Guía de la Biblia. Nuevo Testamento (34 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Histórico

BOOK: Guía de la Biblia. Nuevo Testamento
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Sin embargo, este censo concreto del segundo mandato de Cirino no es una señal precisa. Jesús no pudo nacer en fechas tan tardías; tuvo que ser durante la primera administración de Cirino. Es de suponer que, como Herodes reinaba en Judea en esa época, llevara a cabo un censo de acuerdo con la costumbre judía. Entonces no habría habido desórdenes que Josefo pudiera anotar.

Es concebible, pero parece muy improbable; nadie pensaría en sugerir tal cosa salvo por la necesidad de justificar la referencia en el evangelio de San Lucas. Herodes no era popular entre los judíos nacionalistas. Éstos le consideraban un idumeo, tan extranjero como los romanos. Suponer que un censo herodiano se llevó a cabo sin desórdenes, sobrepasa los límites de la verosimilitud.

Belén

Por el contrario, cabría suponer que Lucas utilizara simplemente el famoso censo como hito por el cual fechar el momento aproximado del nacimiento de Jesús, del mismo modo que Mateo empleó la estrella de Belén (v. cap. 5). En cualquier caso, los autores bíblicos rara vez se preocupan por dar una fecha exacta, atendiendo a otros temas de mayor importancia.

Pero es posible que se produjesen otras circunstancias. Podría argumentarse que Lucas se enfrentaba con grandes dificultades para referir el nacimiento de Jesús y por ello decidió utilizar el censo como medio de sustraerse a ellas.

En Marcos, el más antiguo de los evangelios, Jesús sólo aparece como «Jesús Nazareno». Tal como se desprende de su evangelio, para Marcos el Mesías era de cuna galilea, nacido en Nazaret.

Sin embargo, los judíos versados en las Escrituras no lo aceptan. Para ser Mesías, Jesús de Nazaret tuvo que nacer en Belén. Así lo había dicho concretamente el profeta Miqueas (v. capítulo 33), y Mateo lo acepta en su evangelio (v. cap. 5).

Con el fin de que el nacimiento en Belén (exigido por la teoría teológica) fuese compatible con la vida de Nazaret, Mateo convirtió a José y a María en naturales de Belén que emigraron a Nazaret no mucho después del nacimiento de Jesús (v. cap. 5).

Sin embargo, parece que Lucas no tuvo acceso a la versión de Mateo, y no se le ocurrió utilizar un artificio tan directo. En cambio, ideó que José y María fuesen moradores de Nazaret antes del nacimiento de Jesús, viajando a Belén justo a tiempo de que Jesús naciera; y después, volvieron.

Que María, al menos, viviese en Nazaret y que tal vez naciese allí, parece claro por el hecho de que Gabriel fue enviado a aquella ciudad para la anunciación:

Lucas 1.26. ...
fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad, de Galilea llamada Nazaret,

Lucas 1.27.
a una virgen...; el nombre de la virgen era María.

Pero si fue así, ¿por qué María hizo en el último mes de embarazo el difícil y peligroso viaje de ciento doce kilómetros hasta Belén? Lucas podría decir que lo hizo por instrucciones de Gabriel, pero no lo dice. En cambio, aprovecha con economía literaria el acontecimiento para afirmar, además, que Jesús nació en Belén. Cuando César Augusto decretó el censo para mejorar la recaudación de impuestos:

Lucas 2.3.
E iban todos a empadronarse, cada uno en su ciudad.

Lucas 2.4.
José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a ... Belén, por ser él de la casa y de la familia de David,

Lucas 2.5.
para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta.

Aunque este artificio merece elogios desde el punto de vista de la economía literaria, es objetable en cuanto a verosimilitud. Es imposible que los romanos llevaran a cabo un censo tan extraño. ¿Por qué querrían que todo el mundo se presentase en la ciudad de sus antepasados y no en la que vivían? ¿Por qué deberían las personas viajar a todo lo largo del país, atascando las carreteras e interrumpiendo la vida de las provincias? Incluso podría constituir un riesgo militar, porque los partos no encontrarían mejor momento para atacar que cuando las tropas romanas tuvieran dificultades en concentrarse debido al enorme atasco de civiles en su viaje para empadronarse.

Aunque la ciudad ancestral fuese en cierto modo un detalle fundamental de la información; ¿no sería más sencillo que cada persona se limitara a declarar cuál era la ciudad de sus antepasados? E incluso si, por alguna razón, una persona tuviese que viajar a esa ciudad ancestral, ¿no sería suficiente que el cabeza de familia o algún representante suyo hiciese tal viaje? ¿Tendría que acompañarle su mujer? ¿Sobre todo si estaba en el último mes de embarazo?

No, es difícil imaginar una trama tan complicada e inverosímil, y desde luego los romanos no organizarían censo semejante.

Los que sostienen que hubo un censo anterior hacia el 6 aC llevado a cabo bajo los auspicios de Herodes, sugieren que una de las razones por las que transcurrió en paz fue precisamente porque Herodes condujo las cosas a la manera judía, por tribus y familias. Aun cuando Herodes hubiera sido un rey popular (que no lo fue), resulta difícil creer que pudiera haber realizado pacíficamente un censo exigiendo que gran número de personas recorrieran muchos kilómetros bajo las condiciones peligrosas y primitivas de la época. A lo largo de toda su historia, los judíos se habían rebelado por razones mucho más insignificantes que el cumplimiento de tal requisito.

Mucho más fácil es creer que Lucas se limitara a explicar el nacimiento de Jesús en Belén por razones teológicas, pues era bien conocido que se había criado en Nazaret. Y su instinto dramático sobrepasó todos los criterios de verosimilitud que pensara emplear.

A juzgar por los resultados, Lucas tenía razón. Lo inverosímil de su historia no evitó que prendiera en la imaginación del mundo cristiano, y este capítulo segundo del evangelio de san Lucas se ha convertido en el epítome de la historia de la Natividad y en la inspiración de incontables relatos, canciones y obras de arte.

Navidad

Según el relato de Lucas, María dio a luz en Belén:

Lucas 2.7.
Y dio a luz
(María)
a su hijo primogénito, y le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, por no haber sitio para ellos en el mesón.

Es posible que el mesón estuviera lleno de viajeros, como todas las casas de huéspedes de Judea en aquellas fechas, si es que aceptamos la historia del censo que da Lucas. Al fin y al cabo, todas las ciudades debían recibir su cupo de familias que volvían de otros sitios.

En este punto no hay indicación alguna respecto a la fecha de la Natividad. En la actualidad casi todas las iglesias cristianas celebran la fiesta el 25 de diciembre: la Navidad.

¿Pero por qué el 25 de diciembre? Nadie lo sabe realmente. Para los europeos y norteamericanos tal fecha significa invierno y, efectivamente, muchos de nuestros villancicos describen una escena invernal, lo mismo que nuestras pinturas. En realidad, la asociación con el invierno y la nieve es tan estrecha, que cada año millones de personas esperan de manera irracional unas «navidades blancas», aunque la nieve signifique un incremento grande en los accidentes de automóvil.

Pero ¿en qué se basa esa asociación invernal? Ni en Lucas ni en Mateo hay mención alguna de nieve o de frío. De hecho, en el versículo siguiente a la descripción del nacimiento, dice Lucas:

Lucas 2.8.
Había en la región unos pastores que pernoctaban al raso, y de noche se turnaban velando sobre su rebaño,

Como la celebración está firmemente asentada en el 25 de diciembre, es costumbre imaginar que los pastores vigilan el rebaño con un frío intenso y tal vez en medio de una fuerte nevada.

Pero ¿por qué? Sin duda es mucho más conveniente que tal vigilia se realice en verano, cuando la temperatura nocturna es suave y más agradable que el sofocante calor del día. Lo que significa añadir otra dimensión a las improbables características del censo descrito por Lucas, si suponemos que todos esos viajes innecesarios se llevaban a cabo durante un invierno frío.

Desde luego, es un error creer que un invierno en Palestina es tan frío como en Alemania, Gran Bretaña o Nueva Inglaterra. Las habituales asociaciones de la Navidad con la nieve y el hielo —aunque
fuese
el 25 de diciembre— obedecen simplemente a un prejuicio local. De la misma especie es el de los artistas medievales, que pintaban a María y a José con ropas de la Edad Media porque no podían imaginarlos de otra manera.

Sin embargo, el que el 25 de diciembre sea un tiempo templado o de nevadas, nos da lo mismo por el momento. El caso es que ni Lucas ni Mateo dan fecha alguna de la Navidad. Ni siquiera ofrecen el menor indicio que pudiera utilizarse para deducir o adivinar un día determinado.

¿Por qué, entonces, el 25 de diciembre? La respuesta podría encontrarse en la astronomía y en la historia de Roma.

A mediodía el sol está en el firmamento a diversas alturas según las diferentes estaciones del año, porque el eje terrestre se inclina 23 grados hacia el plano de la órbita de la tierra alrededor del sol. Sin entrar en detalles astronómicos, basta decir que de diciembre a junio el sol va subiendo poco a poco en el firmamento, para ir descendiendo continuamente de junio a diciembre. El ascenso se asocia fácilmente con el alargamiento de los días, la subida de la temperatura y el despertar de la vida; la declinación, con el acortamiento de los días, bajada de la temperatura y debilitamiento de la actividad vital.

En tiempos primitivos, cuando la razón de este ciclo no se entendía en los términos de la astronomía moderna, no existía seguridad de que el sol dejara de declinar para remontarse de nuevo. ¿Y por qué debería hacerlo, si no era mediante el favor de los dioses? Esa gracia podía depender enteramente de la práctica adecuada de un complejo ritual únicamente conocido por los sacerdotes.

Cada año debía ser motivo de gran alegría observar la suave declinación del sol de mediodía, que se interrumpía para empezar a ascender de nuevo. El punto en que el sol llega a detenerse es el «solsticio» de invierno (de términos latinos que significan «se para el sol»).

El día del solsticio de invierno era motivo de una gran fiesta en honor de lo que podría denominarse «nacimiento del sol». Los romanos dedicaban un período de tres días, posteriormente ampliado a siete, a la celebración del solsticio de invierno. Eran las «saturnales», así llamadas en honor de Saturno, antiguo dios romano de la agricultura.

En las saturnales la alegría no tenía limites, tal como cuadraba a una festividad que celebraba un aplazamiento de la muerte y la vuelta a la vida. Todos los negocios públicos se suspendían en favor de festivales, banquetes, cánticos y entrega de regalos. Era un tiempo de paz y de buena voluntad para todos los hombres. Durante ese breve periodo, hasta los esclavos disfrutaban de libertades que tenían prohibidas durante el resto del tiempo, y momentáneamente se les trataba en un plano de igualdad con sus amos. Naturalmente, la alegría traspasaba fácilmente los límites del libertinaje y del desenfreno, y sin duda había mucha gente piadosa que deploraba los aspectos negativos de las fiestas.

En el calendario romano —muy vago y arbitrario antes de Julio César— las saturnales se celebraban el 17, 18 y 19 de diciembre. Cuando César instauró un calendario claro y ordenado el solsticio de invierno caía en el 25 de diciembre (aunque en nuestro calendario, ligeramente modificado desde la época de César, se produce el 21 de diciembre).

En los primeros siglos del imperio romano, el cristianismo tenía que competir con el mitraísmo, forma de culto al sol que tenía sus orígenes en Persia. Naturalmente, en el mitraísmo el solsticio de invierno era motivo de un gran festival y, en el 274 dC, el emperador. romano Aureliano estableció el 25 de diciembre como fecha del nacimiento del sol. Es decir, concedió a la fiesta mitraísta la sanción oficial del gobierno.

La celebración del solsticio de invierno era un gran obstáculo para las conversiones al cristianismo. Si los cristianos mantenían que las saturnales y el nacimiento del sol eran fiestas puramente paganas, muchos conversos se desanimarían. Aunque abandonaran las creencias en los antiguos dioses romanos y en Mitra, ansiaban las alegrías de la fiesta. (¿Cuánta gente celebra hoy la Navidad sin hacer referencia alguna a su significación religiosa, y cuántos consentirían en abandonar la alegría, el calor y la diversión de las fiestas simplemente porque no fuesen cristianos devotos?)

Pero el cristianismo se adaptó a las costumbres paganas cuando, a juicio de los dirigentes cristianos, no comprometían las doctrinas fundamentales de la Iglesia. La Biblia no dice en qué día nació Jesús, y no había dogma que señalara un día en especial. Por consiguiente, podría ser tanto el 25 de diciembre como cualquier otro día.

Una vez establecida la fecha, los conversos se incorporarían al cristianismo sin renunciar a las alegrías que encontraba en las saturnales. Sólo necesitaban saludar gozosamente el nacimiento del Hijo, en vez del nacimiento del sol.

Si el 25 de diciembre es Navidad y suponiendo que María quedase embarazada en el momento de la anunciación, entonces el aniversario de ésta debía situarse en el 25 de marzo, nueve meses antes de Navidad. Y, efectivamente, el 25 de marzo es la fiesta de la Anunciación de Nuestra Señora.

Y de nuevo, si la anunciación se produjo al sexto mes de embarazo de Isabel, Juan el Bautista debió nacer tres meses después de la anunciación. Su nacimiento se celebra el 24 de junio.

El 25 de diciembre fue aceptándose poco a poco en la mayor parte del imperio romano entre el 300 y el 350 dC. Sólo la fecha indica lo tardío del período.

En el mundo mediterráneo antiguo había dos tipos generales de calendario: uno es el lunar, que clasifica los meses según las fases de la luna. Lo inventaron los babilonios, que lo transmitieron a griegos y judíos. El otro es el calendario solar, que clasifica los meses de acuerdo con las estaciones del año. Lo inventaron los egipcios, que en tiempos de César lo pasaron a los romanos y, a través de éstos, a nosotros.

El calendario lunar no se rige por las estaciones y, con el fin de no perder la concordancia, unos años deben tener doce meses lunares y otros trece, según un método bastante complicado. Para los que emplean un calendario solar (como nosotros), el año lunar es demasiado breve cuando tiene doce meses y muy largo cuando tiene trece. Una fecha fija en el calendario lunar oscila hacía adelante y hacia atrás en el solar, aunque en definitiva bascule alrededor de un punto determinado.

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