Read Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
Una vez a solas en su despacho, el general Etahn Ábaht se enteró de que no había cinco, sino seis anexos añadidos a la última transmisión de novedades del Departamento de la Flota.
El sexto era un autostopista electrónico. No tenía código de identificación, y su longitud era cero. Pero cuando Ábaht tecleó el código que había acabado aprendiéndose de memoria, muy de mala gana y al precio de tediosas repeticiones, ante la insistencia del almirante Drayson, el anexo se convirtió en una larga transmisión procedente de Alfa Azul.
Ábaht contempló las imágenes que mostraban a los navíos colonizadores yevethanos posándose en Doornik-319 y a los Destructores Estelares yevethanos sobrevolando Polneye, los campos en llamas de la granja-factoría de Kutag y los valles calcinados de Nueva Brigia, y se preguntó por qué el Departamento de la Flota se las había ocultado. Toda la información importante —el que los yevethanos poseían Destructores Estelares de diseño imperial, que varias colonias del Cúmulo de Koornacht habían sido atacadas por fuerzas yevethanas, etcétera— figuraba en la transmisión de puesta al día que acababa de recibir..., pero había sido despojada de su realidad, y eso la había vuelto tan estéril, abstracta y fríamente calculada como las mismas incursiones de los yevethanos.
Los yevethanos habían barrido el espacio a través de las brillantes estrellas de Koornacht con una ferocidad tan espantosa que los campos de batalla esterilizados no podían dar un testimonio adecuado de ella. Sus millones de víctimas ya sólo tenían un rostro, el del único superviviente conocido, Plat Mallar, que había visto aproximarse la marea de llamas y había logrado escapar a ella de manera casi milagrosa gracias a que se había jugado la vida a una sola carta y había tenido una suerte inmensa.
Pero el Departamento de la Flota también le había ocultado el rostro de Mallar. Los informes se limitaban a hablar de «un piloto polneyano», como si no se atrevieran a permitir que Mallar fuese visto como un joven valiente que lo había perdido todo, y cuyas palabras podían despertar una conciencia dormida o iniciar una nueva causa.
—Función de registro.
El pequeño androide estenográfico del modelo SCM-2 avanzó, girando y retorciéndose dentro de un círculo que tenía dos veces el diámetro de la unidad.
—Optimizando —dijo con una voz estridente e inconfundiblemente artificial—. Preparado.
—Inicio de grabación. Informe de entrada del comandante de la fuerza expedicionaria, para enviar adjunto —dijo Etahn Ábaht—. Personal para el almirante Ackbar. En mi opinión, es altamente improbable que el despliegue actual de la Quinta Flota resulte efectivo como medida disuasoria contra nuevas agresiones o a fin de negar los beneficios de su agresión anterior a los yevethanos.
«Nuestra presencia en esta posición supone una amenaza directa para los efectivos yevethanos, y no protege directamente ninguna infraestructura de nuestros amigos o aliados. Como sólo disponemos de un Interdictor, tampoco podemos bloquear de manera efectiva una incursión. La flota yevethana puede pasar por encima de nuestras cabezas cuando lo desee, y en tal caso nos veríamos obligados a perseguir a sus navíos hasta la zona de combate que ellos hayan elegido.
Ábaht hizo una pausa para poner algo de orden en sus pensamientos, y se golpeó distraídamente el puente de la nariz con las romas puntas de dos de sus dedos mientras lo hacía.
—Recomiendo que navíos o destacamentos de navíos con clasificaciones de combate combinadas no inferiores al nivel de fuerza tres sean enviados a Galantes, Wehttam y cada uno de los nuevos protectorados —siguió diciendo pasados unos momentos—. Esa acción aclararía de manera inequívoca cuáles son los intereses que hemos venido a proteger. También podría servir para recordar a los yevethanos que ser capaz de llegar hasta esos objetivos no es lo mismo que ser capaz de conquistarlos.
»Pero también debemos tratar de hacer que les resulte más difícil llegar hasta ellos. Todas las rutas de navegación hiperespacial primarias que salen del Cúmulo de Koornacht deberían ser sometidas a un bloqueo de interdicción, y dicho bloqueo debería llevarse a cabo desde puntos situados lo más cerca posible de las bases yevethanas más próximas a la periferia del Cúmulo de Koornacht.
»Los análisis astrográficos muestran que no existen rutas que permitan alejarse de N'zoth, Wakiza y los otros mundos interiores conocidos mediante un solo salto hiperespacial: la densidad del Cúmulo de Koornacht nos facilita un poco las cosas en ese aspecto. Pero sigue habiendo demasiadas rutas de salida. No podemos bloquear Koornacht desde esta posición con los efectivos de que disponemos. No permita que nadie crea lo contrario en Coruscant.
»Con respecto a las recomendaciones precedentes, solicito formalmente que los siguientes efectivos adicionales sean asignados a este mando tan pronto como sea posible hacerlo: cualquiera y todos los Interdictares disponibles; cualquiera y todos los merodeadores disponibles; y un mínimo de cuatro navíos de combate de la categoría fragata o superior, para que se proceda inmediatamente a su distribución entre los distintos protectorados... No quiero prescindir de ninguno de mis efectivos actuales para desempeñar esa misión, porque me temo que eso podría suponer enviar un mensaje equivocado a los yevethanos.
»Y, finalmente, deberíamos empezar a pensar en crear un centro de suministro y logística que se encontrara un poco más cerca de nosotros de lo que lo está Halpat. Si nuestra presencia hace que los yevethanos decidan iniciar alguna clase de acción ofensiva, sufriremos pérdidas, y quiero disponer de algo mejor que el vacío espacial para nuestras bajas y heridos. Ábaht, comandante de la Quinta Flota.
Ábaht alzó los ojos hacia el pequeño androide.
—Eso es todo —dijo—. Expansión, fin y cierre.
—Comprendido. Compresión..., terminada. Codificación..., terminada. Listo para transmisión.
—Envíalo —dijo Ábaht, volviendo la mirada hacia su pantalla visora para contemplar el telón de estrellas y preguntarse si los depredadores que se ocultaban en él también le estarían observando.
La playa norte de Punta Illafian, situada en la costa oeste del mar occidental de Rathalay, era muy larga y muy ancha, y estaba prácticamente desierta.
De haber estado situada en un mundo turístico como Amfar, o incluso en cualquier lugar de las zonas de clima templado de Coruscant, seguramente habría sido un hervidero de actividad y las dunas hubiesen estado recubiertas de complejos de diversión. Los humanos no eran la única especie que se sentía atraída por el sol y el agua casi hasta el extremo de la adoración.
Pero Han había estado buscando precisamente esa clase de sitio prácticamente desconocido y muy poco usado, y estaba encantado con las largas y vacías extensiones de grisácea arena basáltica. En más de dos horas sólo había visto a dos personas, aparte de la familia. Una de ellas era un hombre bastante mayor que recorría la orilla en busca de las diminutas conchas de los mosquitos marinos, tan relucientes que parecían joyas, y que interrumpió su prospección durante unos momentos para enseñar a los niños el puñadito de conchas intactas que había encontrado. La otra era un nadador de largas distancias thodiano al que había visto pasar a gran distancia de la orilla, y que no les había prestado ni la más mínima atención.
Anakin, Jacen y Jaina todavía no habían dado ninguna señal de que la novedad que suponía jugar en el mar y a lo largo de él estuviera perdiendo su atractivo. Ninguno de ellos había visto jamás una masa de agua tan vasta que llegaba a encontrarse con el horizonte, o una que sirviera de hogar a carnívoros lo bastante grandes para devorar a un adulto de unos cuantos bocados, y habían quedado muy impresionados. Permitieron que Han les contara el naufragio del carguero estelar Causa Justa, que reposaba en el fondo del mar a novecientos metros de la superficie, con su cargamento de metales preciosos protegido por la superstición y por los bancos de narkaas y sus dientes afilados como navajas. Incluso permanecieron inmóviles el tiempo suficiente para recibir una lección de visualización impartida por Leia, quien les pidió que se imaginasen que eran criaturas marinas que estaban contemplando la tierra por primera vez.
Después se fueron a jugar, metiéndose en el mar y dejando atrás historias, lecciones y padres. Jacen estaba cautivado por la idea de los narkaas y se dedicó a sumergirse con la esperanza de llegar a ver uno.
Jaina se había enamorado de la corriente de aguas calientes que fluía a lo largo de la playa, y decía que flotar en ella y permitir que la arrastrase hacía que tuviera la sensación de estar volando. Y aunque el mar estaba casi tan tranquilo como las aguas del lago Victoria, las olitas que chocaban con la orilla y giraban sobre sí mismas mientras intentaban subir por la playa demostraron ser capaces de fascinar a Anakin.
Lo único que impedía que aquel cuadro idílico fuese realmente perfecto era el hecho de que Leia se hallaba presente en cuerpo, pero no en espíritu.
Leia seguía estando obsesionada por asuntos que se encontraban muy lejos de la playa..., precisamente los asuntos que Han quería que olvidara al traerla allí, por lo menos durante un tiempo. La política, la diplomacia, los problemas del estado y la guerra continuaban absorbiéndola y la mantenían alejada de su familia. Y el repentino cambio que había hecho que Nil Spaar dejara de ser un aliado en potencia para pasar a convertirse en un decidido adversario, seguía siendo una herida abierta que no acababa de curarse.
—¿Papá?
Han volvió la cabeza hacia Jaina, que había salido del agua sin que él se diera cuenta y se había aproximado hasta estar lo bastante cerca para ir dejando caer gotitas sobre su pierna.
—Lo siento, pero no puedo rescatar a tu hermano de los narkaas —dijo Han, entrecerrando los ojos—. Me he dejado el traje de héroe en la cabaña.
Jaina se limitó a ignorar su broma, cosa que solía hacer cuando tenía toda la atención concentrada en algún asunto que había despertado su interés.
—Jacen y yo queremos ir playa abajo y buscar mosquitos de mar. ¿Podemos ir?
—De acuerdo —dijo Han—, pero no vayáis tan lejos que no pueda veros. Si no podéis verme, yo tampoco puedo veros.
Su hija reaccionó lanzándole la habitual mirada llena de impaciencia en la que podía leerse con toda claridad un «Eso-ya-lo-sé-papá» que nunca llegaba hasta sus labios, pero la mirada sólo duró unos momentos. Jaina estaba aprendiendo a no desperdiciar sus pequeñas victorias, y se limitó a responder con un «¡Gracias!» entrecortado y jadeante mientras echaba a correr hacia el trozo de playa en el que la estaba esperando Jacen.
Han volvió la mirada hacia Anakin, que estaba sentado junto al agua y creaba estanques y ríos con los dedos para que las olas los fueran llenando, y después siguió volviendo la cabeza hasta ver a Leia, que se había alejado unos veinte metros playa arriba con su comunicador en la mano.
La conversación que había estado manteniendo Leia terminó antes de que Han hubiera recorrido la mitad de la distancia que le separaba de su esposa, por lo que no pudo oír nada de ella. Sólo vio cómo Leia desconectaba el comunicador y giraba sobre sus talones como si se dispusiera a reunirse con él. Pero cuando vio que Han se acercaba, Leia se quedó inmóvil y esperó a que llegara.
—Lo siento —dijo cuando Han se detuvo delante de ella, y se apresuró a darle un beso—. No creía que fuera a estar hablando durante tanto rato. ¿Sigues queriendo ir a nadar?
—Quizá será mejor que me cuentes las novedades antes.
—El almirante Ackbar dice que la Quinta Flota se ha desplegado sin que se produjera ningún incidente. De momento no hay ni rastro de la flota yevethana.
—Estupendo —dijo Han—. Puede que todo haya terminado.
—No creo que Nil Spaar sea el tipo de político que lanza amenazas huecas. En cualquier caso, más bien creo que sus amenazas siempre están un poco por debajo de lo que realmente piensa hacer.
—Quizá sí, y quizá no. No creas que me he tomado la molestia de secuestrarte y llevarte tan lejos de la Ciudad Imperial para que pudieras celebrar sesiones de estrategia en traje de baño.
—Lo sé, lo sé —dijo Leia, cogiéndole de la mano mientras empezaban a caminar—. Ackbar dice que el senador Tuomi ha impugnado mis credenciales políticas esta mañana.
—Oh, no. Ya volvemos a empezar...
—Tuomi ha dicho que los refugiados de Alderaan no constituían un estado, y que sólo tenemos derecho a ser miembros sin voto y a estar representados mediante un delegado. Y, naturalmente, un delegado no puede presidir el Senado.
—Eso no es ninguna novedad, ¿verdad? Creía que todo ese asunto había quedado resuelto cuando el Consejo Provisional fue disuelto.
—Ha habido muchas incorporaciones desde entonces, y Drannik es una de ellas. Estamos hablando de miembros que no se habían unido a la Nueva República cuando se adoptó una decisión sobre el tema de Alderaan, y que no tomaron parte en esa decisión. Supongo que ahora algunos de ellos quieren ser escuchados.
—Sí, pero... Bueno, ¿pueden llegar a perjudicarte de alguna manera?
—El Consejo Ministerial podría hacerlo, en teoría —dijo Leia—. Pero el presidente era muy amigo de mi padre. No creo que permita que este asunto llegue demasiado lejos.
Han meneó la cabeza.
—He de confesarte una cosa, Leia, nada consigue hacer que me duela la cabeza más deprisa que el tratar de entender quién manda realmente en la Nueva República. Cada vez que creo tenerlo claro, parece como si alguien surgiera de la nada para cambiar el nombre de la mitad de los departamentos y reorganizar el resto.
Leia se echó a reír.
—Sí, supongo que hay veces en que puede parecerlo. Pero ya sabes que nuestra máxima preocupación era asegurarnos de que nunca hubiera otro Palpatine, queríamos evitar que ningún individuo pudiera llegar a adquirir un poder excesivo. Mon Mothma me dijo que el Senado siempre se preocupa mucho más ante el éxito que ante el fracaso. Los senadores tolerarán un liderazgo inadecuado hasta el fin de los tiempos, pero un liderazgo realmente efectivo les asusta muchísimo.
—Lo cual es una estupidez —dijo Han—. ¿Cómo se supone que alguien va a conseguir hacer su trabajo en un sistema como ése?
—La clave está precisamente ahí, Han. Se supone que nadie ha de tener la clase de poder que, en otro tipo de sistema político, se derivaría lógicamente de sus responsabilidades. Y me imagino que algunos senadores piensan que yo he cruzado esa línea... —dijo Leia, pegándose al brazo de su esposo—. Ackbar me dijo que Behn-kihl-nahm me llamaría cuando hubieran acabado de gritar y me informaría de cuántos senadores habían votado a favor de respaldar el desafío de Tuomi.