El abismo o Sheol aparece a veces descrito en el Antiguo Testamento de manera muy parecida al Hades griego: el reino de la oscuridad, la confusión y el olvido.
Pero más adelante, quizá por influencia de las historias sobre los ingeniosos tormentos que se infligían en el Tártaro, el lugar al que los griegos imaginaban que iban a parar las sombras de los grandes pecadores, Sheol se convirtió en el infierno. Así, en la famosa parábola de Lázaro y el hombre rico, es patente la división entre los pecadores condenados al tormento eterno y las personas bondadosas que alcanzan la bienaventuranza:
«Se murió el mendigo, y los ángeles lo pusieron a la mesa al lado de Abraham. Se murió también el rico, y lo enterraron. Estando en el abismo, en medio de los tormentos, levantó los ojos, vio de lejos a Abraham con Lázaro echado a su lado, y gritó: “Padre Abraham, ten piedad de mi; manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, que me atormentan estas llamas”» (
Lucas
, 16, 22-24).
La Biblia no da una descripción de la forma del abismo, pero seria interesante si ocupara la otra semiesfera celeste, como he representado en la
Figura 4
.
Es posible que toda la estructura esférica flotara sobre el infinito mar de aguas informes a partir del que fueron creados el cielo y la Tierra, y que representa el caos primigenio, como indico en la
Figura 4
. En ese caso, puede que los pilares del cielo no sean necesarios.
Así, para formar las aguas del Diluvio no sólo se abrieron las compuertas del cielo, sino que también: «… reventaron todas las fuentes del océano…» (
Génesis
, 7, 11).
Es decir, las aguas del caos fluyeron hacia arriba y estuvieron a punto de inundar toda la creación.
Naturalmente, si la imagen del Universo estuviera realmente de acuerdo con las palabras literales de la Biblia, el sistema heliocéntrico sería totalmente imposible. La Tierra no podría moverse en absoluto (a menos que se considere que flota sin rumbo sobre el «gran abismo»), y desde luego seria inconcebible que girara alrededor del Sol, que es un pequeño círculo de luz sobre el firmamento sólido que circunda el disco plano de la Tierra.
Sin embargo, me gustaría insistir en que yo no me tomo en serio esta idea. No me siento obligado por las palabras de la Biblia a aceptar esta imagen de la estructura de la Tierra y el cielo.
Casi todas las referencias bíblicas a la estructura del Universo se encuentran en pasajes poéticos del Libro de
Job
, de los
Salmos, de Isaías
, del
Apocalipsis
, etc. Estas referencias pueden considerarse imágenes poéticas, como la metáfora y la alegoría. Y las historias sobre la creación del principio del
Génesis
también tienen que ser tomadas como imágenes poéticas, metáforas y alegorías.
Si es así, entonces no hay nada que nos obligue a considerar que la Biblia entra en contradicción con la ciencia moderna.
Hay muchos judíos y cristianos que son sinceramente religiosos y que consideran que la Biblia es exactamente eso, una guía teológica y moral, una obra maestra de la poesía…, pero
no
un manual de astronomía, geología o biología. No les resulta problemático aceptar tanto la Biblia como la ciencia moderna, poniendo a cada una en su lugar, de manera que:
«…Pues entonces, lo que es del César devolvédselo al César, y lo que es de Dios, a Dios» (
Lucas, 20
, 25).
Lo que yo discuto son las teorías de los fundamentalistas, los creacionistas y los literalistas.
Si los fundamentalistas insisten en imponernos una interpretación literal de la historia de la creación narrada en el
Génesis
; si intentan obligarnos a aceptar una Tierra y un Universo de sólo unos cuantos miles de años de antigüedad, y a que neguemos la evolución, entonces yo insisto en que ellos acepten literalmente todas las palabras de la Biblia, y eso incluye una Tierra plana y un delgado cielo metálico.
Y si esto no les gusta, ¿a mi qué más me da?
NOTA
Me imagino que a los creacionistas tiene que molestarles mucho que esté tan familiarizado con la Biblia, y que pueda citarla con tanta facilidad. Pero, ¿por qué no? Por algo soy el autor de
La guía de la Biblia de Asimov
en dos volúmenes.
Por supuesto, no cabe ninguna duda de que la Biblia es tan larga y compleja que es posible encontrar pasajes que corroboren prácticamente cualquier teoría. La Historia está llena de violentos altercados, y de anatemas que acabaron en la hoguera, e incluso de guerras en las que los dos bandos se lanzaban textos bíblicos el uno al otro.
Como dice Shakespeare en
El mercader de Venecia
, «el mismo diablo puede citar las Escrituras para sus propósitos», y sigo esperando que alguno de mis adversarios utilice esto contra mí; pero nunca lo han hecho.
Verán, el inconveniente de esa cita en particular es que no existe ninguna manera objetiva de decidir cuál de los dos bandos en conflicto representa al diablo. En la historia de las disputas teológicas, cada uno de los dos bandos ha insistido siempre en que el diablo es el otro.
Así que tengo la intención de continuar citando la Biblia para demostrar que en ella se dice que la Tierra es plana, y desafío a los creacionistas a que encuentren una cita en cualquier lugar de la Biblia en la que se diga que la Tierra es una esfera.
Yo no soy una persona demasiado observadora. Además, tengo una vida interior muy animada y siempre hay cosas dando saltos en el interior de mi cabeza, y eso me distrae. Esa es la razón de que la gente se quede asombrada por las cosas que no veo. Se cortan el pelo y no me doy cuenta. Llegan muebles nuevos a mi casa y me siento en ellos sin hacer ningún comentario.
Pero en una ocasión me parece que batí la marca en estas cuestiones. Iba andando por Lexington Avenue, charlando animadamente (como de costumbre) con la persona que me acompañaba. Empecé a cruzar una calle sin dejar de hablar, mientras mi acompañante cruzaba a mi lado, me pareció que un tanto vacilante.
Cuando llegamos al otro lado, mi acompañante dijo:
—Ese camión nos ha pasado a dos centímetros.
Y yo dije inocentemente:
—¿Qué camión?
Así que tuve que escuchar un sermón bastante largo y aburrido, que no sirvió para reformarme, pero que me hizo pensar en la facilidad con que uno puede pasar por alto los camiones. Por ejemplo…
Hace algún tiempo un lector me envió un ejemplar del número de octubre de 1903 de
Munsey's Magazine
, que examiné con mucho interés. La enorme sección de publicidad era como una ventana a otro mundo. Pero lo más fascinante de la revista, sobre lo que mi lector me llamaba la atención, era un artículo titulado «¿Puede el hombre llegar a la Luna?», escrito por el doctor Ernest Green Dodge.
Era la clase de artículo que muy bien podría haber escrito yo mismo hace ochenta años.
Da la casualidad de que más de una vez me he preguntado si mis tentativas de escribir sobre la tecnología del futuro no parecerán retrospectivamente bastante menos geniales. Por lo general, tengo la penosa impresión de que… de que a la larga resultará que había camiones que yo no fui capaz de ver, o que vi camiones que no estaban realmente allí.
No es previsible que viva ochenta años más para comprobarlo por mi mismo, pero ¿y si observara los comentarios que hice hace ochenta años para ver qué impresión producen a la luz de lo que sabemos ahora?
El artículo de Mr. Dodge me proporciona la oportunidad perfecta para hacerlo, porque es evidente que era una persona racional con grandes conocimientos científicos, y con una imaginación poderosa, pero disciplinada. En pocas palabras, era como a mí me gusta imaginarme que soy.
En algunos puntos da exactamente en el blanco.
En relación con un viaje a la Luna, dice: «… no se trata, como el movimiento perpetuo o la cuadratura del círculo, de una imposibilidad lógica. Lo más que se puede decir es que ahora nos parece una empresa tan difícil como debió de parecerle al salvaje desnudo de las costas atlánticas la de cruzar el gran mar, sin más embarcación que un árbol caído ni más fuerza impulsora que sus manos vacías. La imposibilidad del salvaje se convirtió en el triunfo de Colón, y la ensoñación del siglo XIX puede convertirse en la proeza incluso de este mismo siglo.»
¡Exactamente! Los seres humanos pisaron la Luna tan sólo sesenta y seis años después de la publicación del articulo de Dodge.
Dodge continúa enumerando las dificultades de los viajes espaciales, que, como él señala, se deben, en primer lugar, al hecho de que «el espacio está realmente vacío, en un sentido que ningún vacío artificial puede igualar… una porción del espacio exterior del tamaño de la Tierra no contiene absolutamente nada, que nosotros sepamos, más que algunos minúsculos fragmentos de meteoritos, con un peso total de unas diez o quince libras (de cuatro a siete kilos)».
Dodge era un hombre cuidadoso. Aunque su observación parecía irrefutable en 1903, añadió esa cautelosa frase, «que nosotros sepamos», e hizo muy bien.
En 1903 empezaban a conocerse las primeras partículas subatómicas. Hacía menos de una década que se habían descubierto los electrones y la radiactividad. Sin embargo, se trataba de fenómenos limitados a nuestro mundo; los rayos cósmicos no fueron descubiertos hasta 1911. Por tanto, Dodge no podía saber que el espacio estaba ocupado por partículas cargadas con energía eléctrica, de masa insignificante, pero de considerable importancia.
Basándose en los hechos conocidos por él en 1903, Dodge enumera cuatro dificultades que podrían surgir en un viaje de la Tierra a la Luna por el vacío del espacio exterior.
La primera, por supuesto, es que no se puede respirar. Dodge desecha esta dificultad, y con razón, señalando que una nave espacial podría ser hermética y llevar su propia atmósfera interna, de la misma manera que llevaría reservas de comida y bebida. Por tanto, la respiración no es un problema.
La segunda dificultad es la del «terrible frío» que reina en el espacio exterior, y Dodge se la toma más en serio.
Sin embargo, se trata de un problema que tiende a ser sobreestimado. Desde luego, cualquier fragmento de materia que se encuentre en el espacio exterior y alejado de cualquier fuente de radiación se estabilizaría a una temperatura de unos 3 grados absolutos, que puede considerarse «la temperatura del espacio». Pero cualquier objeto que se desplace de la Tierra a la Luna no se encuentra muy alejado de una fuente de radiación. Está muy cerca del Sol, igual que la Tierra y la Luna, y es bañado por las radiaciones solares durante todo el trayecto.
Lo que es más, el vacío del espacio resulta un excelente aislante térmico. Este hecho era bien conocido en 1903, ya que James Dewar había inventado el equivalente del termo once años antes de la redacción de este articulo. Se puede contar con la presencia de calor interno en la nave espacial, aunque sólo fuera el calor corporal de los mismos astronautas, que se iría perdiendo muy lentamente a través de las radiaciones que se propagan en el vacío. (Esta es la única manera en que se pierde calor en el espacio.)
Dodge cree que habría que proteger a las naves de la pérdida de calor, «cubriendo las paredes… con un espeso forro acolchado». También propone una fuente de calor en forma de «grandes espejos parabólicos [que] dirigirían rayos de luz solar concentrada por las ventanas».
Dodge sobreestima considerablemente el problema, ya que nada de esto es necesario. Hay que aislar el exterior de las naves, pero con el propósito de evitar un
incremento
excesivo de la temperatura a su paso por la atmósfera. La
pérdida
de calor no le preocupa a nadie.
La tercera dificultad consiste en que la nave estaría en caída libre durante la mayor parte del trayecto de la Tierra a la Luna, de manera que los astronautas no estarían sujetos a la atracción de la gravedad. Muy acertadamente, Dodge se desentiende de este problema, indicando que «los platos podrían fijarse a la mesa, y las personas podrían saltar y flotar, aunque no pudieran caminar».
No entra en especulaciones sobre la posible aparición de cambios fisiológicos nocivos para el organismo a consecuencia de la exposición a la gravedad cero, lo que podría considerarse una falta de previsión por su parte. Pero lo cierto es que esto no ha resultado ser un problema. En los últimos años ha habido astronautas que han permanecido en condiciones de gravedad cero durante más de medio año sin interrupción, sin sufrir en apariencia ningún efecto nocivo permanente.
El cuarto y último peligro que Dodge toma en consideración es el de la posibilidad de chocar con un meteoro, pero (a pesar de que los autores de ciencia-ficción continuaron considerándolo uno de los peligros más importantes durante medio siglo más) también acaba por descartarlo, por ser poco significativo estadísticamente. Estaba en lo cierto.
Dodge no habla del quinto peligro, el de las radiaciones cósmicas y otras partículas con carga eléctrica, ya que se trata de algo que sencillamente no podía saber en 1903. Después del descubrimiento de los cinturones radioactivos en 1958 hubo alguna preocupación por el tema, pero los hechos han demostrado que estas radiaciones no afectaron materialmente a la llegada del hombre a la Luna.
Así, Dodge llegó a la conclusión de que los peligros del espacio no impedirían a los seres humanos llegar a la Luna, y tenía razón. La única objeción es que sobreestimó el peligro del supuesto frío espacial.