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Authors: David Wellington

Tags: #Terror, Fantástico

13 balas (39 page)

BOOK: 13 balas
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—Aún no eres uno de los nuestros —dijo Scapegrace—. ¿Crees que podrás recordarlo?

El médico asintió enérgicamente. El vampiro lo soltó y entraron todos en el viejo sanatorio.

CAPÍTULO 52

El pequeño cráneo que Caxton llevaba en las manos se tambaleó y estuvo a punto de caérsele. La agente soltó un chillido ahogado que hizo que Scapegrace y Hazlitt dejaran de caminar y se volvieran para ver qué pasaba. El vampiro le dedicó una sonrisa burlona al ver el apuro en el que se encontraba.

De la cuenca derecha del cráneo había salido un ciempiés, con unas patas largas y peludas, que había empezado a subir por el anverso de la mano de Caxton. Tenía el cuerpo blando y viscoso. Las patas del animal le provocaban escalofríos. Tuvo que hacer un esfuerzo enorme para no sacudírselo con un manotazo. Sabía que si lo hacía, Scapegrace le partiría el espinazo al instante y, a continuación, le pondría el ciempiés en el pelo sólo para torturarla.

Dobló ligeramente las rodillas, apretó los dientes e intentó ponerse nerviosa. Era sólo un bicho, se dijo. Era extremadamente improbable que fuera venenoso.

Poco a poco, levantó el cráneo hasta tenerlo a la altura de la boca. Luego, inspiró y soltó el aire con fuerza encima del ciempiés, con la esperanza de lograr que se le cayera de la mano. La cabeza del bicho se elevó por culpa de la corriente de aire, pero el animal afianzó las patas traseras entre sus nudillos. Caxton sopló con más fuerza, cada vez más rápido, hasta que empezó a marearse y pensó que iba a desmayarse otra vez.

Scapegrace soltó una carcajada burlona. Entonces cogió aire y sopló sobre el ciempiés, que cayó de la mano de Caxton. El vampiro sacudió la cabeza con expresión divertida y le hizo un gesto para que lo siguiera.

—Por aquí —le dijo—, si ya estás en condiciones.

Hazlitt se les adelantó, penetró en la oscuridad y abrió la luz del pasillo. Habían roto todos los fluorescentes del techo excepto uno. Éstos colgaban encima de la cabeza de Caxton como dientes de cristal y de vez en cuando soltaban un destello. A Caxton, la poca luz que quedaba le alcanzaba apenas para encontrar el camino hasta el otro extremo del pasillo. Se dirigían directamente hacia el ala privada de Malvern, la agente reconoció el camino de sus víctimas anteriores.

Scapegrace le dirigió una mirada a Hazlitt, apartó la cortina de plástico y entró. Caxton empezó a seguirlos, pero el médico la tomó del brazo y le indicó que no con la cabeza. Esperaron juntos un buen rato, mientras oían a Scapegrace regurgitar su cargamento de sangre robada. De la sangre de Tucker, se dijo Caxton. A lo mejor incluso también de la de Arkeley. Estaba alimentando a Malvern, por supuesto, tal como Lares hizo la noche en que Arkeley lo mató. Cuando Scapegrace hubo terminado y los ruidos cesaron, Hazlitt le hizo un gesto con la cabeza. Entonces Caxton apartó la cortina de plástico y entró en la habitación azul. La cabeza le dio vueltas y se le desenfocó la mirada mientras intentaba acostumbrarse a la oscuridad. Le pareció que alguien gritaba su nombre y poco a poco fue recuperando la lucidez. Estaba tan asustada que debía de estar volviéndose loca. «Laura», oyó una vez más. Era una voz de mujer. ¿Habría sido Malvern? No, era imposible. A Malvern se le habían secado las cuerdas vocales hacía cien años.

«Laura».

Lo oyó con tanta claridad como si hubiera alguien a sus espaldas, llamándola. Se dio media vuelta a sabiendas de que no iba a encontrar a nadie. Era como si estuviera hablándole un fantasma, como el del granero de Urie Polder.

—¿Agente? —preguntó Hazlitt, con expresión de preocupación. —Nada, nada —respondió Caxton.

Sus ojos se fueron adaptando poco a poco a la luz azulada. Vio que la habitación había cambiado un poco. El instrumental médico estaba amontonado al fondo de la sala, y los micrófonos y demás aparatos que en su día colgaban del techo para controlar en todo momento el estado de Malvern habían desaparecido. El ordenador portátil seguía allí, encima de un taburete metálico. Caxton echó un vistazo dentro del ataúd, que seguía colocado encima de los caballetes: estaba lleno de sangre casi hasta el borde. Estaba segura de que Malvern se encontraba allí dentro, sumergida bajo el líquido oscuro, pero Caxton era incapaz de distinguir siquiera una sombra debajo de la superficie inmóvil. De pronto, como si se tratara de una respuesta a su mirada fija, la sangre se agitó ligeramente y cinco diminutas púas asomaron a la superficie. Sobresalieron un poco más aún y Caxton vio que se trataba de uñas.

La sanguinolenta mano de Malvern emergió de la bañera de sangre, los dedos empapados de fluido coagulado. Había más carne en los huesos que antes. Desde luego, estar sumergida en sangre humana estaba teniendo el efecto deseado en al vampira. Estaba rejuvenecida, revivificada. Su mano se acercó al teclado del ordenador y empezó a teclear. Letra a letra, escribió un mensaje para su nueva invitada:

bienvenida seas, Laura

Cuando la vampira hubo terminado de escribir, volvió a meter la mano en el ataúd. Todo había sido tan discreto, majestuoso y cortés que a Caxton casi le entraron ganas de hacer una reverencia y darle las gracias a su anfitriona por su hospitalidad. Scapegrace le dio a Caxton un golpecito en el hombro y ésta se volvió. Lo que vio la dejó sin aliento: del techo colgaba una soga sobre una silla de madera.

—Eso es. para mí —tartamudeó Caxton—. Para que. para que. pueda matarme y completar el rito.

—Sí —dijo Hazlitt—. Quiero que sepa que yo había propuesto una inyección letal. Ya tengo una preparada para mí, pero no han querido oír hablar de ello.

—Así es como lo hizo tu madre, ¿no? —preguntó Scapegrace. Su voz sonó casi solícita, como si realmente quisiera asegurarse de haberlo entendido correctamente—. ¿Verdad que se ahorcó? Esa simetría nos gustó mucho.

—Sí, así es —dijo Caxton y asintió, en un esfuerzo por mostrar una indiferencia que en realidad no sentía. El estómago le hervía y sentía acidez, pero se esforzó para que no se le notara. «Simetría». Era evidente que eso tenía que resultar atractivo a la mente retorcida y obsesiva compulsiva de un vampiro—. Se ahorcó. Yo era muy pequeña. ¿Ha llegado el momento? —preguntó con un nudo en la garganta—. ¿Tengo que.? —No fue capaz de terminar la frase—. Ya sabes.

—Aún no hemos terminado —respondió Scapegrace.

Un siervo entró en la habitación, subió por una escalera de mano y colgó unas gruesas cadenas metálicas del techo. A continuación se llevó la escalera y aparecieron dos siervos más arrastrando un gran saco de lona. Había unas manchas bastante desagradables en el fondo del saco. Los engendros gruñían y maldecían mientras arrastraban el bulto, pero en ningún momento se quejaron de forma explícita. De vez en cuando miraban a Scapegrace como si temieran que éste pudiera destrozarlos de un golpe por pura diversión.

Finalmente abrieron una bolsa. En el interior había un cuerpo humano, un cuerpo voluminoso vestido con un traje negro. Tenía la cara y las manos tan empapadas de sangre que Caxton no podía determinar ni la raza ni el sexo del cadáver.

‹No, un momento», pensó. No estaba muerto. Se estaba moviendo, aunque seguramente se tratara tan sólo de movimientos reflejos, temblores ocasionales, un último estremecimiento antes de sucumbir a las heridas mortales. Los siervos le ataron las cadenas que colgaban del techo a los tobillos y empezaron a levantarlo boca abajo. Scapegrace se les acercó y los ayudó a levantarlo. Entonces tiró de él hacia el ataúd, hasta que quedó colgando encima del cuerpo sumergido de Malvern, con aquellos dedos estirados que casi asomaban por encima de la superficie de la sangre acumulada.

El cuerpo osciló a un lado y otro, primero a la izquierda y luego a la derecha. Scapegrace y Hazlitt no perdían de vista la cara de Caxton, como si esperaran algún tipo de reacción. A la agente le entraron ganas de decirles que había visto cuerpos en peor estado; había raspado del asfalto a niñas que volvían del baile de graduación.

Pero entonces se dio cuenta de lo que aquéllos dos esperaban que viera en aquel cuerpo en particular: llevaba una insignia de plata en la solapa, una estrella dentro de un círculo. Era la insignia de un agente especial de los U.S. Marshals.

CAPÍTULO 53

—¡Arkeley! —exclamó Caxton—. ¡Oh, Dios, es Arkeley! Lo habéis matado.

Ella ya sabía que estaba muerto, casi lo había aceptado, pero ahora tenía la prueba. Las lágrimas le brotaron de los ojos y le mancharon la camisa.

—Oh, no, está muy vivo —le dijo Scapegrace—. O eso espero.

Los siervos se encogieron, asustados, junto al ataúd y Caxton ató cabos. Cuando habían atacado su casa, Scapegrace les había ordenado capturar a los dos policías con vida. A Caxton para que pudiera convertirse en vampira y a Arkeley para poder torturarlo hasta la muerte por lo que les había hecho a Reyes, a Congreve, a Lares, a Malvern y a todos los vampiros que habían caído en sus manos.

Hazlitt le palpó el cuello al federal.

—Aún tiene pulso, es débil pero constante. Y desde luego respira. Aunque está inconsciente, eso sí.

Scapegrace sonrió.

—Pues despertémoslo.

Se acercó al cuerpo colgante de Arkeley y le cogió la mano izquierda. Le acarició la piel manchada de sangre un instante y entonces, sin previo aviso, se llevó la mano a la boca y con un rápido movimiento le arrancó cuatro dedos de un mordisco.

La sangre fresca manó de las heridas y se mezcló con la sangre del ataúd. Los ojos de Arkeley se abrieron y de su pecho surgió un gemido lastimero, parecido al maullido de un gato. El federal cogió aire con un estertor horrendo, que sonó como si algo se hubiera roto en su interior; luego movió los labios como si estuviera intentando hablar.

Scapegrace escupió los dedos arrancados dentro del ataúd de Malvern y éstos se hundieron en la sangre sin dejar rastro.

—¿Cómo dices, agente? Habla más fuerte.

—Agh... —dijo Arkeley. Su voz ronca sonó como si estuviera frotando dos trozos de papel—. Agen...

—Agente especial —terminó la frase Caxton.

Una sonrisa truculenta pero, sí, una sonrisa genuina se dibujó en la cara del federal.

—Cax... —farfulló Arkeley—. Caxt... Tiene, tiene que... —Cogió otra dolorosa bocanada de aire—. Tiene que...

No parecía capaz de expresar lo que estaba pensando. A Scapegrace todo eso no le hizo ninguna gracia. Le cogió a Arkeley la otra mano.

—¿Tienes algo más que decir? —le preguntó—. ¿Unas últimas palabras para tu amiguita? Le has fallado, viejo. Va a morir, tú vas a morir... ¡Todo el mundo va a morir! Les has fallado a todos. A lo mejor quieres decirle que lo sientes. Vamos, díselo al oído. Todos esperaremos aquí pacientemente a que se te ocurran tus últimas palabras.

Caxton se acercó al borde del ataúd y el faldón de la camisa se le empapó de sangre.

—Jameson —le dijo en un susurro. Era la primera vez que lo llamaba por su nombre de pila y le sonó muy raro—. No te disculpes, por favor.

—Arrodíllate —le dijo el federal. No era lo que Caxton se esperaba—. Arrodíllate frente a ella.

Caxton retrocedió al oír aquellas palabras, ante la mera idea ele hacer lo que le estaba pidiendo. Buscó los ojos de Arkeley, quería que éste supiera cuánto la había cabreado ver cómo se rendía y que, encima, pretendiera forzarla a aceptar su condena de forma tan entusiasta. Sin embargo, en la mirada de Arkeley había una luz extraña. Las arrugas que rodeaban sus ojos tenían una expresión claramente desafiante.

Nunca antes había estado equivocado. Caxton se arrodilló y agachó la cabeza, como si estuviera rezando en la iglesia. Sin embargo, sabía sin lugar a dudas que iba a necesitar algo más que una simple plegaria para salvarse.

Entonces, allí, de rodillas, vio algo, un bulto escondido en la oscuridad casi absoluta que había debajo del ataúd. Caxton vio la forma triangular de los dos caballetes y entre ambos vio algo más, algo plano y anguloso. Entrecerró los ojos y vio que había algo pegado al fondo del ataúd con una cruz plateada de cinta americana. Se fijó mejor y por fin lo entendió: era una pistola, una Glock 23.

Arkeley debía de haberla dejado allí. Tal vez lo hiciera durante la noche en que Scapegrace y Reyes fueron a por Malvern y el federal los amenazó con destrozarle el corazón a la vampira. Ya entonces debía de haber planeado ese momento, como lo planeaba todo, teniendo en cuenta cualquier posible contingencia. Así es cómo se lucha contra los vampiros, yendo siempre un paso por delante de ellos.

Caxton alzó la cabeza para estudiar el rostro de Arkeley. Su expresión no revelaba nada. Volvió a mirar la pistola. Sabía que contenía trece balas, la recámara estaría vacía. Alzó de nuevo la cabeza y echó un vistazo a la sala.

—Scapegrace —dijo.

El vampiro se le acercó. Lo tenía a menos de un metro y medio. —¿Qué?

—¡Cógelo! —dijo al tiempo que tiraba el cráneo al vacío.

Inmediatamente el grito estridente y antinatural del bebé maldito se propagó por el aire. Scapegrace se lanzó a por él.

Caxton desenganchó la Glock del fondo del ataúd. Deslizó el pasador hacia atrás para cargar una bala y vio cómo los ojos rojos del vampiro se ensanchaban. Su cerebro había entendido lo que estaba ocurriendo, pero sus manos continuaban dirigiéndose hacia el cráneo. Lo agarró y lo destrozó sin pensar entre sus pálidos dedos. Una lluvia de amarillentos pedazos de hueso y terrones llenos de gusanos le salpicaron la camiseta. El gemido cesó de golpe.

Caxton apretó el cañón de la pistola contra el pecho del vampiro y disparó. Scapegrace cayó de espaldas y se golpeó la cabeza contra el suelo de cemento. Sus ojos se volvieron para mirar a los de Caxton.

—Bastante bien —dijo, al tiempo que intentaba hincar una rodilla al suelo para levantarse y acabar con ella. Sin embargo, parecía que sus extremidades no estaban dispuestas a colaborar—. Mierda —dijo y cayó de nuevo.

—¡Vamos! ¡Traed refuerzos! —les gritó Hazzlit a los siervos. Uno de ellos se apresuró hacia la puerta del fondo de la sala, buscando refugio en las sombras. Caxton giró sobre sus talones, disparó y la espalda del siervo estalló en una nube de carne corrompida y ropa hecha jirones. Después se volvió para disparar al siguiente, pero éste había desaparecido, ya había huido de la sala. El tercer siervo se puso en cuclillas y se abrazó las rodillas.

A continuación Caxton se volvió hacia Hazlitt. No lo apuntó con el arma; no se debe apuntar con un arma a un ser humano hasta que no estés preparado para dispararle. El medico se escondió detrás de un carrito cargado de material médico y levantó las manos. La agente decidió que era demasiado inteligente como para intentar algo.

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