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Authors: David Wellington

Tags: #Terror, Fantástico

13 balas (34 page)

BOOK: 13 balas
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Se apartó la bolsa de la cara.

—¿Fresas? —preguntó Caxton.

Clara frunció el ceño.

—Fresas y kiwis, y un vaso de yogur sin azúcar. Pero ¿cómo... cómo sabes lo que he desayunado? —dijo Clara con expresión casi atemorizada.

Caxton hizo un gesto desdeñoso.

—No tengo poderes psíquicos —dijo y arrugó la bolsa entre los dedos—, pero sí buen olfato.

Se rieron juntas y eso le sentó bien. Le fue de maravilla, en realidad.

—Cuando se le haya pasado el ataque de pánico, avíseme —dijo Arkeley—. Para volver a bajar, digo.

Si cerraba los ojos, Caxton podía fingir que Arkeley no estaba realmente allí, que volvía a estar dentro de su cabeza. Pero entonces el tipo tuvo que volver a hablar y a echar por tierra su fantasía.

—Puedo esperar hasta mañana. Estoy bastante seguro de que Scapegrace va a estar demasiado lleno esta noche. Diría que estoy seguro a un ochenta por ciento, lo que significa que hay tan sólo un veinte por ciento de probabilidades de que le desgarre el cuello a alguien sólo porque usted estaba demasiado asustada para ayudarme.

Caxton abrió los ojos como platos y vio que Clara se acercaba hasta Arkeley.

—Oiga, so gilipollas —le dijo. Era cuarenta centímetros más baja que él y el federal pesaba seguramente cuarenta y cinco kilos más que ella—. Sí, hablo con usted, gilipollas —repitió—. No voy a permitir que le haga esto, no una segunda vez. Y me importa un huevo lo que esté en juego.

—Laura, ¿puede llamar a su perro, por favor? Ladra de una forma detestable.

Clara se puso muy tensa y por un momento parecía que estaba a punto de pegarle un puñetazo.

—¿Va a pegarme, agente del sheriff Hsu? ¿Es ésa su intención? Porque debo advertirle que, por la forma en que parece que va a soltar el brazo, va a tener suerte si logra tocarme lo faldones de la chaqueta antes de que la tenga en el suelo y con los dos brazos rotos.

Clara bajó los hombros y ladeó la cabeza hacia un lado y otro.

—No merece usted ni el papeleo que supondría eso —le dijo e inmediatamente se dio por vencida. No se había movido ni un centímetro, pero su postura y sus hombros caídos eran muy reveladores.

—Entonces, si no piensa pegarme, haga el favor de dejarnos a solas —le dijo Arkeley—. La agente y yo tenemos cosas de qué hablar.

Clara asintió con la cabeza y se acercó a Caxton, que seguía apoyada en su coche.

—No tienes que hacer nada que no quieras hacer —le dijo. —Ojalá fuera tan fácil —respondió ésta.

Clara extendió el brazo y cogió a Caxton por la barbilla. Se la apretó un poco y a continuación desapareció detrás de una torreta. Probablemente aún podía oírlos, pero a Arkeley no parecía importarle.

—Quiero ayudarle —dijo Caxton—. De veras que sí.

Arkeley se le acercó como si no la hubiera oído, como si la agente no hubiera dicho nada. Caxton se sintió culpable de inmediato. Se sintió como cuando era pequeña cada vez que su padre le daba la callada por respuesta. Intentó deshacerse de aquel sentimiento, pero no lo logró. Entonces se cubrió con los brazos, casi esperaba que le pegara.

—Haré cualquier cosa que me pida excepto regresar a ese agujero.

Arkeley asintió con la cabeza y se acercó un poco más. Estaba tan cerca que podía tocarla, pero no lo hizo.

—Mientras estaba ahí abajo, el vampiro ha emergido a la superficie, como si quisiera asomar la nariz. Era como si quisiera ver su creación por última vez. Ha sido horrible. Me he sentido como él. No creo que mi cuerpo sepa distinguir mis emociones de las suyas y... Lo siento, pero no puedo ayudarle de esa forma.

—Está bien —dijo él con un suspiro.

—No, no, no está bien —replicó ella y de pronto se sintió al borde de una crisis—. Reyes me ha hablado mientras estaba ahí abajo. Me ha hablado dentro de la cabeza. Tal vez no lo haya hecho con palabras, pero... pero estaba consciente. No sé cómo, pero sigue vivo dentro de mí.

Arkeley asintió con la cabeza.

—De acuerdo. En cierto modo esperaba que el mundo de los espíritus la acosara.

—¿Lo esperaba? ¿Lo sabía? ¿Cómo? ¿Cómo puede saber por lo que estoy pasando?

—Lo sé —respondió Arkclcy.

—¿Cómo? —insistió Caxton, mirándolo de soslayo—. ¿Cómo lo sabe?

Arkeley cogió una piedra y la arrojó contra un transformador situado a cinco metros. La caja metálica resonó con gran estruendo y Caxton dio un respingo.

—Piter Byron Lares me arrastró hasta su escondrijo y me tuvo allí cautivo mediante hipnosis. No me hizo daño ni me arrebató el arma. Y nunca me dirigió la palabra.

Caxton recordó lo que había leído en su informe. Piter Lares había destrozado a un equipo entero del SWAT de forma violenta y casi con indiferencia, de modo que la agente se había quedado bastante sorprendida al leer que el vampiro se había llevado a Arkeley por el río y hasta su barca de una sola pieza. Sin embargo, el informe ofrecía una explicación.

—Lo estaba reservando como tentempié de medianoche —dijo Caxton.

—No, no es cierto —respondió Arkeley, que se apoyó en el coche, junto a ella, y se cruzó de brazos.

—No me estará diciendo que...

—Tan sólo había empezado el proceso conmigo cuando lo maté. No llegó ni mucho menos al nivel al que Reyes llegó con usted. Yo ni siquiera fui consciente de que aquel mortecino hijo de puta me estaba profanando. Pero una parte de él se instaló en mi cerebro, del mismo modo en que Reyes se ha instalado en el suyo. Aunque yo nunca llegué a advertir su presencia. Lo único que me sucede de vez en cuando, unas dos veces al año, es que sueño con sangre.

—No hace falta que...

Arkeley se volvió para mirarla.

—Tiene un sabor similar al de las monedas de cobre, pero más caliente, mucho más caliente de lo que uno imagina. Y al principio es muy líquida, pero se va coagulando en la boca; se pega al paladar, pero la tragas y sientes cómo te atasca la garganta, oscura y espesa, pero te obligas a tragártela para poder beber otro trago, y luego otro más. Conozco muy bien la sensación de sequedad, los coágulos en los dientes. El anhelo.

Caxton tuvo que apartar la mirada, pues no sonaba tan asqueroso como lo pintaba él. Al contrario, sonaba casi... tentador. No podía dejar que Arkeley viera el deseo que la agente notaba que le iluminaba la cara.

—El vampiro recuerda ese sabor. Lleva muerto tanto tiempo que no queda nada de él excepto las ansias de volver a notar ese sabor. Y nunca van a desaparecer. Si me suicidara hoy mismo, no sé si volvería como vampiro o no.

—Pero sabe que yo sí —dijo Caxton—. Sabe que, me guste o no, ya soy una de ellos. Y que no hay vuelta atrás.

—No, no lo sé. De verdad que espero que los Polder conozcan una forma de exorcizar la maldición que lleva dentro, Laura. Pero primero tenemos que acabar con Seapegrace y con Malvern para que nadie más tenga que soñar lo mismo que nosotros. Necesito que vuelva ahí abajo, que mire esos cuerpos otra vez y me diga cuál iba a ser su siguiente paso.

Arkeley resopló, se separó del coche y se situó frente a ella. Entonces le tendió la mano, pero Caxton no se la cogió.

—No —dijo la agente.

—¿Cómo dice? —preguntó Arkeley.

—Que no. No pienso volver ahí abajo. No sé cómo voy a librarme de la maldición, pero sí sé que volver ahí abajo sólo va a empeorar las cosas. Si se le ocurre otra forma en que pueda ayudarle, lo haré encantada. Pero no pienso volver a esa cámara de los horrores. Nunca más.

CAPÍTULO 46

—¡Dios, aún no hemos llegado a Acción de Gracias y mira esto! —exclamó Caxton al tiempo que señalaba con la cabeza hacia el cielo.

Fuera del coche era invierno. Caían unos enormes copos de nieve que se arremolinaban al paso del coche y se iban acumulando en los alféizares de las ventanas. El cielo había adquirido un tono gris deslavazado y estaba manchado de nubes vaporosas. La superficie de la carretera se ensombreció y se cubrió de escarcha brillante. Clara tuvo que aminorar la marcha para que su pequeño coche no se saliera de la calzada. Caxton iba en el asiento trasero y parecía que no lograba entrar en calor. Clara subió la calefacción, pero no fue suficiente. Caxton se acurrucó, con los brazos pegados al cuerpo para que no rozaran el gélido cristal de la ventanilla, y tiritó de frío. Era una de ellos. Era como una vampira a medio gestar. Se acordó de la sensación de frío que le transmitían todos los vampiros y, en especial, Malvern; una sensación que había experimentado cada vez que había estado junto a la silla de ruedas del ajado monstruo.

Necesitaba dejar de pensar en la muerte y el horror durante un rato. Necesitaba irse a su casa y estar con sus perros y no pensar en nada durante una buena temporada. Sin embargo, antes tenía un par de recados pendientes.

Dejaron a Arkeley en la comisaría. Caxton bajó del coche para ocupar el asiento del federal y estar delante, junto a Clara, y más cerca de la calefacción. Con los brazos cruzados encima del pecho, trató de establecer contacto visual con Arkeley, pero éste no se volvió, se dirigió con aire arrogante hacia su coche y se montó en él.

Caxton volvió a sentarse en el interior del Volkswagen y tiró de la puerta para cerrarla. Empezó a sufrir convulsiones a causa del frío, su cuerpo se estremecía violentamente y los dientes le castañeteaban de una forma tan ruidosa que apenas pudo oír a Clara cuando ésta le preguntó si estaba bien.

—Sé que es una pregunta absurda —dijo Clara al ver que Caxton no respondía.

La fotógrafa miró hacia delante; los limpiaparabrisas iban y venían como un péndulo que marcara el tiempo.

—Oye —dijo finalmente Clara—. ¿Por qué no pasas la noche en mi casa?

Caxton negó con la cabeza, pero como le temblaba todo el cuerpo tuvo que rechazar la invitación también con palabras:

—Sabes que no puedo.

—No, no me has entendido, no dormiríamos juntas. Quiero decir, podrías dormir en mi cama, conmigo, porque no tengo habitación para invitados, ni siquiera sofá. Pero no nos quitaríamos la ropa. Es sólo que me parece que no es una buena idea que pases la noche sola.

—No puedes ni llegar a imaginar lo sola que estoy ahora mismo —replicó Caxton, pero se dio cuenta de que lo había dicho con un tono cortante y quiso disculparse. Abrió la boca para hacerlo, pero la expresión del rostro de Clara la detuvo. Estaba dolida, pero intentaba disimularlo, y si Caxton reconocía lo que había sucedido, tan sólo lograría herirla aún más.

Clara puso el coche en marcha y se incorporó a la autopista en dirección oeste, hacia Harrisburg. Caxton necesitaba ver a Deanna antes de hacer nada. Necesitaba cogerle la mano Dee y entonces decidir cuál sería su próximo movimiento.

Encendieron la radio y pasaron el resto del trayecto en silencio. Caxton vio cómo la nieve se volvía cada vez más espesa deseó haber llegado ya, como por arte de magia. Estaba segura de que en el hospital haría más calor. Sin embargo, cuando llegaron no había ninguna plaza de aparcamiento libre cerca del Seidle Hospital y tuvieron que dar unas cuantas vueltas hasta encontrar un hueco.

—No hace falta que entres —dijo Caxton. Pretendía ser amable, pero Clara se estremeció como si le hubiera pasado la corriente—. Lo que quiero decir es que a mí me ayudaría mucho que me acompañaras, pero no tienes por qué hacerlo.

—Si he llegado hasta aquí... —dijo Clara con un tono casi agresivo, pero con una vaga sonrisa en los labios.

Caxton hubiera hecho lo que fuera para relajar la tensión que había entre ellas, pero supuso que su vida iba a ser bastante complicada durante un tiempo y se resignó. Se dirigieron juntas hacia el hospital, un moderno edificio monolítico con vistas a las ruinas del puente de la calle Walnut al otro lado del río. Caxton nunca había accedido al hospital por la puerta principal, pues a Deanna la habían ingresado de urgencias, de modo que tardó un poco en orientarse. Finalmente condujo a Clara hasta un ascensor que las llevó arriba y cruzaron un pasillo atestado de carros de material médico y de unos cuadros horribles pero coloridos que colgaban de las paredes.

—Ah, Deanna está en una habitación semiprivada y la comparte con una mujer que detesta a las lesbianas —le contó a Clara—. Tan sólo para que lo sepas.

—De acuerdo. Intentaré no meterte la lengua hasta la garganta aunque sólo sea porque estaremos frente a la cama donde yace tu pareja gravemente herida —dijo Clara con cara de póquer.

Caxton sofocó una carcajada, lo cual le supuso un cierto alivio. Apoyó la espalda contra la pared y cerró los ojos durante un instante. Dios, realmente necesitaba descargar la tensión.

—Gracias —dijo y Clara se encogió de hombros.

Caxton llamó y abrió la puerta, que hizo algo de ruido. Las dos chicas pasaron sigilosamente junto al baño y entraron en la habitación, iluminada tan sólo por la luz intermitente de un televisor. La mujer obesa de la otra cama estaba dormida, de cara a la pared, y Caxton trató de no hacer ruido para no despertarla. Clara esperó junto a la puerta.

Caxton se dirigió hacia la cama de Deanna y entonces soltó un grito entrecortado. Estaba vacía.

Se cubrió la boca con la mano y salió corriendo hacia el pasillo. Clara la agarró por el brazo y le apretó el bíceps.

—La han trasladado, seguro —la tranquilizó Clara—. No pasa nada. Tan sólo la han trasladado.

Caxton bajó a recepción y fulminó con la mirada a la mujer que había detrás del mostrador, que estaba absorta rellenando una ficha en su ordenador.

—¡Deanna Purfleet! —Gritó al ver que la enfermera no levantaba la cabeza—. ¡Deanna Purfleet!

La enfermera se giró poco a poco y asintió con la cabeza. —Ahora llamo al médico. Un segundo.

—Dígame adónde la han trasladado. Mi nombre es Laura Caxton. Soy su pareja.

La enfermera asintió de nuevo.

—Ya sé quién es —dijo. Entonces se puso las gafas de leer y echó un vistazo al directorio de teléfonos—. Tome asiento mientras espera al médico, por favor. Querrá hablar con él.

Caxton permaneció de pie. Empezó a dar vueltas con impaciencia por el vestíbulo, estudió los diplomas y las placas que había en las paredes y se tomó el vaso de agua que le ofreció Clara, pero sabía que no podía sentarse; no si pretendía volver a levantarse. En cuanto se abrió la puerta del ascensor en el que ha baja el médico, Caxton corrió hacia él. No era el médico que conocía.

—Deanna Purfleet —dijo Caxton.

—Si no me equivoco usted es la señora Caxton —respondió él.

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