Como en el Universo hay en total 10.000.000.000.000.000.000.000 (diez mil millones de billones, o 10
22
) de estrellas, la pérdida de la masa de quince de ellas debida a la descomposición de los protones puede considerarse irrelevante.
Veámoslo de otro modo. En un segundo de la fusión del hidrógeno necesaria para que sus radiaciones continúen teniendo la intensidad actual, el Sol pierde seis veces más masa de la que ha perdido debido a la descomposición de los protones durante todo el período de cinco mil millones de años que lleva brillando.
La posibilidad de detectar estas descomposiciones está basada en el hecho de que, a pesar de la enorme duración de la vida media de los protones, éstos se descomponen continuamente y a un ritmo regular.
Da la impresión de que tres mil millones de descomposiciones por segundo en nuestros océanos tendrían que ser detectables, pero es imposible estudiar el océano en su totalidad con los instrumentos de los que disponemos actualmente, y tampoco podemos aislar los océanos para que otros fenómenos no puedan falsear nuestras observaciones.
No obstante, se han hecho pruebas con muestras considerablemente más pequeñas que han permitido fijar la vida media de un protón en no menos de 10
29
años. Es decir, se han dirigido los experimentos de tal forma que, si la vida media de los protones fuera de menos de 10
29
años, habría sido posible observar alguna descomposición protónica; y no fue así. Por cierto que 10
29
es un periodo de tiempo equivalente a sólo una centésima parte de 10
31
años.
Esto quiere decir que los instrumentos de detección más precisos de que disponemos, en combinación con los procedimientos más minuciosos, sólo tienen que ser cien veces más precisos y minuciosos para lograr simplemente detectar la descomposición real de un protón, si es que la GUT no anda desencaminada. Teniendo en cuenta los continuos avances de la física subatómica a lo largo de este siglo, la situación es bastante esperanzadora.
De hecho, se están realizando intentos. Los aparatos necesarios están siendo puestos a punto en Ohio. Se van a acumular unas diez mil toneladas de agua en una mina de sal situada a una profundidad suficiente para que esté protegida de los rayos cósmicos (que podrían producir efectos susceptibles de ser confundidos con los provocados por la descomposición de los protones).
En estas condiciones se espera que se produzcan 100 descomposiciones al año, y es
posible
, sólo
posible
, que, gracias a una prolongada y meticulosa observación, pueda confirmarse la Gran Teoría Unificada, lo que supondría un gran paso adelante para la comprensión del Universo.
NOTA
Por desgracia, en los siete años transcurridos desde la redacción de este articulo no se ha detectado ninguna descomposición de protones que pueda atribuirse a las condiciones descritas en la Gran Teoría Unificada. Tengo la impresión de que esto ha descorazonado a los científicos, que se han vuelto hacia otras teorías relacionadas con las «cuerdas» y las «supercuerdas» y la «supersimetría», sobre las que es posible que escriba alguna vez para esta serie de artículos; pero sólo después de que yo haya logrado comprenderlas lo bastante.
Resulta muy molesto. Se han adelantado algunas hipótesis audaces con las que no he simpatizado en ningún momento, como las de los taquiones. Cuando estas hipótesis empiezan a perder popularidad y son descartadas, no me molesta en absoluto. Más bien, me siento orgulloso de mi intuición, que me permite saber al momento cuándo una cosa no va a funcionar.
Pero también hay hipótesis con las que
sí
simpatizo, y cuando éstas empiezan a perder credibilidad mi labio inferior se pone a temblar y me siento muy afligido. Entonces tengo tendencia a aterrarme a ellas todo lo que puedo, hasta el momento en que las observaciones demuestren su
completa
inoperancia. Un ejemplo de una hipótesis que acepté al instante es la de la posibilidad de la descomposición protónica.
Pero ¿por qué acepto inmediatamente algunas hipótesis y descarto otras? Ah, eso si que no lo sé.
En una ocasión, Janet y yo estábamos en una habitación de hotel, en un lugar al que había ido a dictar unas conferencias, cuando una camarera llamó a la puerta para preguntarnos si necesitábamos toallas. Yo creía que teníamos toallas, así que le dije que no, que no las necesitábamos.
Acababa de cerrar la puerta cuando Janet me llamó desde el baño para decirme que, efectivamente, si que necesitábamos toallas, y que volviera a llamarla.
Así que abrí la puerta, la volví a llamar y le dije:
—Señorita, la mujer que está conmigo en la habitación dice que sí que necesitamos toallas. ¿Podría traerlas?
—Por supuesto —dijo, y se marchó.
Janet salió con esa expresión de exasperación que pone siempre que no es capaz de comprender mi sentido del humor. Dijo:
—¿Se puede saber por qué has dicho eso?
—Es la verdad literal.
—Sabes muy bien que lo has dicho deliberadamente, para dar a entender que no estamos casados. Cuando vuelva, haz el favor de decirle que estamos casados, ¿me has oído?
La camarera volvió con las toallas, y yo le dije:
—Señorita, la mujer que está conmigo en esta habitación quiere que le diga que estamos casados.
Y sobre la exclamación de Janet de «¡Oh,
Isaac!», se
oyó la altiva respuesta de la camarera:
—¡Y a mí qué más me da!
Qué tiempos tan inmorales.
Me acordé de este incidente hace poco, cuando acababa de escribir un articulo para
Science Digest
en el que decía de pasada que en la Biblia se da por supuesto que la Tierra es plana.
Se sorprenderían al saber el número de cartas que recibí de personas que se sentían indignadas y negaban categóricamente que en la Biblia se dé por supuesto que la Tierra es plana.
¿Por qué? A fin de cuentas, la Biblia fue escrita en una época en la que
todo el mundo
creía que la Tierra era plana. Desde luego, en el momento de la redacción de los últimos libros de la Biblia existían unos cuantos filósofos griegos que no eran de esa opinión, pero ¿quién les hacia caso? Me pareció de lo más lógico que los autores de los distintos libros de la Biblia tuvieran los mismos conocimientos de astronomía que sus contemporáneos, y por tanto tenemos que mostrarnos caritativos y comprensivos.
Pero los fundamentalistas no son como la camarera. En lo que se refiere a la posibilidad de la presencia de una Tierra plana en la Biblia, no podría darles
más
.
Tengan en cuenta que, según ellos, todo lo que dice la Biblia es literalmente cierto, palabra por palabra, y lo que es más, «infalible», es decir, que no puede equivocarse. (Se trata de una consecuencia evidente de su creencia en que la Biblia está inspirada en la palabra de Dios, que Dios lo sabe todo, y que, como George Washington, Dios es incapaz de decir una mentira.)
En consecuencia, los fundamentalistas también niegan que se haya producido una evolución, que la Tierra y la totalidad del Universo tengan más de unos cuantos miles de años de antigüedad, y así sucesivamente.
Los científicos han probado cumplidamente que los fundamentalistas se equivocan en estas cuestiones, y que sus ideas sobre la cosmogonía tienen aproximadamente la misma base real que los cuentos de hadas, pero ellos no están dispuestos a aceptarlo. Insisten en que sus absurdas creencias son dignas de ser tomadas en cuenta, aunque para ello tengan que rechazar algunos de los descubrimientos científicos y falsear otros, y llamen a sus construcciones imaginarias «creacionismo científico».
Pero incluso ellos tienen sus limites. Hasta al fundamentalista más fundamental de todos le resultaría un poco difícil sostener que la Tierra es plana. A fin de cuentas, Colón no se cayó por el otro extremo del mundo, y los astronautas han visto con sus propios ojos que la Tierra es una esfera.
Por tanto, si los fundamentalistas admitieran que la Biblia da por sentado que la Tierra es plana, todo su sistema, basado en la infalibilidad de la Biblia, se vendría abajo. Y si la Biblia se equivoca en una cuestión tan básica, también puede estar equivocada en cualquier otra, y más les valdría renunciar a sus teorías.
Por consiguiente, la simple mención de la creencia bíblica en una Tierra plana les produce convulsiones.
Mi carta preferida sobre este tema insistía en las tres cuestiones siguientes:
1. En la Biblia se dice expresamente que la Tierra es redonda (aquí se cita un versículo); pero, a pesar de esta afirmación bíblica, los seres humanos se obstinaron en seguir creyendo que la Tierra era plana durante doscientos años más.
2. Si ha habido algunos cristianos que persistieran en esta creencia, se trataba únicamente de católicos, no de los cristianos que leen la Biblia.
3. Es una pena que sólo leyeran la Biblia las personas tolerantes. (Me pareció que esto era una amable alusión que quería dar a entender que yo era un intolerante que no leía la Biblia y que no sabía de qué estaba hablando.)
Da la casualidad de que mi cariñoso corresponsal estaba total y auténticamente equivocado en las tres cuestiones.
El versículo que citaba era
Isaías
, 40, 22.
Dudo que mi corresponsal se diera cuenta de esto, o lo creyera en caso de que se lo contaran, pero el cuadragésimo capitulo de
Isaías
señala el comienzo de la parte de este libro conocida por «el Segundo Isaías», porque no fue escrita por la misma persona que escribió los primeros treinta y nueve capítulos.
Es evidente que los primeros treinta y nueve capítulos fueron escritos alrededor del 700 a. C., en la época de Ezequiel, rey de Judea, cuando el monarca asirio Senaquerib amenazaba con invadir sus tierras. Pero al comenzar el capítulo cuarenta, la situación que se nos presenta es la existente hacia el año 540 a.C., en la época de la conquista del Imperio caldeo por el rey Ciro de Persia.
Esto quiere decir que el Segundo Isaías, fuera quien fuese, creció en Babilonia, en la época de la conquista de esta ciudad, y no cabe duda de que conocía bien la cultura y la ciencia babilónicas.
Por tanto, el Segundo Isaías tiene una concepción del Universo basada en la ciencia de los babilonios, y éstos creían que la Tierra era plana.
Ahora bien, ¿qué es lo que se dice en
Isaías
, 40, 22? En la versión autorizada (más conocida como «Biblia del rey Jaime»), que es la Biblia de los fundamentalistas, de manera que hasta el último error de traducción de esta versión es sagrado para ellos, el versículo, que forma parte de una descripción de Dios que el Segundo Isaías intentó hacer, dice así:
«El es el que está sentado sobre el círculo de la tierra…»
Ahí lo tienen: «el circulo de la tierra». ¿No es acaso una prueba clara de que la Tierra es «redonda»? ¿Por qué, pero por qué todos esos fanáticos que no leen la Biblia se empeñan en creer que dice que la Tierra es plana, cuando la palabra de Dios, tal como está contenida en la Biblia, se refiere a la Tierra como un «círculo»?
Por supuesto, la trampa está en que se supone que tenemos que leer la «Biblia del rey Jaime» como si hubiera sido redactada originalmente en inglés. Si los fundamentalistas quieren sostener que cada palabra escrita en la Biblia es cierta, entonces nada más justo que aceptar las traducciones al inglés de esas palabras y no inventarse nuevos significados para forzar el sentido de las afirmaciones bíblicas.
En inglés, un «circulo» es una figura de dos dimensiones, y una «esfera» es una figura de tres dimensiones. La Tierra es casi esférica; pero desde luego
no
es un círculo.
Un ejemplo de un circulo puede ser una moneda (si imaginamos que su espesor es despreciable). Es decir, cuando el Segundo Isaías habla de «el círculo de la tierra» se está refiriendo a una Tierra plana con un contorno circular, a un disco, a un objeto con forma de moneda.
El mismo versículo citado por mi corresponsal como prueba de que la Biblia consideraba que la Tierra es una esfera es precisamente el versículo que demuestra de manera más concluyente que en la Biblia se daba por supuesto que la Tierra es plana.
Si les interesa otro versículo del mismo tenor, observemos cierto pasaje de los
Proverbios
, que forma parte de un himno de alabanzas a la Sabiduría personificada como atributo divino.
«Cuando colocaba el cielo, allí estaba yo; cuando puso un compás sobre la faz del océano» (
Proverbios
, 8, 27).
Todos sabemos que un compás traza círculos, así que podemos imaginarnos a Dios resolviendo de este modo la construcción del disco plano y circular de la Tierra. William Blake, el artista y poeta inglés, pintó un famoso cuadro en el que se ve a Dios trazando los límites de la Tierra con un compás. Además, «compás» tampoco es la mejor traducción del término hebreo. La Versión Revisada y Normalizada de la Biblia da esta versión del versículo: «Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo, y cuando trazó un circulo sobre la faz de las profundidades.» Es una versión más clara y explícita.
Por tanto, si queremos dibujar un mapa esquemático del mundo según la concepción de los babilonios y de los judíos del siglo VI a. C. (la época del Segundo Isaías), obtendríamos la
Figura 1
. Aunque no esté dicho expresamente en ningún lugar de la Biblia, los judíos del último período bíblico creían que Jerusalén era el centro del «circulo de la tierra»; del mismo modo que los griegos creían que el centro estaba en Delos. (Por supuesto, una superficie esférica no tiene centro.)
Citemos ahora el versículo completo:
«El es el que está sentado sobre el circulo de la tierra, y sus habitantes parecen saltamontes; el que tendió como toldo el cielo, y lo despliega como tienda que se habita» (
Isaías
, 40, 22).