El secreto del universo (22 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia, Ensayo

BOOK: El secreto del universo
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A veces incluso no hay ningún trabajo «de mucho músculo» que hacer. En ese caso el guerrero indio se sienta por ahí y observa cómo trabaja la
squaw:
una situación que también es cierta para muchos que no son guerreros indios, pero que se sientan a observar cómo trabajan las
squaws
no indias
[9]
. Por supuesto, tienen la excusa de que los orgullosos y maravillosos seres del género masculino no han sido hechos para realizar «trabajos de mujeres».

El arreglo social de hombre-amo y mujer-esclava fue adoptado hasta en las culturas más admiradas de la antigüedad, que nunca lo pusieron en cuestión. Los atenienses de la Edad de Oro consideraban a las mujeres criaturas inferiores, sólo superiores a los animales domésticos (y eso con reservas) y desprovistas de cualquier clase de derechos humanos. Al ateniense ilustrado le parecía evidente que la homosexualidad masculina era la forma de amor más elevada, pues era la única manera de que un ser humano (varón, naturalmente) pudiera amar a un igual. Claro que si quería tener niños tenía que recurrir a una mujer, pero y qué; si quería ir a alguna parte, recurría a su caballo.

En cuanto a otra gran cultura del pasado, la hebrea, es obvio que la Biblia acepta la superioridad del varón como algo natural. Ni siquiera se discute el tema en ningún momento.

Lo cierto es que la Biblia, con la historia de Adán y Eva, ha contribuido a la desgraciada situación de la mujer más que ningún otro libro. Esta historia ha permitido a docenas de generaciones de hombres echar la culpa de todo a las mujeres. Ha hecho posible que un gran número de santos hablaran de las mujeres en unos términos que un miserable pecador como yo dudaría en emplear para referirse a un perro rabioso.

En los mismos diez mandamientos, las mujeres se mencionan tranquilamente entre otras propiedades, animadas e inanimadas. En
Éxodo
, 20, 17, leemos: «No codiciarás los bienes de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea suyo.»

El Nuevo Testamento no es mucho mejor. Podría elegir entre varias citas, pero bastará con ésta sacada de
Efesios
, 5, 22-24: «Mujeres, someteos a vuestros maridos como si fuera al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, como el Mesías, salvador del cuerpo, es cabeza de la Iglesia. Como la Iglesia es dócil al Mesías, así también las mujeres a sus maridos en todo.»

En mi opinión, se aspira a cambiar el convenio social entre hombre y mujer, de amo/esclavo a Dios/criatura.

No voy a negar que en muchas partes del Antiguo y el Nuevo Testamento se alaba y se honra a las mujeres. (Por ejemplo, el
Libro de Ruth
.) Pero el problema reside en que los textos de la Biblia que versan sobre la maldad y la inferioridad femeninas influyeron mucho más que aquellos en la historia social de nuestra especie. Al egoísmo que llevó a los hombres a estrechar las cadenas que aprisionaban a las mujeres había que añadir el formidable mandato religioso.

La situación no ha cambiado por completo en lo esencial, ni siquiera en la actualidad. Las mujeres han conseguido una cierta igualdad ante la ley; pero nunca antes de este siglo, incluso en los Estados Unidos. Piensen en el vergonzoso hecho de que ninguna mujer, por muy inteligente y educada que fuera, podía votar en las elecciones nacionales hasta 1920; a pesar de que cualquier borracho y cualquier idiota disfrutaba del derecho a votar libremente sólo por ser varón.

Pero aun así, aunque las mujeres pueden votar y tener propiedades e incluso disponer de su propio cuerpo, todavía sigue vigente el acuerdo social sobre su inferioridad.

Cualquier hombre les dirá que una mujer es más intuitiva que lógica, más emocional que razonable, más melindrosa que creativa y más refinada que vigorosa. No entienden de política, son incapaces de sumar una columna de cifras, conducen mal. chillan aterrorizadas cuando ven un ratón, y etcétera, etcétera, etcétera.

Como las mujeres son todas esas cosas, ¿cómo se les va a permitir que intervengan en la misma medida que el hombre en las importantes tareas de organizar la industria, el Gobierno y la sociedad?

Esta actitud tiende a crear su propia realidad.

Se comienza por enseñarle a un joven que es superior a las mujeres, lo que es reconfortante. Esto le sitúa automáticamente entre la mitad privilegiada de la raza humana, por muchos defectos que tenga. Cualquier cosa que se oponga a esta idea, atentará no sólo contra su amor propio, sino contra su misma virilidad.

Esto quiere decir que si resulta que una mujer es más inteligente que determinado hombre por el que se siente interesada (por alguna oscura razón), no habrá de revelar este hecho, aunque le vaya la vida en ello. La atracción sexual, por fuerte que fuera, no podría hacer olvidar la herida mortal que él recibiría en el mismo núcleo de su orgullo masculino, y ella le perdería.

Por otra parte, un hombre encuentra algo infinitamente tranquilizador en la presencia de una mujer que es manifiestamente inferior a él. Esta es la razón de que una mujer tonta parezca «mona». Cuanto más marcadamente machista es una sociedad, más se aprecia la estupidez en la mujer.

A lo largo de los siglos las mujeres se han visto obligadas a atraer a los hombres de alguna manera, si querían tener alguna oportunidad de conseguir seguridad económica y posición social, y, por tanto, las que no eran tontas ni estúpidas por naturaleza tenían que cultivar cuidadosamente la tontería y la estupidez hasta que se convertían en algo natural en ellas, y se olvidaban de que alguna vez fueron inteligentes.

Tengo la impresión de que todas las diferencias emocionales y de temperamento entre hombres y mujeres son diferencias culturales que tenían la importante función de mantener el convenio hombre-amo/ mujer-esclava.

Me parece que basta con considerar la historia social con un poco de lucidez para comprobarlo, y comprobar además que el «temperamento» femenino hace lo imposible por adecuarse a las necesidades del hombre en cualquier situación.

¿Qué puede haber habido de más femenino que la condición de la mujer victoriana, tan delicada y modesta, siempre sonrojándose y conteniendo el aliento, increíblemente refinada y que continuamente recurría a sus sales para superar una lamentable tendencia a desmayarse? ¿Acaso ha habido nunca un juguete más estúpido que el estereotipo de la mujer victoriana? ¿Acaso ha habido un insulto mayor para la dignidad del
Homo sapiens
?

Pero se puede comprender la razón de que la mujer victoriana (o algo más o menos parecido a ella) tuviera que existir a finales del siglo XIX. Era una época en la que las mujeres de las clases acomodadas no tenían que hacer ningún trabajo «de poco músculo», que era tarea de los criados. O bien se les permitía emplear su tiempo libre en unirse a los hombres en sus actividades, o se conseguía que no hicieran nada. El hombre se propuso firmemente que no hicieran nada (excepto naderías para pasar el rato, como bordar o tocar el piano de manera lamentable). Incluso se las animaba a llevar ropas que estorbaban sus movimientos hasta el punto de que apenas podían andar ni respirar.

Por consiguiente, no les quedaba otra cosa que hacer que entregarse a un feroz aburrimiento que sacaba a relucir lo peor de la naturaleza humana, y que hacía de ellas seres inadecuados incluso para el sexo; se les inculcaba la creencia de que éste era algo sucio y pernicioso, para que sus maridos pudieran ir a buscarse el placer a otra parte.

Pero en esta misma época a nadie se le ocurrió inculcarles las mismas insípidas cualidades a las mujeres de las clases más bajas. Ellas tenían trabajo «de poco músculo» de sobra, y como no tenían tiempo para desmayos ni refinamientos, el temperamento femenino hizo los ajustes necesarios, y se las arreglaron sin desmayos ni refinamientos.

Las mujeres pioneras del Oeste americano no sólo limpiaban la casa, hacían la comida y tenían un bebé detrás de otro; además, cuando era necesario, cogían un rifle para luchar contra los indios. Tengo la grave sospecha de que también eran uncidas al arado cuando el caballo necesitaba tomarse un respiro o cuando se estaba puliendo el tractor. Y todo esto ocurría en la época victoriana.

Incluso ahora lo seguimos viendo por todas partes. Uno de los artículos de fe es que las mujeres son incapaces de entender siquiera las operaciones aritméticas más simples. Todos sabemos que esas pequeñas monadas ni siquiera son capaces de llevar las cuentas de un talonario de cheques. Cuando era pequeño todos los cajeros de banco eran varones por esa misma razón. Pero luego empezó a resultar difícil contratar a cajeros varones. En la actualidad, el 90 por 100 son mujeres, y parece ser que después de todo si que saben sumar y llevar las cuentas de los talonarios.

Hubo una época en que sólo había enfermeros varones porque todo el mundo sabia que las mujeres eran demasiado delicadas y refinadas para este trabajo. Cuando las condiciones económicas impusieron la necesidad de contratar a enfermeras, resultó que después de todo no eran tan delicadas ni refinadas. (Ahora la enfermería es «trabajo de mujeres», indigno de un orgulloso varón.)

Los médicos e ingenieros son casi siempre hombres; hasta que sobrevenga algún tipo de crisis social o económica, momento en el que el temperamento femenino sufrirá las alteraciones que sean necesarias y gran número de mujeres se harán médicos e ingenieros, como ocurre en la Unión Soviética.

Unos conocidos versos de sir Walter Scott expresan magníficamente el significado de todo esto:

¡Oh, mujer!, en nuestras horas tranquilas,

indecisa, coqueta y difícil de complacer,


Cuando el dolor y la angustia fruncen el ceño,

¡tú eres el ángel que cuida de nosotros!

La mayoría de las mujeres parecen considerar estos versos como un maravilloso y conmovedor tributo, pero yo creo que se trata de una exposición bastante escueta del hecho de que cuando el hombre está relajado quiere tener un juguete, y que cuando tiene problemas, quiere un esclavo, y que la mujer ha de estar dispuesta a adoptar al instante cualquiera de los dos papeles.

¿Y si el dolor y la angustia fruncen
su
ceño? ¿Quién es el ángel que cuida de
ella?
Hombre, pues otra mujer contratada para la ocasión.

Pero no caigamos tampoco en el otro extremo. Durante la lucha por el voto de las mujeres, los machistas decían que la nación iría al desastre porque las mujeres no tienen sentido de la política y se dejarían manipular por los hombres (o por los sacerdotes, o por cualquier charlatán con la cabeza llena de rizos y la boca llena de dientes).

Por otra parte, las feministas decían que cuando las mujeres entraran en las cabinas de votación con toda su suavidad y su refinamiento y su honradez, se acabarían todas las guerras, los chanchullos y la corrupción.

¿Saben lo que ocurrió cuando las mujeres consiguieron el derecho al voto?
Nada
. Resultó que las mujeres no eran más tontas que los hombres, ni tampoco más sabias.

¿Y qué hay del futuro? ¿Conseguirán las mujeres una verdadera igualdad?

No, a menos que cambien las condiciones básicas que imperan desde que el
Homo sapiens
apareció como especie. Los hombres no renunciarán voluntariamente a sus ventajas; los amos nunca lo hacen. A veces se ven obligados a hacerlo a causa de una revolución violenta de un tipo u otro. A veces se ven obligados a hacerlo por su prudencia, al prever una inminente revolución violenta.

Un
individuo
puede renunciar a una ventaja simplemente por su sentido de la decencia, pero estos individuos son siempre una minoría, y un grupo en su conjunto no lo hará jamás.

De hecho, en este caso son las mismas mujeres las más ardientes defensoras del
statu quo
(por lo menos la mayoría). Llevan tanto tiempo representando su papel que notarían la ausencia de las cadenas alrededor de sus muñecas y tobillos. Y están tan acostumbradas a sus mezquinas recompensas (el sombrero que se alza, el brazo que se ofrece, las sonrisas afectadas y las miradas maliciosas y, sobre todo, la libertad de ser tontas), que no están dispuestas a cambiarlas por la libertad. ¿Quiénes atacan con más dureza a la mujer independiente que desafía las convenciones de las esclavas? Otras mujeres, por supuesto, que actúan de agentes de los hombres.

Pero a pesar de todo, las cosas cambiarán, porque las condiciones básicas que sustentaban la posición histórica de la mujer están cambiando.

¿Cuál era la primera diferencia fundamental entre los hombres y las mujeres?

1. La mayoría de los hombres son más grandes y más fuertes físicamente que la mayoría de las mujeres.

¿Y bien? ¿Qué más da eso hoy en día? La violación es un crimen, y por tanto se trata de un atentado físico criminal, aun cuando sólo esté dirigido contra las mujeres. Este hecho no basta para que estas cosas dejen de ocurrir totalmente, pero impide que sigan siendo el juego universal para los varones como lo fueron en su momento.

¿Y qué importancia tiene, desde el punto de vista económico, que los hombres sean más grandes y más fuertes? ¿Es que las mujeres son demasiado pequeñas y débiles para ganarse la vida? ¿Es que tienen que arrastrarse bajo el brazo protector de un varón, por tonto o desagradable que sea, para conseguir el equivalente de un muslo de la pieza cobrada?

¡Tonterías! Los trabajos «de mucho músculo» están desapareciendo constantemente, y sólo quedan trabajos «de poco músculo». Ya no cavamos zanjas: apretamos unos botones y las máquinas lo hacen. El mundo está cada vez más informatizado, y una mujer es tan capaz de realizar correctamente tareas como meter papel, ordenar tarjetas y girar los contactos como un hombre.

De hecho, la pequeñez puede llegar a estar muy solicitada. Es posible que precisamente lo que haga falta sean dedos más pequeños y delgados.

Gradualmente las mujeres se darán cuenta de que sólo necesitan ofrecer sexo a cambio de sexo y amor a cambio de amor, y nunca más sexo por comida. No se me ocurre nada mejor que este cambio para que el sexo sea más digno y para acabar lo más rápidamente posible con la existencia del degradante «doble baremo» de amos y esclavos.

Pero aún nos queda la segunda diferencia:

2. Las mujeres se quedan embarazadas, tienen niños y los amamantan. Los hombres, no.

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