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Authors: Katherine Neville

Tags: #GusiX, Novela, Intriga

El Fuego (61 page)

BOOK: El Fuego
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Key dijo que esperaba que no nos importase, pero que, como pronto sería ella quien haría todo el trabajo a los controles, iba a necesitar una noche entera de sueño reparador. Así que se reservaba para sí la cama grande del dormitorio privado y nos dejaba acampar a Vartan y a mí en las dos literas de la «bodega principal del barco».

Cuando anunció que se iba a dormir y cerró la puerta del dormitorio, Vartan sonrió.

—¿Normalmente prefieres arriba o abajo? —dijo con un gesto en dirección a las literas.

—¿No crees que deberíamos dejar esa pregunta para cuando nos conozcamos un poco mejor? —repuse, riendo.

—Verás —dijo él, más serio esta vez—, es que, si de verdad vamos adonde tu amiga Nokomis dice que vamos mañana, creo que debería puntualizar que esta noche podría muy bien ser la última que tendremos nunca tú y yo para estar juntos… o, mejor dicho, para estar sobre la faz de la Tierra. La ruta que ha escogido es la más horrible del planeta. O Key es la mejor piloto del mundo, o está completamente loca. Y, por supuesto, nosotros dos estamos igual de locos por acompañarla.

—¿Tenemos alternativa? —dije.

Vartan se encogió de hombros y sacudió la cabeza con resignación.

—Entonces, ¿puede un hombre que tiene la certeza de que va a morir dentro de poco pedir un último deseo? —dijo, en un tono que no parecía contener el menor rastro de ironía.

—¿Un deseo?

Mi corazón empezó a palpitar con fuerza. Pero ¿qué podía desear —que se me ocurriera a mí, al menos—, si Key estaba durmiendo en la habitación de al lado y él sabía perfectamente que teníamos que estar todos listos para despegar antes de que amaneciera?

Vartan sacó de repente la botella de pera Williams junto con un vasito de licor que se parecía sospechosamente al del restaurante y, mientras llevaba todo eso en una mano, me asió del brazo y tiró de mí hacia el baño.

—Creo que de repente me he visto invadido —me informó—por un ardiente deseo de descubrir más cosas sobre las propiedades térmicas del comportamiento del calor bajo una enorme presión. Si dejamos la ducha abierta durante un buen rato… ¿cuánto crees que seremos capaces de subir la temperatura?

Cerró la puerta del baño y se reclinó en ella. Sirvió un vaso, dio un sorbo, me lo pasó y dejó la botella. Después, sin quitarme los ojos de encima ni un instante, alargó el brazo y abrió la ducha. Yo casi me había quedado sin habla.

Casi… pero no del todo.

—Podría acalorarme bastante aquí dentro —admití—. ¿Estás seguro de que quieres aprender todo eso sobre la temperatura de las calorías esta noche? ¿Con esa importante misión por delante, dentro de nada?

—Me parece que, a estas alturas, los dos hemos interiorizado bastante bien las reglas de este juego —dijo Vartan, inclinándose hacia mí—. Por lo visto, no hay nada, nada, más importante que comprender las auténticas propiedades del fuego. A lo mejor deberíamos aprender algo más justamente sobre lo que son.

Rozó con un dedo el borde del vaso que yo tenía en la mano y después extendió el líquido sobre mis labios, donde el aguardiente me quemó. Apretó entonces su boca contra la mía, y otra vez sentí esa corriente de calor recorriéndome por dentro. El baño se estaba llenando de vapor.

Vartan me miró sin sonreír aún.

—Creo que hemos alcanzado la temperatura necesaria para embarcarnos en cualquier experimento que deseemos llevar a cabo —afirmó—. Pero no olvidemos que, cuando se trata de alquimia, el momento propicio lo es todo.

Me atrajo hacia sí y volvimos a besarnos. Sentí el calor a través de mi buzo… pero no por mucho tiempo. Vartan bajó la cremallera de mi traje aislante y me lo quitó. Después empezó a desvestirme. Para cuando le llegó el turno a la sastrería de él, el corazón me latía con tanta fuerza que incluso pensé que iba a perder el conocimiento a causa de un exceso de riego sanguíneo… no todo él, debo confesar, dirigido a mi cerebro.

—Quiero enseñarte algo realmente hermoso —me dijo Vartan en cuanto se hubo desnudado.

Madre de Dios…

Me llevó hasta la larga pared de espejos, desempañó un amplio círculo, se puso detrás de mí y señaló al reflejo. Cuando el vapor empezó a cubrir de niebla nuestras imágenes otra vez, miré a Vartan a los ojos en el espejo.

Dios mío, no podía pensar en nada que no fuera desearlo.

Cuando al fin recuperé la voz, dije:

—Eres realmente hermoso.

Rió.

—Yo hablaba de ti, Xie —me dijo—. Quería que por un momento te vieras como te veo yo.

Contemplamos cómo nuestros reflejos se desvanecían de nuevo en el vapor. Entonces me hizo girar para mirarlo de frente.

—Pero hagamos lo que hagamos esta noche, ahora mismo —dijo—, aunque acabemos los dos con graves quemaduras, puedo asegurarte una cosa. Sin duda alguna, estaremos siguiendo las instrucciones originales… tal y como fueron escritas.

IMPACTO Y ESTUPOR

Pero llegados a este punto es absolutamente necesario establecer una distinción entre tres cosas […] la capacidad militar, el país y la voluntad del enemigo. Hay que destruir la capacidad militar […] hay que conquistar el país […] pero aun cuando se consigan estos dos objetivos, no se puede dar por concluida la guerra hasta que también se logre someter la voluntad del enemigo.

CARL VON CLAUSEWITZ,

De la guerra
, primera edición de 1832

Nunca se podrá poner fin a la guerra contra los nómadas del desierto, pues su respuesta ante una fuerza de superioridad aplastante consiste en una amplia dispersión y en tácticas de guerrilla. Frente a ellos, un ejército es tan poco efectivo como el golpe de un puño contra un almohadón.

E.W. BOVILL,

The Golden Trade of the Moors

S
i iba a seguir viajando por el mundo con Nokomis la Magnífica, más me valía acostumbrarme a ir tirada por el suelo encima de mochilas y cosas así: el reactor de nuestro «vuelo chárter» a Anchorage era un avión de carga sin asientos en la parte posterior.

—Ha sido lo mejor que he podido conseguir dadas las circunstancias —nos dijo Key.

Mi cara allí atrás también era de circunstancias, sobre todo teniendo en cuenta la cantidad de cajas a las que sólo sujetaba una red por cada lado. Esperaba que nuestro lastre no las hiciese moverse demasiado.

El vuelo transcurrió sin incidentes, pero se nos hizo muy, muy largo. Casi cinco mil kilómetros de Jackson a Anchorage con una escala en Seattle para descargar, volver a cargar y repostar, tanto nosotros como el avión, doce horas en total, pero a aquellas alturas sí estaba completamente segura de que era imposible que alguien, ni en sus sueños más intrépidos, fuese capaz de seguirnos en aquel disparate.

Aterrizamos en el aeropuerto internacional de Anchorage justo antes del amanecer. Vartan y yo dormíamos a pierna suelta entre la carga, de modo que ni siquiera oímos el chirrido del tren de aterrizaje al accionarse. Key nos espabiló y nos dio órdenes de coger las mochilas, lo cual se estaba convirtiendo en una costumbre en ella. A continuación dio las gracias a nuestros pilotos y allí mismo, en la pista de aterrizaje, nos subimos a una furgoneta de carga con un cartel donde se leía Lake Hood.

Mientras avanzábamos por el asfalto, Key dijo:

—Podríamos haber salido de un punto mucho más pequeño y mucho más discreto. Escogí este sitio no sólo porque sea el más cómodo para llegar a nuestro lugar de reunión propuesto —explicó, arqueando una ceja ante Vartan—, sino porque Lake Hood es el aeropuerto para hidroaviones más grande y de mayor tráfico del mundo. Está preparado para cualquier tipo de aeronave en que hubiésemos llegado. Durante la guerra, en los años cuarenta, excavaron un canal que comunicaba los dos lagos, Lake Hood y Lake Spinnard. En los setenta ya disponían de una pista de despegue de casi setecientos metros de asfalto y de múltiples canales adicionales de amarre para que la aeronave no se suelte, y pueden ofrecer sus servicios a cualquier cosa que aterrice, ya sea con ruedas, estándar o hidroaviones anfibios, e incluso aviones de esquí en invierno. Y ¿sabéis qué os digo? Que en función del parte metereológico previsto para hoy, los esquíes podrían habernos venido de perlas…

»Ya he enviado instrucciones por radio —añadió— de que tengan a
Becky
preparada para nosotros, con flotadores y lista para despegar.

—¿
Becky
? —exclamé—. Creía que prefería a
Ophelia
.

Key se volvió para explicárselo a Vartan.

—De Havilland fabrica las mejores avionetas del mundo. Les gusta ponerles nombres de animales como «ardilla» o «caribú»; mi avioneta en Grand Teton es una
Ophelia Otter
, una nutria, y
Becky
, a la que estás a punto de conocer, es un Beaver, un castor, que es la avioneta por antonomasia, la definitiva. En cualquier aereopuerto en el que aterrices, aunque haya Lear Jets y Citations en la pista, los pilotos siempre se suben a esa sin pensarlo dos veces. —Y a continuación, añadió—: Mayor razón aún para despegar de un sitio como Lake Hood, donde sólo seremos uno más entre tanto trasiego.

Podían decirse muchas cosas de Key, pero desde luego no se la podía acusar de no pensar en absolutamente todo.

Sin embargo, había algo en lo que yo no había pensado hasta oír su comentario.

—¿Flotadores? —pregunté—. Por lo que dijiste anoche, creí que hoy nos pasaríamos el día aterrizando de isla en isla.

—Sí —contestó Key, con una pizca del aire poco halagüeño de Vartan—. Y así es como la mayoría de la gente se desplaza por estos pagos, dando saltitos de una hora y plantificando las ruedas en ese suelo fangoso de tundra. Así es como lo hago yo normalmente, pero como ya he dicho, para montar todo este tinglado han hecho falta muchas horas de reflexión y planificación. Y al final de nuestro particular camino de baldosas amarillas, me temo que acabaremos dándonos un buen chapuzón en el agua.

Hacía ya rato que el sol había franqueado la línea del horizonte de Lake hood para cuando Key hubo supervisado el combustible y revisado todos los indicadores y los depósitos de reserva. Nos había hecho colocarnos los chalecos salvavidas y nos había pasado a los tres a nuestros bártulos para que pudiera realizar los cálculos definitivos de consumo de combustible.

Cuando por fin nos soltaron los amarres y nos situamos en el canal a esperar vía libre para el despegue, vi cómo el agua espumosa de abajo se arremolinaba en torno a los flotadores de la avioneta. Al final, Key se volvió para dirigirse a nosotros.

—Perdón por mi obsesión con el combustible, pero es lo único en lo que pensamos los pilotos de avionetas privadas como yo, es un asunto de vida o muerte. En los últimos sesenta años se han recuperado los restos de un montón de aviones que se habían quedado secos de combustible en las rocas a las que nos dirigimos. Y aunque hay media docena de aeropuertos o pistas de aterrizaje desperdigados por esta zona, no todos ofrecen la posibilidad de repostar en el agua, algunos están tierra adentro.
Becky
cuenta con tres tanques de combustible, además de sus tanques de propina (el combustible que hay en el extremo de las alas), pero aun así son sólo quinientos litros. Dentro de cuatro horas ya estaremos consumiendo el combustible de la punta de nuestra segunda y última ala, momento en que la tripa de
Becky
empezará a rugir de hambre.

—Y entonces, ¿qué? —inquirió Vartan; era evidente que estaba reprimiendo un «ya te lo advertí».

—¿«Entonces, qué», dices…? —repuso Key—. Pues que tengo mals y buenas noticias. Previendo que tal vez no podamos repostar exactamente cuando y donde queramos, me he traído tanto combustible extra como he podido, combustible bajo en plomo de cien octanos, en bidones de veinte litros. He repostado así muchas veces, sobrevolando mar abierto. No es muy difícil, sólo tienes que ponerte de pie en el flotador para hacerlo.

—¿Y cuáles son las malas noticias? —dije yo.

—Pues que primero, claro está —contestó Key—, hay que encontrar un sitio lo bastante tranquilo para amerizar con la avioneta.

Pese a todas las funestas implicaciones, imprecaciones y condiciones adversas de las veinticuatro horas anteriores, en cuanto hubimos despegado y puesto rumbo oeste-sudoeste, me alegré de estar en el aire y haber pasado a la acción por fin. Por primera vez, superado ya el impacto que había supuesto el ver a mi madre y asimilado el estupor de saber que mi padre estaba vivo, logré concentrarme en la idea increíble y desconcertante de que íbamos a ir realmente en su busca.

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