Dos velas para el diablo (42 page)

Read Dos velas para el diablo Online

Authors: Laura Gallego García

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil

BOOK: Dos velas para el diablo
11.27Mb size Format: txt, pdf, ePub

Además, aún no estoy segura de que sea capaz de regresar al estado espiritual. Él dice que sí, pero yo todavía no lo he visto, y hemos viajado a todas partes en avión. Si Angelo está atrapado en un cuerpo humano, como todos los ángeles, como muchos demonios, no tiene modo de escapar. Aun así, nuestros captores lo vigilan de cerca.

Llegamos hasta un ascensor que solo funciona con una clave de seguridad. En apenas unos minutos estamos ya en el último piso. Nos conducen al enorme despacho que ya conozco. Una vez allí, Valefar se pone unos gruesos guantes, saca una bolsa de tela de un armario y extrae de ella unas esposas que brillan con una luz siniestra que me resulta familiar. Angelo abre mucho los ojos, alarmado.

—No se te ocurra ponerme eso —le advierte, pero Valefar se encoge de hombros.

—Lo siento, son normas de la casa.

Angelo trata de zafarse, pero pronto se encuentra con cinco espadas apuntando a su cuello, y no le queda más remedio que permanecer inmóvil mientras Valefar le arranca la chaqueta para dejar sus muñecas desnudas y le coloca las esposas. Angelo lanza un grito de dolor. Revoloteo en torno a él.

«¿Qué es eso? ¿Por qué te duele?», pregunto, inquieta.

—Es un instrumento hecho del mismo material que nuestras espadas —responde Valefar mientras engancha las esposas a una cadena similar que ajusta a la pared—. Es solo por seguridad. Naturalmente, la argolla a la que está encadenado tiene una sujeción que cualquier demonio podría romper de un simple tirón… si es capaz de aguantar el dolor de entrar en contacto con la cadena y las esposas. Más de uno ha muerto intentándolo, así que te recomiendo que te quedes quieto, Angelo. Si te portas bien, el dolor será soportable. Cualquier movimiento brusco lo convertirá en una auténtica agonía.

Angelo respira hondo, se yergue en el sitio y le dispara una mirada malhumorada. Las esposas le rozan la piel, y su rostro revela, aunque trate de ocultarlo, que le hacen mucho daño. Empiezo a comprender por qué ni los ángeles ni los demonios tienen una palabra para definir el material con el que fabrican sus espadas: el único instrumento que puede matarlos, el único que puede causarles daño. Para ellos, es la muerte. Puede que se trate de una especie de tabú. Por eso me sorprende que lo manejen con total naturalidad para crear muchas otras cosas que no son espadas.

Angelo parece estar pensando lo mismo que yo, porque comenta, con toda la frialdad de la que es capaz dadas las circunstancias:

—Cuánto derroche; incluso yo recuerdo los tiempos en que las espadas de los enemigos caídos solo generaban nuevas espadas.

Valefar vuelve a encogerse de hombros.

—Gracias a la Plaga, tenemos superávit de espadas angélicas —responde—. Podemos permitirnos estos pequeños caprichos.

Se calla enseguida cuando detecta un movimiento en la puerta. Nos volvemos todos a una: Nebiros acaba de entrar.

Capítulo XV

L
O
observo con curiosidad. La última vez que estuve en su despacho, solo lo vi desde arriba, pero mi primera impresión no se aleja mucho de la realidad. Quizá es un poco más alto de lo que había supuesto en un principio, y también se me pasaron por alto sus ojos azules, duros y severos.

Sus esbirros, con Valefar a la cabeza, se inclinan ante él. Angelo se queda muy quieto, pero Valefar lo empuja para que se arrodille, y él lo hace, con un aullido de dolor que le obliga a cerrar los ojos.

Vale, lo reconozco, no me gusta verle así. Ojalá le quitaran esa cosa de una vez. Me acerco un poco más a él, preocupada.

Mientras, Nebiros se nos ha quedado mirando como si fuésemos escoria recién traída del vertedero.

—De modo que tú eres Angelo —comenta—. Tenía ganas de conocerte: me has traído muchos problemas. Llevo años tratando de llevar a cabo un pequeño proyecto, y me he esforzado mucho, no imaginas cuánto, por mantenerlo oculto. Y entonces llegáis tú y tu pequeña amiga humana, husmeáis un poco en mis asuntos y, de pronto, mi proyecto ya no es tan secreto como yo creía.

—Deberíais elegir un poco mejor a vuestra gente de confianza —replica Angelo sin inmutarse—. Tienen la lengua muy larga. De no ser por eso, probablemente nosotros no estaríamos aquí hoy.

Nebiros le lanza una mirada que es puro veneno.

—Te lo habría perdonado si te hubieses limitado a contárselo a tu señor. Al fin y al cabo, todos sabemos lo comprometedora que puede resultar la servidumbre. Pero revelaste algunos de mis secretos más importantes a Nergal. ¡A Nergal! —repite alzando la voz; se está enfadando por momentos—. ¡Al mayor chismoso del mundo de los demonios!

Ya le dije que eso no había sido una buena idea, pienso para mis adentros.

—A él también le debía un favor —responde Angelo—. Y, por si os sirve de consuelo, no creo que haya ido contándolo por ahí. Seguro que es una información que vende cara —añade con una torva sonrisa.

Nebiros se le queda mirando, preguntándose, sin duda, si se lo carga o no.

—Vas a morir esta noche —le informa con total frialdad—. Puedo asegurarte que no verás un nuevo amanecer. Pero de ti depende que el proceso sea rápido e indoloro, o que se convierta en un tormento indescriptible.

—Me parece justo —asiente Angelo—. ¿Qué puedo hacer para ganarme una muerte rápida?

No puede estar hablando en serio. ¿Cómo puede estar tan tranquilo? ¿De verdad cree que Nebiros no le va a matar, que llegará Astaroth para rescatarlo en el último momento?

«Angelo…», murmuro sin querer. Me callo enseguida, pero Nebiros ya me ha oído. Se vuelve hacia mí con un destello perverso en la mirada.

—Mira, tu pequeño fantasma se preocupa por ti —comenta—. ¿Qué va a ser de ella cuando estés muerto? Se convertirá en un espectro perdido, ¿no es cierto?

—Me da igual —replica Angelo con aplomo—. ¿Qué queréis saber exactamente? Puedo revelaros el nombre de mi señor, si es lo que os interesa. O puedo hablaros de todo lo que sé acerca de vuestro proyecto y a quién se lo he contado.

—Todo eso sería muy interesante, sí —sonríe Nebiros.

—El problema es que sé que, en cuanto haya hablado, moriré. Y dado que tengo en mi poder información que os interesa, y que si me matáis antes de que yo diga nada, esa información morirá conmigo, creo que puedo permitirme la osadía de tratar de negociar.

A los labios de Nebiros aflora una sonrisa socarrona.

—Te tenía por un demonio más inteligente, Angelo.

—Yo también pensaba que no tenía opción de negociar —replica él—, pero resulta que me he enterado de que tenéis una prisionera que se negó a hablar… y sigue viva —concluye mirando a Nebiros con fingido asombro.

Él se ríe, y sus esbirros con él.

—Has cometido un error de cálculo: no es mi prisionera. Pero tú sí me perteneces, y por tanto puedo hacer contigo lo que se me antoje. No tienes posibilidad de negociar, Angelo.

—Puedo contarlo todo si me dejáis con vida. No tengo nada personal en esto; solo cumplía órdenes. Y, como habéis podido comprobar, las he cumplido con eficiencia. Puedo ser un leal servidor si me dais la oportunidad. Me da lo mismo trabajar para uno o para otro. Si me perdonáis la vida…

—No hay trato —corta Nebiros—. Lo que yo busco son sirvientes leales, no chaqueteros como tú.

—Señor, me habéis herido en lo más hondo —responde Angelo, muy serio.

Estoy alucinando. No puedo creer que esté tan tranquilo que hasta se permita no solo bromear, sino encima vacilarle a Nebiros como si nada. ¿Tan seguro está de que Astaroth vendrá a rescatarnos?

La sonrisa de Nebiros se borra de repente.

—Así que quieres jugar, ¿eh? Muy bien; juguemos. Me temo que ya has perdido tu opción a una muerte rápida —alza la cabeza para mirar a sus esbirros—. Marchaos. Valefar, tráeme a la prisionera. Será muy interesante contrastar opiniones.

No necesita decirlo dos veces. Los demonios se inclinan en señal de respeto y se retiran en silencio.

Finalmente, solo quedamos en el despacho Nebiros, Angelo y yo.

—¿Y bien? —pregunta nuestro captor—. ¿No tienes nada que decirme?

Angelo sigue arrodillado en el suelo. Si se levanta, las esposas le harán más daño aún, y eso es algo que quiere evitar por el momento.

—Ah, pues… que el plan de exterminar a la humanidad mediante un virus letal me parece muy logrado. Mis felicitaciones.

Nebiros enarca una ceja.

—¿Nada más?

—… y mis disculpas por revelar secretos tan importantes acerca del proyecto… ¿tiene algún nombre en concreto? —pregunta alzando la cabeza hacia Nebiros con fingida inocencia.

—Proyecto Apocalipsis —responde una voz, suave y profunda, desde algún rincón de la habitación.

Nos pilla por sorpresa a todos, excepto a Nebiros. Nos volvemos hacia todas partes, sorprendidos, en busca del dueño de la voz.

Entre las sombras, como si acabase de materializarse, aparece una cuarta persona en la habitación.

Es alto, muy alto, y una larga melena rubia, casi blanca, le cae por la espalda. Sus facciones son exquisitas, delicadas, como cinceladas por un artista. Sus ojos verdes, sin embargo, poseen la frialdad de un bloque de mármol. Y es una lástima, porque la luz angélica brilla en ellos con fuerza, al igual que en las dos impresionantes alas luminosas que acaba de desplegar tras él.

Un ángel… ¡un ángel! Me siento feliz y aliviada, más de lo que lo he estado en toda mi vida. ¡Han venido a rescatarnos! ¡Jeiazel cumplió su promesa! Lanzo una mirada triunfante a Nebiros, pero me sorprende comprobar que este no parece impresionado.

Tampoco Angelo, que observa al recién llegado con recelo.

—Muy apropiado —comenta con lentitud—. Lo del nombre, quiero decir. ¿Se te ocurrió a ti?

Pero ¿qué está diciendo? Le miro, escandalizada; sin embargo, él no aparta sus ojos grises del ángel, que le devuelve una sonrisa condescendiente. Después, se vuelve hacia Nebiros y le pregunta:

—¿Qué es esto? ¿Dónde está Gabriel?

—No tardará en llegar. Este joven demonio ha sido enviado por los líderes de la Secta de la Recreación y sabe más de lo que debería.

El ángel mira a Angelo con algo más de interés.

—¿Y por qué no está muerto?

—Porque pensamos que estaría más dispuesto a hablar que nuestra bella prisionera. No tiene tantos escrúpulos. Además, el fantasma que lo acompaña es la primera de los recreados. ¿No resulta paradójico que haya ido a parar al mismo lugar que Gabriel?

El ángel entorna los ojos y me observa por vez primera. Le dirijo una mirada llena de esperanza, pero él se limita a torcer el gesto con cierta repugnancia.

—Los humanos son indecentemente obstinados —comenta sin más—. Pero no hacía falta que los trajeses: Gabriel hablará esta noche.

Lo miro, anonadada. No es posible. ¿Es el «socio» de Nebiros? ¿Un ángel? ¿Uno de los míos?

—Gabriel no hablará, ni esta noche ni nunca —replica Nebiros—. Es un arcángel. Tú, mejor que nadie, sabes lo que eso significa. Pero, de un modo o de otro, obtendremos toda la información que necesitamos.

No ha terminado de hablar cuando regresa Valefar. Lleva consigo a Gabriel, que camina descalza envuelta en su chaqueta de lana, arrastrada por una cadena que se cierra en torno a sus delicadas muñecas. Contrae su rostro en un gesto de dolor, porque la cadena le hace daño, y mucho. Y, aun así, alza las alas y levanta la cabeza, desafiante, para enfrentarse a sus enemigos.

—Te saludo de nuevo, Gabriel —dice el ángel plácidamente.

Ella entorna los ojos en una mueca de ira.

—Uriel —escupe—. Te acordarás de esto.

Y la última pieza del rompecabezas encaja, limpiamente y a la perfección. Si creía que esta retorcida conspiración ya no podía reservarme más sorpresas, no cabe duda de que estaba equivocada. Contemplo con estupor a los dos arcángeles: Gabriel, prisionera, embarazada y, aun así, retadora y segura de sí misma. Y Uriel, magnífico en su esplendor angélico, sereno, frío y tranquilo, como si pactar con un demonio como Nebiros para exterminar a la humanidad fuese algo que uno hace todos los días.

Por si me quedaba alguna duda, por fin entiendo, por fin asumo, que hace ya mucho tiempo que esto dejó de ser una guerra entre ángeles y demonios. Que lo que está en juego es el mundo, la supervivencia de ambas especies, y la nueva batalla se libra entre aquellos que pretenden sobrevivir limpiando el planeta de humanos, y aquellos que no conciben un nuevo mundo sin ellos… sin nosotros.

Que tenemos defensores y detractores, tanto entre los ángeles como entre los demonios.

Que ya hace mucho tiempo que algunos ángeles, ángeles sabios y poderosos como Uriel, dejaron de creer en nosotros.

Comprendo, de pronto, que los ángeles no van a venir a rescatarnos. Que no saben nada acerca de la conspiración de Nebiros, nada salvo lo que yo le conté a Jeiazel. Que el ángel al que Orias le mostró el futuro no era otro que Uriel.

Y que, mientras su socio se afanaba en su laboratorio canadiense ultimando los retoques finales a su arma de aniquilación total, Uriel, desde la sombra, se dedicaba a averiguar dónde estaba el punto de inflexión que, según la visión de Orias, daría al traste con su plan, a descubrir a los hijos del equilibrio y a eliminarlos uno a uno.

Y recuerdo, como si acabase de vivirlo, a la criatura que me atacó en la biblioteca, en Valencia; aquella de la que yo sospeché que era un ángel porque no fue capaz de matarme.

Muy probablemente, lo era. Un enviado de Uriel que ignoraba quién era yo, y que tuvo dudas al ver que yo me defendía con una espada angélica.

Por eso Uriel dejó de recurrir a sus ángeles subordinados, que no creo que sepan realmente en qué anda metido, y no tuvo más remedio que delegar en Nebiros. Este contrató a Agliareth para encontrarme, y Agliareth le encargó el trabajo a Nergal, que me localizó en Madrid y trató de asesinarme a través de Rüdiger, el demonio al que Angelo mató al día siguiente de conocernos. Al fallar este, y al presentarnos nosotros en Berlín para pedirle cuentas a Nergal, Nebiros decidió que el asunto debía quedar en casa, y se lo encomendó a sus propios esbirros, empezando por Alauwanis, que envió a Johann a matarme, y continuando con Valefar, que nos capturó ayer en el Retiro. Quizá decidieron que éramos más valiosos vivos al empezar a sospechar que no solo sabíamos demasiado, sino que además no íbamos por libre; que el Grupo de la Recreación, viendo morir a sus hijos a manos de esbirros enviados por un señor demoníaco desconocido, había pasado al contraataque. Sabían que la Recreación no era un hecho aislado, sino que había gente muy importante detrás, gente como Gabriel, y empezaron a temer por la seguridad de su plan. Ya no les bastaba con eliminar a los niños mestizos que nacían del cruce entre ángeles y demonios: tenían que acabar con su segundo líder porque, al igual que el Proyecto Apocalipsis está en manos de un ángel y un demonio poderosos, también había un señor del infierno caminando junto a Gabriel en la aventura de la Recreación.

Other books

Ugly Beauty by Ruth Brandon
Hurt Machine by Reed Farrel Coleman
Trust Me by Natasha Blackthorne
02 Jo of the Chalet School by Elinor Brent-Dyer
TH03 - To Steal Her Love by Matti Joensuu
Before the Dawn by Kristal Lim