En las instrucciones que da Dios a Israel con motivo de la Primera Pascua, en vísperas del Éxodo de Egipto, se dice a Moisés:
Éxodo 12.3.
Hablad a toda la asamblea de Israel y decidles: El día diez de este mes tome cada uno una res menor...
[27]
El cordero debe sacrificarse la víspera de Pascua, y con la sangre deben salpicarse los quicios de las puertas;
Éxodo 12.13. ...
yo veré la sangre y pasaré de largo, y no habrá para vosotros plaga...
Más adelante, en el mismo capítulo, se da otra instrucción respecto al cordero;
Éxodo 12.46. ...
ni quebrantareis ninguno de sus huesos.
Lo que está en consonancia con la norma general de que todos los animales sacrificados a Dios se encuentren en perfectas condiciones y sin tacha:
Deuteronomio 17.1.
No sacrificarás a Yahvé, tu Dios, buey ni oveja que tengan defecto...
La analogía de Juan parece clara. La crucifixión de Jesús en vísperas de Pascua es un sacrificio nuevo y mayor. En lugar del cordero sin tacha, símbolo de la pureza y de la inocencia, está el inmaculado Cordero de Dios, el puro e inocente Jesús. Ni un hueso de Jesús fue quebrantado, pero su sangre se derramó, de acuerdo con el Éxodo 12.13 y 12.46, respectivamente. De ahí que los soldados no rompieran las piernas a Jesús y le hicieran brotar sangre con la lanza.
El hecho de que el sacrificio fuese mucho mayor —Jesús en vez de un cordero corriente— podría indicar que su objetivo era, consecuentemente, mucho más alto: toda la humanidad y no sólo los judíos. Lo que estaría en consonancia con el enfoque de Juan y explicaría la forma en que insiste en la veracidad de su relato de la lanzada.
Otra connotación de esta analogía es que el sacrificio del cordero a veces se ofrecía como expiación de los pecados, para que la ofrenda reparase las faltas y el pecador quedase exculpado ante Dios:
Levítico 4.27.
Si el que... pecó es uno del pueblo...
Levítico 4.32.
Si lo que ofrece en sacrificio por el pecado es un cordero...
Jesús es el Cordero inmaculado que se ofrece en sacrificio por los pecados de toda la humanidad, lo que da ulterior significado a la manera en que Juan el Bautista saluda por primera vez a Jesús (según el cuarto evangelio):
Juan 1.29. ...
vio
(Juan)
venir a Jesús y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
Juan relata la resurrección con muchos más detalles que cualquiera de los demás evangelios. (Al parecer, cuanto más tardío es el evangelio, más minuciosa resulta la historia de la resurrección.)
La narración más dramática de las dudas iniciales de los apóstoles se expone aquí en relación con Tomás:
Juan 20.24.
Tomás, uno de los doce, llamado Didimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Dijéronle, pues, los otros discípulos: Hemos visto al Señor.
[28]
Juan 20.25.
Él les dijo: Si no veo en sus manos la señal de los clavos y meto mi dedo en el lugar de los clavos y mi mano en su costado, no creeré.
A Tomás se le concedió su deseo y aceptó la resurrección, pero este pasaje ha incorporado a nuestro idioma la frase de «es tan incrédulo como Tomás», aplicada a cualquier escéptico notorio.
El sobrenombre «Dídimo» significa «gemelo», por lo que parecería que «Tomás el Gemelo» tendría un hermano o hermana gemelos. La Biblia no lo menciona, aunque hay muchas leyendas al respecto (algunas llegan a mantener que Tomás era hermano gemelo de Jesús).
Tal vez sea significativo que sólo Juan utilice ese sobrenombre. Los evangelios sinópticos le mencionan simplemente como Tomás. Lo de «gemelo» quizá no sea una referencia física, sino que aluda a que en Tomás hubiese «dos opiniones»; es decir, que tuviese tendencias escépticas en general. Entonces, «Tomás llamado Dídimo» tal vez sea la manera del evangelista de decir «Tomás el incrédulo».
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Después de los cuatro evangelios —las cuatro versiones de la vida de Jesús— viene un libro que en su mayor parte es rigurosamente histórico, y de ahí su especial valor.
Trata del lento crecimiento del cristianismo durante la generación posterior a la crucifixión de Jesús, desde sus comienzos en Jerusalén hasta que su influjo, cada vez más amplio, llega a Roma. A lo largo de él, se apunta el continuo apartamiento del cristianismo de sus fundamentos judíos nacionales hasta alcanzar la condición de religión universal de los gentiles; el protagonista de la transformación es el apóstol Pablo.
Aunque la segunda mitad del libro es en esencia una biografía de Pablo, la primera parte da algunos detalles relativos a otros discípulos importantes, de modo que el libro se titula justamente «Hechos de los Apóstoles», y no «Libro de Pablo».
Por lo general, se cree que su autor es el mismo del tercer evangelio. Por ejemplo, los Hechos empiezan con una dedicatoria semejante a la que encabeza el tercer evangelio (v. cap. 7), y se refiere a un libro anterior:
Hechos 1.1.
En el primer libro, ¡oh, Teófilo!, traté de todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio
Hechos 1.2.
hasta el día en que fue arrebatado a lo alto...
Se supone que ese «tratado anterior» es el tercer evangelio, creyéndose universalmente que Lucas (v. cap. 7) escribió dicho evangelio y que también es autor de los Hechos de los Apóstoles.
Claro que un copista posterior pudo incluir la dedicatoria a Teófilo con el fin de dar la impresión de que el mismo autor escribió tanto el tercer evangelio como los Hechos, pero un análisis cuidadoso del estilo y del vocabulario de ambos libros parece respaldar la teoría de un mismo autor.
Efectivamente, cabe preguntarse si Lucas y los Hechos no formarían originalmente un solo tratado que únicamente se dividió en el momento de agrupar en un conjunto los diversos evangelios canónicos.
Los acontecimientos tratados en los Hechos acaban justo antes de la persecución neroniana de cristianos en el 64 dC, y algunos sugieren que el libro se escribió hacia aquellas fechas. Otros se inclinan por un período más tardío, hacia el 100 dC. Sin embargo, es muy probable que los Hechos se redactaran en la misma época que Lucas, y el 80 dC parece un buen momento para ambos libros.
Nadie sabe dónde se escribieron los Hechos de los Apóstoles. Los últimos acontecimientos referidos tienen lugar en Roma, de modo que tal vez se compusieran allí. Si se escribieron quince años después, tal vez se redactaran en otra parte. Algunos sugieren Asia Menor y, en concreto, la ciudad de Éfeso. La labor misionera de los cristianos tuvo mayor éxito en Éfeso en el siglo primero.
La tradición sitúa allí la composición de otros libros del Nuevo Testamento, en especial el cuarto evangelio (v. cap. 8).
Al comienzo de los Hechos, el Jesús resucitado sigue con su pequeño grupo de discípulos dándoles las instrucciones finales durante un período bastante prolongado de tiempo:
Hechos 1.3.
a los cuales
(discípulos),
después de su pasión, se presentó
(Jesús)
vivo... apareciéndoseles durante cuarenta días...
Después de esto, Jesús fue llevado a los cielos (la ascensión):
Hechos 1.9. ...
fue arrebatado
(Jesús)
a vista de ellos, y una nube le sustrajo a sus ojos
Ahora les tocaba a los discípulos continuar la tarea por su cuenta, y su primera medida consistió en reorganizar el núcleo de los doce, roto por la deserción de Judas Iscariote. Se enumeran los restantes apóstoles en la cuarta lista del Nuevo Testamento. Las otras tres están en Mateo, Marcos y Lucas respectivamente; Juan no da lista alguna.
Hechos 1.13. ...
Pedro y Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago de Alfeo y Simón el Zelotes y Judas
(hermano)
de Santiago.
Como es natural, se omite a Judas Iscariote; sin embargo, si consideramos estos once veremos que sus nombres están incluidos en Lucas, pero no exactamente en Mateo y en Marcos. De los tres evangelios sinópticos, sólo Lucas incluye a Judas, hermano de Santiago, como uno de los doce apóstoles, sólo Lucas identifica a Simón como Simón Zelotes. Es otra prueba en favor de la teoría de que Lucas escribió tanto los Hechos de los Apóstoles como el tercer evangelio.
Pedro dispuso elegir a un nuevo miembro que ocupara el lugar de Judas Iscariote con el fin de que el número del círculo interno volviera a alcanzar la cifra mística de doce, que igualaba el de las doce tribus de Israel. Había dos candidatos, José Barsaba y Matías. Para decidir entre los dos, echaron suertes:
Hechos 1.26. ...
y cayó la suerte sobre Matías, que quedó agregado a los doce apóstoles.
Ni José Barsaba ni Matías se mencionan en alguna otra parte del Nuevo Testamento.
Pero los doce apóstoles no eran en absoluto los únicos con quienes se inició el cristianismo. Otros más se agregaron durante aquellos días primeros:
Hechos 1.15. ...
se levantó Pedro en medio de los hermanos, que eran en conjunto unos ciento veinte...
Entre ellos, los Hechos enumeran a:
Hechos 1.14. ...
María, la Madre,
[1]
de Jesús, y... los hermanos...
Ésta es la última aparición de María en el Nuevo Testamento. Igual que los demás evangelios sinópticos, Lucas relata el vano intento de ella y de los hermanos de Jesús por ver a éste (v. cap. 5), y no se la vuelve a mencionar. (Su presencia en la crucifixión sólo se encuentra en Juan.) Sin embargo, si se acepta la información de los Hechos, se incorporó a la hermandad cristiana después de la muerte de su hijo, fueran cuales fuesen sus dudas en vida de éste.
Después de la Ascensión, se aproximaba la segunda de las tres grandes fiestas de recolección del judaísmo. Se llamaba, en hebreo, Hag ha-Shabuoth («fiesta de las semanas»), o simplemente Shabuoth. El significado del nombre obedece a la manera de determinar la fecha de su observancia. Tal fijación se basaba en la Pascua, primera de las fiestas de recolección:
Levítico 23.15.
A partir del día siguiente al sábado
(de la Pascua)...,
contaréis siete semanas completas.
Levítico 23.16.
Contados así cincuenta días hasta el día siguiente del séptimo sábado...
Es decir, el Shabuoth viene siete semanas y un día después del sábado de Pascua, y de ahí que se llame «fiesta de las semanas».
El nombre griego se refiere al número de días transcurridos: «Pentecostés», de una palabra que significa «quincuagésimo», porque es cincuenta días después de Pascua. En 2 Macabeos se menciona la fiesta con sus dos nombres:
2 Macabeos 12.31. ...
y se vinieron
(unos judíos)
a Jerusalén, próxima ya la fiesta de las Semanas o Pentecostés.
2 Macabeos 12.32.
Después de la fiesta marchó...
Como en los Hechos la ascensión tuvo lugar cuarenta días después de la resurrección, que a su vez se produjo el día siguiente al sábado de Pascua, Pentecostés debió ser diez días después de la ascensión.
Los doce apóstoles, aún completamente judíos tanto cultural como religiosamente, se prepararon para celebrar la fiesta:
Hechos 2.1.
Al cumplirse el día de Pentecostés, estando todos juntos
(los apóstoles)
en un lugar.
Debido a lo que entonces sucedió, Pentecostés sigue siendo un día importante en el calendario cristiano, celebrándose el séptimo domingo después de Pascua.
Los apóstoles, reunidos para celebrar Pentecostés, fueron presa de un éxtasis religioso que atribuyeron a la entrada en ellos del Espíritu Santo; manifestación que les prometió Jesús poco antes de la ascensión, pues los Hechos citan estas palabras de Jesús:
Hechos 1.5. ...
pasados no muchos días, seréis bautizados en el Espíritu Santo.
La manifestación del Espíritu Santo en Pentecostés adoptó la forma de sentencias extáticas:
Hechos 2.4.
quedando todos
(los apóstoles)
llenos del Espíritu Santo: y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según que el Espíritu les otorgaba expresarse.
La expresión de sonidos incoherentes bajo la influencia del éxtasis religioso es un efecto común en muchas religiones, Por ejemplo. Pitia, la sacerdotisa de Apolo en Delfos, manifestaba sonidos incoherentes bajo la influencia de hierbas narcóticas que mascaba y de los gases que salían por un pasaje volcánico. Los sacerdotes los interpretaban luego, convirtiéndolos en los oráculos que tanto apreciaban los griegos.
Ese «don de lenguas» o, en griego «glosolalia», era un rasgo común de los trances de las bandas de profetas, características de los hábitos religiosos de Israel bajo los jueces y los reyes. En realidad, a tales discursos extáticos e incoherentes solía referirse el término «profetizar» en los primeros libros de la Biblia. El caso más conocido tal vez sea el de Saúl, quien, al encontrarse con una turba de profetas se sintió influido por su fervor (el éxtasis religioso se contagia) y se unió a ellos:
1 Samuel 10.10. ...
encontráronse con un tropel de profetas, y le arrebató
(a Saúl)
el espíritu de Dios y se puso a profetizar en medio de ellos.
El «don de lenguas» no es sólo un fenómeno de la antigüedad. En las reuniones vibrantes de emoción de algunas sectas cristianas de la actualidad, son comunes los éxtasis de una o de otra especie. Los «shakers»,
[2]
por ejemplo, una secta que alcanzó cierta notoriedad en Norteamérica durante el siglo XIX, pero que hoy está casi extinguida, se llamaban así porque con frecuencia sufrían convulsiones en medio de la oración y se estremecían lanzando gritos incoherentes. A las sectas en que son frecuentes las exhibiciones del «don de lengua», se les suele denominar como «Iglesias de Pentecostés», por el hecho de que este incidente producido durante la celebración de Pentecostés por los apóstoles les ofrecía una justificación bíblica.