ya contigo y con mi abuela.
—Ah… Entonces, ¿ha llegado al fin de sus días terrenales mi querido hijo? Es una buena noticia; mucho nos alegraremos de estar con él, puesto que nunca ha dominado el pauk como tú, que eres una muchacha inteligente. ¡Qué alegría me das!
—Querida madre, ha muerto por el disparo de un arma de Sibornal.
—¡Espléndido! ¡Espléndido! Cuanto antes mejor, por lo que a mí concierne. Es un gran placer. ¿Cuándo llegará?
—Sus restos mortales serán enterrados dentro de pocas horas.
—Le aguardaremos, y le daremos la bienvenida. Tú también estarás un día con nosotros, no temas…
—Así lo espero, madre. Y quiero hacerte un pedido, para que lo transmitas a los demás fessups. Es una pregunta difícil. Existe en la superficie alguien que me ama, aunque jamás ha declarado su amor. He sentido que irradiaba de él. Y siento que en él puedo confiar como en pocos hombres. Ha sido enviado desde Matrassyl a luchar en tierras distantes.
—Aquí no tenemos guerras, dulce niña.
—Mi amigo en quien confío suele practicar el pauk. Su padre está en el mundo inferior. El nombre de mi amigo es Hanra TolramKetinet. Deseo que le preguntes de mi parte a su padre dónde está Hanra, porque debo enviarle un mensaje sin demora.
El sibilante silencio volvió a hablar desde la sombra de Shannana.
—Dulce niña, en tu mundo nadie se comunica íntegramente con otro. Por eso es mucho lo que se ignora. Aquí poseemos la integridad. No puede haber secretos una vez privados de la carne.
—Lo sé, madre —dijo el alma. Temía esa clase de integridad. Había oído esa afirmación muchas veces. Explicó una vez más lo que deseaba. Después de varios malentendidos, se llegó a un acuerdo; e igual que una brisa agita las hojas muertas de un bosque, así el pedido del alma fue transmitido a lo largo de las hileras.
Al alma ya le resultaba difícil sostenerse. Se inmiscuían fantasmas del mundo superior, y se oía un ruido como el de fritura. Se descorrían cortinas, algo cascabeleaba con una música letal. El alma se agitaba, a pesar de los halagos del gossie de su madre.
Por fin llegó hasta ella un mensaje a través de la obsidiana. Su amigo permanecía aún entre los vivos. Los gossies de su familia declaraban que les había hablado recientemente; su parte corporal se encontraba entonces en las cercanías de un pueblo llamado Ut Pho, en las junglas de las Colinas Chwart, en la margen oriental del país llamado Randonan.
—¡Gracias por ese conocimiento que necesito! —exclamó el alma. Mientras expresaba su gratitud, el gossie maternal lanzó una nubecilla de polvo de su garganta y habló de nuevo.
—Aquí nos compadecemos de vuestras pobres vidas desarticuladas, de esa visión física que os ciega. Podemos comunicarnos con una voz más poderosa en que muchas voces son una. Ven pronto, y oirás por ti misma. Únete a nosotros.
Pero el alma frágil conocía desde hacía mucho esos llamados. Los muertos y los vivos eran ejércitos adversos; el pauk no era más que una tregua.
Con muchas expresiones de afecto se apartó de la chispa que antes había sido Shannana, y navegó hacia arriba, hacia la región del movimiento y la respiración.
Cuando MyrdemInggala se sintió lo bastante fuerte, despidió a SartoriIrvrash con la debida cortesía, sin mencionar lo que había aprendido en pauk.
Llamó luego a Mai TolramKetinet, hermana del amigo por cuyo paradero había preguntado en el mundo inferior. Mai la ayudó durante el ritual del baño posterior al pauk. La reina se lavó con especial esmero como si el viaje hacia la muerte la hubiese manchado.
—Deseo ir a la ciudad, disfrazada, Mai. Me acompañarás. La princesa permanecerá aquí. Busca ropas de campesina.
Una vez a solas, MyrdemInggala escribió una carta al general TolramKetinet narrando los amenazadores acontecimientos de la corte. La firmó, estampó su sello, y luego la guardó en un bolso de cuero al que precintó.
Sin atender a una sensación de debilidad, se vistió con las ropas que Mai le llevó, y ocultando entre ellas el bolso con el mensaje.
—Saldremos por la puerta lateral.
Llamarían menos la atención. En la principal había siempre mendigos y otros importunos. Y también había palos que sostenían fétidas cabezas de criminales.
El guardia las dejó pasar con indiferencia, y las mujeres descendieron por el sinuoso camino que conducía a la ciudad. A esa hora, JandolAnganol probablemente dormía. Era su costumbre —heredada de su padre— levantarse al alba y salir, coronado, al balcón, para que todos lo vieran. Ese gesto no sólo inspiraba seguridad a la nación, sino también admiración por las largas horas que el rey dedicaba al trabajo, “como un campesino de una sola pierna”, según el dicho local. Pero casi siempre el rey volvía a la cama después de su aparición.
Densas nubes giraban en lo alto. El abrasador thordotter soplaba desde el sudeste alzando las enaguas de las dos mujeres y secando los ojos de ambas con su cálido aliento. Fue un alivio llegar a las estrechas callejuelas al pie de la colina, a pesar del polvo que les azotaba los tobillos.
—Pediremos la bendición en la iglesia —dijo MyrdemInggala. Había un templo al final de la calle; sus escaleras giraban en torno del muro curvado, como era tradicional en la arquitectura eclesiástica de estilo Borlienés Antiguo. Sólo la cúpula sobresalía del suelo. De ese modo, los padres de la Iglesia imitaban el deseo de vivir bajo tierra que caracterizaba a los Apropiadores, aquellos santos de Pannoval que habían traído la fe a Borlien muchos siglos antes.
Las dos mujeres hallaron compañía mientras bajaban: un viejo campesino, guiado por un chico. Extendió la palma de la mano. Su historia era que había abandonado el campo que arrendaba porque el calor había matado las cosechas, y ahora venía a mendigar a la ciudad. La reina le dio una moneda de plata.
El interior era oscuro. En medio de aquella penumbra, la congregación permanecía de rodillas para no olvidar su condición mortal. La luz se filtraba desde arriba. Detrás del altar circular, unas velas iluminaban la imagen pintada de Akhanaba. Sombras inciertas lamían su cara bovina, pintada de azul, y sus ojos dulces pero inhumanos.
A esos elementos tradicionales se unía un embellecimiento más moderno. Cerca de la puerta, iluminado por una vela, había un retrato estilizado de una figura maternal, con ojos tristes y bajos, y las manos abiertas. Muchas mujeres besaban esa imagen de la Observadora Original cuando pasaban a su lado.
No había servicios en ese momento, pero como en el templo había bastantes fieles, un sacerdote oraba en voz alta, nasal y atiplada, canturreando.
—Muchos vienen a llamar a tu puerta, oh Akhanaba, y muchos se vuelven sin llamar.
“Y a aquellos que se apartan, y a los que llaman con fervor, Tú les dices: "Cesa de gritar ‘Cuándo me abrirás, oh Todopoderoso'”.
“Porque os digo que todo el tiempo la puerta está abierta, y que jamás se ha cerrado." Estas cosas están a la vista, pero no las veis.”
MyrdemInggala recordó lo que dijera el gossie de su madre. Ellos se comunicaban con una voz más poderosa. Sin embargo, Shannana no había mencionado a Akhanaba. Al contemplar el rostro del Supremo, pensó: “Es verdad, estamos rodeados por el misterio. Ni siquiera Rushven puede comprenderlo”.