Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras (41 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras
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El abatimiento se había ido extendiendo por el rostro del cónsul con cada palabra que salía de los labios de Nil Spaar.

—Esto es horrendo... ¡Es impensable! —balbuceó—. ¿No puede hacer nada?

Nil Spaar hizo ondular su mejilla en una excelente imitación del gesto de resignación Paqwepori.

—Quizá sería posible... Pero no. No me atrevo a pedir más cuando ya existe una deuda.

—¡Pida! ¡Pida, se lo ruego! ¿Hay alguna forma de que pueda ayudar a resolver este problema?

—Verá, estaba pensando que si usted pudiera proporcionarme algún medio de persuadir a los demás... Si yo pudiera darles razones suficientes para que confíen en usted, para que sepan que usted es tan honorable y digno de confianza como yo sé que es...

—Sí, por supuesto... Pero ¿qué podría convencerles? ¿Me está pidiendo que me vaya de Coruscant? ¿Nos está pidiendo que abandonemos la Nueva República?

—No, no... Nada de eso. Bastará con que no se mueva de donde está ahora y siga siendo nuestro amigo —dijo Nil Spaar—. Mantenga los oídos y los ojos bien abiertos para detectar todas las maquinaciones de esa infame mujer que quiere acabar con nosotros. Proporciónenos informes lo más completos y libres de prejuicios posible de todas sus acciones. Denos la información que necesitamos para evitar que esta confrontación acabe volviéndose incontrolable. Es la única manera de que podamos llegar a cumplir la promesa que le hicimos. Ésa será toda la prueba de su lealtad que necesitarán quienes ahora están dudando de ella.

—Por supuesto —dijo Ourn—. ¡Por supuesto! Lo habría hecho de todas maneras. En realidad, la razón principal por la que quería ponerme en contacto con usted era precisamente ésa; deseaba informarle sobre el último acto de abuso de sus poderes cometido por Leia. Incluso sus amigos están perplejos y escandalizados... Verá, Leia volvió hace poco de unas vacaciones y aprobó las solicitudes de admisión de más de veinte nuevos sistemas, saltándose todos los protocolos establecidos y...

—No —dijo enfáticamente Leia, pasando junto a Nanaod Engh con tan pocos miramientos como si fuera un mendigo callejero—. No quiero convocar una reunión del gabinete. Todavía no tengo nada que decirles. El Consejo de Defensa aún no se ha reunido. El virrey todavía no ha enseñado sus cartas.

Engh dirigió una muda apelación a Behn-kihl-nahm con la mirada.

—¿Querrá hablar con ella, presidente?

—Leia.. Todavía no es necesario que tenga respuestas para las preguntas que ellos puedan llegar a hacerle —dijo Behn-kihl-nahm—. Basta con que permita que la vean. Lo único que ha de hacer es dejar que vean cómo asume el mando. Un gobierno es un organismo..., y este organismo ha sufrido dos shocks lo bastante serios como para perturbar el funcionamiento de todos sus sistemas.

—Lo siento, pero todo eso no puede depender de mí. Existe una razón para tener un gabinete, y la razón es que al tenerlo no he de preocuparme por todos esos «sistemas». Así pues, dejemos que los ministros se ocupen de sus responsabilidades, y yo atenderé los asuntos de los que sólo puede ocuparse la jefatura del Estado.

—Pero tiene que decírselo, y debe demostrarles que está aquí, que es consciente de la situación y que está haciendo todo lo necesario —replicó Behn-kihl-nahm—. Tiene que conseguir que vuelvan a concentrar su atención en los verdaderos problemas o de lo contrario, y antes de que pueda comprender qué ha ocurrido, tendrá nueve pequeños reinos que dirigirán la mirada hacia sus respectivos consejos en el Senado en vez de volverla hacia usted. Hasta cierto punto, eso ya ha ocurrido.

—Hay muchas tareas gubernamentales que no tienen absolutamente nada que ver con Koornacht, el Consejo de Defensa, las flotas negras o los asuntos de estado —dijo Engh—. Los ministros y sus departamentos tal vez no deberían necesitar ese tipo de garantías y seguridades, pero la realidad es que las necesitan.

—Y yo no necesito verme colgada por los talones y ser interrogada durante cuatro horas.

—Eso no ocurrirá —dijo Engh—. La reunión habrá sido convocada por la jefe del Estado, y no por los ministros. Exprese su agradecimiento por el trabajo que han estado haciendo. Solicite sus informes. Admita que nos esperan momentos difíciles. Pídales que sigan atendiendo sus responsabilidades con la máxima diligencia posible. Prometa que les dará más información en cuanto le sea posible. Haga que sepan que ellos están haciendo posible que la jefe del Estado pueda hacer su trabajo.

—Ya deberían saber todo eso sin necesidad de que se les dijera —protestó Leia—. ¿Qué necesidad hay de que me reúna con ellos para darles ánimos con un discursito? Oh, por todas las estrellas... Durante la Rebelión, nuestros pilotos subían a las carlingas de sus cazas sabiendo que iban a luchar contra un enemigo cinco veces superior en número..., ¡y luchaban sin que nadie les animara y les diera palmaditas en la espalda!

—Tanto el lugar como el momento eran muy distintos —se limitó a decir Behn-kihl-nahm—. Leia... Tú nunca has desempeñado ninguna función gubernamental salvo en la cima del poder. Por favor, Leia... Confía en quienes estamos más familiarizados con la forma en que se ven las cosas desde la base de la pirámide, y permite que te aconsejemos en este asunto.

Leia suspiró y se volvió hacia el Primer Administrador.

—Bien, en ese caso... ¿Cuándo sugiere que celebremos esa reunión? ¿Esta tarde?

—Oh, no... Eso significaría marcarla con el sello de las emergencias, que es precisamente lo último que le conviene en estos momentos. No, esta tarde bastará con que emita el preaviso habitual diciendo que la reunión se celebrará dentro de tres días. Eso hará que el mensaje que quiere hacer oír empiece a circular. Por lo demás, tres días de plazo es más que suficiente.

—De acuerdo. Entonces serán tres días —dijo Leia de mala gana—. ¿Querría alguno de ustedes decirle a Alóle que entre cuando se vayan, por favor?

La primera reunión de gabinete de la nueva era se desarrolló con una fluidez y una ausencia de incidentes realmente sorprendentes. El ministro Mokka Falanthas mostró señales —perceptibles, pero no demasiado aparatosas— de que todavía no había superado del todo la irritación que le produjo el que Leia se entrometiera en su terreno, pero mantuvo esos sentimientos fuera de sus palabras cuando informó sobre el trabajo del cuerpo diplomático. Aun así, Leia se vio obligada a admitir que el resto de asistentes a la reunión parecían estar encantados ante aquel retorno a la normalidad.

Y además, y eso supuso una sorpresa todavía más agradable, Leia logró dar por concluida la reunión al cabo de dos horas, lo cual le daba una oportunidad de trabajar en serio durante un rato antes de reunirse con Han para almorzar. Pero no consiguió escapar del todo a las consecuencias de la reunión, ya que Nanaod Engh la siguió cuando salió de la sala del consejo y fue con ella por el pasillo que llevaba a los turboascensores.

—¿Dispone de unos momentos, princesa? —preguntó Engh—. Me gustaría que habláramos de un asunto que no he creído adecuado sacar a relucir durante la reunión.

—Estaba planeando hacer un repaso a fondo de cierto material nuevo enviado por el general Ábaht que ha llegado esta noche y que aún no he podido examinar como quería —dijo—. Ya sabe que he de comparecer ante el Consejo de Defensa el día uno, ¿verdad?

—Sí, lo sé.

—Bueno, dispone del tiempo que tardemos en llegar a la puerta de mi despacho para convencerme de que su asunto, sea lo que sea, es más importante que el mío.

—Creo que tal vez forme parte de él, princesa —dijo Engh—. Verá, me estaba preguntando si Alóle la ha mantenido informada del contenido general del tráfico informativo en los canales gubernamentales durante los últimos días...

—¿A qué viene eso? No le entiendo, Engh. Alóle se mantiene al corriente de todo y lo filtra, y después me pasa los mensajes de los que debo ocuparme. Es el procedimiento habitual, y usted lo conoce de sobra.

—Lo siento. Me refería a las líneas públicas. Los recuentos y resúmenes de los androides manipuladores de mensajes que se ocupan de los comentarios no especificados, los extractos de los registros generales de llamadas..., ese tipo de cosas. O quizá usted misma les ha echado un vistazo.

—No —dijo Leia, llamando el ascensor—. ¿Por qué iba a hacerlo?

—Bueno, pues... Pues para hacerse una idea de qué aspecto tiene todo esto cuando es visto desde fuera, lejos del gobierno y de Coruscant. Para averiguar cómo está reaccionando la gente a las noticias.

—Siga —dijo Leia mientras llegaba el ascensor.

—Este asunto de los nuevos miembros, por ejemplo... Bien, usted tomó una decisión perfectamente válida y en ningún momento rebasó los límites de los poderes que le atribuye la Carta, por supuesto —dijo Engh, siguiéndola hacia el interior de la cabina—. Aquí todo el mundo sabe que los nuevos miembros han tenido que jurar respeto y adhesión a la Carta como cualquier otro miembro de la Nueva República, y que lo que se hizo fue no sólo por una razón legítima, sino también noble.

—Me gustaría pensar que todo eso está tan claro que no es preciso dar ninguna explicación —dijo Leia mientras las puertas se deslizaban velozmente sobre sus guías hasta cerrarse—. Salvo quizá al ministro Falanthas, quizá...

—El pequeño problema que ha surgido con el ministro Falanthas es una mera cuestión de competencias profesionales y estilo personal, y estoy seguro de que ustedes dos sabrán resolverlo con el tiempo —dijo Engh—. Pero en las capitales están muy preocupados por los últimos acontecimientos; se dice que la princesa Leia se ha excedido en el ejercicio de su autoridad, que han concedido privilegios especiales y que ha actuado dejándose llevar por un impulso, e incluso temerariamente.

—¿Se refiere a los gobiernos planetarios?

—A los gobiernos planetarios en algunos casos, y a los tecnócratas en otros. Y no sólo son los tecnócratas, Leia... Es una reacción prácticamente general. Una gran parte de los comentarios procedentes de los ciudadanos que circulan por las líneas públicas tienen un contenido general francamente crítico..., a menudo tosca e ignorantemente crítico, desde luego, pero crítico a fin de cuentas.

—¿Y usted piensa que debería estar leyendo esos comentarios? —preguntó Leia en un tono bastante sarcástico—. Oiga, Nanaod, no entiendo por qué me está hablando de este asunto. Esta situación no me gusta nada, así que no veo por qué debería sorprenderme que a otros tampoco les guste. ¿Qué se puede hacer al respecto?

—Bueno, ya llevamos varios días hablando de eso —dijo Engh—. El consenso general que empieza a emerger de la discusión es el de que todo este lío es el resultado de no haber preparado a la Nueva República para lo que se avecinaba, y de no haber actuado lo suficientemente deprisa para informar a los ciudadanos después de los hechos. Creo que deberíamos seleccionar a un par de secretarios y ponerlos a trabajar en el problema a jornada completa, preferiblemente en un régimen de consulta permanente con alguien de su personal... Estaba pensando que Tarrick sería el más adecuado.

El turboascensor fue reduciendo la velocidad hasta detenerse, y las puertas se abrieron en el nivel quince.

—¿Qué propone que hagan?

—Propongo que planeen un programa para reforzar un poquito su imagen pública. Me gustaría pensar que básicamente es una cuestión de dar a conocer la verdadera situación..., de informar más que de influenciar. Quizá queramos conseguir que usted esté un poco más disponible para las redes de noticias, y no me refiero únicamente a los grandes complejos con sede en Coruscant, sino también a las redes regionales y locales...

—Así que ahora quiere que conceda entrevistas, ¿eh? ¿Qué vendrá a continuación? ¿Presidir inauguraciones de espaciopuertos? ¿Lanzar al mercado una gama de muñequitas Leia? ¿Que les permita grabarme con sus holocámaras mientras bailo para Han llevando puesto un traje de esclava de placer de Jabba el Hutt?

—Vamos, Leia... Nadie está sugiriendo que haga ese tipo de cosas, y en realidad...

—Acabarían llegando a ellas, y no estoy aquí para hacer ese tipo de cosas —le interrumpió Leia con firmeza—. Y además, el descubrir que se puede tomar a una persona que ha dado muestras más que sobradas de su buen juicio y conseguir que la gente la apoye meramente porque tiene una hermosa sonrisa supondría una terrible desilusión para mí. Me he ganado sobradamente cualquier tipo de críticas de las que pueda estar siendo objeto en estos momentos, y voy a tratar de recuperar el respeto que he perdido..., pero no intentaré sustituirlo con un sucedáneo.

—No estamos hablando de eso, Leia —dijo Engh—. Estamos hablando de exponer su caso no sólo ante el Senado, sino ante las personas a las que representan esos senadores. Estamos hablando de combatir la información errónea y las impresiones incorrectas antes de que hayan desarrollado unas raíces lo suficientemente profundas como para poder ser tomadas por la verdad. Leia, el hacer lo que le pido sólo puede redundar en su beneficio.

Se estaban acercando a la suite presidencial.

—¿Qué se supone que he de hacer, Nanaod, lo correcto o lo que guste a la gente? ¿Dónde está la frontera que separa el que te entiendan y el querer que todo el mundo te aprecie? —Leia se detuvo y se encaró con él, obligándole a detenerse—. Si he de proporcionar el tipo de liderazgo que todo el mundo espera de mí, ¿cree que el tener a un hombrecillo agazapado a mi espalda susurrándome una y otra vez que la gente todavía no está dispuesta a ir a donde yo sé que debemos ir me va a ayudar en algo? No me cree más dificultades de las que ya tengo, Nanaod. Se lo ruego encarecidamente, porque... Bueno, la verdad es que debo decirle que mi situación actual ya es lo bastante complicada sin necesidad de que me la compliquen todavía más.

—Lo único que quiero es proporcionarle todas las herramientas que necesita para alcanzar la meta que se ha fijado —replicó Engh—. Su imagen pública es una de ellas.

—Pero mi imagen pública necesita ser sometida a un proceso de rehabilitación.

—Sólo en algunos círculos..., en los que los cotilleos, los rumores y las noticias le han prestado un pésimo servicio. No estoy hablando de lanzar nubes de mentiras al aire, Leia, estoy hablando de disipar la neblina que otros han creado.

—Mon Mothma nunca tuvo que recurrir a los estrategas de la imagen, y nos guió a través de momentos más difíciles que éstos —replicó Leia—. No. Lo siento, pero no me interesa.

—¿Pensará en ello? Si echara un vistazo al tráfico general de las líneas públicas, entonces tal vez entendería por qué estamos tan preocupados...

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