Entrevista con el vampiro (9 page)

BOOK: Entrevista con el vampiro
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—Lestat —dijo él—, por una sola vez, no seas malo conmigo. Por una sola vez, sé para mí el muchacho que fuiste. Mi hijo —lo dijo una y otra vez—. Mi hijo, mi hijo...

Y entonces, dijo algo que no pude oír sobre la inocencia y la destrucción de la inocencia. Pero pude ver que no deliraba como Lestat había dicho, sino que poseía un terrible estado de lucidez. La carga del pasado estaba dentro de sí con toda su fuerza; y el presente, que sólo era la muerte, contra la que luchaba con toda su voluntad, nada podía hacer para aliviar esa carga. Pero yo sabía que podía engañarlo usando toda mi capacidad. Acercándome a él, le susurré la palabra:

—Padre.

No era la voz de Lestat, era la mía, un suave susurro. Pero se calmó de inmediato, y pensé que moriría. Pero se aferró a mis manos, como si lo estuvieran chupando las grandes olas negras del océano y sólo yo pudiera salvarlo. Ahora habló de un maestro rural, cualquier nombre, que había visto en Lestat a un pupilo brillante y que le había pedido llevarlo a un monasterio para su educación. Se maldijo por haber traído de vuelta a Lestat a su casa, por quemar los libros.

—Debes perdonarme por ello, Lestat —sollozó.

Le apreté la mano, esperando que eso fuera una respuesta, pero repitió su ruego una y otra vez.

—Ahora tienes todo para vivir, ¡pero eres frío y brutal como yo fui con el trabajo, el frío y el hambre! Lestat, debes recordar. Eres el más bueno de todos. Dios me perdonará si tú me perdonas.

Pero, en ese momento, el verdadero Lestat apareció en la puerta. Le hice un gesto para que guardara silencio, pero no lo vio. Entonces tuve que ponerme de pie rápidamente para que su padre no pudiera oír su voz a esa distancia. Los esclavos se habían escapado de su presencia.

—Pero están allí fuera; se han reunido en la oscuridad. Los oigo —dijo Lestat; y luego echó una mirada al anciano—. Mátalo, Louis —me dijo, y su voz fue el primer ruego que le había escuchado; y se puso hecho una furia—. ¡Hazlo!

—Acércate a su almohada —contesté— y dile que le perdonas todo, que le perdonas haberte sacado de la escuela cuando todavía eras un niño. Díselo inmediatamente, ahora mismo.

—¿Por qué? —dijo Lestat, haciendo una mueca, y su cara pareció más cadavérica—. ¡Sacarme de la escuela! ¡Maldito sea! ¡Mátalo! —dijo, dejando escapar un rugido de desesperación.

—No —dije yo—, tú lo perdonas o lo matas tú mismo. Vamos. Mata a tu propio padre.

El anciano rogó que le dijéramos lo que estábamos diciendo. Y llamó:

—Hijo, hijo.

Y Lestat bailó como el enloquecido Rumpelstiltskin a punto de traspasar el suelo con el pie. Fui hasta el ventanal. Pude ver y oír a los esclavos congregándose alrededor de la casa de Pointe du Lac, formando redes en la oscuridad, aproximándose.

—Tú eras José entre tus hermanos —dijo el anciano—. El mejor de todos, pero ¿cómo lo podía yo saber? Lo supe cuando te fuiste, cuando pasaron todos esos años y ellos no me ayudaron en nada, no me dieron ninguna paz. Y entonces tú regresaste y me sacaste de la finca, pero no eras el mismo. No eras el mismo muchacho.

Me volví a Lestat y prácticamente lo arrastré hasta la cama. Nunca lo había visto tan débil y al mismo tiempo enfurecido.

Se soltó de mí y se arrodilló cerca de la almohada, echándome una mirada de odio. Yo me mantuve firme y le susurré:

—¡Perdónalo!

—Está bien, padre. Debes tranquilizarte. No tengo nada contra ti —dijo, y su voz aguda se sobrepuso a la furia que lo dominaba.

El anciano se apoyó en la almohada murmurando unas palabras de alivio, pero Lestat ya se había ido. Se detuvo en la puerta, con las manos sobre las orejas.

—Ya vienen —susurró, dándose vuelta para poder verme—. Mátalo. Por Dios.

El anciano jamás supo lo que le había sucedido. Jamás se despertó de su estupor. Lo desangré lo suficiente, abriéndole una herida grande para que muriese sin sentir mi pasión oscura. Yo no podía soportar ese pensamiento. Sabía que no importaría si encontraban el cadáver en ese estado porque yo ya estaba harto de Pointe du Lac y de Lestat y de toda esa identidad como amo ridículo de Pointe du Lac. Incendiaría la casa y tendría la fortuna que había acumulado con diferentes nombres justo para cuando llegara el momento oportuno.

Mientras tanto, Lestat atacó a los esclavos. Dejaría detrás de él tal ruina y devastación que nadie podría saber a ciencia cierta lo que había sucedido esa noche en Pointe du Lac. Y yo fui con él. Anteriormente, su ferocidad siempre había sido misteriosa, pero ahora yo descubrí mis colmillos ante los seres humanos que escapaban de mi presencia; mi avance superaba su velocidad patética y torpe, mientras descendía el velo de la muerte o el velo de la locura. El poder y la prueba del vampiro era inexpugnables, de modo que los esclavos huyeron en todas direcciones. Y fui yo quien regresó a las escalinatas a incendiar Pointe du Lac.

Lestat vino corriendo detrás.

—¿Qué estás haciendo? ¡Estás loco! —gritó; pero no había manera de apagar las llamas—. ¡Se han ido y tú estás destruyendo todo, todo! —Y se paseó alrededor de la magnífica sala, entre su frágil esplendor.

—Saca tu ataúd. ¡Tienes tres horas hasta el alba! —le grité. La mansión es una pira funeraria.

—¿Podría haberle hecho daño el fuego? —preguntó el muchacho.

—¡Por cierto! —dijo el vampiro.

—¿Volvió al oratorio? ¿Era un lugar seguro?

—No, de ninguna manera. Unos cincuenta y cinco esclavos estaban en la zona. Muchos de ellos no preferían la vida de un liberto y lo más seguro era que fueran a Freniere o a la plantación Bel Jardín. Yo no tenía la más mínima intención de quedarme allí esa noche. Pero había poco tiempo para hacer alguna otra cosa.

—Esa mujer..., Babette... —dijo el muchacho. El vampiro sonrió.

—Sí, fui a ver a Babette. Ahora vivía en Freniere con su joven marido. Tenía tiempo suficiente para cargar mi ataúd en el carruaje y llegar adonde estaba ella.

—Pero, ¿y Lestat?

El vampiro suspiró.

—Lestat fue conmigo. Tenía la intención de irse a Nueva Orleans y trataba de persuadirme de que yo hiciera lo mismo. Pero cuando se dio cuenta de que pensaba esconderme en Freniere, optó por eso también. Quizá jamás hubiéramos podido llegar a Nueva Orleans. Empezaba a amanecer. Los ojos mortales no lo podían ver, pero Lestat y yo sí.

En cuanto a Babette, yo la había visitado una vez más. Como te dije, había escandalizado a la costa quedándose sola en la plantación, sin un hombre en la casa, sin ni siquiera una anciana. El mayor problema de Babette fue que podía alcanzar el éxito económico únicamente a costa del aislamiento y del ostracismo social. Tenía tal sensibilidad que la riqueza en sí no le importaba nada; una familia, hijos..., eso era lo importante para Babette. Aunque fue capaz de mantener la plantación, el escándalo la estaba desgastando. En su interior, estaba cediendo. Sin permitirle que me mirase, una noche la vi en su jardín. Le dije en mi voz más suave que yo era la misma persona de antes. Que conocía su vida y sus sufrimientos.

—No esperes que la gente te comprenda —le dije—. Son unos imbéciles. Quieren que te retires debido a la muerte de tu hermano. Usarían tu vida como si fuese aceite para la lámpara. Debes desafiarlos con pureza y confianza.

Me escuchó en silencio. Le dije que debía dar una fiesta de beneficencia. Y esa beneficencia sería religiosa. Podía elegir un convento en Nueva Orleans, cualquiera, y dar allí una fiesta filantrópica. Invitaría a los amigos más íntimos de su madre difunta para que actuasen de
chaperones
y ella haría todo esto con una total confianza en sí misma. Sobre todo, una confianza perfecta. Lo único importante era la confianza en sí misma y la pureza.

Pues Babette pensó que esto era algo genial.

—No sé quién eres y tú no me lo dices —dijo ella (era verdad, yo no lo decía)—. Pero sólo me puedo imaginar que eres un ángel.

Y me rogó verme la cara. Es decir, me lo rogó a la manera de la gente como Babette, quienes en realidad no sienten inclinación de rogar nada a nadie. No se trata de que Babette fuera orgullosa. Simplemente era fuerte y honesta, lo que en la mayoría de las veces hace del ruego... Veo que quieres preguntarme algo —dijo el vampiro, y se detuvo.

—Oh, no —dijo el muchacho, que quería esconder su intención de preguntar.

—No debes tener miedo de preguntarme nada. Si me escondiera algo demasiado íntimo... —continuó; y, cuando el vampiro dijo esto, se le oscureció el rostro por un instante, frunció el entrecejo y sus cejas formaron un hoyuelo que apareció arriba de su ceja izquierda como si alguien hubiera puesto un dedo, lo que le dio un especial aspecto de preocupación profunda—. Si escondiera algo demasiado íntimo como para que tú preguntaras al respecto, en primer lugar no lo mencionaría —dijo.

El muchacho se encontró mirando fijamente los ojos del vampiro, y las cejas, que eran como finos alambres negros en la piel tierna de los párpados.

—Pregúntame —dijo al muchacho.

—Usted habla de Babette —dijo el joven— como si su sentimiento para con ella fuera especial.

—¿Te di la impresión de que no podía sentir? —preguntó el vampiro.

—No, de ninguna manera. Es evidente que usted sintió algo por el anciano. Se quedó a reconfortarlo cuando usted mismo estaba en peligro. Y lo que sintió por el joven Freniere cuando Lestat quería matarlo... Todo esto usted lo ha explicado. Pero me estaba preguntando... ¿Sentía algo especial por Babette? ¿Acaso ese sentimiento por Babette fue el que hizo que usted tratara de proteger al joven Freniere?

—Quieres decir amor —dijo el vampiro—. ¿Por qué has vacilado en decirlo?

—Porque usted habló de sentimientos distantes —replicó el muchacho.

—¿Piensas que los ángeles son distantes? —preguntó el vampiro.

El chico lo pensó un momento.

—Sí —dijo.

—¿Y los ángeles son incapaces de amar? —preguntó el vampiro—. ¿Acaso los ángeles no contemplan el rostro de Dios con un amor total?

El chico pensó un momento.

—Amor o adoración —dijo.

—¿Cuál es la diferencia? —preguntó pensativo el vampiro—. ¿Cuál es la diferencia? —insistió, y no se trató de una pregunta dirigida a su interlocutor, sino que se lo preguntó a sí mismo—. Los ángeles sienten amor y orgullo..., el orgullo de la Caída... y odio. Las poderosas emociones abrumadoras que sienten la personas distantes en las que la emoción y la voluntad son una sola cosa —dijo finalmente; ahora miró la mesa, como si lo estuviera pensando y no estuviera enteramente satisfecho de sus palabras—. Por Babette, yo sentía... una emoción profunda. No es la más fuerte que he sentido por un ser humano. —Levantó la vista y miró al muchacho—. Pero fue muy intensa. Babette, a su manera, fue para mí un ser humano ideal...

Se movió en la silla; la capa se agitó suavemente a su alrededor, y él volvió la cara hacia la ventana. El chico verificó el estado de las cintas. Luego sacó otra de su portafolio y, pidiéndole perdón al vampiro, la colocó en la máquina.

—Perdóneme que le haya preguntado algo tan personal. No querría... —dijo con ansiedad al vampiro.

—No preguntaste nada por el estilo —dijo el vampiro, mirándolo de improviso—. Fue una pregunta correcta. Yo siento amor y sentí algo de amor por Babette, aunque no el amor más grande que jamás haya sentido. Pero hubo un anuncio en Babette.

Para volver a mi historia, la fiesta de beneficencia de Babette fue un éxito y le aseguró su vuelta a la vida social. Generosamente, su dinero disipó muchas dudas en las mentes de las familias de sus galanes, y se casó. En las noches de verano, yo solía visitarla sin dejar que me viera o supiera que yo estaba allí. Iba a vigilar su felicidad y, al verla feliz, yo también era feliz.

Y aquella noche del incendio fui con Lestat a ver a Babette. El hubiera matado a las Freniere mucho tiempo antes, de no haberlo detenido yo. Y pensó que eso era lo que yo pensaba hacer.

—¿Y qué paz conseguiríamos con ello? —pregunté yo—. Tú dijiste que yo era un idiota. ¿Acaso piensas que no sé por qué me transformaste en un vampiro? No podías vivir solo, no podías solucionar las cosas más simples. Hace años que yo dirijo todo mientras tú te quedas sentado con un falso aire de superioridad. No tienes nada más que decirme sobre la vida. No te necesito ni me puedes ser útil. Tú eres quien me necesita, y si tocas a uno solo de los esclavos de Freniere, te sacaré del medio. Será una batalla entre los dos y no es necesario señalarte que tengo más inteligencia en un solo dedo que tú en todo tu cuerpo. Haz lo que te digo.

Bien; esto lo dejó asombrado, aunque sin razón, y protestó diciendo que aún tenía muchas cosas que decirme; de cosas y tipos que yo podía matar y que me causarían una muerte súbita, y de lugares en el mundo a los que jamás tenía que ir, y más por el estilo; un absurdo que apenas pude tolerar. Pero no tenía tiempo para él. Las luces del hogar del superintendente estaban encendidas en casa de los Freniere aquella noche; estaba tratando de calmar el nerviosismo entre los esclavos escapados y los propios. Y las llamas de Pointe du Lac aún podían verse contra el cielo. Babette estaba vestida y ocupándose de sus asuntos; había enviado carruajes y esclavos a Pointe du Lac a ayudar a combatir el fuego. Los esclavos escapados y asustados eran mantenidos a distancia de los otros, y nadie, en ningún momento, consideró sus historias como algo más que una tontería de esclavos. Babette sabía que había sucedido algo siniestro y temía un asesinato, jamás lo sobrenatural. Estaba en su estudio anotando el incendio en el diario de la plantación cuando la encontré. Era casi de madrugada. Sólo tenía unos pocos minutos para convencerla de que me ayudara. Primero le hablé, negándome a que se diera vuelta, y ella me escuchó con calma. Le dije que debía tener una habitación para descansar.

—Nunca te he hecho daño. Ahora te pido una llave y tu promesa de que nadie tratará de entrar en ese cuarto hasta la noche. Entonces te lo contaré todo.

Yo ya estaba casi desesperado. El cielo estaba palideciendo. Lestat estaba en el huerto con los ataúdes.

—Pero, ¿por qué has venido a verme a mí esta noche? —me preguntó.

—¿Y por qué no? —le dije—. ¿Acaso no te ayudé en el momento crítico en que más necesitabas guía, cuando tú sola eras la fuerte entre aquellos que eran débiles y que dependían de ti? ¿No te di buenos consejos en dos oportunidades? ¿Y no he cuidado de tu felicidad desde entonces?

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