Atlantis - La ciudad perdida (15 page)

BOOK: Atlantis - La ciudad perdida
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Ingram apretó un interruptor de la consola ante la que estaba sentado y la sala se quedó a oscuras, salvo por varias luces rojas colocadas a tres metros unas de otras. Ariana miró alrededor.

—Que cada uno vuelva a su puesto. Quiero saber la causa de la caída. Y quiero hacerme una idea de lo que está pasando fuera de este avión sin salir de él. ¿Entendido?

Nadie respondió, pero todos regresaron a sus puestos. Mansor acompañó a Hudson hasta la zona de comunicaciones y Ariana los siguió. Una vez que Mansor se hubo marchado, ella ocupó el otro asiento y habló en un tono muy bajo para que sólo él la oyera. —Si conseguimos conectar un cable a la antena parabólica del satélite, ¿podrás ponerte en contacto con el CII?

—No lo sé —respondió Hudson, encogiéndose de hombros—. Perdí el contacto con el SATCOM antes de que nos estrelláramos, así que aunque pasáramos un cable de mi radio a la antena parabólica, si es que aún sigue allí, podría no funcionar. Y ¿quién va a subirse ahí —señaló el tejado del avión— para pasarlo?

—Es posible que tengamos que hacerlo —repuso Ariana—, pero aún no. Sólo quiero saber las opciones que tengo. Sigue vigilando la FM. Ahí fuera hay equipos de rescate.

—Dejamos de recibir en FM mucho antes de estrellarnos —objetó Hudson.

—Que lo hiciéramos no significa que no funcione ahora, ¿no? —repuso Ariana inclinándose aún más hacia él.

—Bueno... —empezó a decir Hudson, pero ella lo interrumpió. —Eres el experto en comunicaciones. La única forma de salir de aquí es establecer comunicación con alguien, de modo que no quiero oír hablar de lo que no podemos hacer. Quiero saber lo que sí podemos hacer. ¿Entendido?

A Hudson le tembló la mandíbula y apoyó las manos en sus piernas heridas.

—Entendido —respondió entre dientes.

—Bien. —Ariana le puso una mano en el hombro—. Sé que estás dolorido, pero te necesitamos, Mitch. Aguanta.

—Sí —respondió Hudson, volviéndose.

Ariana lo dejó y se dirigió a la sala de las consolas.

—Aquí ocurre algo raro —dijo Carpenter en cuanto la vio entrar. Ariana y Mark Ingram se acercaron rápidamente a su puesto.

—¿Qué es? —preguntó Ariana.

—Has activado el programa de emergencia para encender las luces —respondió Carpenter mirando fijamente la pantalla—. Lo ejecuta un ordenador auxiliar más pequeño, independiente de la unidad central para impedir que los dos sistemas se contaminen mutuamente en caso de que uno se vea afectado por un virus o se estropee.

—Ya lo sé —dijo Ariana.

—Apagué Argus poco antes de que nos estrelláramos, pero... —Carpenter se interrumpió, mirándolos a los dos.

—Pero ¿qué?

—Pero no se ha apagado. Ha estado encendido todo el tiempo.

—¿Y? —inquirió Ariana, frunciendo el entrecejo.

—Bueno, en primer lugar, debería estar apagado. Estoy segura de que lo apagué. Pero eso es sólo la primera cosa rara. —Carpenter señaló con un dedo el enorme estante en el que descansaba el soporte físico de Argus—. Está encendido y no puedo acceder a él.

—No lo entiendo —dijo Ingram—. ¿Qué está haciendo?

—No lo sé.

—Pero ¿qué crees? —preguntó Ariana.

—Bueno, es como si alguien se hubiera hecho con el control —respondió Carpenter con el entrecejo fruncido—. Tal vez introdujo un virus tipo Caballo de Troya que se ha activado, o, no sé, le envía códigos por otro medio.

—Maldito Syn-Tech —murmuró Ariana—. ¿Pudieron ser ellos quienes provocaron el accidente?

—No lo sé —dijo Carpenter—. No lo creo, pero es posible.

—Apágalo —ordenó Ariana, señalando el ordenador.

—Ya te he dicho que no puedo acceder a él desde mi consola. La única forma de apagarlo es cortando la electricidad que alimenta la unidad base de Argus. Es decir, desenchufándolo.

—Hazlo.

Mientras Carpenter se acercaba a los estantes, Ariana acompañó a Ingram a su puesto.

—¿Qué tienes?

—Estoy reuniendo los datos que grabamos antes de que se estropearan las cintas —dijo Ingram con la mirada clavada en la pantalla—. Como sabes, perdimos poco antes el SATCOM, el GPR y la FM. Tengo nuestras últimas transmisiones y nuestra última posición del GPR. Después... —Se interrumpió, entrecerrando los ojos.

—¿Qué? —inquirió Ariana.

—Hay algo raro en los datos del GPR.

Ariana frunció el entrecejo. El GPR se limitaba a conectar el avión a los tres satélites del sistema de posicionamiento global más próximos que les informaba de su posición. Esperó a que Ingram tecleara algo en su ordenador.

—Alguien interceptó la señal del GPR —dijo él por fin.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que un miembro de nuestra tripulación estuvo enviando un mensaje secreto del que se supone que no estamos enterados —explicó Hudson—. Alguien envió nuestros datos a otra parte a través de los satélites GPS justo antes de que nosotros los enviáramos al CII. —Levantó la vista hacia ella—. Tenemos un espía a bordo.

—Estupendo —murmuró Ariana.

—¡Oh, no! —El grito llegó del ordenador.

Ariana corrió hacia allí seguida de los demás. Carpenter tenía en la mano un panel gris, pero estaba paralizada, mirando los voluminosos rectángulos metálicos que contenían el núcleo de Argus.

Ariana vio inmediatamente lo que había causado la reacción de Carpenter: un haz de luz dorada de unos veinte centímetros de diámetro había perforado el revestimiento del avión por debajo de la consola del ordenador central. A treinta centímetros del soporte físico del ordenador, el haz se dividía en cuatro rayos más pequeños de cinco centímetros de diámetro, y cada uno se introducía en un panel diferente. Los rayos dorados palpitaban y se ondulaban mientras ellos observaban cómo un nuevo rayo de cinco centímetros se separaba del haz principal y se abría paso a ciegas hacia la izquierda, alcanzando otra parte de Argus. Se oyó un breve siseo y el rayo penetró en su interior. El haz de luz dorada principal se ensanchó otros cinco centímetros.

—¿Qué demonios es eso? —preguntó Ariana.

—No tengo ni idea —respondió Carpenter—. Pero ahora ya sé por qué no puedo acceder a Argus. Eso lo controla.

—¡Desenchúfalo! —ordenó Ariana.

—Ya lo he hecho —dijo Carpenter, señalando un cable negro que había en el suelo—. Sea lo que sea, no sólo controla la unidad principal, sino que también suministra electricidad a Argus.

Hacía más de veinte minutos que Conners había dado la orden para que el satélite equipado con el Bright Eye cambiara de órbita. Dado que estaba en una órbita polar rápida, la ejecución de la orden requería lanzar cohetes booster para maniobrar el ángulo del vuelo por encima del objetivo. El ordenador le informó que pasarían veintidós minutos antes de que el Bright Eye hiciera el pase, lo cual le dio tiempo para reflexionar sobre la historia secreta del equipo que se disponía a utilizar.

Sabía que el Bright Eye había sido puesto en órbita hacía poco más de un año. Aunque la guerra de las galaxias se había interrumpido oficialmente al ocupar los demócratas la Casa Blanca, como parte de su contribución a la paz, Conners sabía qué había ocurrido en realidad. Los del Presupuesto Negro se habían limitado a conservar la guerra de las galaxias, rebautizándola con el nombre de programa Odysseus, y a mantener en funcionamiento el ochenta por ciento de los programas financiados, envueltos en un halo de misterio que había existido en la burocrática Washington desde finales de la Segunda Guerra Mundial.

Conners sabía ahora que el complejo industrial-militar, contra el que Eisenhower había despotricado al dejar su cargo, sólo había sido la punta del iceberg. Muy poco de lo que ocurría estaba a la vista del público. Cada año se gastaban billones y billones en operaciones secretas.

Lo que Conners también sabía, después de haber trabajado en la Dirección Nacional de Seguridad y afiliarse a la NRO, la Oficina Nacional de Reconocimiento que supervisaba casi dos tercios de las operaciones del Presupuesto Negro, era que muchos de esos proyectos eran intentos de seguridad nacional válidos y no un despilfarro de dinero. De hecho, se había progresado mucho en distintos campos científicos a través de los programas Odysseus; los resultados llegaban gradualmente al resto de la comunidad científica, para no levantar sospechas.

Una gran parte del trabajo con láser del proyecto Bright Eye había ayudado a otros científicos en el campo de la medicina. Pero fuera de los agentes de los servicios de inteligencia, nadie tenía ni idea de que algo como el Bright Eye hubiera pasado de la fase conceptual y estuviera realmente en órbita.

El Bright Eye se había desarrollado a partir de un programa de la marina para resolver un problema. Con el creciente aumento de la amenaza de los submarinos, sobre todo los lanzadores de misiles, la marina de guerra había empezado a poner cada vez mayor énfasis en la capacidad de rastrear los submarinos enemigos, sobre todo los lanzadores de misiles balísticos.

El primer paso se había dado entre los años cincuenta y sesenta, cuando la marina de guerra había desarrollado un sistema sónico de defensa con el nombre en clave de SOSUS para rastrear submarinos. Los primeros sistemas SOSUS se distribuyeron por la costa atlántica. Luego la marina de guerra instaló a lo largo de la costa del Pacífico un sistema SOSUS con el nombre en clave de Colossus. Después, con los avances tecnológicos, trasladó parte del sistema a Rusia para sorprender los submarinos soviéticos en cuanto salían al mar, y los colocó junto a los dos mayores puertos de submarinos rusos, Polyarnyy y Petropavlovsk.

Con los años, la marina de guerra incrementó el sistema SOSUS y puso en el Pacífico, junto a Hawai, una hilera de hidrófonos. Cada uno de esos aparatos de escucha, del tamaño de un tanque de petróleo, era trasladado a remolque al lugar designado, sumergido hasta el fondo del océano y conectado mediante un cable enterrado con el siguiente aparato de escucha de la hilera, hasta llegar al final de la costa de Hawai; un proyecto caro e intrincado.

Una vez alcanzada la capacidad de escuchar cualquier actividad en los dos grandes océanos, la marina de guerra dio un paso adelante y conectó los distintos sistemas. Si antes el sistema SOSUS sólo era capaz de señalar vagamente la posición de un submarino, al conectar los distintos sistemas, la marina pudo determinar la posición exacta de cualquier emisor de sonido en el océano utilizando la triangulación de los distintos sistemas SOSUS. Conectó todos los sistemas SOSUS utilizando el FLTSATCOM —el Sistema de Comunicaciones vía Satélite de la Flota—, que enviaba todos los datos a un ordenador del cuartel general de la flota.

En resumen, se trataba de un sistema muy eficaz, salvo por un problema grave que la marina de guerra no había conseguido resolver: era posible determinar dónde estaban los submarinos, pero no si el submarino detectado era aliado o enemigo. La primera vez que Conners oyó mencionar el problema se había preguntado dónde estaba el problema, ya que, como la mayoría de la gente, había supuesto que la marina sabía dónde estaban todos sus submarinos: si no era suyo, era de los otros. Se sorprendió al enterarse de que la marina no conocía la posición exacta de sus submarinos, y por una razón: afianzar su seguridad.

Los boomers, como los llamaba la marina, patrullaban a criterio de sus capitanes dentro de una amplia zona designada. De ese modo, nadie podía localizarlos. Sin embargo, después de conectar los sistemas SOSUS, se dieron cuenta de que era preciso distinguir sus submarinos de los enemigos, si no querían acabar hundiendo sus propios submarinos en tiempos de guerra.

Fue la solución a este problema lo que dio origen al Bright Eye. Un joven prodigio del laboratorio de la marina dio con la respuesta, que al principio fue recibida con incredulidad. Cada submarino de Estados Unidos y la OTAN recibiría un código de identificación que llevaría pintado en la cubierta superior en grandes letras y números, utilizando una pintura especial reflectante de láser. La marina leería los códigos al determinar la posición de un submarino mediante los SOSUS y, a continuación, utilizaría uno de los satélites FLTSATCOM para disparar un láser. Utilizando una luz verde azulada de gran intensidad, el láser penetraría en las profundidades del océano hasta llegar al submarino. La pintura reflejaría el láser, y el satélite captaría el reflejo y enviaría el código al cuartel general de la flota. Si no había ningún código, eso significaba que era del enemigo.

Los científicos del Odysseus estudiaron los resultados de este programa de láser. El factor clave de la guerra de las galaxias siempre había sido localizar y seguir los aviones y misiles del enemigo. Era imposible alcanzarlos si previamente no eran localizados. El punto decisivo era la vigilancia, y se pusieron a buscar el paso siguiente a las imágenes térmicas e infrarrojas utilizadas a bordo del K.H-12. Los láser, que operaban a la velocidad de la luz y tenían una gran potencia, parecían el siguiente paso lógico, y así fue como nació el Bright Eye.

El Bright Eye consistía en un amplio círculo de emisores láser. Al variar la longitud focal de los emisores, los operadores podían variar el color del rayo emitido. Si se utilizaba un ordenador especial, los láser podían recorrer un espectro de colores en rápida sucesión. En función de los colores que se reflejaran y de la velocidad a que se hiciera, se podía obtener una imagen exacta de lo que enfocaba el Bright Eye. La ventaja de los láser sobre los demás emisores residía en su poderoso rayo, que era capaz de salvar las condiciones meteorológicas más adversas. También eran efectivos por la noche. El tener en órbita un suministro de energía lo suficientemente potente para disparar los láser a la Tierra se resolvía lanzando un pequeño reactor nuclear al espacio, una maniobra que se hacía con el mayor secreto. Cabía, por supuesto, la posibilidad de un desastre nuclear si el vehículo de lanzamiento estallaba al entrar en órbita. Por fortuna, no se había producido ningún accidente.

El segundo problema también era importante. Los láser eran tan potentes que eran capaces de cegar a cualquier ser humano que se hallara en la zona y levantara la vista hacia ellos; de ahí que el uso del Bright Eye fuera limitado.

Por ese motivo Conners había acudido a Konrad. No quería ser responsable de la ceguera de cientos e incluso miles de camboyanos.

El ordenador emitió un pitido, haciendo saber a Conners que el Bright Eye se acercaba rápidamente al objetivo. Hizo las últimas comprobaciones. Advirtió que Konrad estaba con ella y miraba por encima de su hombro, esperando a ver qué pasaba.

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