Atlantis - La ciudad perdida (34 page)

BOOK: Atlantis - La ciudad perdida
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—¿Qué va a hacer al respecto?

—El oficial al mando del Wyoming, el capitán Rogers, ha decidido permanecer en él y realizar su última misión, que es vigilar la puerta del Triángulo de las Bermudas y estar preparados para cualquier contingencia. No puede hacer otra cosa.

—Caballeros. —La voz del presidente era firme—. Les he estado pidiendo alternativas y no me han dado ninguna. ¡Tenemos que hacer algo antes de que mucha más gente se vea afectada!

Un silencio llenó el altavoz, y Foreman continuó inmóvil en su cubículo de cristal. Bajó la vista hacia su consola. Seguía sin recibir noticias de Sin Fen.

—La fuente de esto está en la puerta de Angkor, ¿verdad? —preguntó el presidente.

—Allí empezó —admitió Foreman, hablando por fin—. Pero ahora parece que hay otras fuentes abiertas en otras puertas.

—Pero fue allí donde empezó todo —insistió el presidente.

—Sí, señor.

—Entonces ¿por qué no lo volamos sin más? —preguntó el presidente—. ¿Por qué no borramos Angkor del mapa?

Foreman pudo escuchar el asombro y la consternación que esa sugerencia provocó en la Sala de Crisis. La voz de Bancroft era la más estridente.

—Señor, ese lugar está en mitad de otro país. ¡No podemos borrarlo del mapa! Piense en las reacciones internacionales.

—¡Piense en lo que nos espera aquí! —replicó el presidente—. Si esa cosa sigue empeorando, no tendremos ocasión de preocuparnos de ninguna reacción internacional.

—Señor—intervino Foreman—, estoy de acuerdo en que hay que destruir esa fuente, pero el problema es doble a nivel práctico. En primer lugar, desconocemos el lugar exacto donde se halla la fuente en la puerta de Angkor, y estamos hablando de un área de más de doscientos kilómetros cuadrados. Ha bloqueado todos nuestros equipos de toma de imágenes.

»El segundo problema es cómo destruir la fuente una vez la hayamos localizado. Ya conoce la historia de estas puertas y cómo afectan a las personas, los aviones y los barcos. También sabe lo que le ha ocurrido al Thunder Dart. Todo lo que enviemos a la puerta de Angkor será destruido. Michelet ha perdido su avión y un helicóptero acaba de saltar en pedazos al intentar entrar. No podemos saber lo que hay dentro, y aunque lo supiéramos, no se me ocurre qué medidas podríamos adoptar.

—¿Entonces vamos a quedarnos de brazos cruzados hasta que nos consuma? —La voz del presidente se elevó unos cuantos decibelios.

—Señor, estoy intentando localizar la fuente —replicó Foreman.

—Pues esfuércese más.

CAPÍTULO 17

El agua entró por la parte superior de la bota de Dane, empapándosela, y le llegó hasta la cintura cuando se metió en el foso. Miró el agua cubierta de cieno. El suelo del fondo era de piedra cortada muy lisa. Vio que el foso se extendía cuatrocientos metros y terminaba en la muralla medio derruida que rodeaba la ciudad. En él habían echado raíces muchos árboles y plantas, convirtiéndolo en parte de la selva, pero Dane se preguntó qué aspecto debía de haber tenido cuando la ciudad estaba recién construida y el foso lleno de agua limpia y clara.

El aire crepitaba y se arremolinaba sobre sus cabezas, y en medio de las nubes de color amarillo grisáceo, unas vetas oscuras ocultaban el sol. Los relámpagos iluminaban el cielo en todas direcciones.

Siguió avanzando a través del agua, seguido de cerca por Freed y Beasley.

Vadeando el mismo foso en dirección al sur, Ariana y Carpenter también vieron las murallas de la ciudad. Ya no percibían formas a su alrededor, y las dos se sentían más tranquilas ahora que, libres de la niebla, podían ver con claridad. Pero el haz dorado que salía disparado de la torre central de la ciudad desierta y el cielo amenazante les producía bastante ansiedad.

Carpenter miró por encima del hombro hacia la cadena de montañas que rodeaba la ciudad.

—¿Crees que podrá cruzarla la serpiente?

—Espero que no —respondió Ariana.

—¿Qué crees que hay en la ciudad?

—No lo sé —replicó Ariana cortante.

—¿Te he ofendido? —preguntó Carpenter.

—No —respondió Ariana, deteniéndose y mirándola sorprendida.

—Pues lo parece —dijo Carpenter. Se pasó una mano por la frente, enjugándose el sudor—. No soy más que una mandada, que hace lo que se le ordena. Pero no fui yo quien boicoteó tu misión y estoy segura de que te he ayudado a llegar hasta aquí. Si estás cabreada con tu padre, con Syn-Tech o con Dios sabe quién, yo ni entro ni salgo. Pero sólo nos tenemos la una a la otra, así que intentemos llevarnos un poco mejor, ¿de acuerdo?

Ariana asintió despacio. Carpenter le puso una mano en el antebrazo y se lo apretó, y Ariana rodeó el suyo y sintió cómo los músculos se tensaban bajo sus dedos.

—Veamos qué está pasando aquí —dijo Carpenter, soltándola.

Chelsea se detuvo debajo de un arbusto, resollando. Se acercó al cuerpo inconsciente de Sin Fen, magullado a causa de la caída por el barranco. Bajó la cabeza y le lamió la mejilla, pero no tuvo respuesta. Gimió, deseando que su amo estuviera allí.

Luego se inclinó y empujó a la joven con el morro.

En la muralla de piedra había un boquete. Los bloques de piedra, de cuarenta centímetros cuadrados cada uno, habían sido arrancados por una explosión, como golpeados por un martillo gigantesco. Dane se subió a un montón de escombros y se acercó al boquete. Freed lo siguió, tendiendo una mano a Beasley.

Dane sintió un hormigueo en la piel al cruzar el boquete abierto en la muralla y entrar en Angkor Kol Ker. Se detuvo y esperó a que los otros lo alcanzaran.

—¿Lo has notado? —preguntó Freed.

—Sí. —Dane estaba totalmente inmóvil—. Esto es el centro de todo.

Miró a izquierda y derecha. Un amplio camino se abría a lo largo de la muralla. Más adelante, unas calles discurrían entre edificios de piedra que la selva había derruido, pero no borrado del todo. Y por encima de ellos, a un kilómetro de distancia, el haz dorado se elevaba del extremo del prang y desaparecía en el cielo oscuro.

Al bajar del montón de escombros, oyó algo a su izquierda. Se volvió en esa dirección con el arma levantada, aunque no percibía ninguna amenaza. La boca de su arma apuntó a dos mujeres.

—¡Ariana! —Freed echó a correr hacia ella.

Dane bajó el arma mientras Freed se reunía con las mujeres. Lo siguió junto con Beasley. Freed hizo las presentaciones.

—¿Cómo salimos de aquí? —preguntó Ariana, estudiándolos con una mirada penetrante.

Dane casi sonrió. Esa mujer no se andaba por las ramas.

—Por ahí —respondió Freed, señalando en la dirección en que habían venido.

—Aún no hemos hecho lo que nos ha traído aquí —dijo Dane, haciendo un gesto negativo.

—Yo sí —replicó Freed.

—Es muy libre de volver —dijo Dane, abarcando el foso con un amplio ademán.

—Sin usted no tenemos ninguna posibilidad —repuso Freed tras un breve silencio.

—Esto es lo que nos ha traído aquí —dijo Dane señalando en la otra dirección.

—Un rayo parecido salió de nuestro avión —comentó Ariana siguiendo su mirada—, pero lo volamos.

—¿Sabe lo que es? —preguntó Dane, aunque ya conocía la respuesta.

—Lo ignoro —respondió Ariana.

Dane se concentró un momento en la otra mujer.

—Tú también estás con Foreman, ¿verdad? —preguntó a Carpenter.

—¿Cómo lo sabe?

—Ese tipo parece llegar a todas partes —respondió Dane soltando una breve carcajada—. Ha tenido muchos años para prepararse para eso.

—Es evidente que usted sabe más que yo —repuso Carpenter, encogiéndose de hombros.

—¿A qué esperamos? —preguntó Freed exasperado—. Salgamos de aquí mientras podamos.

—Si no detenemos eso —insistió Dane señalando el rayo—, no habrá ningún sitio donde podamos «ir».

—¿Y cómo vamos a detenerlo?

Pero Dane no escuchaba. Había oído un crujido a su derecha. En el aire, a poco más de un metro por encima del suelo, había aparecido un pequeño círculo negro de treinta centímetros de diámetro. El círculo crecía elípticamente y se extendía hacia la calle de piedra.

—¡Quieto! —ordenó a Freed cuando éste lo apuntó con su M-16.

Un hombre con un gran bigote rojo dio un paso al frente y el círculo desapareció.

—Ed —susurró Dane.

—Dane.

Dane lo miró con incredulidad. El líder del equipo tenía el mismo aspecto que la última vez que lo había visto, hacía más de treinta años, con la cara demacrada por el cansancio y el estrés, pero el pelo todavía rojo brillante, y el cuerpo erguido y rebosante de juventud.

—¿Cómo...? —empezó a decir Dane, pero Flaherty se acercó a él y lo agarró por el brazo.

—No hay tiempo. Tenemos que detenerlos.

—¿A quiénes? —preguntó Dane.

Los demás se agruparon alrededor y observaron en silencio. Flaherty señaló el rayo dorado.

—A los que controlan eso.

—Pero... —Dane retrocedió un paso, abrumado—. Pero ¿quién eres tú? No puedes ser...

—Soy yo —aseguró Flaherty—. Sé que cuesta aceptarlo, pero soy yo.

—¿Dónde has estado? —preguntó Dane—. Han pasado más de treinta años.

—¿Treinta años? —La cara de Flaherty se ensombreció y sacudió la cabeza despacio—. Sabía que había pasado tiempo, pero ¿treinta años? —Clavó la mirada en Dane—. ¿Y Linda?

Dane parpadeó. Esa pregunta, más que ninguna otra cosa que pudiera haber dicho, le confirmó que era su viejo compañero de equipo.

—Se casó, Ed. Hace mucho. Ya tiene nietos.

—No te preocupes —respondió Flaherty haciendo un gesto de asentimiento y asimilando las palabras—. Tenía que ser así. De todos modos, yo no puedo volver. Nunca pude. No puedo. —Pero, ¿cómo...? —Dane no pudo pronunciar las palabras. —No lo sé —dijo Flaherty. Su rostro traslucía su propia confusión—. Me fui hacia un lado. Es lo mejor que pudieron explicármelo. Me salvaron de la Sombra y me llevaron hacia un lado, que es donde ellos están. Donde siempre han estado. —¿Quiénes son ellos? —preguntó Freed. —Los Predecesores —respondió Flaherty, alzando las manos—. Así los llamaban los habitantes de esta ciudad hace mucho tiempo. No sé exactamente quiénes son o qué son, pero me enviaron aquí para que te ayudara a detener a los otros.

—¿Los otros? —repitió Dane. Trató de penetrar en su mente, pero se topó con un muro impenetrable.

—Los de la Sombra —respondió Flaherty—. Quieren dominar el mundo. Lo necesitan. Tenemos que detenerlos. —¡Dios mío! —exclamó Freed—. No sé... —Calla, Freed —dijo Ariana cortante—. ¿Tenemos que detener a la Sombra?

—El haz del avión. —Flaherty miró a Ariana—. No lo detuvisteis a tiempo. La Sombra consiguió deglutir tu avión y el ordenador de a bordo, y traer aquí, al prang las piezas que necesitaba. Sólo pueden utilizar lo que traen aquí, a este lado. Ellos todavía no pueden atravesarlo sin la protección de sus máquinas. Tampoco pueden hacerlo los Predecesores que me salvaron. Ellos también utilizan lo que pueden, y me están utilizando a mí. Por eso me salvaron.

Las palabras brotaban rápidamente de sus labios. Dane le cogió del brazo.

—Tranquilo, Ed. Tranquilo. Te ayudaremos.

—Algunos de esos animales, si quieres llamarlos así, tratan de cruzar a este lado, pero el agua los detiene. Sin embargo, el agua no puede detener las máquinas que utilizan. Ni los rayos.

Dane intentaba comprender lo que decía su viejo amigo.

—No puedo volver, Dane —A Flaherty se le llenaron los ojos de lágrimas—. Me han salvado, pero no puedo volver. Controlan el espacio que me rodea, pero no podrán hacerlo mucho tiempo y por eso tengo que regresar. —Se echó hacia adelante—. Tienes que detener la Sombra. Tienes que hacerlo.

—¿Cómo? —repitió Ariana.

—Detened el haz dorado. Ahora mismo. Antes de que sea demasiado tarde. Sólo faltan diez minutos para que se hagan las últimas conexiones y entonces nadie podrá detenerlo. Todas las puertas se conectarán y las abrirán de par en par.

—¿Qué podemos hacer en diez minutos? —preguntó Dane.

—Destruid el prang —respondió Flaherty, llevándose una mano a la frente, como si le doliera—. La Sombra podrá detener todo lo que enviéis aquí que utilice energía electromagnética. Puede verla y utilizarla, del mismo modo que nosotros vemos y utilizamos la luz. Y lo mismo ocurre con la radiación. Es lo que realmente utilizan y lo que realmente necesitan. Quieren nuestro planeta. Este lugar y otros similares son sus plataformas de lanzamiento para invadir nuestro mundo. No podéis permitir que vayan más lejos.

Dane miró el enorme prang por encima de Flaherty. Diez minutos no bastaban para salir de allí. Y aunque lo lograran, ¿cómo iban a destruirlo sin utilizar armas del exterior?

Cerró los ojos y despejó su mente, abriéndola. Entonces lo vio, y supo que esa imagen se la habían enviado a él. No sabía quién, pero como había dicho Sin Fen, era la Voz de los Dioses.

Se concentró y lanzó una afilada lanza mental hacia el este.

Chelsea percibió a su amo. Estaba con ella. Buscó alrededor, volviendo la cabeza en todas direcciones. Pero ¿dónde estaba?

Sin embargo, había oído la orden como si se la hubiera susurrado al oído. Bajó la cabeza e hincó los dientes en el hombro de Sin Fen. Ésta se sobresaltó y abrió los ojos despacio, volviendo en sí.

Sacudió la cabeza, sintiendo dolor y náuseas. Pero por encima de todo una voz insistente.

¿Dane?, preguntó mentalmente.

¡Debemos actuar deprisa! Oyó la voz de Dane retumbando en su cabeza.

Chelsea ya había empezado a tirar de la cuerda que la sujetaba mientras Dane le enviaba un mensaje, mostrándole lo que debía hacer.

—¡Eh! —Alguien lo había zarandeado por los hombros. Dane abrió los ojos y se encontró mirando a los ojos azul intenso de Ariana—. Tenemos que hacer algo y pronto —dijo la mujer señalando hacia atrás, al otro lado del foso.

Con una cacofonía de siseos, siete cabezas de serpiente unidas a un solo cuerpo se deslizaron ante ellos hasta el borde del foso.

—No cruzará el agua —dijo Flaherty.

—Estupendo —dijo Carpenter, hablando por primera vez—. Pero ¿cómo demonios vamos a salir de aquí?

—Tal vez no lo hagamos, pero tenemos que detener el haz —respondió Dane.

—Los Predecesores os ayudarán a salir una vez hayáis destruido el prang—aseguró Flaherty.

—Pero ¿cómo vamos a hacerlo? —preguntó Freed.

—Estoy pidiendo ayuda —respondió Dane.

Sin Fen se liberó de los restos de la cuerda y se levantó. Acarició la cabeza de Chelsea, entre las orejas, con sus largos dedos.

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