Read Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
—¿Y cómo se las arreglará para hacer eso?
—De momento los descontentos del Senado se irán agrupando a su alrededor. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que Fey'lya está más arriba y resulta más visible que ninguno de ellos. Ni siquiera ha tenido que prometerles nada, aunque tal vez acaben pensando que lo ha hecho. Y cuando las redes de noticias empiezan a buscar lo que ellos llaman equilibrio informativo, Fey'lya puede hablar tan claro como el que más.
—Me estás diciendo que tendré que ir acostumbrándome al sonido de su voz.
—Cada vez que seas objeto de la atención de las redes de noticias, Fey'lya estará allí. Dentro de un mes, quizá dos, y si llegaran a expulsarte de la presidencia... Bueno, entonces ya habría adquirido el poder suficiente y habría subido lo bastante arriba para tener una posibilidad de convertirse en presidente en funciones.
Leia asintió y frunció el ceño.
—Pero seguramente entonces tu posición sería más sólida que la suya, ¿no?
—En ese campo de batalla hipotético, haber sido tu campeón en una causa perdida me habría infligido heridas fatales —dijo el presidente del Consejo de Defensa—. Si el Senado o el Consejo de Gobierno acaban decidiendo arrebatarte la presidencia, no pensarán en mí para que te sustituya.
—¿Y si presentara mi dimisión?
Behn-kihl-nahm retorció los hombros y se hundió un poco más en el sillón.
—No hay ninguna razón para que hagas eso..., y ni siquiera para que tomes en consideración la posibilidad de hacerlo.
—De esa manera no quedarías manchado por tu relación conmigo —insistió Leia—, y Fey'lya no tendría ocasión de ir reforzando su bloque de poder.
—Tú y yo ya estamos en el sitio en el que debemos estar —replicó Behn-kihl-nahm—. No hay ninguna necesidad de hablar de cambios. Es una distracción totalmente innecesaria.
—Intentaré recordar eso cuando Borsk Fey'lya hable de ello desde el estrado del senado —dijo Leia—. ¿Quién es el otro consejero que se ha puesto de su parte?
—El otro es Rattagagech, pero en realidad yo no me atrevería a afirmar que se haya puesto de parte del consejero Fey'lya —dijo Behn-kihl-nahm.
Nada más oír el nombre, Leia comprendió de inmediato la razón que había detrás de la distinción hecha por su mentor. Rattagagech, un elomin muy erudito y apaciblemente callado que presidía el Consejo de Ciencia y Tecnología, era la antítesis del vociferante bothano en casi todos los aspectos.
—¿Sabes algo sobre sus razones?
—Son las que se podían esperar de Rattagagech —dijo Behn-kihl-nahm—. Los elomines aman el orden. Después de los acontecimientos de las últimas semanas, Rattagagech ha empezado a considerarte más como una fuente de caos político y social que como una fuerza que trabaja en pro de la estabilidad y el orden.
—Supongo que difícilmente puedo culparle por ello —dijo Leia—. ¿Hay alguien que dé señales de querer cambiar de postura?
—El consejero Praget ha expresado cierta ambivalencia durante nuestras conversaciones —dijo Behn-kihl-nahm, nombrando al director del departamento de Seguridad e Inteligencia—. Estamos hablando del presente, por supuesto. Una gran parte de lo que ocurra en el futuro dependerá de lo que hagas a continuación. La guerra es una perspectiva que despierta muy poco entusiasmo. Un curso de acción demasiado agresivo podría hacer cambiar de parecer con gran facilidad a dos, quizá incluso a tres, miembros más del Consejo e impulsarlos a apoyar una petición de falta de confianza..., y entonces no habría ninguna manera de protegerte de una votación senatorial.
—¿Y qué grado de entusiasmo despierta en el Senado la idea de que hay que hacer justicia?
Behn-kihl-nahm se encogió de hombros.
—Los senadores se muestran bastante indiferentes. Las muertes de unos desconocidos, convenientemente invisibles en el lejano Cúmulo de Koornacht, no tienen mucho peso frente a la perspectiva de las muertes de patrióticos pilotos de la Nueva República y el que haya combates en mundos de la Nueva República que actualmente viven en paz. Hay algunos que encuentran una causa en esos acontecimientos, pero quizá sean más los que sólo ven una crisis política.
—Lo cual me recuerda una cosa —dijo Leia—. ¿Qué fue del desafío a mis credenciales presentado por el senador Tuomi?
—Se acabó. Ese asunto ha quedado olvidado. Beruss consiguió aplastarlo debajo de una montaña de enredos reglamentarios y burocráticos, y yo conseguí limitar el desfile hacia el podio a diez oradores.
—¿Cuántos más habrían hablado si no te hubieras plantado al final de la cola enarbolando un hacha?
Behn-kihl-nahm descartó su pregunta con un gesto de la mano.
—Todo eso no es más que ruido que debe ser ignorado. La pregunta realmente importante tiene que ver con el futuro. ¿Qué planeas hacer acerca de los yevethanos?
—¿Qué somos lo suficientemente fuertes para poder hacer? —preguntó Leia—. ¿Existe alguna opción que no acabe llevando a poner la presidencia en manos de Fey'lya, Praget o Cion Marook?
—Quizá deberías empezar a pensar en qué debería hacerse, y después tú y yo podríamos tratar de encontrar alguna manera de sobrevivir a ello.
—Lo que debería hacerse... —Leia meneó la cabeza—. Lo que deberíamos hacer es obligar a los yevethanos a que volvieran a N'zoth, y después envolverlos en un campo de interdicción planetario y programar el cronómetro para que mantuviera el campo activado durante mil años. Y aun así, probablemente sería una sentencia demasiado suave para ellos...
—Eres más bondadosa que yo —dijo Behn-kihl-nahm—. La única justicia que soy capaz de imaginar para los yevethanos consistiría en hacer que sufrieran la misma sentencia que ellos impusieron a sus víctimas. Eso es imposible, naturalmente... Hacer algo así nos obligaría a violar todos los principios de la Declaración. —Behn-kihl-nahm cogió un caramelo agridulce del cuenco que había encima de la mesita lateral—. Pero no me costaría nada quedarme cruzado de manos y mirar mientras otro lo hacía.
—Eres más fuerte que yo —dijo Leia—. Creo que yo tendría que mirar hacia otro lado.
Behn-kihl-nahm hizo desaparecer el caramelo con un chasquido de sus mandíbulas.
—Pero mientras esperamos a que aparezca ese vengador...
—Quizá debería reunirme con el Consejo de Defensa para hacerme una idea de hasta dónde están dispuestos a llegar.
—Preferiría ver que te presentas ante el Consejo con un plan y no con una pregunta.
—Si me presento ante ellos e insisto en que debemos utilizar la Quinta Flota para dar una buena azotaina a los yevethanos, entonces todos se acordarán de lo que dijo Tig Peramis acerca de la razón por la que hemos construido esa flota, y también recordarán lo que dijo Nil Spaar acerca de mi herencia. Si vamos a hacer cualquier cosa que pueda poner en peligro las vidas de quienes llevan los uniformes de la Nueva República, la iniciativa tendrá que proceder del Consejo de Defensa.
Behn-kihl-nahm meneó la cabeza.
—Esa iniciativa sólo puede proceder de ti.
—Pues entonces nunca llegará a producirse —se limitó a replicar Leia en un tono bastante seco—. Nil Spaar me ha dejado maniatada. Los senadores Hodidiji y Peramis le proporcionaron la cuerda..., y yo me quedé quieta y dejé que me ataran sin ofrecer ninguna resistencia porque Nil Spaar estaba sonriendo mientras lo hacía.
—Esa decisión no tiene por qué girar alrededor de Leia Organa Solo.
—¿Qué otro origen podría tener?
—Podría tener su origen en Plat Mallar —dijo Behn-kihl-nahm—. Ese muchacho podría convertirse en el símbolo de tu causa.
Leia ya estaba meneando la cabeza incluso antes de que Behn-kihl-nahm hubiera acabado de hablar.
—No utilizaré a Plat Mallar —dijo—. No voy a explotar su tragedia. Si la ejecución de un millón de seres conscientes y la destrucción de una docena de comunidades planetarias no es razón suficiente, si los miembros del Consejo necesitan que les paseemos una víctima viva por delante de las narices para que su presencia los impulse a actuar... Bueno, eso quiere decir que habrán caído muy bajo. Y si obráramos de esa manera, nosotros también caeríamos muy bajo.
Behn-kihl-nahm se levantó.
—A veces la política te obliga a caer muy bajo y a prescindir de la vergüenza —dijo, alisándose la ropa—. Y actualmente en Coruscant hay más políticos que estadistas.
—No quiero creer eso.
—Pues es verdad. Pensadlo bien, princesa —dijo Behn-kihl-nahm, volviendo bruscamente a los formalismos—. Sólo tendréis una oportunidad de ser su líder. Si la dejáis escapar, entonces no os quedará más remedio que seguir el curso que ellos decidan adoptar...., y no puedo prometeros que el destino final de ese viaje vaya a resultaros muy agradable.
La conexión de hipercomunicaciones sólo mostró estática hasta que el general Ábaht introdujo el código de desciframiento que el almirante Hiram Drayson le había obligado a memorizar. Unos segundos después —algunos más de la demora habitual en las transmisiones del sistema de hipercomunicaciones— la nube de estática se convirtió en el rostro del director de Alfa Azul.
—General Ábaht... —dijo Drayson con una inclinación de cabeza—. Le agradezco que se haya puesto en contacto conmigo.
—Bien, Drayson, tal vez usted pueda explicarme qué está ocurriendo ahí —gruñó Ábaht.
—Quizá está esperando demasiado de mí —dijo Drayson—. Después de todo, esto es Coruscant... ¿Qué peculiaridad en particular le preocupa?
—Solicité apoyo adicional cuando aún no había transcurrido una hora de nuestra llegada —dijo Ábaht—. La única contestación que he recibido es el silencio. Se me ha dicho que mi solicitud está siendo revisada por el Mando Estratégico del Departamento de la Flota, pero ni un solo miembro del nivel del alto mando se ha puesto en contacto conmigo.
—El Mando Estratégico está esperando recibir alguna clase de orientación de niveles todavía más altos —dijo Drayson—. Hasta que se haya adoptado una decisión sobre esos temas, no creo que pueda esperar recibir ninguna clase de refuerzos..., a menos que deba enfrentarse a un ataque directo.
—¿Y cuánto tiempo tardarán en adoptar alguna decisión? —preguntó Ábaht—. Me he visto obligado a enviar naves de la Quinta Flota a Galantes y Wehttam. El resto de sistemas vecinos todavía carecen de protección. Y cada día que pasamos aquí patrullando el vacío espacial permite que los yevethanos se atrincheren más sólidamente en los mundos que han conquistado. No podemos recompensar su agresión. Debemos hacer algo para castigarla.
—No es a mí a quien debe convencer, Ábaht.
—¿Y a quién he de convencer entonces? Nuestra presencia no está sirviendo de nada. A estas alturas los yevethanos ya deben de saber que la Flota no es más que una amenaza hueca carente de todo significado real.
—La princesa quiere actuar de la manera más correcta posible —dijo Drayson— y va a necesitar nuestra ayuda para conseguir que todo se haga de la manera correcta.
—¿A qué clase de ayuda se refiere?
—A que tiene que encontrar pruebas más explícitas de las atrocidades cometidas por los yevethanos —dijo Drayson—. Sin esas pruebas, la princesa Leia no dispondrá de la fuerza suficiente para vencer la resistencia del Senado.
Ábaht frunció los labios en un gruñido silencioso.
—No estoy seguro de que podamos hacer más de lo que ya hemos hecho. He enviado merodeadores hasta la mismísima frontera, e incluso un poco más allá de ella. Nuestra tecnología sensora sencillamente no está lo suficientemente avanzada para poder proporcionarnos datos a esta distancia. Ya estoy teniendo considerables dificultades para obtener información táctica fiable, así que no hablemos de obtener documentación sobre las masacres...
—Confío en que seguirá insistiendo a pesar de todas las dificultades.
—Si me está preguntando si los hurones y los merodeadores siguen ahí fuera, la respuesta es sí —replicó Ábaht—. Pero ahora ya es demasiado tarde para poder obtener la clase de pruebas que me pide. A juzgar por la información que me ha enviado, los yevethanos no dejaron muchas pruebas. Y ya que hablamos de eso, ¿puede explicarme por qué las pruebas de las que dispone actualmente no son suficientes para la princesa Leia?
—No es una cuestión de lo que la princesa Leia haya visto o no —dijo Drayson, un tanto ambiguamente—. Es una cuestión de lo que puede mostrarle al Senado. Si pone a su disposición datos obtenidos mediante fuentes de inteligencia independientes, y eso incluye cualquier clase de información que no proceda de la INR o de la Flota... Bueno, entonces el significado de lo que les muestre acabará perdiéndose entre las preguntas sobre su origen.
—Yo también tengo unas cuantas preguntas que hacer sobre su origen —dijo Ábaht—. Para obtener esas grabaciones holográficas, usted tenía que disponer de algún tipo de efectivos de investigación destacados dentro del Cúmulo de Koornacht..., efectivos que o ya se habían introducido allí sin ser detectados, o que eran capaces de moverse lo suficientemente deprisa para poder llegar allí antes de que los incendios se hubieran apagado. Me gustaría muchísimo saber qué clase de hurón ha sido capaz de hacer todo eso.
—Da la casualidad de que ésas son precisamente las preguntas que Leia no puede permitir que le formulen —dijo Drayson—. La princesa necesita información sólida y clara que proceda de una fuente irreprochablemente corriente. Le sugiero que envíe un hurón a la Zona Diecinueve, general.
—¿La Zona Diecinueve? —Ábaht consultó su mapa táctico—. Eso queda a una tercera parte de la periferia del Cúmulo yendo hacia el Núcleo..., fuera del área que hemos estado patrullando y a una considerable distancia de ella.
—Pues entonces le sugiero que amplíe su área de patrullaje.
—¿Por qué?
—Parece ser que la Zona Diecinueve se encuentra en el vector visual que une Wakiza con Doornik-319, la base yevethana situada más hacia el exterior. Creo que podría tener una oportunidad de llevar a cabo algunas intercepciones de señales mediante los sensores de hipercomunicaciones.
—¿Se refiere a señales yevethanas?
—Por supuesto.
Ábaht dejó escapar un gruñido, pero su rostro permaneció totalmente inexpresivo.
—¿Y cuándo podría surgir esa oportunidad?
—Oh... Sospecho que hay mucho tráfico yendo y viniendo entre esos dos puntos —replicó Drayson sin inmutarse—. No me sorprendería en lo más mínimo que su hurón captara algunos datos durante las primeras horas de patrullaje por esa zona.