Desde luego, había un juego de ajedrez concretamente en cuyas piezas estaba más que interesado. Y con la caída de la Unión Soviética y, más adelante, los atentados terroristas del 11-S y la inminente incursión de las tropas estadounidenses en Bagdad —acontecimientos, todos ellos, que se produjeron en tan sólo diez años—, cualquiera que necesitara una rápida inyección de fondos y que estuviera en situación de conseguir algo en el trueque habría estado más que dispuesto a desprenderse de una pieza del ajedrez de Montglane.
Cuando empezó la campaña del gobierno contra los especuladores privados, mi padrastro enseguida se deshizo de sus negocios y huyó de Rusia a Londres. Pero, por lo que parece, en cuanto al ajedrez, tanto él como seguramente también su socio silencioso siguieron manteniendo viva su misión. Puede que incluso estuvieran a punto de acercarse mucho a su objetivo.
Lo que yo creo es que, hace poco más de dos semanas, cuando asesinaron a Taras Pctrosián en Londres, algo que buscaban fue sacado de Bagdad.
Cuando Vartan terminó su relato, Key sacudió la cabeza y sonrió.
—Me temo que lo había infravalorado pero mucho, caballero —dijo, dándole unas cálidas palmaditas en el brazo—. ¡Menuda infancia! Criado por un individuo que parece tan obsesionado consigo mismo y tan poco escrupuloso que a lo mejor incluso se casó con tu madre sólo para echarte mano a ti. Tú le proporcionaste el pasaporte para su perversa misión, ¡para convertirse en gurú ajedrecístico de las estrellas!
Estaba segura de que Vartan enseguida pondría objeciones a un tiro al azar tan descabellado y, además, disparado por una mujer que, a fin de cuentas, apenas lo conocía y nunca había visto siquiera a Petrosián. En lugar de eso, se limitó a corresponderle su sonrisa y decir:
—Parece que también yo la había infravalorado a usted, señora.
Pero yo tenía una pregunta más importante, una que llevaba reconcomiéndome desde que Vartan había empezado su historia, una pregunta que me había hecho sentir de nuevo el palpitar del pulso tras los ojos, un palpitar que no hacía más que exacerbarse con la constante vibración del zumbido del motor del Bonanza… Aunque no estaba segura de cómo conseguiría plantearla. Esperé a que Key volviera a arrebatarle los controles a Otto y comprobara nuestra posición. Entonces respiré hondo.
—¿He de suponer —le dije a Vartan con voz temblorosa— que, si la misión de Petrosián y de Basil Livingston era la de reunir más piezas del ajedrez de Montglane, entre ellas estaría incluida la que mi padre y tú visteis juntos en Zagorsk?
Vartan asintió y me miró con atención unos instantes. Después hizo algo totalmente inesperado. Me cogió la mano y se inclinó hacia delante para besarme en la frente como si aún fuera una niña pequeña. Sentí el calor de su piel pasando a la mía en esos dos puntos de contacto, como si estuviéramos conectados eléctricamente. Después, casi con renuencia, por fin me soltó.
Me había cogido tan desprevenida que sentí que la garganta se me ponía rígida y me afloraban lágrimas a los ojos.
—Tengo que explicártelo todo —dijo con voz calma—. Al fin y al cabo, para eso estamos aquí. Pero ¿crees que podrás soportarlo justo ahora?
No estaba segura de poder, pero de todas formas asentí.
—Aquel torneo en Moscú, la partida entre tú y yo… Yo tampoco era más que un niño, así que en aquel momento no lo comprendí. Pero, por lo que he logrado descubrir, sólo se me ocurre un motivo fundamental para organizar el acontecimiento: para atraeros a tu padre y a ti a Rusia. Con tu madre protegiendo a tu padre, jamás habrían conseguido hacerlo volver por propia voluntad. ¿No lo ves?
Claro que lo veía. Sentí ganas de gritar y de tirarme del pelo, pero sabía que Vartan había dado en el clavo con lo que acababa de decir. Y sabía exactamente qué significaba eso.
En cierta forma, yo había matado a mi padre.
De no ser por mi infantil obsesión de convertirme en la gran maestra más joven del mundo, de no ser por la atractiva oportunidad de oro que pendía ante nosotros para conseguir esa meta, mi padre no habría regresado a su patria a ningún precio.
Era eso de lo que tanto miedo tenía mi madre.
Era eso por lo que me obligó a dejar el ajedrez cuando lo mataron.
—Ahora que sabemos tanto del juego —me dijo Vartan—, todo tiene que encajar a la perfección. Cualquiera que fuera un jugador sabría sin duda quién era tu padre: no sólo el genial gran maestro Alexander Solarin, sino todo un jugador principal del juego… y el marido de la Reina Negra. Mi padrastro lo atrajo hasta allí para mostrarle que tenían ese importante trebejo, tal vez con la esperanza de llegar de algún modo a una especie de trato…
Varían se detuvo y me miró como si quisiera abrazarme y consolarme, pero su expresión mostraba tanta angustia que parecía que él mismo requiriera consuelo.
—Xie, ¿no ves lo que significa esto? —dijo—. Tu padre fue sacrificado… ¡pero yo fui el cebo que usaron para haceros caer en la trampa!
—No, no lo fuiste —le dije, poniendo una mano en su brazo, igual que Key había hecho un momento antes—. Yo quería derrotarte, quería ganar, quería ser la gran maestra más joven del mundo… igual que tú. No éramos más que niños, Vartan. ¿Cómo íbamos a haber adivinado entonces que era algo más que un simple juego? ¿Cómo podíamos saberlo ahora siquiera, antes de que Lily nos lo explicara?
—Bueno, ahora sabemos exactamente qué es —dijo—. Pero está claro que yo debería haberlo supuesto antes aún. Hace sólo un mes, Taras Petrosián me llamó para que fuera a Londres aunque hacía años que no lo veía, desde que emigró. Quería que jugara en un gran torneo que estaba organizando. Como incentivo para que asistiera, no pudo evitar recordarme que, de no ser por su generosidad consiguiéndome entrenadores y demás durante sus años como padre putativo, puede que nunca me hubieran concedido el título de gran maestro. Se lo debía, como me explicó en términos nada vagos.
»Pero poco antes del torneo, cuando llegué al hotel de Mayen el que se hospedaba mi padrastro, me enteré de que tenía en mente algo bastante diferente, algo más importante, como pago mío a cambio de todo aquello. Me pidió que le hiciera un servicio y me enseñó una carta que había recibido de tu madre…
Vartan se detuvo, pues mi expresión sin duda lo decía todo. Sacudí la cabeza y le hice un gesto pidiéndole que prosiguiera.
—Como os decía, Petrosián me enseñó una carta de Cat Velis. Por lo que ponía en la carta a grandes rasgos, parece que él poseía varios objetos que habían pertenecido a tu difunto padre Y quería que llegaran a manos de tu madre lo antes posible. Pero ella no quería que mi padrastro se los enviara directamente a ella ni que se los entregara a Lily Rad durante el torneo. A tu madre, cualquiera de estas opciones le parecía… La palabra que usó, creo, fue «imprudente». Propuso que Petrosián, por el contrario, consiguiera que fuera yo quien enviara esos objetos anónimamente a Ladislaus Nim.
El dibujo del tablero.
La tarjeta.
La fotografía.
Todo empezaba a encajar. Pero, aunque Petrosián pudiera robarme la tarjeta del bolsillo del abrigo en Zagorsk, ¿cómo narices había llegado a sus manos el dibujo del tablero, que Nim creía en poder de Tatiana, y más aún esa «única foto existente» de la familia de mi padre?
Sin embargo, Varían no había terminado ni mucho menos.
—La carta de tu madre también me invitaba a encontrarme con Lily y Petrosián tras el torneo e ir con ellos a Colorado, a lo cual accedí. Allí podríamos discutirlo todo, decía.
Se detuvo un momento y luego añadió:
—Pero, como sabes, mi padrastro fue asesinado antes de que la estancia en Londres llegara a su fin. Lily y yo nos reunimos en privado allí mismo. No estábamos seguros de cuánto desvelarnos mutuamente de lo que tu madre había compartido con cada uno, ya que Lily no había podido hablar con ella. Pero los dos desconfiábamos de Petrosián y Livingston, y los dos coincidíamos en que la participación de Petrosián, junto con las crípticas invitaciones de tu madre a la fiesta para todos nosotros, hacían pensar que la muerte de tu padre en Zagorsk podía no haber sido un accidente. Siendo yo la única otra persona que había estado presente en Zagorsk cuando murió tu padre, personalmente creía que los objetos que había enviado podían estar relacionados de alguna forma con ello.
»En cuanto Lily y yo supimos de la sospechosa muerte prematura de mi padrastro, ambos decidimos abandonar de inmediato el torneo. Y para llamar menos la atención con nuestros movimientos, acordamos volar a Nueva York e ir a Colorado con el coche particular de Lily.
Vartan calló y me miró seriamente con sus ojos oscuros.
—Por supuesto, ya conoces el resto de la historia a partir de ahí—dijo.
No del todo.
Aunque tal vez Vartan no supiera cómo había conseguido Petrosián el tablero y los demás contenidos del paquete que mi madre le había pedido que enviara a Nim, seguía habiendo otro objeto importante del que no se sabía nada.
—La Reina Negra —dije—. Cuando estábamos en Maryland, nos dijiste a Key y a mí que habías sido tú mismo el que había enviado el dibujo del tablero a Nim. Ahora has explicado cómo y por qué. Después dijiste que creías que mataron a Taras Petrosián porque le había enviado la Reina Negra a mi madre.
»Pero a mí antes también me habías dicho que la última vez que viste esa pieza fue hace diez años, dentro de la vitrina del tesoro de Zagorsk. Así que, ¿cómo llegó a manos de Petrosián? ¿Y cómo, y por qué, iba a enviarle él mismo a mi madre algo de tanto valor y tan peligroso, cuando sabía que ella incluso temía que se comunicaran directamente?
—No lo sé con seguridad —dijo Vartan—, pero a la vista de los acontecimientos de los últimos días, he empezado a formarme una fuerte sospecha. Se me ocurrió, por extraño que pueda parecer, que Taras Petrosián a lo mejor ya tenía en su poder ese trebejo hace diez años, cuando estuvimos todos en Zagorsk.
»A fin de cuentas, fue él quien lo arregló todo para trasladar nuestra última partida a ese lugar tan apartado, fue él quien me dijo que la pieza de ajedrez acababa de ser descubierta en el sótano del Hermitage y lo famosa que era, y fue él quien dijo que la habían llevado a Zagorsk sólo para exhibirla durante nuestro torneo de ajedrez. Así que, ¿por qué no pudo ser también Taras Petrosián, el hombre que os había atraído hasta Rusia, quien pusiera la pieza en esa vitrina, tal vez con la esperanza de que cuando Alexander Solarin la viera…?
Pero se detuvo, ya que claramente —al menos para mí— no había ninguna respuesta evidente respecto de cuál podía haber sido el objetivo de Petrosián. ¿Qué podía haber esperado que saliera de todas esas ingeniosas maquinaciones que, como quedó demostrado, no resultaron en nada para nadie… más que en una muerte?
Vartan se frotó su ensortijada cabeza para recuperar el riego sanguíneo, pues ni siquiera él le encontraba sentido.
—Hemos estado suponiendo —dijo, andándose con mucho cuidado— que todos ellos jugaban en equipos diferentes. Pero ¿y si no era así? ¿Y si mi padrastro hubiese estado intentando ponerse en contacto con tus padres desde el principio? ¿Y si siempre hubiera estado en su equipo, pero por alguna razón no lo supieran?
Y entonces lo comprendí.
En ese preciso instante… también Vartan lo comprendió.
—No sé cómo consiguió hacerse Petrosián con ese dibujo del tablero —dije— ni cómo pudo quitarme la tarjeta del bolsillo, que además es poco probable que significara nada para alguien que no fuéramos mi padre o yo. Pero sí sé una cosa. Sólo hay una persona en el mundo que pudo darle esa foto que metiste en el paquete que le enviaste a mi tío. Creo que es la misma persona que nos advirtió con esa tarjeta en Zagorsk.
Respiré hondo e intenté concentrarme en ver adonde llevaba exactamente todo aquello. Incluso Key, a esas alturas, escuchaba con atención sentada a los controles.
—Creo —añadí— que la persona que le dio a Taras Petrosián ese trebejo en primer lugar hace diez años, quizá también quien lo ayudó a atraernos hasta Moscú, fue la misma persona que le dio la fotografía para que pudiera incluirla en el paquete dirigido a mi madre que tú acabaste enviándole a Nim, con la intención de que mi madre creyera la historia de Petrosián.
»¡Esa persona es mi abuela! ¡La madre de mi padre! Key y tú me habéis dado la idea al decir, ambos, que mi madre cree que no existe el juego, que a lo mejor todos estamos de alguna manera en un mismo equipo. Y si de verdad mi abuela estuviera detrás de todo esto, querría decir…
Pero cuando Vartan y yo nos miramos con asombro, de pronto no encontré valor para decir lo que había estado a punto de decir. Incluso después de todo lo que nos habíamos visto obligados a afrontar, era demasiado para imaginarlo.
—Lo que quiere decir —nos informó Key por encima del hombro— es la razón por la que tu madre se ha estado escondiendo. Es la razón por la que organizó la fiesta, la razón por la que me envió a buscarte.
»Tu padre está vivo.
Así, en casi todas las mitologías existe un caldero milagroso. Unas veces ofrece juventud y vida, otras veces posee un poder curativo, y en algunas ocasiones […] también puede encontrarse en él fuerza inspiradora y sabiduría. A menudo, especialmente en forma de marmita, lleva a cabo transformaciones; a través de este atributo alcanzó un renombre excepcional como el
Vas Hermetis
de la alquimia.