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Authors: Katherine Neville

Tags: #GusiX, Novela, Intriga

El Fuego (60 page)

BOOK: El Fuego
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Sin embargo, mientras se llevaban los platos de sopa y nos servían la ensalada, no pude evitar pensar en todo lo que había dejado encerrado en aquella suite de hotel de Georgetown: mi tío Slava, mi jefe y seguramente todas las esperanzas que había tenido alguna vez de conseguir labrarme una carrera.

Bueno, mañana será otro día, como diría sin duda la señorita Escarlata Key O'Hara en un momento así… Además, aun habiéndolo querido, tampoco había mucho que pudiera hacer ahora que me encontraba relegada al papel de humilde peón en la inopia, empujado al centro del tablero por Key y Cat, ese improbable dúo de Reinas.

Estaba muy impaciente.

En cuanto sentimos que habíamos dado buena cuenta de nuestros platos, pedimos una botella de licor de pera Williams y un suflé de limón para acompañarlo. Eso mantendría a los camareros ocupados durante unos buenos veinte o treinta minutos, razonamos, esperando a que las claras de huevo subieran.

Cuando comprobamos que estábamos de nuevo a solas, Key me dijo: —Como sabes, tu madre ha intentado mantenerte al margen todo lo que ha podido, por tu propia seguridad… con la teoría de que la ignorancia da la felicidad.

»Pero ahora me ha dado permiso para que os explique a los dos todo lo que sé sobre lo que ha sucedido, adonde iremos mañana y qué habremos firmado que nos comprometemos a hacer en cuanto lleguemos. Después de mi relato, si alguien quiere descolgarse, que lo haga con total libertad, por favor. Aunque no creo que ninguno de los dos quiera. Esto nos concierne a todos de una forma que incluso a mí me ha sorprendido, como ahora veréis.

Key retiró su plato de ensalada y le acercó a Vartan la bandeja del pato. Entonces, tirando de su elegante copa de Verdicchio, empezó su relato.

EL RELATO DE LA REINA BLANCA

Hace diez años, cuando al padre de Alexandra lo alcanzó ese disparo en Rusia, cuando todo el mundo creyó que había muerto.

Cat se dio cuenta de que había sucedido algo casi peor que la pérdida de su marido: que, aunque todos esos años había estado convencida de que habían puesto fin al juego por siempre jamás, debía de haber empezado una nueva partida.

Pero ¿cómo podía ser?

Las piezas estaban enterradas y sólo Alexander Solarin conocía su paradero. Todos los jugadores de la última partida, la de hace treinta años, se habían retirado del campo de juego o bien estaban muertos.

Entonces, ¿quién podía haberla iniciado? Por desgracia, no tuvo que esperar mucho para descubrirlo.

Después de la «trágica muerte» de Zagorsk, la embajada estadounidense se había encargado de repatriar a la pequeña Alexandra desde Moscú a Estados Unidos con protección diplomática, y organizó también el envío de los restos mortales de su padre en ese mismo avión.

El ataúd, por supuesto, estaba vacío.

El ruso que los asistió en la coordinación de todo ello, como ahora sabemos, fue Taras Petrosián. El coordinador por parte de la embajada estadounidense fue un millonario de vida recluida. Se llamaba Galen March.

En cuanto Alexandra estuvo a salvo en casa con su madre, en Nueva York, Galen se puso en contacto con Cat por su cuenta. Cuando se reunieron, él le explicó enseguida que estaba implicado en el juego, que ciertamente había vuelto a comenzar con la muerte de su marido, y que él mismo traía un importante mensaje que sólo Cat podía recibir. Sin embargo, ella tenía que acceder a no interrumpirlo hasta que le hubiera comunicado todo cuanto había ido a decirle.

Cat se avino a ello, pues las palabras de Galen confirmaban sus anteriores sospechas en cuanto al juego.

Galen no se anduvo con rodeos. Le desveló a Cat que Solarin no estaba muerto, pero sí había resultado tan gravemente herido que de momento era como si lo estuviera.

En el caos que siguió al tiroteo de Zagorsk, el mismo hombre que había organizado el torneo de ajedrez, Taras Petrosián, se había encargado de retirar el destrozado cuerpo de Solarin, en estado comatoso y desangrándose. Su custodia le fue entregada a la mujer que en realidad había manipulado entre bastidores el acontecimiento: la madre de Alexander Solarin, Tatiana.

Cat, naturalmente, quedó conmocionada al saber todo esto. Le pidió a Galen que le dijera de inmediato cómo se había enterado de esas cosas. ¿Cómo había logrado sobrevivir la madre de Solarin, cuando sus propios hijos la creían muerta desde hacía mucho? Cat insistió en saber adonde habían llevado a su marido. Quería ir a Rusia y encontrar a Solarin sin perder tiempo, por mucho peligro que conllevara.

—Me parecerá bien, y te ayudaré incluso a muchísimo más —le aseguró Galen March—. Pero antes, como tú misma has accedido a hacer, debes escuchar el resto de lo que he venido a decirte.

Tatiana Solarin, siguió explicando Galen, había esperado décadas para tener ocasión de ponerse en contacto con ese hijo que hacía tanto que había perdido; de hecho, desde el momento mismo en que había terminado la anterior partida, cuando, como os dijo Lily, Minnie simplemente se marchó y desapareció del tablero, dejando a Cat con las piezas y la bolsa en la mano.

Pero, aunque ahora era posible empezar de nuevo, Tatiana sabía que necesitaba idear una estrategia completa para conseguir que su hijo el gran maestro regresara a Rusia, igual que ella, y al juego. Buscó una forma para reunirse no sólo con Solarin, sino con su mujer, Cat, que ahora era la Reina Negra. Todo ello formaba parte de una estrategia mayor.

Sin embargo, la primera oportunidad de Tatiana no llegó hasta la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética. En aquel momento se produjo un acontecimiento de una magnitud que ella apenas se había atrevido a imaginar: la joven hija de Alexander Solarin, Alexandra, se había convertido en una importante aspirante a gran maestra de ajedrez. Si Alexander no volvía a Rusia por él mismo, sin duda lo haría por ella.

Galen March se comprometió a ayudar a Tatiana en su misión todo lo que pudiera… pues, en un sentido muy real, era la escogida para ello, y por otra razón absolutamente fundamental: la propia Tatiana era en aquel momento la Reina Blanca.

—¿De verdad era la abuela de Alexandra? —preguntó Vartan sin salir de su asombro.

Pero Key no hizo más que asentir con la cabeza, ya que había llegado nuestro suflé.

Cuando todo estuvo dispuesto y los camareros se hubieron llevado la tarjeta de crédito de Key para cobrar
l'addition
y nos dejaron solos, ella le hizo un corte al suflé y se dispuso a responder a Vartan.

Antes, no obstante, yo tenía una o dos preguntas.

—¿Cómo podía ser Tatiana la Reina Blanca si Galen me dijo que lo eras tú, y tú misma lo has confirmado? Además, ¿quién es ese tal Galen? ¿Me quieres decir que estuvo coqueteando con mi madre durante más de diez años y que yo ni siquiera lo sabía? Vamos, habla claro.

—A estas alturas ya he tenido bastante tiempo para hurgar yo también en el cerebro de Galen March —dijo Key—. Parece que hace mucho que es un jugador en la sombra. Cuando añadí su historia a lo que ya me había contado tu madre, todo cobró sentido.

»Pero déjame que termine con Nueva York. En cuanto Galen le desveló el estado de la situación a Cat, ella supo que tú, su hijita, también podías estar en peligro. Y sabía exactamente de quién podía venir ese peligro (desde luego, no de tu abuela, cariño), e incluso de dónde. Alguien estaba comprando toneladas de tierra cerca de vuestro hogar ancestral de Cuatro Esquinas…

—El Club Botánico —dije, y Key se limitó a asentir.

Ahora sí que tenía sentido.

Por qué nos habíamos trasladado a Colorado, para empezar.

Por qué convenció mi madre a Nim para comprar el rancho de al lado a nombre de Galen.

Por qué la fiesta de mi madre, con todos esos selectos jugadores, tenía que celebrarse justamente allí, en el Octógono.

Lo que significaba.

«El tablero tiene la clave.»

Dios mío…

—Rosemary Livingston sí era la Reina Blanca —dije—, pero traicionó a su propio equipo por una venganza personal. Se encargó de que dispararan a mi padre en Zagorsk cuando supo que el equipo de las blancas planeaba reunirse allí con él. Quería hacerle pagar a mi madre la muerte de su padre, al-Marad. Así que debieron de… despacharla de alguna manera y sustituirla por Tatiana. Y ahora por ti. Ella todavía no lo sabe. ¡Por eso Rosemary y sus secuaces tenían tanto empeño en descubrir si yo era la nueva Reina Blanca!

Key me respondió esbozando una sonrisilla amarga.

—Por fin has visto la luz, amiga mía —dijo—. Pero hay mucho más que debes saber sobre los jugadores. Preguntabas por Galen, por ejemplo.

»Parece que, allá por la década de 1950, Tatiana fue detenida por los soviéticos. La encerraron en un
gulag
mientras que su hijo pequeño, Alexander, era llevado a un orfanato por su "abuela", la siempre joven Minnie Renselaas, y el marido griego de Tatiana y su otro hijo, Ladislaus, escapaban a Estados Unidos con algunas de las piezas. Fue Galen quien descubrió adonde habían llevado a Tatiana y convenció a Minnie de que el KGB jamás la dejaría libre a menos que les hicieran una oferta que no pudieran rechazar. Minnie intercambió el dibujo del tablero que ahora está en nuestro poder por la libertad de Tatiana. Pero, como parte de la familia había escapado con algunas piezas, era evidente que Tatiana no estaría segura a menos que permaneciera completamente en la clandestinidad. Galen en persona le dio la Reina Negra, la que visteis en Zagorsk. Después escondió a Tatiana en un lugar en el que a nadie se le ocurriría siquiera ir a buscarla. Salvo por esa breve incursión en Zagorsk con la Reina, ha vivido oculta allí durante casi cincuenta años.

Key se detuvo y añadió:

—Ese es el lugar al que iremos mañana. Tu padre está allí.

—Pero antes dijiste que íbamos a Seattle y Alaska —protesté—, y luego algo del Cinturón de Fuego. Y ¿qué era todo eso del «camino de baldosas amarillas»?

—No —exclamó Vartan de pronto, hablando por primera vez en toda la conversación.

Lo miré; su rostro estaba esculpido en granito.

—Me temo que mañana por la mañana será un «sí» —dijo Key.

—De ninguna manera —insistió Vartan—. Ese sitio del que estás hablando tiene más de mil quinientos kilómetros de largo y es el peor lugar sobre la faz de la Tierra. Niebla espesa y nieve todo el verano, vientos de ciento veinte kilómetros por hora, olas de trece metros de altura!

—Como suele decirse —señaló Key—, el mal tiempo no existe, sólo hay ropa inadecuada.

—Sí, muy bien, a lo mejor puedes esquivarlo sobrevolándolo a gran altura —le dijo Vartan—, pero no atravesarlo, como propones.

—Pero ¿dónde es? —pregunté.

—He buscado mil maneras, te lo aseguro —dijo Key con exasperación—. Es la única forma de llegar allí sin llamar la atención de toda la Armada estadounidense y los guardacostas y alertar a todos los submarinos rusos que estén bajo el Círculo Polar Ártico. Pero, como ya he dicho, todavía no es demasiado tarde para descolgarse, si eso es lo que te apetece.

—¡Que dónde es! —repetí.

Vartan me clavó una mirada oscura.

—Nos propone volar ilegalmente en una pequeña avioneta privada, mañana, hacia Kamchatka, en Rusia —dijo—. Y después, no sé cómo, en caso de que logremos sobrevivir, lo cual sería excepcional, propone que traigamos de vuelta a tu padre.

—Pues, ahora sin bromas, puede que lo necesitemos —dijo Key cuando Vartan sacó algo de efectivo, se lo dio al camarero y se guardó toda la botella de nuestro caro aguardiente de pera bajo el brazo mientras iba hacia la puerta.

—Los ucranianos no sabemos beber como los rusos —le informó Vartan—. Aun así, espero acabar muy borracho esta noche.

—Eso sí que es un plan —convino ella, siguiéndolo—. Qué lástima que no pueda acompañaros. Tengo un avión que coger por la mañana.

De vuelta en el apartamento, enseguida nos pusimos a registrar los armarios y llenamos las mochilas hasta arriba con todas las ligeras prendas térmicas que encontramos.

—Más vale prevenir que curar —dijo Key.

Y no era broma.

El apartamento no sólo estaba diseñado por un constructor naval, sino que incluso parecía una embarcación por dentro: el alargado y estrecho lavabo con espejos era como una cocina de barco con una gran ducha sin plato en el lugar que habrían ocupado los fogones; el único dormitorio parecía un pequeño camarote; las altas paredes de la sala principal estaban revestidas por una trama de largos listones de roble en espinapez y había literas abatibles instaladas en la pared.

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