El Fuego (64 page)

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Authors: Katherine Neville

Tags: #GusiX, Novela, Intriga

BOOK: El Fuego
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—Me capturaron en Crimea una noche en el otoño de 1953 y me llevaron en barco al
gulag
. Es algo inconcebible: muchos murieron en esos barcos, privados de agua y comida y hasta de cualquier fuente de calor, y de haber sido en invierno la fecha de mi captura, habría podido morir congelada, como les pasó a miles de personas. El sistema de campos de trabajos forzados en total ha matado a decenas de millones de seres humanos.

»No sé cuánto tiempo permanecí en el campo del
gulag
, comiendo bazofia, bebiendo agua mugrienta y cavando el
permafrost
para la construcción de carreteras hasta que me sangraban las manos, en carne viva. Menos de un año. Pero tuve suerte, porque mi huida fue comprada. Y más suerte todavía, porque aunque las tribus kamchatkas y coriacas, junto con sus niños, habían sido diezmadas en el pasado al haberse descubierto que daban refugio a "prisioneros políticos" como yo misma, un grupo del norte me acogió entre los suyos. A ellos también los habían perseguido hasta casi extinguirlos. La mayoría de los que sobrevivieron eran mujeres: las chamanes chucotas. También fueron ellas quienes salvaron la vida de Sasha. Y el hombre que lo dispuso todo para salvarnos a ambos se hace llamar "Galen March".

Una vez que hubo acabado de traducir las palabras de mi abuela, Vartan le preguntó:

—¿Que se hace llamar?

—Si escribes el nombre en gaélico, Gaelen, es un anagrama de Charlemagne, Carlomagno —expliqué. A continuación, dirigiéndome a Tatiana, añadí—: Pero no lo entiendo. ¿Cómo pudo rescatarte a ti también, hace cincuenta años, cuando el hombre que yo conozco sólo puede tener poco más de treinta?

Vartan tradujo mis palabras.

Entonces Tatiana se volvió hacia mí y me contestó en su inglés rudimentario:

—No, es mayor. Su nombre no es Charlemagne, ni tampoco Galen March. Te doy algo de él que explica… cómo se dice…

que lo explica todo.

Rebuscó entre su ropa de piel de reno y sacó un pequeño paquete. Se lo dio a Vartan y le hizo señas para que este me lo entregara a mí.

—Él escribe esto para ti, quién eres la próxima Reina Negra, y…

Sentí cómo el brazo de mi padre se tensaba alrededor de mis hombros, casi trémulo, cuando la interrumpió.

Tatiana negó con la cabeza y habló rápidamente a Vartan en otro idioma que no reconocí, ucraniano quizá. Al cabo de un momento él asintió, pero cuando volvió a mirarme, en su rostro apareció una expresión que no supe desentrañar.

—Lo que Tatiana insiste en que te diga, Xie —dijo Vartan—, es que es importante que todos leamos el contenido de este paquete de Galen ahora mismo, y que sobre todo, es de vital importancia para ti y para mí. Dice que Galen March es el Rey Blanco, pero no lo será por mucho tiempo; por lo visto, espera poder sustituirse a sí mismo por mí, precisamente. Sin embargo, el quid de la cuestión, dice Tatiana, es por qué abandona. No puede cumplir la misión en absoluto, dice, sólo nosotros podemos.

Vartan nos miró a los tres con gesto de absoluta perplejidad. A continuación dirigió la mirada a mi padre.

—Puede que esto no tenga mucho sentido para usted, señor, al menos hasta que haya recobrado un poco más de su memoria —le dijo Vartan—, pero su madre, Tatiana, afirma que el hombre del que estamos hablando, Galen March, es en realidad antepasado suyo. Es el hijo de Minnie Renselaas, la monja llamada Mireille… y se llama Charlot de Rémy.

—Tu madre debe de haberlo sabido desde el principio —señaló Key—. Es la única explicación que tiene el hecho de que depositara tanta confianza en Galen desde el preciso momento en que lo conoció, de que accediera a volver a vivir en Cuatro Esquinas, manteniéndolo a él en la reserva por si algún día necesitaba recurrir a su ayuda como refuerzo. Supongo que ese día llegó cuando tu madre descubrió que tu padre era capaz de recordar cosas. Os podía haber puesto a todos en peligro si «alguien que conocemos» llegaba a averiguar dónde estaba tu padre y lograba echarle el guante antes que nosotros. Fue entonces cuando decidió que tenía que colocar a Galen físicamente en su lugar como barrera en Colorado, y eso explica por qué nos subió también a Vartan y a mí a este barco.

»También tiene sentido que Cat quisiera manteneros a ti, a tu tío y a Lily Rad al margen de todo cuanto sabía y de sus planes, hasta el último momento posible. Ellos fueron jugadores la última vez y la de ahora era una partida completamente nueva. Además, los tres sois jugadores de ajedrez capaces de aceptar grandes riesgos, igual que tu padre, y es probable que tuviese miedo de que uno de vosotros saliese disparado como una bala de cañón, tomando la iniciativa y actuando por su propia cuenta. Así que lo organizó todo ella sola. ¡Menuda pieza está hecha tu madre! ¡Qué mujer tan dura!

«A mí me lo vas a decir…», pensé.

Acordamos que lo más sencillo sería que Vartan y yo leyésemos primero el paquete con los papeles de Galen para así poder informar luego a los demás, de modo que nos sentamos a solas a la luz del brasero, abrimos el paquete y leímos el relato de Charlot de Rémy.

EL RELATO DEL REY BLANCO

Todavía no había cumplido los siete años cuando regresé de Egipto a Londres en compañía de mi mentor, Shahin, quien me había criado mejor que un verdadero padre —de hecho, había ejercido de padre y madre— desde mi más tierna infancia. Había sido profetizado que sería yo quien resolviese el enigma, y mi madre, Mireille, estaba convencida de que así sería. El juego se había adueñado de su propia vida cuando, antes incluso de que yo naciera, le arrebató la de su amiga más íntima, su amada prima Valentine.

Shahin y yo llegamos a Londres procedentes de Egipto y descubrimos que durante nuestra ausencia mi madre había pasado varios meses en París con mi padre, quien le había entregado siete piezas del ajedrez que habían conseguido arrancar del poder del equipo blanco, y le había prometido darle aún más si lograba hacerse con ellas.

Como fruto de este nuevo y excepcional encuentro entre mis progenitores, descubrimos también que mi madre, justo antes de nuestra llegada de Egipto, había dado a luz a mi hermana pequeña, Charlotte. Durante cuatro años, mientras Charlotte crecía y se convertía en una niña sana y robusta, mi madre, Shahin y yo estudiamos los antiguos manuscritos de Isaac Newton en las salas de Cambridge que daban a los huertos de su propiedad. Fue allí donde realicé un descubrimiento: el secreto por el que todos llevaban siglos luchando era algo más que la transmutación de metales base, era el secreto de la mismísima inmortalidad,
al-iksir
lo llamaban los árabes: el elixir de la vida. Pero no lo sabía todo aún.

Yo tenía diez años y Charlotte había cumplido ya los cuatro cuando conocimos en persona a nuestro padre, Charles-Maurice de Talleyrand, en el balneario de Bourbon l'Archambault. Mi madre, decidida a poner punto final al juego que dominaba su vida por completo, nos había llevado consigo para asegurarse de que nuestro padre cumplía su promesa de conseguir más piezas.

Después de esa noche en el balneario de Bourbon, cuando tenía diez años, no volví a ver a mi padre hasta al cabo de veinte años. Aunque había conseguido convencer a mi madre de que lo dejase criar a Charlotte como si fuera su propia hija adoptada —a lo que mi madre accedió—, Mireille no podía separarse de mí. Yo era el profeta que había sido anunciado, dijo. Nací ante los ojos de la diosa en el desierto, y sería yo quien resolviese el enigma del ajedrez de Montglane.

Y con respecto a eso, tenía razón.

Estuvimos trabajando en el secreto del ajedrez durante casi veinte años, primero en Londres y luego en Grenoble, pero durante años realizamos muy pocos progresos más allá de ese descubrimiento inicial de aquello en lo que creíamos que consistía el secreto en realidad.

En Grenoble estaba la Académie Delphinale, en cuya fundación Jean-Baptiste Joseph Fourier, autor de la
Teoría analítica del calor
, había desempeñado un papel fundamental. Fue con Fourier con quien Shahin y yo habíamos pasado tanto tiempo durante nuestra incursión en Egipto en la campaña de Napoleón cuando yo era sólo un niño, una expedición que había traído consigo a Europa una piedra de Rosetta que iba a requerir tanto tiempo para descifrarla como el que había consumido nuestro proyecto con el ajedrez de Montglane… y que no tardaría en estar relacionada con él de forma importantísima.

Hacia el año 1822, el propio Fourier ya era famoso por los grandes tratados que había escrito sobre los numerosos descubrimientos científicos que aún seguían manando de Egipto. Él personalmente había financiado en la academia de Grenoble los estudios de un joven que poseía un gran dominio de las lenguas antiguas y a quien llegamos a conocer muy bien: se llamaba Jean-Francois Champollion.

El 14 de septiembre de 1822, Jean-Francois echó a correr por la calle en dirección al despacho de su hermano gritando: «
Je tiens l'affaire!
». Después de casi veinte años de esfuerzo personal y de trabajar en el problema, casi desde la niñez, fue el primero en descifrar el enigma de la piedra de Rosetta. La clave del secreto era una sola palabra:
Tot
.

Mi madre no cabía en sí de entusiasmo, y es que
Tot
, como es bien sabido, fue el gran dios egipcio al que los romanos equipararon con Mercurio y los griegos con Hermes, padre de la alquimia. Las propias tierras de Egipto, en la antigüedad, se llamaban
al-Kem
. Todos nosotros, incluido el propio Fourier, estábamos seguros de que Jean-Francois había encontrado la clave de algo más que de las transcripciones egipcias: había hallado la clave de los antiguos misterios, uno de los cuales, el ajedrez de Montglane, obraba en poder de mi madre.

Yo mismo sentía que estábamos a punto de realizar un descubrimiento fundamental, un descubrimiento en el que yo desempeñaba el papel para el que mi madre creía que había nacido. Pero por mucho que lo intentase, no lograba abarcarlo del todo.

Así, instigado por mi madre, dejé a Fourier y a Champollion concentrados en los progresos de su importante avance científico, y a mi madre y a Shahin enfrascados en el estudio del propio ajedrez y me fui solo al desierto en busca de las antiguas escrituras de aquellas rocas aún más antiguas en las que yo había nacido.

Mi madre tenía el absoluto convencimiento de que el único modo de poner fin al juego de una vez por todas era que un equipo, o una persona incluso, reuniese el número de piezas suficiente para resolver el enigma, crease la fórmula y se la bebiese.

Y con respecto a ese convencimiento, estaba en un grave error.

Aquel error acabaría por destruir su vida.

Y también la mía.

Cuando Vartan y yo llegamos a ese punto del manuscrito, colocó la mano encima de la mía sobre la página.

—Continuaremos con la historia dentro de un momento —me dijo en voz baja—, pero creo que tú y yo seguramente ya conocemos la respuesta a qué es lo que este hombre cree que ha destruido su vida, como también la de su madre. Y a por qué le parecía tan sumamente importante que hiciera lo que ha hecho y que escribiese esto precisamente para nosotros.

Buceé en los ojos oscuros de Vartan ante la luz rojiza de los rescoldos y supe en ese instante que tenía razón.

—Porque sigue vivo —dije.

Vartan asintió despacio y añadió:

—Y la mujer a la que ama no.

CIUDAD DE FUEGO

El día del fin del mundo, el mundo será juzgado por el fuego, y todas las cosas que Dios hizo de la nada se verán reducidas a cenizas por obra del fuego, cenizas de las cuales el ave Fénix habrá de producir sus jóvenes […] Tras la conflagración, se formará un nuevo cielo y una nueva tierra, y el nuevo hombre será más noble en su estado glorificado.

BASILIO VALENTÍN,

El trípode áureo

Dios le dio a Noé la señal del arco iris. No más agua, ¡la próxima vez, el fuego!

JAMES BALDWIN,

La próxima vez el fuego

Hay que hacer chocar entre sí unas cuantas piedras para crear fuego.

GARI KASPÁROV,

Cómo la vida imita al ajedrez

F
ue sin duda un camino largo y tortuoso, pero también maravilloso, el de vuelta a aquella brillante Ciudad de la Colina la que llamaba mi casa.

Primero, Key, como de costumbre, ya lo había dispuesto todo de antemano (con la connivencia de Lily, la conductora habitual de aquel cacharro) para que todos nosotros nos reuniésemos en un lugar más discreto que Lake Hood, una pequeña base privada para hidroaviones ligeramente al norte de Anchorage: un lugar en el que la gente tal vez no sabía siquiera qué era un Aston Martin edición limitada, conque mucho menos sería un lugar donde un coche así podía suscitar atención.

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