Guía de la Biblia. Nuevo Testamento (39 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Histórico

BOOK: Guía de la Biblia. Nuevo Testamento
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Proverbios 8.23.
Desde la eternidad fui yo establecida; desde los orígenes, antes que la tierra fuese.

En Eclesiástico hay una pasaje similar en que la sabiduría vuelve a hablar en primera persona:

Eclesiástico 24.14.
[3]
Desde el principio y antes de los siglos me creó
(Dios a la sabiduría)
y hasta el fin no dejaré de ser...

En la Sabiduría, ésta se presenta a veces en términos habitualmente reservados a Dios:

Sabiduría 1.6.
Porque la sabiduría es un espíritu amador del hombre, y no dejará impune al de blasfemos labios...

También se refiere el papel de la sabiduría como aspecto creador de Dios:

Sabiduría 7.21.
[4]
...
la sabiduría, artífice de todo...

En el evangelio de san Lucas hay una referencia a la sabiduría cuando se citan estas palabras de Jesús:

Lucas 11.49.
Por eso dice la sabiduría de Dios: Yo les envío profetas y apóstoles...

En vida de Jesús, había en Alejandría un judío llamado Filón (normalmente aludido como Filón Judeo o «Filón el judío») No sólo estaba versado en el pensamiento judío, sino también en filosofía griega, y en sus escritos se esforzaba en explicar el primero a través de las palabras y conceptos de la última.

Como escribía en griego, Filón utilizaba el término «logos» y no «sabiduría», y con él representaba el aspecto racional y creador de Yahvé. Para explicar sus relaciones con Dios, habla de él metafóricamente como «imagen de Dios» o «hijo de Dios».

Juan adopta el enfoque de Filón, lo que resulta especialmente adecuado si el evangelio se redactó en Éfeso, centro mismo de la tradición filosófica griega y lugar donde el término «logos» se empleó por primera vez.

Por consiguiente, Juan se inicia con un himno al logos (posiblemente adaptado de algún canto pagano) expresado de manera acorde con el enfoque teológico presentado en el evangelio.

Por lo visto, había opiniones respecto al logos que Juan consideraba incompatibles con la fe verdadera.

Por ejemplo, había filósofos y místicos que trataban de separar las ideas de Dios y de logos. Pensaban que existía un Dios que era la personificación de la sabiduría, pero era lejano, remoto e incognoscible para el hombre. Era un espíritu puro y no tenía relación alguna con nada material. Para tales filósofos, ese principio divino, espiritual e innombrable era la «gnosis», palabra griega que significa «conocimiento». Por tanto, a tales filósofos se les conoce como «gnósticos».

Pero si la sabiduría o gnosis está desligada de la materia y no tiene relación con ella, ¿cómo fue creado el mundo? En este punto, los gnósticos adoptaron una actitud opuesta a la de Tales.

Lo que creó el mundo no era un principio racional (divino o no), sino uno maligno e inferior al divino. Mientras Tales consideraba que el mundo era racional y que su creación obedeció a un principio racional, los gnósticos pensaban que el mundo era maligno y lo suponían creado por un principio del mal.

El filósofo griego Platón designó con el término griego «demiourgos» al principio creador; en castellano es «demiurgo». La palabra significa «trabajador para el pueblo» o «funcionario», por así decir. Se utilizaba en las ciudades griegas para designar a ciertos funcionarios cuyo trabajo se consideraba de servicio público. Es decir, se veía al demiurgo como una especie de funcionario suprahumano que servía a la humanidad creando primero el mundo y luego gobernándolo.

Para los gnósticos, ese demiurgo era un principio inferior que había creado un mundo perverso con malicia deliberada. Además, la esencia espiritual del hombre, semejante a la remota gnosis, fue atrapada por el demiurgo en un cuerpo que, al estar hecho de materia, era maligno. El hombre que aspirase a la salvación necesitaba trascender en cierto modo el cuerpo maligno y alcanzar la lejana espiritualidad de la gnosis.

En los primeros días del cristianismo, ciertos gnósticos adaptaron ese concepto a la doctrina cristiana. La gnosis seguía siendo el Dios incognoscible e inalcanzable. Por otro lado, el «Dios» del Antiguo Testamento, creador del mundo, era realmente el demiurgo según los gnósticos. La influencia demoníaca de Yahvé era responsable de todo el mal del mundo.

Según el punto de vista gnóstico, Jesús era el Logos, hijo o consecuencia de la espiritual Gnosis. Jesús era un espíritu puro, pues no podía participar en la materia creada por el maligno Demiurgo, pero adoptó la apariencia de un cuerpo material con el fin de guiar a los hombres para que se apartaran de la materia del demiurgo y accedieran a la gnosis del espíritu.

El evangelio de san Juan se sitúa firmemente en contra de la interpretación gnóstica. Juan iguala a Dios y al Logos en todos los aspectos. No sólo existía el Logos desde los mismos orígenes, de modo que el Logos estaba en Dios, sino que el Logos
era
Dios.

Además, ese Dios no era una gnosis misteriosa, sino el Dios del Antiguo Testamento, creador del mundo:

Juan 1.2.
Él estaba
(Logos)
al principio en Dios.

Juan 1.3.
Todas las cosas fueron hechas por Él,
[5]
y sin Él
[6]
no se hizo nada de cuanto ha sido hecho.

El Logos era el aspecto racional y creador de ese Dios.

Por otro lado, ese mismo Dios del Antiguo Testamento no era simplemente una entidad material mientras que otra cosa era espíritu. Dios era tanto espíritu como materia, la «luz» hacia la cual tendía el hombre, la esencia íntima de las cosas:

Juan 1.4.
En Él
(Dios/Logos)
estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.

Juan 1.5. Y
la luz luce en las tinieblas...

Jesús no era un simple espíritu revestido de la apariencia de materia. Juan especifica que debía considerarse que el Logos se había encarnado efectivamente en un cuerpo material:

Juan 1.14.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros...

Juan el Bautista

El himno al Logos se interrumpe por la aseveración enfática de que
no
debe interpretarse al Logos como Juan el Bautista. En las décadas siguientes a la crucifixión había quienes sostenían que Juan el Bautista había tenido una importancia especial, pues tal vez fuese él el Mesías, y no Jesús. Habrían representado un grupo importante incluso en fecha tan tardía como el 100 dC, y era necesario oponerse a ellos.

Juan 1.6.
Hubo un hombre enviado de Dios, de nombre Juan.

Juan 1.7.
Vino éste a dar testimonio de la luz...
[7]

Juan 1.8. No
era él la luz...
[8]

Entonces, tras la conclusión del himno al Logos, el cuarto evangelio cita las palabras del propio Juan el Bautista con las que niega toda pretensión mesiánica:

Juan 1.19. ...
cuando los judíos, desde Jerusalén, le enviaron sacerdotes y levitas para preguntarle
(a Juan el Bautista):
Tú, ¿quién eres?

Juan 1.20. ...
confesó: No soy yo el Mesías.
[9]

El cuarto evangelio aún va más allá.

Los evangelios sinópticos, escritos en una época en que el cristianismo aún estaba en su infancia y necesitaba aliados en la lucha contra la ortodoxia judía, se muestran dispuestos a dar a Juan el Bautista el papel, inferior pero considerable, de Elías encarnado. El cuarto evangelio, compuesto en una época en que el cristianismo era un par de décadas más fuerte, parece no haber sentido necesidad de tal compromiso:

Juan 1.21.
Le preguntaron
(a Juan el Bautista):
Entonces, ¿qué? ¿Eres Elías? Él dijo: No soy. ¿Eres el profeta? Y contestó: No
.

Juan 1.23.
Dijo: Yo soy la voz que clama en el desierto: «Enderezad el camino del Señor...»

En cuanto al «profeta» aludido en Juan 1.21, suele pensarse que se refiere a un pasaje de uno de los sermones del Deuteronomio atribuidos a Moisés. Allí se citan estas palabras de Dios:

Deuteronomio 18.18.
Yo les suscitaré de en medio de sus hermanos un profeta
[10]
como tú
(Moisés),
pondré en su boca mis palabras...

El libro del Deuteronomio quizá se escribiera efectivamente en el reinado de Josías o poco antes (v. cap. 5). y este pasaje tal vez se utilizase como referencia a un contemporáneo del autor. Incluso tal vez convencieran a Josías de que el pasaje aludía a uno de los que le llevaron el libro tras su «descubrimiento» en el Templo, y ello le impulsaría a instaurar la reforma yahvista que luego llevó a cabo.

Sin embargo, los judíos de la época postexiliar parecieron dar a este pasaje una interpretación mesiánica, y desde luego así fue aceptado por los cristianos, que vieron en él una alusión a Jesús. Por eso la palabra «profeta» va con mayúscula en la King James, aunque no en la Revised Standard Versión.

El cuarto evangelio presenta a Juan el Bautista negando ser tal profeta y rechazando una vez más la calidad de Mesías.

El Cordero de Dios

De manera implacable, el cuarto evangelio va aún más lejos. No sólo cita las palabras -de Juan en que niega que sea el Mesías, sino que tras bautizar a Jesús le reconoce como Mesías y así le proclama:

Juan 1.29.
Al día siguiente
(Juan)
vio venir a Jesús y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.

Juan 1.30.
Éste es aquél de quien yo dije: Detrás de mí viene uno que es antes de mí...

Juan 1.32.
Y Juan dio testimonio diciendo: Yo he visto al Espíritu descender del cielo como paloma y posarse sobre Él
[11]

Juan 1.34.
Y yo vi, y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios.

En Marcos y en Lucas no hay referencia alguna a tal reconocimiento por parte de Juan. En Mateo hay un solo versículo que se refiere a la comprensión de Juan de la función de Jesús; porque cuando Jesús acude a bautizarse:

Mateo 3.14.
Juan se oponía, diciendo: Soy yo quien debe ser por ti bautizado, ¿y vienes tú a mí?

Sin embargo, Mateo y Lucas informan más adelante de que Juan envió a sus discípulos a preguntar si Jesús era el Mesías, algo que habría sido innecesario si el Bautista hubiese sido testigo del descendimiento sobre Jesús del Espíritu de Dios en forma de paloma. (Ciertamente, el cuarto evangelio no menciona en momento alguno esas inseguridades por parte del Bautista.) Cada uno de los evangelios sinópticos cuenta el descendimiento del Espíritu de Dios, pero ninguno de los tres indica en forma alguna, entonces o después, que Juan, o cualquier otro aparte de Jesús, fuera testigo de ello.

En efecto, los evangelios sinópticos indican que la comprensión del mesianismo se fue creando poco a poco entre los discípulos de Jesús y, además, refieren claramente el cuidado de Jesús en no proclamarse Mesías de manera específica y concreta. Sólo al final, ante Caifás, admite que lo es (v. cap. 5), confesión que las autoridades judías consideran una blasfemia y que es suficiente para condenar a muerte a Jesús. Tal punto de vista parece estar de acuerdo con la realidad histórica de la época, pues la afirmación de mesianismo sin pruebas que satisficieran a las autoridades significaba prácticamente la muerte segura. (Del mismo modo que en siglos posteriores la de ser una nueva encarnación de Jesús habría conducido a la hoguera o, en la época actual, al manicomio.)

Sin embargo, en el cuarto evangelio se afirma que todo el mundo, desde Juan el Bautista en adelante, reconoce inmediatamente al Mesías en Jesús. No sólo no lo niega Jesús, sino que lo proclama. Así, cuando una mujer samaritana le habla del Mesías, Jesús responde directamente:

Juan 4.25.
...Soy yo, el que contigo habla.

Las francas admisiones de mesianismo por parte de Jesús y de otros se suceden en el cuarto evangelio durante un período de tres años en Jerusalén y en otros lugares, antes de que Jesús sea detenido, condenado y ejecutado.

Desde el punto de vista de los hechos históricos, esto es completamente imposible. Sin embargo, el evangelio expone argumentos teológicos y no históricos, y el Jesús teológico, como opuesto al «Jesús histórico», es la divinidad manifiesta.

Al proclamar Cordero de Dios a Jesús, Juan el Bautista no sólo se refiere a su mesianismo, sino a la forma efectiva que va a adoptar tal calidad mesiánica. Se dice que reconoce al Mesías no como rey que conducirá a los judíos al reino ideal, derrotando a sus enemigos con las armas de la guerra, sino como el sufrido y torturado «siervo» del Segundo Isaías (v. cap. I, 23).

La referencia a Jesús como Cordero de Dios parece referirse a un versículo particular de uno de los pasajes del sufrido siervo:

Isaías 53.7.
Maltratado
(el siervo de Dios),
mas él se sometió, no abrió la boca; como cordero llevado al matadero...

Natanael

La manera en que Jesús elige a sus discípulos se relata en el cuarto evangelio de modo muy distinto que en los evangelios sinópticos. En éstos, Jesús escoge a sus discípulos en Galilea; en Juan, donde a Jesús se le otorga mayor dignidad, son los discípulos quienes le buscan a él.

Así, Juan el Bautista proclama a Jesús como Cordero de Dios por segunda vez en presencia de dos de sus discípulos, que al instante abandonan al Bautista y siguen a Jesús:

Juan 1.40.
Era Andrés, el hermano de Simón Pedro, uno de los dos que oyeron a Juan
(el Bautista)
y le siguieron
(a Jesús).

Al otro no se le nombra, pero la tradición supone que es Juan, el hijo de Zebedeo, el «discípulo amado» y autor del evangelio. Se considera que su modestia le obliga a no nombrarse a sí mismo.

En los evangelios sinópticos no hay indicios de que alguno de los apóstoles fuese originalmente seguidor del Bautista. Sin embargo, ello conviene claramente al propósito del cuarto evangelio, pues muestra que los seguidores del Bautista, orientados por el propio Juan, prefieren a Jesús, lo que debilita el partido del Bautista entre los oponentes del evangelista.

Los dos primeros discípulos divulgan la noticia:

Juan 1.41.
Encontró él
(Andrés)
luego a su hermano Simón y le dijo: Hemos hallado al Mesías...

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