Pero esto es ridículo. Si el cielo y el infierno se encontraran a 2.000 millas de distancia cada uno, no cabe duda de que los veríamos. La Luna está a 240.000 millas (386.000 kilómetros) de distancia (como sabían los griegos, y por tanto Milton) y la vemos sin ningún problema. Claro que la Luna es un cuerpo de gran tamaño, pero seguramente el cielo y el infierno también son bastante grandes.
Hay algo que no encaja. Volvamos a considerar la cuestión.
El verso de Milton dice: «tres veces del centro al polo más extremo». ¿Cuál es el polo
más extreme?
. Sin duda, el polo celestial, el punto del cielo que está directamente por encima de nosotros si nos situamos en un polo terrestre.
En la época de Milton nadie sabía a qué distancia estaba el polo celestial. Los astrónomos sabían que la Luna está a 386.000 kilómetros de distancia, y la conjetura más aproximada que hicieron los griegos con respecto a la distancia a la que se encuentra el Sol era de 5 millones de millas (8 millones de kilómetros). Como el Sol era el planeta central de los siete conocidos (en la cosmogonía griega, que los enumeraba en orden de menor a mayor distancia: la Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Marte, Júpiter y Saturno), tendría sentido considerar que el planeta más alejado. Saturno, está a 10 millones de millas (16 millones de kilómetros) de distancia. La esfera celeste con las estrellas pintadas en su superficie se encontraría inmediatamente detrás de Saturno.
Por tanto, en la época de Milton habría sido razonable conjeturar que el Universo es una gran esfera de unos 10 millones de millas (16 millones de kilómetros) de radio, y por tanto de 20 millones de millas (32 millones de kilómetros) de diámetro. Este tamaño podría ser admitido por los astrónomos de la época, ya creyeran que el centro del Universo era la Tierra o bien el Sol.
Por consiguiente, si nos imaginamos que el cielo se encuentra fuera de la esfera celeste en una dirección y que el infierno se encuentra también fuera en la dirección opuesta, tenemos una imagen de tres universos separados, cada uno de ellos encerrado en un «cielo» esférico. En el Libro II Milton habla de «este firmamento del infierno», así que debía imaginar que el infierno tenía su propio cielo (me pregunto si con planetas y estrellas propios). Es de suponer que en el Cielo también ocurriría otro tanto.
Milton no precisa en ningún lugar del poema el tamaño que cree que tiene la esfera celeste, ni el tamaño del cielo y el infierno, ni cuál es exactamente la relación espacial que existe entre ellos. Supongo que la estructura más sencilla seria la de imaginarlos situados en los vértices de un triángulo equilátero de manera que, de centro a centro, cada una de las esferas se encuentre a una distancia de 30 millones de millas (48 millones de kilómetros) de las otras dos. Si todas son del mismo tamaño y cada una tiene 10 millones de millas de radio, entonces cada uno de sus firmamentos está a 10 millones de millas de distancia de los otros dos. Es una imagen muy poco miltoniana, pero por lo menos es coherente con sus afirmaciones y con los conocimientos de astronomía de la época.
Milton postula la existencia de tres universos separados, cada uno de ellos rodeado por una delgada esfera de metal sólido, llamada «firmamento». Esto nos lleva a preguntarnos: ¿qué es lo que hay más allá de estos tres universos?
La ciencia moderna también se plantea una pregunta similar, al considerar que el Universo se encuentra en expansión, proceso que comenzó hace quince mil millones de años a partir de un pequeño cuerpo condensado. La pregunta que se hacen los científicos es: ¿qué hay más allá del volumen que ha ocupado hasta el momento en su expansión?
Los científicos pueden especular, pero no conocen la respuesta, e incluso es posible que no den con ningún método viable para encontrarla.
Milton fue más afortunado, porque él sabía la respuesta.
Más adelante, Milton dice por boca de Satán que la tormenta ha terminado, que el ataque divino que expulsó a los ángeles rebeldes de los cielos, precipitándolos en una larga, larga caída hasta el infierno, ya ha cesado:
«Y el trueno, armado de rojos rayos y de impetuosa furia, acaso ha agotado sus dardos, y deja ya de bramar por las vastas e ilimitadas profundidades.»
En el relato bíblico de la creación se afirma que en el principio «las tinieblas se cernían sobre la faz del abismo». Al parecer, los autores bíblicos visualizaban el Universo primordial como un torrente informe de agua que caía en la nada.
Milton tiene que aceptar esta versión porque no puede contradecir a la Biblia, pero introduce en ella elementos de la tradición griega. Los griegos creían que el Universo era originalmente un caos —es decir, estaba en desorden— en el que se hallaban mezclados al azar todos sus elementos constituyentes básicos (los «elementos»). En esta versión la creación divina no consistía en la creación de la materia de la nada, sino en la separación de estos elementos mezclados para crear el cosmos (el Universo ordenado) a partir del caos.
En su poema Milton identifica el «abismo» bíblico con el «caos» de los clásicos y lo califica de «ilimitado».
Es decir, según la concepción miltoniana, Dios, que es eterno, existía en un principio, pero durante innumerables eones estuvo rodeado de un infinito yermo sumido en el caos.
Se da por supuesto que en algún momento creó los cielos, al mismo tiempo que las multitudes de ángeles encargadas de cantar las alabanzas de su creador. Cuando algunos de los ángeles se cansaron de esta tarea y se rebelaron, Dios creó el mundo paralelo del infierno y arrojó allí a los rebeldes. Inmediatamente después creó una esfera celestial en la que decidió llevar a cabo un nuevo experimento: la humanidad.
Por tanto, los tres universos están inmersos en un infinito mar de caos en el que Dios podría crear, de quererlo así, nuevas esferas celestes en número ilimitado, aunque Milton no lo diga en ningún sitio.
Milton continúa relatando cómo los Ángeles caídos, una vez en su nuevo hogar, tan distinto del antiguo y mucho peor que éste, se esfuerzan no obstante por habilitarlo lo mejor posible. «Muy pronto este grupo abrió una amplia brecha en la colina, desenterrando nervaduras de oro.»
Aunque el oro es un metal absolutamente inadecuado para sostener una estructura (es demasiado blando y demasiado denso), apreciado únicamente por su belleza y su rareza, los seres humanos, tomando erróneamente el valor subjetivo que se le asigna por la realidad, han dado muestras de su falta de imaginación al soñar con edificios de oro y calles doradas (tachonadas de piedras preciosas igualmente inadecuadas), considerándolos como el mayor lujo imaginable. Han imaginado un cielo formado por estas estructuras, y parece ser que los ángeles caídos quieren que su nueva morada se parezca lo más posible a la antigua.
Construyeron una ciudad que llamaron Todos los Demonios, dándole un toque de democracia que contrasta con la autocracia absoluta que impera en el cielo. Por supuesto, el nombre está originalmente en griego, así que la ciudad se llama Pandemónium. Como es allí donde se reúnen todos los habitantes del infierno para conferenciar, este nombre se ha hecho de uso corriente en inglés para designar los ruidos confusos y estridentes que, en nuestra imaginación, caracterizarían a este tipo de reuniones infernales.
A continuación, se celebra una asamblea democrática en la que Satán, que se ha rebelado contra la dictadura de Dios, invita a todos los presentes a expresar sus opiniones. Moloch, el rebelde menos resignado, se declara partidario de reanudar la guerra, y aboga por enfrentarse a las armas divinas con un arsenal preparado en el infierno…
«Frente al ruido de su Fuerza Todopoderosa escuchará el trueno del Infierno, y contra su rayo habrá de ver el fuego negro y el horror disparado con igual furia entre sus ángeles, y su mismo trono lo verá envuelto en azufre de Tartaria y en extraño fuego.»
El «fuego negro» es la «oscuridad visible» del infierno. El «extraño fuego» es una expresión tomada de la Biblia. Dos de los hijos de Aarón hicieron arder un «extraño fuego» en el altar, y cayeron fulminados. La Biblia no explica en qué consistía este «extraño fuego». Es posible que los desdichados no utilizaran el ritual adecuado al encender el fuego al bendecirlo.
Pero, retrospectivamente, no podemos por menos de pensar en lo que ahora sabemos sobre las radiaciones. Los rayos infrarrojos no son los únicos que se salen del espectro visible. En el otro extremo del espectro están las radiaciones ultravioleta, los rayos X y los rayos gamma. ¿Acaso lo que Moloch está proponiendo es que los demonios se defiendan de los rayos divinos con radiaciones de energía (el fuego negro) y con bombas atómicas (el extraño fuego)?
A fin de cuentas, no es posible que Milton estuviera pensando simplemente en la pólvora cuando se refiere al extraño fuego. Como se explica más adelante, los ángeles rebeldes utilizaron la pólvora en su primera batalla, lo que no impidió que fueran derrotados. ¡Así que tiene que ser algo más potente que la pólvora!
(Si Milton no hubiera nacido demasiado pronto, ¡qué magnifico autor de ciencia-ficción habría sido!)
Una vez que todos los rebeldes han hablado, expresando cada uno un punto de vista distinto. Satán toma una decisión. No es partidario de la guerra total, ni tampoco de darse por vencido. Pero supongamos que alguien se abriera paso hasta la esfera celeste de los humanos. Allí ese alguien podría intentar corromper a los seres humanos recién creados, para malograr al menos en parte los planes divinos.
No seria una tarea fácil. En primer lugar, el que lo intentara tendría que atravesar el firmamento del infierno, que «nos envuelve entre nueve muros, y las ardientes puertas adamantinas que nos cierran toda salida».
Además, aun cuando alguien lograra atravesarlas, «le estará esperando el profundo vacío de la Noche sin esencia».
Este verso es digno de atención. Veamos.
Las historias sobre viajes de la Tierra a la Luna existían ya desde la antigüedad. En 1638 un clérigo inglés, Francis Godwin, escribió un libro sobre un viaje de este tipo,
El hombre en la Luna
, que tuvo una gran acogida. Es muy posible que Milton conociera esta obra, así que la idea de viajar de un mundo a otro no era totalmente nueva.
Pero en todas las historias anteriores sobre viajes a la Luna se daba por supuesto que el aire ocupaba todo el espacio del interior de la esfera celeste. Los héroes de Godwin llegaron a la Luna enganchando unos cisnes salvajes a un carro para que las aves volaran hasta allá.
Sin embargo, Milton no se refería a un viaje interplanetario; ni siquiera a un viaje interestelar. El estaba hablando de viajar de un universo a otro, y fue el primer autor en tratar el tema que se dio cuenta de que el viaje
no
se realizaría a través del aire.
El físico italiano Evangelista Torricelli había conseguido medir la presión del aire en 1643, demostrando que la atmósfera tenía que tener una altura limitada y que en el espacio entre los mundos no había más que vacío, pero durante mucho tiempo este pasmoso descubrimiento fue generalmente ignorado por autores que, por otra parte, no carecían de imaginación (de la misma forma que hoy en día hay tantos autores que hacen caso omiso del límite impuesto por la velocidad de la luz).
Pero Milton se está refiriendo a esta idea cuando habla de un «profundo vacío» y de «la Noche sin esencia».
Noche es sinónimo de caos («
la oscuridad
se cernía sobre la faz del abismo») y «sin esencia» quiere decir desprovista de los elementos fundamentales del Universo. Y sin embargo, como ahora veremos, aunque Milton hace referencia a esta idea, sólo la comprendió a medias.
Satán se niega a encargar la peligrosa tarea a otra persona y es él mismo el que emprende el viaje. Se abre paso hasta las fronteras del infierno, donde se encuentra con una bruja (el Pecado) y su monstruoso hijo (la Muerte). Convence a la bruja, que es la guardiana de la llave, de que abra la barrera. Es entonces cuando Satán contempla el «profundo vacío».
Satán ve «una antigua profundidad, un oscuro océano ilimitado y sin fronteras, sin dimensiones, en el que la longitud, la anchura y la altura, y el tiempo y el espacio se pierden; en el que la más antigua de las Noches y el Caos, los antepasados de la Naturaleza, viven en eterna anarquía, entre el estruendo de guerras interminables, montando guardia junto a la confusión. Pues aquí el calor, el frío, la humedad y la sequedad, los cuatro paladines, luchan fieramente por hacerse con el poder, y a esa batalla aportan sus átomos en embrión».
Lo que Satán está describiendo no es el vacío; se trata de un concepto no menos audaz, pues la imaginativa descripción que hace Milton del caos se parece mucho a la visión moderna del estado de máxima entropía.
Si todo se mezcla al azar y si no se registran diferencias sustanciales en las propiedades que caracterizan a los distintos puntos del espacio, es imposible realizar cualquier tipo de medición, porque no existe ningún punto de referencia. La longitud, la anchura y la altura, las tres dimensiones del espacio, ya no tienen ningún sentido.
Además, como el flujo del tiempo se mide en términos de entropía creciente, cuando la entropía alcanza su punto máximo, ya no es posible medirlo. El tiempo tiene entonces tan poco sentido como la posición: «se pierden el tiempo y el espacio».
Los griegos dividieron la materia en cuatro elementos, cada uno de ellos con sus rasgos característicos. La tierra era seca y fría, el fuego era seco y caliente, el agua era húmeda y fría y el aire era húmedo y caliente. En el caos estas propiedades están sumidas en la confusión más total, y efectivamente el grado máximo de entropía equivale al desorden total.
Supongamos que el Universo se encontrara en estado de máxima entropía, de manera que el caos existiera (según la concepción griega). Dada una situación absolutamente aleatoria, existe la posibilidad de que los continuos desplazamientos aleatorios de las propiedades, tras un intervalo de tiempo increíblemente largo (aunque, dado que el tiempo no existe en el estado de máxima entropía, un intervalo increíblemente largo también podría ser una fracción infinitesimal de segundo, por lo que sabemos), produzcan un orden determinado, con lo que el Universo volvería a existir. (Si volvemos a mezclar las cartas de una baraja que ya ha sido barajada, es posible que en algún momento todas las picas, los corazones, los tréboles y los diamantes acaben por volver al orden inicial.) así, la tarea divina consistiría en acelerar el advenimiento de este suceso aleatorio, que pasaría a ser seguro.