Juan 11.44.
Salió el muerto...
Hay quienes sospechan que, como se le define por «el que amas». Lázaro no es ni más ni menos que «el discípulo amado» y autor del cuarto evangelio. A ello podría añadirse que Lázaro conocía de primera mano los incidentes de la resurrección y por eso los incluyó, mientras que los demás evangelistas no lo mencionan.
Pero esa argumentación es endeble, pues se dice que el episodio lo presenció mucha gente, alcanzando tal fama que constituyó la última gota que decidió a los fariseos a condenar y ejecutar a Jesús. ¿Cómo podrían los evangelios sinópticos pasar por alto una cosa así?
Los jerarcas religiosos judíos ven claramente que, si no detienen a Jesús, aquellos que le siguen después del milagro de Lázaro se volverían incontrolables. Temían una rebelión y la catástrofe consiguiente:
Juan 11.48.
Si le dejamos así, todos creerán en Él
[24]
y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación,
Juan 11.49. ...
Caifás... les dijo: ...
Juan 11.50. ...
conviene que muera un hombre por todo el pueblo y no que perezca todo el pueblo...
Esta declaración de Caifás sólo se encuentra en Juan, que la utiliza para que encaje en su proprósito particular. Señala que Caifás, sumo sacerdote al fin y al cabo, expresaba inconscientemente una profecía; que Jesús moriría efectivamente para llevar la salvación a todos, y no sólo a los judíos.
Juan 11.52.
y no sólo por el pueblo, sino para reunir en uno todos los hijos de Dios que estaban dispersos.
Claro que «los hijos de Dios que estaban dispersos» podría referirse a los judíos que vivían fuera de Judea. Pero es igualmente posible suponer que la frase alude a los gentiles que vivían por todo el mundo y que, al aceptar a Jesús, se convertirían en «hijos de Dios», en herederos espirituales de Abraham.
Si hay alguna duda, la disipa un incidente descrito poco después. Incluso mientras los dirigentes judíos planean ejecutar a Jesús, aparece el primer discípulo gentil:
Juan 12.20.
Había algunos griegos entre los que habían subido a adorar en la fiesta
(de la Pascua).
Juan 12.21.
Éstos, pues, se acercaron a Felipe... y le rogaron, diciendo: Señor, queremos ver a Jesús.
En las traducciones inglesas de la Biblia hay veces que la palabra «griegos» designa a judíos de Egipto o de otra parte que tenían el griego como lengua materna. Sin embargo, el original griego del Nuevo Testamento utiliza formas ligeramente diferentes para distinguir entre los judíos de nacimiento que hablaban griego y los griegos de nacimiento que se habían convertido al judaísmo. En este caso, parece que se trata de griegos de nacimiento, gentiles conversos.
Y piden ver a Jesús. Los gentiles empiezan a volverse al Maestro, según el relato que da Juan de los acontecimientos, igual que los judíos comienzan a apartarse definitivamente de él. Y es este giro decisivo el que marca a Jesús el momento de la muerte y de la resurrección. Los discípulos le pasan el recado de que hay unos griegos que desean verle.
Juan 12.25.
Jesús les contestó diciendo: Es llegada la hora en que el Hijo del hombre será glorificado.
Juan indica claramente, pues, que el cristianismo se orienta hacia los gentiles y se aparta de los judíos; cosa que en realidad es el tema de todo su evangelio, desde la alabanza misma que lo inicia:
Juan 1.11.
Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron.
Juan 1.12.
Mas a cuantos le recibieron dioles poder de venir a ser hijos de Dios, a aquellos que creen en su nombre;
Y eso es, seguramente, lo que el público de Juan quería oír.
Juan describe la entrada triunfal en Jerusalén; pero el pasaje no es tan convincente como en los evangelios sinópticos, donde ésa parece la
única visita a la ciudad.
Sin embargo, Juan no relata la cena de la última noche de libertad de Jesús, ni la oración en Getsemaní. No le hace rogar para que pasase de él el cáliz fatídico (v. cap. 5). Eso no convendría al Jesús divino expresado por Juan. En efecto, Juan hace hablar a Jesús de tal modo, que parece contradecir deliberadamente el pasaje de los evangelios sinópticos:
Juan 12.27.
Ahora mi alma se siente turbada. ¿Y qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora? ¡Mas por esto he venido yo a esta hora!
Jesús lava los pies a sus discípulos (lección de humildad que no se encuentra en los evangelios sinópticos) y luego, seguro de sí, prosigue con sus discursos filosóficos. A lo largo de ellos, hace declaraciones que contribuirían al surgimiento entre los primeros cristianos de ideas sobre un segundo advenimiento inminente. Así, refiriéndose a su próxima muerte, dice:
Juan 14.2. ...
voy a prepararos el lugar.
Juan 14.3. ...
de nuevo volveré y os tomaré conmigo...
Lo que podría interpretarse como que se aparecería sin ser visto en el lecho de muerte de cada discípulo, para conducirlos al lugar que tenía preparado en el cielo. Hubo ciertamente una tendencia a creer que éste y otros versículos de los evangelios indicaban una vuelta de Cristo en su gloria que, además, tampoco tardaría mucho. Tal vuelta cumpliría los mismos propósitos que los judíos atribuían a la llegada del Mesías.
Se cita otra promesa de Jesús:
Juan 14.16.
y yo rogaré al Padre, y os dará otro abogado, que estará con vosotros para siempre:
Juan 14.17.
el Espíritu de verdad...
Suele interpretarse esto en el sentido de que los cristianos serían guiados por el Espíritu Santo una vez que Jesús les fuera arrebatado; y ese Espíritu les consolaría y guiaría por el camino justo.
Sin embargo, entre los cristianos primitivos no faltaron quienes personificaron al Abogado (o «Paráclito», pues así es esa palabra en griego). Les parecería que Jesús prometía otro Mesías posterior que tomaría apariencia humana, igual que se consideraba que Moisés vaticinó a Jesús en su referencia a un Profeta (v. cap. 8).
Así, hacia el 160 dC (aproximadamente medio siglo después de que se escribiera el evangelio de san Juan), un cristiano de Asia Menor llamado Montano afirmó ser la encarnación del Abogado.
Montano fue rechazado como falso Mesías por los dirigentes cristianos, igual que Jesús fue negado por la jerarquía judía. Y así como Jesús fue reuniendo poco a poco discípulos cuyo número aumentó tras su muerte, del mismo modo hizo Montano. La secta de los montanistas, doctrinalmente puritanos, fue particularmente fuerte en Cartago y alrededores, y entre ellos se contaba Tertuliano, el primer apologista cristiano importante que escribió en latín.
Sin embargo, el cristianismo tenía entonces una difusión más amplia que la del judaísmo en tiempos de Jesús: no quedó debilitado por una catástrofe análoga a la destrucción de Judea por Roma. Por tanto, los montanistas fueron reducidos. Además espetaban un próximo segundo advenimiento de alguna especie, y como ello no tuvo lugar, languidecieron poco a poco. No obstante, algunos sobrevivieron hasta el siglo séptimo, cuando la conquista musulmana del norte de África arrasó por completo el cristianismo en aquella región.
La historia del prendimiento y del juicio es esencialmente la misma en Juan y en los evangelios sinópticos, pero con una modificación importante en el ambiente. El Jesús divino descrito por Juan no es en absoluto el siervo mudo y sufriente del Segundo Isaías y de los evangelios sinópticos. Por el contrario, Jesús es completamente dueño de sí y domina los acontecimientos en todo momento. Va a la muerte con premeditación.
Así, se enfrenta audazmente con los que van a prenderlo y les anuncia con calma su identidad incluso antes de que Judas tenga oportunidad de señalarle. Y cuando Pilato le pregunta si es rey de los judíos. Jesús interroga a su vez a Pilato sin dificultades para dominar la situación:
Juan 18.34.
Respondió Jesús: ¿Por tu cuenta dices eso o te lo han dicho otros de mí?
Juan 18.35.
Pilato contestó: ¿Soy yo judío por ventura? Tu nación y los pontífices te han entregado a mí; ¿qué has hecho?
Pilato se ve de ese modo obligado a confesar que no sabe nada del caso y que es simplemente portavoz de la jerarquía judía. Así, al escribir para un público gentil, Juan va más lejos que cualquiera de los evangelios sinópticos (incluso más que Lucas) en exculpar a los gentiles y hacer que la responsabilidad recaiga sobre los judíos.
Esto se hace aún más evidente en una etapa posterior del juicio, cuando Pilato vuelve a interrogar a Jesús. Jesús guarda silencio ahora y Pilato dice desesperado:
Juan 19.10 ...
¿A mí no me respondes? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?
Juan 19.11.
Respondióle Jesús: No tendrías ningún poder sobre mí si no te hubiera sido dado de lo alto; por esto los que me han entregado
[25]
a ti tienen mayor pecado.
Es decir, vuelve a describirse a Pilato como un títere que sólo hace lo que debe según la ley de Roma (o de acuerdo con la voluntad de Dios). En cualquier caso, como no ha estudiado las Escrituras, no sabe nada del Mesías y no ha escuchado las enseñanzas de Jesús, no puede saber lo que hace. El mayor pecado corresponde a quienes, conociendo las Escrituras, al Mesías y las enseñanzas de Jesús, entregan pese a todo a Jesús a la implacable rueda de la ley de Roma. La expresión «el que me ha entregado a ti» está en singular, y puede referirse a Caifás, el sumo sacerdote (aunque algunos sugieren que es a Judas Iscariote, o incluso a Satanás).
Si el lector supone que alude a Caifás, entonces habría otra afirmación de Jesús de que es la autoridad judía y no la romana la verdadera responsable de la crucifixión.
Para dejarlo todavía más claro, Juan describe a Pilato con mayor desgana para cumplir su tarea que Lucas, y acaba sometiéndose al partido sacerdotal sólo tras amenazas políticas que no se encuentran en los evangelios sinópticos, pero que el público gentil de Juan entendería a la perfección:
Juan 19.12. ...
los judíos gritaron, diciéndole: Si sueltas a ése, no eres amigo del César todo el que se hace rey va contra el César.
En otras palabras, el partido sacerdotal está dispuesto a acusar de traición a Pilato si éste libera a Jesús. En los días del receloso Tiberio, una acusación de traición equivalía a una condena.
Juan llega a poner en labios de los sacerdotes, ansiosos por obtener un veredicto de crucifixión, una declaración que los judíos nacionalistas de la época considerarían como traición a su causa.
En tono de burla. Jesús es presentado a la muchedumbre como rey mesiánico:
Juan 19.15. ...
Díjoles Pilato: ¿A vuestro rey voy a crucificar? Contestaron los príncipes de los sacerdotes: Nosotros no tenemos más rey que al César.
Así se les muestra negando toda esperanza mesiánica, y la acusación contra ellos, tan cuidadosamente construida por Juan, queda completa.
La versión que da Juan de la crucifixión difiere de la descrita en los evangelios sinópticos en una serie de aspectos. Jesús carga personalmente con la cruz. Nadie le ayuda. Los detalles humillantes de la crucifixión —incluidas las burlas de la multitud— se omiten. La madre de Jesús, María, presencia la ejecución (aunque tiene la suficiente serenidad, incluso crucificado, para ponerla bajo la protección del «discípulo amado», que también está allí.
Al igual que Lucas, Juan omite la última expresión de angustia (v. cap. 5). La desesperación sería inconcebible en el Jesús descrito por Juan. En cambio, se limita a anunciar la consumación de su tarea:
Juan 19.30. ...
dijo Jesús: Todo está acabado, e inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Juan relata ciertos acontecimientos posteriores a la muerte de Jesús que no aparecen en los evangelios sinópticos. Explica que los sacerdotes quieren bajar de la cruz a los crucificados (a Jesús y a los dos ladrones) aquella misma noche con el fin de no profanar la Pascua. Por esa razón se envía a unos soldados para que rompan las piernas a los reos; así morirían y podrían bajarlos. (En realidad, y a pesar de lo que parezca, eso obedece a un acto de gracia. De otro modo, los crucificados podían sobrevivir una serie de días en medio de tormentos crecientes.)
Sin embargo. Jesús ya había muerto, al parecer más pronto de lo esperado; lo suficiente para que un soldado sospeche que se hace el muerto:
Juan 19.33.
pero llegando a Jesús, como le vieron ya muerto, no le rompieron las piernas,
Juan 19.34.
sino que uno de los soldados le atravesó con su lanza el costado y al instante salió sangre y agua.
Juan introduce estos detalles para expresar un aspecto teológico muy importante que, por lo visto, fue discutido por varias facciones entre los primeros cristianos. Por consiguiente defiende de manera enfática la verdad de lo que acaba de decir:
Juan 19.35.
El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; él sabe que dice verdad, para que vosotros creáis.
Juan pasa entonces a explicar el significado de la vehemente defensa que hace de su aseveración de que a Jesús no le rompieron las piernas pero sí le atravesaron con la lanza:
Juan 19.36.
porque esto sucedió para que se cumpliese la Escritura: «No romperéis ni uno de sus huesos».
Juan 19.37.
Y otra Escritura dice también: «Mirarán al que traspasaron».
La primera cita es de los Salmos. De uno que alaba la preocupación de Dios por todos aquellos que confían en Él; he aquí el versículo:
Salmo 34.21.
[26]
Toma
(Yahvé)
a su cuidado todos sus huesos, y ni uno solo de ellos será roto.
Y en los últimos capítulos de Zacarías, apocalípticos, se hace referencia a una persona torturada a quien no se define con claridad:
Zacarías 12.10. ...
Y aquél a quien traspasaron le llorarán...
Pero esa inquietud por enlazar los acontecimientos de la vida de Jesús con las diversas sentencias del Antiguo Testamento, no es un rasgo distintivo de Juan. No es Mateo, y tampoco escribe para el público de éste.
La referencia debe ser aún más amplia. Jesús fue crucificado en la fiesta de la Pascua, y al principio del cuarto evangelio Juan el Bautista se refiere a Jesús como el «Cordero de Dios» (véase este mismo cap.). Pues bien, hay una relación entre el cordero y la Pascua.