Read Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
—Señora presidenta, cuando dijo que podría servirle como testigo...
—¿Supone eso algún problema para usted?
—Señora presidenta, el secretario del ministro Falantha le avisó de su llegada antes de que yo me pusiera en contacto con el departamento. El ministro ya viene hacia aquí. ¿Hay alguna manera de que pueda convencerla para que espere sólo unos minutos hasta que...?
—No —dijo Leia—. No hay nada que discutir. Poseo la autoridad necesaria para conceder lo que se pide en estas solicitudes, y tengo intención de hacerlo. ¿Dónde está la tableta de validación?
—Mi auxiliar ha ido a buscar una —dijo Trell—. Enseguida dispondremos de ella.
Leia alzó una ceja en un enarcamiento interrogativo.
—Parece que hemos recibido unas cuantas solicitudes adicionales, ¿no?
—Sí, señora presidenta —replicó Trell—. En total hay veintitrés, dieciocho procedentes de Farlax y cinco de otros lugares. El administrador y el ministro Falanthas se reunieron con el director Beruss para discutir una propuesta en la que pensaban pedir que los cuatro sistemas más próximos a las hostilidades fueran sometidos a un proceso de aprobación acelerada...
—Yo puedo acelerar considerablemente ese proceso sólo con que haga traer de una vez esa tableta de validación.
El nerviosismo de Trell se había intensificado hasta el punto de volverse claramente visible.
—Princesa, todo esto hace que me sienta muy incómoda...
—¿Está cuestionando mi autoridad para tomar una decisión respecto a estas solicitudes?
—No, princesa Leia, por supuesto que no. Es sólo que he pensado que... Bueno, tal vez sería preferible que consultara con sus ministros antes de aprobar las solicitudes y que coordinara su decisión con...
—La tableta de validación, por favor —dijo Leia con firmeza—. O de lo contrario me llevaré estas solicitudes a mi despacho y las aprobaré allí, y después informaré a Nanaod de que necesitará encontrar una nueva secretaria ejecutiva, ya que la anterior habrá sido despedida por insubordinación.
Trell permitió que su comunicador se deslizara hacia su mano. Sus dedos hicieron girar el dial.
—¿Todavía no has encontrado una tableta de validación, Faylee? —preguntó, empleando el tono de voz más tranquilo e impasible de que fue capaz.
La puerta de la sala de conferencias se abrió un instante después y una auxiliar entró con una tableta de validación en las manos. Trell señaló a Leia con una inclinación de cabeza, y la auxiliar colocó la tableta sobre la mesa delante de ella y se fue.
—¿Quiere sentarse? —la invitó Leia, señalando el asiento que había delante del suyo.
En cuanto Trell se hubo sentado, Leia colocó la primera solicitud encima de la tableta y activó su sistema de grabación. La protuberancia en forma de prisma de la parte superior de la tableta contenía tres lentes holográficas: una para grabar el documento, otra para grabar al firmante mientras firmaba y otra para registrar al testigo sentado delante.
—Presidenta Leia Organa Solo, actuando en nombre de la Nueva República, en el asunto de la solicitud de emergencia presentada por Galantes para convertirse en miembro de la Nueva República —dijo Leia, cogiendo el estilete de validación.
—Poas Trell, secretaria ejecutiva del Primer Administrador Engh, actuando en funciones de testigo.
Leia firmó la petición con una floritura.
—Aprobado. Presidenta Leia Organa Solo, actuando en nombre de la Nueva República, en el asunto de la solicitud de emergencia presentada por Wehttam para convertirse en miembro de...
Cuando Leia llegó al quinto documento del fajo, Trell titubeó.
—¿Tiene intención de aprobar todas las peticiones procedentes de Farlax?
—Tengo intención de aprobar todas las peticiones, y punto. Tenga la bondad de continuar.
Trell respiró hondo, pensó algo que acabó decidiendo callarse y juntó las manos sobre la mesa.
—Poas Trell, secretaria ejecutiva del Primer Administrador...
El ministro Falanthas llegó justo a tiempo de que Leia le entregara el fajo de solicitudes de admisión aprobadas cuando ya se disponía a marcharse.
—Buenos días, Moka —dijo Leia—. Siento que le hayan hecho abandonar su reunión por nada. Pero ya que está aquí, permítame pedirle que se asegure de que todos los gobiernos reciban la notificación reglamentaria lo más pronto posible. No, espere... ¿Sabe si el consejero Jobath todavía está en Coruscant?
—Creo que se encuentra en el albergue diplomático.
—Entonces deje que yo me ocupe de Galantes. Me gustaría informar personalmente al consejero.
Mientras se disponía a irse, el ministro Falanthas bajó la mirada hacia el fajo de documentos que Leia había dejado en sus manos, los contempló en silencio durante unos instantes y después alzó los ojos hacia el rostro de Leia.
—¿Qué debo decirle al director Beruss?
—Dígale que hemos hecho lo que había que hacer —dijo Leia—, y dígale que ahora podemos pasar a ocuparnos de las decisiones realmente difíciles.
—El doctor Yintal le llamó «almirante» —dijo Plat Mallar mientras él y Ackbar paseaban por el jardín de ejercicios del patio de la enfermería de la Flota—. Le trató como si fuera algo más que un viejo piloto estelar. Le trató como si usted fuera alguien muy importante.
—Para ser un médico, el doctor Yintal siempre trata a todo el mundo de una manera desusadamente respetuosa —dijo Ackbar—. Bien, ¿qué se siente al poder moverse?
—Es mucho más agradable que estar en la cama —dijo Mallar—. ¿Realmente pasé dieciséis días dentro de ese tanque?
—Yo estaba allí cuando fue ingresado —dijo Ackbar—. Su estado era terriblemente grave.
—¿Cuánto duran los días de este mundo? ¿Son igual de largos que los de Polneye?
—Sospecho que duran exactamente lo mismo: desde un crepúsculo hasta el siguiente —dijo Ackbar, y celebró su chiste con una risita—. En cuanto a su pregunta, antes necesito saber si Polneye todavía utiliza las medidas del Sistema Imperial y el reloj decimal. ¿Siguen utilizándolas?
—Sí.
—La longitud de un día de Coruscant es de mil cuatrocientos segmentos temporales estándar —dijo Ackbar—. Puede ajustar sus expectativas basándose en esa duración.
—Entonces sus días son un poco más cortos —dijo Mallar—. El día de Polneye tiene mil ochocientos segmentos temporales estándar, pero aun así... Llevo dieciséis días aquí. —Una preocupación repentina ensombreció su rostro—. ¿Cómo voy a pagar todos estos cuidados médicos?
—No nos debe nada —dijo Ackbar—. Considérelo un regalo de la Nueva República..., y como un regalo que nos encanta poder hacerle. —Guardó silencio durante unos momentos, y después señaló un banco cercano con una de sus manos-aleta—. ¿Quiere que descansemos un rato?
—No —dijo Mallar, meneando la cabeza—. Poder volver a caminar resulta muy agradable.
—Pues entonces caminaremos —dijo Ackbar, reanudando su lento avance.
—El doctor Yintal me dijo que no sabía nada sobre lo que está ocurriendo en Polneye —dijo Mallar pasados unos instantes—. Si usted es almirante, ¿significa eso que tal vez sepa algo más que él?
—Me temo que el último informe que nos ha llegado de Polneye es el suyo —dijo Ackbar—. No hemos podido establecer ninguna clase de contacto con su planeta, y tampoco hemos podido enviar un navío de exploración.
—¿En dieciséis días? ¿Por qué no?
—Plat Mallar, debe tratar de prepararse para la idea de que es el único superviviente de ese horrible ataque —murmuró Ackbar.
—Pero Diez Sur seguía intacta cuando me fui..., y había un transporte en la pista...
—Hemos analizado las grabaciones obtenidas por los sistemas de registro de su interceptor —dijo Ackbar—. El transporte estaba siendo cargado de androides y equipo vario. Me temo que hay muy poca base para la esperanza.
Mallar guardó silencio durante el tiempo que tardaron en dar más de media vuelta al patio.
—¿Quién lo hizo? —preguntó por fin—. ¿Puede decirme por lo menos quién mató a mi familia?
—El ataque fue llevado a cabo por los yevethanos —respondió Ackbar.
—¿Los yevethanos? —preguntó Mallar, muy indignado—. ¿Y quiénes son los yevethanos?
—Son una especie nativa del Cúmulo de Koornacht. Fueron esclavizados por el Imperio, pero al parecer se las arreglaron para robar las tecnologías imperiales, y quizá también una flota de combate bastante poderosa. Varias colonias más también fueron atacadas. La información de que disponemos dista mucho de ser completa pero, de hecho, usted es el único superviviente conocido.
—¿Qué están haciendo acerca de ellos?
—Hemos tomado medidas para proteger a los otros mundos habitados de los alrededores de Koornacht —dijo Ackbar—. En cuanto a qué podemos hacer para responder a la agresión de los yevethanos, eso es algo que todavía está por decidir.
—Lo que vi no era una agresión —dijo Mallar—. Aquello fue un asesinato a sangre fría. Fue una carnicería meticulosamente calculada, nada más...
—Sí —dijo Ackbar, asintiendo—. Lo fue.
—Pues entonces no lo entiendo. ¿Acaso todo lo que he oído decir sobre la Nueva República era falso? Depusieron al Emperador por las injusticias que se cometían bajo su gobierno. Se enfrentaron a toda la Armada imperial por una cuestión de principios. ¿Es eso verdad, o sólo es propaganda?
—Es verdad.
—¿Y siguen teniendo una gran flota propia?
—Sí.
Mallar se detuvo y se volvió hacia Ackbar.
—¿La utilizarán?
—Tomar esa decisión es algo que está en manos del gobierno civil —dijo Ackbar—. No sé qué decidirán hacer.
—¿Por qué es tan difícil?
—Tal vez no entienda esto, Plat Mallar, pero conseguir que una democracia decida hacer la guerra no resulta nada fácil —le explicó Ackbar—. A menos que haya sido atacada directamente, por supuesto... Todo ha de ser discutido. La provocación tiene que ser lo bastante grande para que pueda imponerse a la política, y siempre se necesita mucho tiempo. —Ackbar meneó la cabeza—. Dieciséis días no es tiempo suficiente.
—¿Qué cree que ocurrirá? Dígamelo con toda sinceridad —le rogó Mallar—. Es importante.
Ackbar asintió.
—Creo que al final pediremos cuentas a los yevethanos por lo que han hecho, y que se lo haremos pagar —dijo—. Pero antes habrá que librar un combate bastante encarnizado aquí.
—Gracias —dijo Mallar—. ¿Sabe cuándo podré salir del hospital?
—Cuando el doctor Yintal haya quedado satisfecho de su recuperación —dijo Ackbar—. Yo diría que todavía le queda otro día de estancia aquí, y eso como mínimo. ¿Ya ha hecho planes?
—Sí —dijo Plat Mallar—. Voy a ofrecerme como voluntario para servir en su cuerpo de pilotos. Cuando hagan pagar a los yevethanos lo que han hecho... Bueno, quiero formar parte de ello. Es lo único que me importa ahora. Es lo único a lo que puedo dedicar mi vida.
Cuando Leia llegó al complejo de salas ejecutivas del decimoquinto nivel del Centro Ministerial, Alóle y Tarrick estaban hablando en la entrada de recepción, discretamente colocados al otro lado del umbral para dar la bienvenida o para interceptar a las visitas, según correspondiera. Alóle se volvió hacia Leia, y su rostro se iluminó al verla.
—Princesa... Acabamos de enterarnos de que había vuelto.
—Oh, ya me imaginaba que os enteraríais enseguida —dijo Leia con una sonrisa sarcástica—. ¿Qué tal estás, Alóle?
—Estupendamente, princesa.
—¿Tarrick?
—Estoy muy bien, señora presidenta.
—En ese caso, ¿hay alguna razón por la que no podamos entrar ahora mismo en esa sala y empezar a trabajar?
—Ninguna en absoluto —dijo Tarrick, y sonrió.
Una vez en el despacho particular de Leia, tanto los formalismos como la familiaridad se desvanecieron enseguida.
—Bien... ¿Qué aspecto tienen los daños vistos desde vuestro extremo del bote salvavidas?
—Ahora que vuelve a estar aquí ya no parecen tan graves —dijo Tarrick.
—Hemos estado teniendo algunos problemas a la hora de fijar el rumbo —dijo Alóle.
—Ah, ¿sí?
—Había un montón de personas que intentaban hacerse con el timón al mismo tiempo.
Leia asintió.
—¿Qué longitud tiene mi lista de asuntos urgentes?
—No es abrumadora —dijo Alóle—. Hemos estado atendiendo todos los problemas de los que podíamos ocuparnos por nuestra cuenta. Pero Behn-kihl-nahm insiste en que quiere verla tan pronto como ello sea posible.
—No lo olvidaré —dijo Leia—. Alóle, ten la bondad de llamar al Senado y averigua si Bennie dispone de algún momento libre para verme hoy.
—De inmediato —dijo Alóle, yendo hacia la puerta—. Su lista de asuntos urgentes está en su cuaderno de datos.
—Gracias —dijo Leia, cogiendo el cuaderno de datos—. Tarrick, trata de localizar al consejero Jobath e intenta convencerle de que debe venir a verme. Dile que tengo noticias para él.
—Lleva quince días llamando cada mañana —dijo el ayudante con una suave sonrisa—. Creo que conseguiré hacerle venir.
Alóle se había detenido delante de la puerta.
—Princesa...
Leia alzó la mirada del cuaderno de datos.
—¿Sí, Alóle?
—Nos alegramos mucho de que haya vuelto.
—¿Sí? Bueno, pues haz una pequeña encuesta y estoy segura de que averiguarás que vuestra opinión es claramente minoritaria —dijo Leia.
Behn-kihl-nahm entró con una sonrisa en los labios, abrazó a Leia y después giró sobre sus talones y cerró la puerta de la sala de recepción de la princesa.
—¿Cómo estáis, princesa?
—Mejor —dijo ella—. ¿Cómo estoy en realidad, Bennie? Y olvida el protocolo, ¿de acuerdo?
El presidente del Consejo de Defensa escogió el sillón más grande y se acomodó en él antes de contestar.
—De momento no corres peligro. Sigues contando con el apoyo de cinco de los siete miembros del Consejo. No ha habido ninguna actividad realmente seria que pueda provocar la intervención del Consejo de Gobierno para empezar a hablar de una petición de falta de confianza.
—Vaya, la situación realmente parece mejor de lo que tenía derecho a esperar... ¿Quiénes están en contra? ¿Borsk Fey'lya?
El bothano, un político implacablemente oportunista, presidía el Consejo de Justicia y siempre había tratado a Leia con mucha frialdad, en gran parte debido a su amistad con Ackbar.
—Por supuesto —dijo Behn-kihl-nahm—. Apoyarte no le beneficia en nada, claro... Pero por si se da el caso de que la marea llegue a cambiar, Fey'lya ya se ha adjudicado el papel de líder de la oposición. Dado que Justicia no tiene ninguna responsabilidad real en la guerra o en la diplomacia, Fey'lya puede jugar sus cartas a ambos extremos de la mesa.