Entrevista con el vampiro (7 page)

BOOK: Entrevista con el vampiro
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Te daré un ejemplo perfecto de lo que le gustaba a Lestat. Al norte, por el río, estaba la plantación Freniere, una magnífica extensión de tierra que tenía grandes esperanzas de hacer una fortuna con el azúcar poco después de que se hubiera inventado el proceso de refinamiento. En esto hay algo perfecto e irónico; esa tierra que yo amaba producía azúcar refinada. Digo esto con más tristeza de lo que creo que te imaginas. Esa azúcar refinada es un veneno. Fue la esencia de la vida de Nueva Orleans, tan dulce que puede ser fatal, tan ricamente provocativa que todos los demás valores se pueden olvidar... Pero te estaba diciendo que por el río vivían los Freniere, una antigua familia que en esa generación había producido cinco jovencitas y un joven. Pues tres de esas mujeres estaban destinadas a no casarse, pero dos de ellas aunaran lo bastante jóvenes, y todas dependían del único varón. Él iba a dirigir la plantación del mismo modo que yo lo hacía para mi madre y mi hermana; iba a negociar las bodas, hacer los ahorros cuando toda la riqueza del lugar estuviera en peligro, debido a una mala cosecha de caña, y luchar y mantener a distancia al universo entero. Lestat decidió que lo quería a él. Y cuando únicamente el destino casi se burla de Lestat, se puso fuera de sí. Arriesgó su propia vida para conseguir al muchacho Freniere, quien se había comprometido en un duelo. En una fiesta, había insultado a un joven criollo español. En realidad, el incidente no tenía la menor importancia, pero como la mayoría de los criollos, éste estaba dispuesto a morir por nada. Ambos estaban dispuestos a morir por nada. El hogar francés se convulsionó. Debes comprender que Lestat lo sabía perfectamente. Ambos habíamos estado en la plantación de los Freniere; él, cazando esclavos y ladrones de gallinas; yo, animales.

—¿Mataba usted únicamente animales?

—Así es, pero ya volveré a ese tema, como te he dicho. Ambos conocíamos la plantación y yo me había permitido uno de los grandes placeres de un vampiro: el de espiar a la gente sin que se den cuenta. Conocía a las hermanas Freniere como a los magníficos rosales que crecían alrededor del oratorio de mi hermano. Eran un grupo único de mujeres. Cada una, a su manera, era tan inteligente como el hermano; y una de ellas, la llamaré Babette, no sólo era inteligente como el hermano, sino mucho más sabia. No obstante, ninguna de ellas había sido educada para cuidar la plantación; ninguna comprendía ni siquiera las cosas más simples de su estado financiero. Todas eran enteramente dependientes del joven Freniere. Y todas lo sabían. Y entonces, llenas de amor por él, de una fe apasionada que cualquier amor conyugal que pudieran llegar a experimentar sólo sería un pálido reflejo de su amor por el hermano, fue tan grande su desesperación como el ansia de supervivencia. Si Freniere moría en el duelo, la plantación fracasaría. Su frágil economía, y una vida de esplendores montada en una perenne hipoteca de la cosecha del siguiente año, únicamente estaban en sus manos. Te puedes imaginar entonces el pánico y el dolor del hogar Freniere la noche en que el hijo fue al pueblo para jugarse la vida. Y ahora imagínate a Lestat, con sus dientes castañeteando como el demonio de una ópera cómica porque no iba a poder matar al joven Freniere...

—¿Quiere decir... que usted lo sentía por las mujeres Freniere?

—Totalmente —dijo el vampiro—. Su situación era terrible. Y lo sentía por el muchacho. Esa noche se encerró en el estudio de su padre y redactó su testamento. Sabía absolutamente bien que si perecía a las cuatro de la mañana siguiente, su familia caería con él. Deploraba su situación pero no podía hacer nada al respecto. Evitar el duelo sólo podía significarle la ruina social, pero eso posiblemente le hubiera sido imposible. El otro joven lo hubiera perseguido hasta obligarlo a pelear. Cuando a medianoche dejó la plantación contempló el rostro de la muerte con la presencia de un hombre que, sabiendo que sólo tenía un camino por delante, ha resuelto seguirlo con perfecta valentía. Mataría al joven español o moriría. Era algo impredecible, pese a sus habilidades. Su rostro reflejaba una profundidad de sentimiento y de sabiduría que yo jamás he visto en las caras de las víctimas de Lestat. Tuve mis encontronazos con Lestat aquí y allí. Hacía meses que yo evitaba que matase al joven, y ahora quería matarlo antes de que pudiera hacerlo el español.

Íbamos a caballo, corriendo detrás del joven Freniere, en dirección a Nueva Orleans. Lestat quería alcanzarlo; yo quería alcanzar a Lestat. Pues bien, como te he dicho, el duelo estaba fijado para las cuatro de la mañana, en el borde del pantano, cerca de la puerta norte de la ciudad. Y al llegar allí, poco antes de las cuatro, apenas teníamos tiempo de regresar a Pointe du Lac; es decir, que nuestras propias vidas estaban en peligro. Yo estaba enfurecido con Lestat como jamás lo había estado, y él estaba decidido a tener al muchacho.

—¡Dale una oportunidad! —insistía yo, agarrándome de Lestat antes de que pudiera acercarse al joven. Era pleno invierno, muy frío y húmedo en los pantanos y una masa de lluvia helada caía sobre el descampado donde se efectuaría el duelo. Por supuesto yo no sentía esos elementos tal como te pudiera suceder a ti; no me afectaban ni me amenazaban con temblores o enfermedades mortales. Pero los vampiros sienten el frío tanto como los mortales, y la sangre de una víctima es, a menudo, el alivio rico y sensual del frío. Pero lo que me preocupaba esa mañana no era el frío que sentía, sino la excelente cobertura de la oscuridad, lo cual hacía a Freniere extremadamente vulnerable al ataque de Lestat. Lo único que tenía que hacer era alejarse un paso de sus dos amigos en dirección al pantano y Lestat lo atacaría. Por tanto, yo luchaba físicamente con Lestat tratando de inmovilizarlo.

—Pero, ante todo eso, ¿sentía usted distancia, frialdad?

—Hummmm... —suspiró el vampiro—. Sí, los sentía y, además, una furia suprema. Para mí, saciarse con la sangre de toda una familia, era el acto supremo de Lestat, su prueba de total desprecio y desconsideración por todo lo que tendría que haber visto, con la profundidad de un vampiro. Por tanto, lo mantuve en la oscuridad, donde me escupía e insultaba. El joven Freniere cogió la espada que le entregó su amigo y padrino y salió a la hierba resbaladiza y húmeda a encontrarse con su oponente. Hubo una breve conversación y luego comenzó el duelo. En unos instantes, había terminado. Freniere había herido mortalmente al otro muchacho con una rápida estocada al pecho. Y el vencido se arrodilló en la hierba, sangrante, moribundo, gritando algo ininteligible a Freniere. El triunfador simplemente se quedó quieto en su sitio. Todos pudieron ver que no había alegría en esa victoria. Freniere contemplaba la muerte como a una abominación. Sus compañeros avanzaron con las linternas en las manos, pidiéndole que se fuera lo antes posible, dejando al moribundo. Mientras tanto, el herido no permitía que nadie lo tocase. Y entonces, cuando el grupo de Freniere se dio media vuelta, los tres caminando apesadumbrados hacia los caballos, el hombre en el suelo sacó una pistola. Quizás únicamente yo pude verlo en la profunda oscuridad. Pero, de cualquier modo, pegué un grito avisando a Freniere del peligro y me lancé a coger el arma. Y eso fue todo lo que necesitó Lestat. Mientras yo estaba perdido en mis torpezas, avisando a Freniere y tratando de coger la pistola, Lestat con sus años de experiencia y su mayor velocidad, agarró al vencedor y lo arrastró bajo los cipreses. Dudo de que sus amigos jamás se hayan enterado de lo que pasó. La pistola había desaparecido, el herido se había desvanecido y yo corría por el pantano gritándole a Lestat.

Entonces los vi. Freniere estaba echado sobre las raíces retorcidas de un ciprés, con sus botas hundidas en el agua enlodada, y Lestat aún estaba encima de él, con una mano sobre la de Freniere, que aún tenía la espada. Fui a levantar a Lestat, y su mano derecha me lanzó un golpe con una velocidad que no pude ver; no supe lo que me había pasado hasta que me encontré yo también en el agua; y, por supuesto, para cuando me hube recuperado, Freniere estaba muerto. Lo vi allí echado, con los ojos cerrados y los labios sellados, como si estuviera durmiendo.

—¡Maldito seas! —le grité a Lestat. Y entonces me puse de pie. El cuerpo de Freniere empezó a hundirse en las aguas. Primero la cara y luego el cuerpo quedaron completamente cubiertos. Lestat estaba jubiloso; me recordó secamente que apenas teníamos una hora para regresar a Pointe du Lac y juró vengarse de mí.

—Si no me gustara la vida de plantador sureño, acabaría contigo esta misma noche —me amenazó—. Yo sé una manera de hacerlo. Tendría que echar tu caballo en el pantano. ¡Allí tendría que cavar un pozo y hundirte! —Y se marchó al galope.

Pese a todos los años que han pasado, aún siento una furia contra él como un líquido hirviendo en mis venas. Entonces vi lo que significaba para él ser un vampiro.

—No era más que un asesino —dijo el chico, con una voz que reflejaba parte de la emoción del vampiro—. No tenía la menor consideración por nada.

—No, para él ser vampiro significaba venganza. Venganza contra la misma vida. Cada vez que mataba a alguien le representaba una venganza. No era de sorprenderse, entonces, que no apreciara nada. Los placeres de la vida de vampiro no estaban disponibles para él, porque estaba concentrado en una venganza maniática contra la vida mortal que había abandonado. Consumido por el odio, miraba hacia atrás. Consumido por la envidia, nada le agradaba, salvo si podía arrebatárselo a los demás; y, una vez que lo poseía, se quedaba frío e insatisfecho, sin amor por esa cosa, y entonces partía a la búsqueda de algo más: la venganza, ciega, estéril y despreciable.

Pero te he hablado de las hermanas Freniere. Eran casi las cinco y media cuando llegamos a la plantación. El alba llegaría poco después de las seis, pero yo fui a su casa. Entré subrepticiamente en la galería inferior y las vi a todas reunidas en la sala; ni siquiera se habían puesto ropa de cama. Las velas estaban casi consumidas y ellas, sentadas como en un velorio, esperaban el mensaje. Estaban todas vestidas de negro, como era la costumbre en esa casa, y en la oscuridad las formas oscuras de sus vestidos se unían por debajo de sus cabellos negros y lustrosos, de modo que en el resplandor de las velas, sus rostros parecían ser los de cinco suaves y brillantes apariciones, cada una personalmente triste, cada una espléndidamente valiente. Pero sólo la cara de Babette parecía realmente decidida. Era como si ya hubiera resuelto hacerse cargo de las obligaciones de su casa si su hermano moría. Y su rostro tenía la misma expresión que había aparecido en el rostro de su hermano cuando montó para dirigirse al duelo. Lo que ella tenía por delante era casi imposible. Lo que había por delante era la muerte definitiva, de la que Lestat era culpable. Entonces hice algo que me hizo correr un grave riesgo.

Me presenté ante ella. Lo conseguí haciendo jugar mi sombra con la luz de su vela. Como puedes ver, mi cara es muy blanca y tiene una superficie que refleja mucho, como de mármol lustrado.

—Sí —asintió el muchacho, y pareció aturdido—. Me pregunto si... Pero, ¿qué sucedió?

—Te preguntas si yo era un hombre apuesto cuando estaba vivo —dijo el vampiro; el muchacho asintió con la cabeza—. Lo era. Nada estructural cambió en mí. Sólo que no sabía que era apuesto. La vida se arremolinaba a mí alrededor con una ventolera de pequeñas preocupaciones, como ya te he dicho. Yo no veía nada, ni siquiera en un espejo..., en especial en un espejo..., con un ojo libre. Pero esto es lo que sucedió. Me acerqué al marco de la ventana y dejé que la luz tocara mi rostro. Y lo hice en un momento en que Babette tenía la mirada puesta en la ventana. Entonces, apropiadamente, desaparecí.

A los pocos segundos, todas las hermanas supieron que una "extraña criatura" estaba cerca, una criatura fantasmagórica, y las dos sirvientas esclavas se negaron totalmente a investigar el asunto. Esperé afuera con impaciencia lo que quería que sucediese; por último, Babette tomó el candelabro, despreciando el miedo de todas las demás, y salió a la galería a ver lo que había allí. Sus hermanas se agolparon en la puerta como grandes pájaros negros, pensando que su hermano había muerto y que ella había visto su fantasma. Por supuesto, debes comprender que Babette, con su fortaleza, jamás atribuyó lo que había visto a la imaginación o los fantasmas... Dejé que caminara por la oscura galería antes de hablarle. Y aun entonces, sólo le dejé ver la forma vaga de mi cuerpo al lado de una de las columnas.

—Dile a tus hermanas que se retiren —le susurré—. He venido a contarte de tu hermano. Haz lo que te digo.

Ella se quedó un instante inmóvil y luego se dirigió a mí y trató de verme en la oscuridad.

—Tengo muy poco tiempo. No te haré el menor daño —le dije.

Entonces, obedeció. Diciendo que no era nada, les ordenó que cerraran la puerta, y ellas obedecieron como la gente que no sólo necesita alguien que la dirija, sino que está deseando obedecer. Entonces salí a la luz de las velas de Babette.

Al muchacho se le abrieron los ojos. Se llevó una mano a los labios.

—¿La miró tal como... me está mirando a mí? —preguntó.

—Lo preguntas con una inocencia... —dijo el vampiro—. Sí, supongo que sí. Pero con las velas siempre tengo un aspecto menos sobrenatural. Y a ella no traté de convencerla de que era una criatura normal.

—Sólo dispongo de unos minutos —le dije—. Pero lo que tengo que comunicarte es de la mayor importancia. Tu hermano luchó con coraje y ganó el duelo... Pero espera. Debes saberlo ahora: ha muerto. La muerte fue proverbial con él, la asaltante nocturna contra la que nada pudo hacer su bondad o valentía. Pero esto no es lo principal que he venido a contarte. Es lo siguiente: puedes dirigir la plantación y salvarla. Lo único que necesitas es que nadie te convenza de lo contrario. Debes ocupar su lugar pese a todas las opiniones, a todas las palabras convencionales sobre el sentido común y lo que debe ser. No debes escuchar a nadie. La misma tierra está aquí ahora igual que ayer, cuando tu hermano dormía en ella. Nada ha cambiado. Debes tomar su lugar. Si no lo haces, la tierra se perderá y la familia se perderá. Seréis cinco mujeres condenadas a una mísera pensión que viviréis la mitad o menos de lo que os puede brindar la vida. Aprende lo que debes saber. No te detengas ante nada hasta que tengas las respuestas. E imagina mi visita como la prueba de tu valentía, siempre que desfallezcas. Debes tomar las riendas de tu propia vida. Tu hermano ha muerto.

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