Entrevista con el vampiro (12 page)

BOOK: Entrevista con el vampiro
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—¡Dios santo! —dijo el muchacho.

—Sí, yo podría haber dicho lo mismo —dijo el vampiro. Tropezó con la niña cuando empujaba a la madre dando grandes vueltas, cantando y bailando; el pelo de la madre caía sobre su cara, y su cabeza cayó hacia atrás y un líquido negro le salió de la boca. Él la tiró al suelo. Yo salí por la ventana y corrí por la calle. Él corrió tras de mí.

—¿Tienes miedo, Louis? —gritó—. ¿Tienes miedo, Louis? La niña está viva, Louis, la dejaste respirando. ¿Regreso y la transformo en una vampira? Podrías usarla, Louis, y piensa en todos los vestidos bonitos que le podríamos comprar. ¡Espera, Louis, espera!

Y entonces corrió detrás de mí hasta el hotel, por los tejados donde yo esperaba perderlo de vista, hasta que entré por la ventana de nuestra sala y, enfurecido, la cerré de un golpe. Él la golpeó; tenía los brazos abiertos como un pájaro que quiere traspasar los cristales. Y golpeó el marco. Yo estaba totalmente fuera de mí. Caminé alrededor de la habitación buscando alguna manera de liquidarlo. Me imaginé su cuerpo consumido por el fuego en el tejado. Había perdido por completo la razón, de modo que era una furia destructora. Y cuando traspasó el cristal roto, luchamos como jamás habíamos luchado. Fue el infierno el que me detuvo, la idea del infierno, la idea de ser dos almas en el infierno, dos almas que se aferraban en el odio. Perdí mi confianza, mi propósito, mi ímpetu. Caí al suelo y él quedó de pie encima de mí, con los ojos fríos, aunque tenía el pecho agitado.

—Eres un imbécil, Louis —dijo; su voz era serena, tan serena que me volvió a la realidad—. Está saliendo el sol —agregó con el pecho levemente agitado por la pelea, y los ojos entornados cuando miró por la ventana; nunca lo había visto así, pues la pelea le había hecho salir su mejor parte a la superficie—. Métete en tu ataúd —me dijo sin la menor señal de enfado—. Pero mañana por la noche... hablaremos.

Bien; yo quedé más que levemente sorprendido. ¡Que Lestat quisiera conversar conmigo! No me lo podía imaginar. En realidad, Lestat y yo jamás habíamos hablado. Pienso que te he descrito con precisión nuestras peleas verbales, nuestros encuentros disgustados.

—Estaba desesperado por el dinero, por sus propiedades —dijo el muchacho—. ¿O es que tenía miedo de estar tan solo como usted?

—Se me ocurrieron esas cosas. Incluso se me ocurrió que Lestat pensaba matarme de alguna manera que yo no conocía. ¿Ves?, en ese tiempo yo no estaba seguro de por qué me despertaba cada tarde, de si era automático cuando me abandonaba ese sueño mortal, ni de por qué, a veces, sucedía antes que en otras ocasiones. Era una de las cosas que Lestat no me explicaba. Y, a menudo, él se levantaba antes que yo. Era superior a mí en todas esas cosas, como te he indicado. Y esa mañana cerré el ataúd con una especie de desesperación.

Sin embargo, ahora debería explicar que cerrar el ataúd es siempre perturbador. Es como aplicarse una anestesia moderna antes de ser operado. Hasta un error casual de parte de un intruso puede significar la muerte.

—Pero, ¿cómo podría haberlo matado él? No podría haberlo expuesto a la luz sin exponerse a sí mismo.

—Es verdad; pero al levantarse antes que yo, podría haber clavado las tapas del ataúd. O prenderle fuego. Lo principal era que yo no sabía lo que él podía hacer. Aún no sabía lo que podría haber hecho.

Pero entonces no había nada que yo pudiera hacer al respecto, y, con pensamientos acerca de la mujer y la niña muertas aún en la cabeza, no tenía más energías para discutir con él. Y por si fuera poco, tuve, encima, sueños miserables.

—¡Usted sueña! —exclamó el chico.

—A menudo —dijo el vampiro—. A veces deseo no poder hacerlo. Porque como ser mortal nunca tuve unos sueños tan prolongados y lúcidos; y tampoco tuve pesadillas tan retorcidas. En los primeros tiempos, esos sueños me absorbían tanto que, con frecuencia, luchaba para no despertarme y poder quedarme echado a veces durante horas, pensando en esos sueños, hasta que había pasado la mitad de la noche; y, aturdido por ellos, trataba de comprender su significado. Eran, desde muchos puntos de vista, tan inextricables como los de los mortales. Por ejemplo, soñaba con mi hermano, que estaba a mi lado en un estado entre la vida y la muerte y que me pedía ayuda. Y, a menudo, soñaba con Babette; y frecuentemente —casi siempre— había un trasfondo de gran tierra baldía en mis sueños, esa tierra baldía de la noche que yo había visto cuando Babette me maldijo, como te he contado. Era como si todas las figuras caminaran y hablaran en la mansión desolada de mi alma perdida. No recuerdo lo que soñé ese día, quizá porque sé muy bien lo que Lestat y yo discutimos al atardecer siguiente. Veo que estás ansioso por saberlo.

Pues, como he dicho, Lestat me sorprendió con su nueva serenidad, su consideración. Pero esa tarde no me desperté para encontrarlo en esa disposición; no al principio. Había unas mujeres en la sala. Las velas eran pocas y estaban repartidas en la pequeña mesa con la cena. Lestat tenía un brazo alrededor de una de las mujeres y la besaba. Ella estaba muy ebria y era muy hermosa, una gran muñeca de mujer con una cofia cuidada cayéndole por los hombros desnudos y por los pechos parcialmente descubiertos. La otra mujer estaba sentada a la mesa, bebiendo un vaso de vino. Pude ver que los tres habían cenado (Lestat simulaba cenar... Quedarías sorprendido de cómo la gente no nota que un vampiro sólo simula comer). Y la mujer a la mesa estaba aburrida. Todo esto me agitó. No sabía lo que Lestat se traía entre manos. Si entraba en la habitación, esa mujer tornaría su atención hacia mí. Y no me podía imaginar lo que sucedería, salvo que Lestat pensaba matarlas a las dos. La mujer en el sofá junto a él ya bromeaba acerca de sus besos, su frialdad, su carencia de deseo. Y la mujer a la mesa los miraba con unos ojos negros que parecían llenos de satisfacción; cuando Lestat se puso de pie y le puso las manos sobre los blancos brazos desnudos, se animó. Agachado para besarla, él me vio a través de la rendija de la puerta. Y sus ojos se fijaron en mí un instante y luego tornó a hablar con las damas. Se agachó y apagó las velas de la mesa.

—Está demasiado oscuro aquí —dijo la mujer en el sofá.

—Déjanos solos —dijo la otra mujer.

Lestat tomó asiento y la llamó para que se sentara en sus rodillas. Y ella lo hizo, pasando su brazo izquierdo por la nuca de él, y con su mano derecha acariciándole los rubios cabellos.

—Tu piel está helada —dijo ella, retrocediendo un poco.

—No siempre —dijo Lestat, y entonces hundió la cara en el cuello de ella.

Yo contemplaba todo esto, fascinado. Lestat era magistralmente inteligente y completamente vicioso, pero yo no sabía cuan inteligente era hasta que hundió sus dientes en ese cuello y le apretó la garganta con un dedo, mientras su otro brazo la estrechaba fuertemente, de modo que bebió hasta saciarse sin que la otra mujer se diera cuenta de nada.

—Tu amiga no tiene aguante para el vino —dijo, depositando a la mujer inconsciente, con sus brazos cruzados en la mesa, bajo la cabeza.

—Es una tonta —dijo la otra mujer, que se había acercado a la ventana y miraba las luces de la ciudad. Entonces Nueva Orleans era una ciudad de muchos edificios bajos, como probablemente sepas. Y en noches claras como ésa, las farolas de la calle se veían hermosas desde los altos ventanales de ese nuevo hotel español; y las estrellas de aquellos tiempos colgaban bajas, con el brillo que hoy lucen sobre el mar.

—Yo puedo calentar esa fría piel tuya mejor que ella.

Se volvió hacia Lestat, y debo confesar que sentí alivio al no tener que ocuparme de ella. Pero él no pensaba hacer nada tan simple.

—¿Te parece? —le dijo.

Le tomó una mano y ella exclamó:

—Oh, ahora estás caliente.

—¿Quiere decir que la sangre lo había calentado? —preguntó el muchacho.

—Oh, sí —dijo el vampiro—. Después de matar, un vampiro tiene el cuerpo caliente como el tuyo ahora.

Y el vampiro iba a continuar hablando, pero, al mirar al muchacho, sonrió.

—Como te estaba diciendo... Lestat tenía a la mujer de la mano y dijo que la otra lo había calentado. Su cara, por supuesto, estaba ruborizada, muy alterada. La acercó aún más y ella lo besó, señalando entre risas que él era un verdadero horno de pasiones.

—Ah, pero el precio es alto —dijo él, simulando tristeza—. Tu bonita amiga... —Se encogió de hombros—. La dejé agotada.

Y dio un paso atrás como invitando a la mujer a acercarse a la mesa. Y ella lo hizo con una mueca de superioridad en sus pequeñas facciones. Se agachó a ver a su amiga, pero entonces perdió el interés, hasta que vio algo. Era una servilleta. Había cogido las últimas gotas de sangre de la herida en el cuello. Ella la levantó tratando de ver en la oscuridad.

—Déjate caer el pelo —dijo suavemente Lestat. Y ella dejó caer la servilleta y, deshaciéndose las trenzas, su cabello cayó, rubio y sedoso, sobre su espalda.

—Es suave —dijo él—, tan suave... te imaginaba así, echada en una cama de seda.

—Las cosas que dices... —se burló ella, y le dio la espalda juguetonamente.

—¿Sabes qué clase de cama? —preguntó él. Y ella se rió y dijo que la cama de él; era lo que se imaginaba. Volvió a mirarlo cuando Lestat avanzó. Y él, sin apartar su vista de ella un instante, tocó suavemente el cuerpo de su amiga, que cayó hacia atrás de la silla y quedó en el suelo con los ojos abiertos. La mujer dio un respingo. Se alejó rápidamente del cadáver y casi derrumbó una mesita. El candelabro cayó y se apagó.

—Apaga la luz... y vuelve a apagar la luz —dijo él en voz baja. Y luego la abrazó como un insecto rabioso y le hundió los dientes en la garganta.

—Pero, ¿en qué pensaba usted mientras veía todo eso? —preguntó el entrevistador—. ¿Quiso detenerlo del mismo modo en que trató de hacerlo con Freniere?

—No —dijo el vampiro—. No podría haberlo hecho. Y debes entender que yo sabía que Lestat mataba seres humanos todas las noches. Los animales no le daban ninguna satisfacción. Contaba con los animales en caso de que todo lo demás fracasara, pero nunca como opción. Si yo sentía simpatía por las mujeres, eso estaba hundido en la profundidad de mi propia confusión. Aún podía sentir el débil martilleo del corazón de esa criatura muerta de hambre; todavía ardían en mí los interrogantes de mi propia naturaleza dividida. Me repelía el hecho de que Lestat hubiese preparado ese espectáculo para mi beneficio, esperando a que yo me despertara para matar a las mujeres. Y me volví a preguntar si podría deshacerme de él, y odié mi propia debilidad más que nunca.

En el ínterin, él puso sus hermosos cuerpos sobre la mesa y paseó por el cuarto encendiendo las velas de los candelabros hasta que la iluminación pareció la adecuada para una boda.

—Entra, Louis —dijo—, me hubiera gustado que tuvieras una pareja, pero sé cuan especial eres para elegir las propias. Pobres
mademoiselles
Freniere que arrojan lámparas. Hacen que una fiesta no sea muy cómoda, ¿no te parece? En especial en un hotel.

Sentó a la muchacha rubia de modo que su cabeza reposó en el respaldo de damasco de la silla; y la mujer morena quedó con la cabeza sobre los pechos; había palidecido y sus facciones ya tenían un aspecto rígido, como si fuera una de esas mujeres a las que el fuego de su personalidad las hace hermosas. Pero la otra sólo parecía dormitar, y no tenía la seguridad de que estuviera muerta. Lestat le había abierto dos heridas; una en la garganta y otra arriba de su pecho izquierdo, y de ambas manaban sangre. Lestat le levantó una muñeca y, cortándola con un cuchillo, llenó dos copas y me rogó que me sentara.

—Te voy a dejar —le dije de inmediato—. Quiero decírtelo ahora mismo.

—Ya lo pensé —dijo, apoyándose en el respaldo—. Y pensé que me harías un anuncio florido. Dime lo monstruoso que soy, lo vulgar y miserable.

—No emitiré juicios sobre ti. No me interesas. Ahora me interesa mi propia naturaleza y he llegado a creer que ya no puedo confiar en que tú me digas la verdad sobre ella. Tú utilizas el conocimiento para tu poder personal —le dije; y supongo que al igual que la gente que hace un anuncio semejante, no esperaba que me diera una respuesta honesta; no lo esperaba de ningún modo.

Esencialmente, yo estaba escuchando mis propias palabras. Pero entonces vi que su rostro era el mismo con que me había dicho que hablaríamos. Me estaba escuchando. De pronto, me encontré sin argumentos. Sentí con más dolor que nunca el abismo que existía entre los dos.

—¿Por qué te convertiste en un vampiro? —le espeté—. ¡Y qué vampiro eres! Vengativo y que goza con tomar la vida humana cuando ni la necesita. Esta chica..., ¿por qué la mataste cuando con una sola ya era suficiente? ¿Y por qué la asustaste antes de matarla? ¿Y por qué la has tirado en esta postura grotesca, como si tentaras a los dioses para que te fulminaran por tu blasfemia?

Todo esto lo oyó sin pronunciar palabra, y en la pausa siguiente me volví a sentir en desventaja. Era como si él vislumbrase la insinceridad, el despecho de todo ello. Simplemente se quedó sentado mirándome con la misma expresión impávida. Entonces, yo declaré:

—Sé que después de dejarte, trataré de averiguarlo todo. Viajaré por todo el mundo, si tengo que hacerlo, para encontrar otros vampiros. Sé que deben existir: no conozco ninguna razón para que no existan en grandes cantidades. Y estoy seguro de que encontraré vampiros con quienes tendré más en común que contigo. Vampiros que entiendan el conocimiento como yo y que hayan usado su superior naturaleza de vampiros para aprender secretos que tú ni siquiera podrías imaginarte. Si tú no me lo dices todo, entonces yo mismo lo averiguaré o me lo dirán ellos dondequiera que los encuentre.

El sacudió la cabeza.

—¡Louis —dijo—, tú estás enamorado de tu naturaleza humana! Buscas los fantasmas de tu ser interior. Freniere, tu hermana..., todo eso te representa imágenes de lo que eras y de lo que quisieras seguir siendo. Y, en tu romance con la vida mortal, ¡estás matando tu naturaleza de vampiro!

De inmediato, le objeté sus palabras.

—Mi naturaleza de vampiro ha sido la mayor aventura de mi vida; todo lo anterior fue confuso, nublado; pasé por la vida mortal como un ciego que salta de un objeto a otro. Únicamente cuando me transformé en un vampiro sentí respeto por primera vez en mi vida. Jamás vi un ser humano vivo, palpitante, hasta que me convertí en un vampiro; nunca supe lo que era la vida hasta que se derramó en un trago rojo por mis labios y mis manos!

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