Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras (48 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras
4.64Mb size Format: txt, pdf, ePub

El espacio vacío había sido ocupado en el pasado por el
maranas
de Kei, que había sido su primera consorte. De su receptáculo de nacimiento habían surgido dos apuestos
nitakkas
y una robusta
marasi
que acabaron sucumbiendo a la muerte gris. Nil Spaar había dejado vacía esa alcoba en señal de respeto al lugar que Kei ocupaba como dama de su familia, y para proporcionarle un cierto consuelo que la protegiera de la envidia que le profesaban sus compañeras más jóvenes.

El reproductorio era, tanto por diseño como por tradición, un lugar tranquilo y silencioso. Pero Nil Spaar había ordenado que su visitante fuera llevado allí.

—Así que tú eres Tal Fraan —dijo.

—Sí,
darama
—dijo el joven guardián, arrodillándose en señal de sumisión.

—Levántate —dijo Nil Spaar—. Me han dicho que eres el arquitecto de la gran derrota que las alimañas han sufrido en Freza.

—Me honra que el
darama
se haya fijado en mí —dijo Tal Fraan, y su mirada fue velozmente más allá del virrey para posarse en las alcobas que había detrás de Nil Spaar—. Pero la oportunidad de obtener ese éxito fue creada por el
darama
con la ayuda de nuestros constructores de naves, que nos han proporcionado unas armas tan espléndidas.

—La modestia excesiva delata un cálculo oculto, y mendiga una atención igualmente excesiva —dijo Nil Spaar—. Recuérdalo y que eso te sirva de guía, si es que esperas continuar tu rápido progreso.

—Sólo deseo servir al
darama
en la noble misión de reclamar el Todo para los Puros... —empezó a decir Tal Fraan.

Nil Spaar alzó un dedo en un gesto de advertencia.

—No te mostraste tan dispuesto a rechazar el mérito que pudiera corresponderte cuando el primado del
Gloria
te ascendió a tu nuevo rango. ¿Piensas acaso que me rodeo de halagadores carentes de talento? No, no... La inteligencia me resulta mucho más útil. Y tú eres inteligente, ¿verdad, guardián Tal Fraan?

—Intento no permitir que se me escapen las oportunidades, virrey.

Nil Spaar recompensó con un asentimiento de aprobación el que Tal Fraan se hubiera dirigido directamente a él, y después giró sobre sus talones y empezó a avanzar lentamente a lo largo de la hilera de alcobas. El olor de la sangre y el aroma de la reproducción impregnaban la atmósfera con su tonificante potencia.

—¿Y cómo se te llegó a ocurrir ese ingenioso plan que dio tan buen resultado contra las alimañas?

—La directiva enviada por las alimañas hablaba de prisioneros —dijo Tal Fraan, siguiendo al virrey a un par de pasos de distancia—. Eso me hizo creer que podíamos influir sobre sus acciones utilizando esa preocupación por los prisioneros.

—Corriste un gran riesgo al renunciar a la ventaja sobre la fuerza de bloqueo con la esperanza de atraer a sus reservas —dijo Nil Spaar, deteniéndose y deslizando las puntas de los dedos sobre la superficie de un receptáculo de nacimiento que ya estaba a punto de abrirse para liberar a su carnada—. Ese plan tuyo, esa preocupación por el destino de los prisioneros que sienten las alimañas..., no habría detenido a unos yevethanos. Si el plan hubiera fracasado, podrías haber acabado perdiendo a todas tus fuerzas.

—Las alimañas no saben enfrentarse a la muerte —dijo Tal Fraan—. Sabía que el plan daría resultado.

—¡Ah! Así pues, crees haber comprendido los misterios de sus costumbres lo suficientemente bien como para arriesgar diez mil vidas en un experimento que te proporcione la prueba de tu acierto o tu error, ¿verdad?

—Fue el primado quien tomó esa decisión, virrey.

—Una respuesta imprudente, Tal Fraan —dijo el virrey, volviéndose hacia el joven guardián—. ¿Arriesgarías tu vida basándote en alguna de esas certezas tuyas?

El joven guardián se removió nerviosamente, y después acabó meneando la cabeza para levantar sus crestas.

—Sí, virrey.

—Excelente —dijo Nil Spaar—. No puedo respetar a quien no está dispuesto a arriesgar su propia sangre.

Un cuidador del reproductorio se había estado manteniendo discretamente alejado durante toda la conversación. Nil Spaar se volvió hacia él para hacerle una seña, y el cuidador desapareció en la antesala. Volvió unos momentos después, seguido por un
nitakka
preparado para el sacrificio.

—No te muevas de aquí —le dijo Nil Spaar a Tol Fraan, y fue hacia el
nittaka
, que se había detenido encima de la rejilla que cubría el pozo de drenaje.

El joven macho sostuvo la mirada del virrey sin que en sus ojos apareciera la más mínima sombra de miedo.

—Te pido tu sangre para mis hijos —dijo el virrey en voz baja y suave.

—El
darama
me honra —dijo el
nittaka
, cayendo de rodillas—. Ofrezco mi sangre como regalo.

—Acepto tu regalo —dijo Nil Spaar. Sus garras de matar salieron de sus cápsulas y hendieron el aire y la carne con silenciosa precisión. Mientras el sacrificio se derrumbaba sobre la rejilla, el virrey se volvió hacia su visitante, que había palidecido de repente—. Yo también te he estudiado, Tol Fraan, y tus costumbres no tienen secretos para mí —dijo Nil Spaar—. De hecho, me resultan muy familiares. Contemplas lo que tengo, y te ves a ti mismo. No, ya te he advertido... No lo niegues. Respeto la inteligencia y el coraje y, por encima de todo, respeto el éxito. Te mantendré aquí, a mi lado, para que me sirvas. Si comprendes la oportunidad que se te ofrece, obtendrás grandes beneficios de ella. —Nil Spaar sonrió—. Y si no sabes servirme adecuadamente, entonces prestarás un último servicio a mis nuevos hijos.

—Sí —dijo el teniente Davith Sconn, dando una calada a su cigarrillo de hierbas hoatianas y dejando escapar una nubécula de humo. La brisa que soplaba a través del patio norte del Centro de Detención de la isla de Jagg disipó el humo y se llevó consigo el acre olor de las hierbas—. He estado en N'zoth. —He leído la transcripción del interrogatorio al que le sometió el examinador del Servicio de Inteligencia que vino a verle hace unos meses —dijo Leia—. En su evaluación final el examinador decía que, en su opinión, usted sólo estaba intentando obtener favores inventándose cosas..., y que sabía que no podíamos confirmar o refutar lo que nos dijera.

—Entonces está claro que su Servicio de Inteligencia anda un poco escaso de inteligencia —dijo Sconn, volviéndose hacia Leia. Su mirada se deslizó velozmente sobre ella para acabar posándose en el Sabueso y el Tirador—. Debe de ser alguien muy importante, ¿eh? Es la primera vez que dejan entrar un arma aquí. ¿Qué ocurriría si uno de nosotros, los muy peligrosos criminales de guerra, le quitáramos el palo del trueno a ese tipo y la tomáramos como rehén?

Leia sonrió con dulzura.

—Oh, creo que les encantaría que alguien lo intentase. Ha pasado más de un año desde la última vez en que un idiota permitió que mis guardaespaldas pudieran usar un grado letal de fuerza.

—Ya veo que no hay justicia en la galaxia —dijo Sconn, y se sentó delante de la silla ocupada por Leia—. Les pagan por hacer exactamente lo mismo por lo que yo estoy siendo castigado. Bien, ¿quién es usted? Me recuerda un poquito a la princesa Leia, sólo que más vieja.

Leia ignoró su sarcasmo.

—Teniente Sconn...

—Davith —la corrigió el oficial imperial—. Tuve que abandonar la Armada Imperial. Fue un caso de retiro forzoso, ya sabe...

—También he examinado las actas de su juicio, Davith Sconn —dijo Leia sin perder la calma—. Usted era oficial ejecutivo del Destructor Estelar
Fragua
cuando su nave suprimió una rebelión en Gra Ploven creando nubes de vapor que abrasaron a doscientos mil plovenianos en tres ciudades costeras.

—Obedeciendo órdenes del Gran Moff Dureya —dijo Sconn—. No sé por qué, pero la gente siempre se olvida de esa parte. Ah, ustedes los rebeldes... ¿Es que no creen en la disciplina? Sigo sin entender cómo consiguieron derrotarnos.

Leia intentó contenerse, pero no consiguió reprimir el impulso de contestarle.

—Quizá eso tuviera algo que ver con el disponer de la libertad de negarse a obedecer una orden inmoral.

—¿Inmoral? Oiga, los pececitos se habían negado a pagar sus contribuciones de defensa, y eso puso de bastante mal humor al Gran Moff. —Sconn dio una profunda calada a su cigarrillo de hierbas y retuvo el humo dentro de sus pulmones durante unos segundos que se hicieron interminables—. Pero, naturalmente, tampoco hay que olvidar que el Imperio ya iba cuesta abajo, y el Gran Moff Dureya casi siempre estaba de muy mal humor.

—Y supongo que un día el
Fragua
hizo escala en N'zoth.

—Oh, no. Por aquel entonces yo prestaba servicio en el
Moff Weblin
: era comandante del segundo turno en el puente de un navío de aprovisionamiento de la Flota —dijo Sconn, apoyando una pierna encima de la otra—. Oiga, ¿por qué debería hablarle de N'zoth?

—¿Por qué le habló de N'zoth al interrogador de la INR?

—¿Y qué más daba que le hablara de N'zoth o que no lo hiciera? —replicó Sconn, encogiéndose de hombros—. Le hablé de N'zoth porque era una novedad, y porque el agente Ralis era tan joven y estaba tan verde que pensé que podía divertirme horrorizándole con historias de mis viajes con papá Vader. —Se inclinó hacia adelante—. Pero usted es distinta. Usted es alguien importante. Sea por la razón que sea, está realmente interesada en lo que sé..., y horrorizarla con mis historias no resultaría nada divertido. Así pues, me temo que tendrá que mostrarme un poco más de consideración de lo que fue capaz de hacer Ralis.

—Pero se olvida de una cosa, Sconn, ya cuento con su declaración —dijo Leia—. No le queda gran cosa que vender.

—Oh, pero no sabe qué he podido callarme cuando hice esa declaración...

—Sconn, debería advertirle de que mi cuota anual de mentiras ya se ha agotado hace tiempo —dijo Leia, mirándole fijamente—. Si quiere ser tratado con consideración, deme algo antes. Tengo algunas preguntas que hacerle sobre N'zoth..., y sobre lo que le dijo al agente Ralis. Responda a mis preguntas sin mentirme, tan bien como pueda y sin jugar a los espías, y entonces le diré qué parte de lo que me ha dicho tiene algún valor para mí.

Sconn se recostó en su asiento.

—No tengo ninguna razón para confiar en usted —dijo—. Y ahora que lo pienso, tampoco tengo ninguna razón para ayudarla.

Leia tuvo que recurrir a todas sus reservas de autocontrol para no cruzar el espacio que los separaba con sus pensamientos, deslizarse por detrás de esa fachada burlonamente despectiva con todo el poderío de la Fuerza y buscar algún lugar frágil que pudiera agarrar y retorcer hasta que algo se rompiera. Lo que hizo fue recoger los pliegues de su túnica en sus manos y levantarse.

—Siempre se puede escoger, Sconn..., incluso cuando estás en la cárcel —dijo—. Si ésa es su elección, de acuerdo.

Giró sobre sus talones y se dispuso a marcharse, totalmente convencida de que Sconn no haría nada para detenerla.

—Eh, espere un momento —se apresuró a decir Sconn—. Oiga, ¿podría encontrar un sitio donde hubiese algo más de intimidad para que habláramos? Algún sitio que estuviera lejos de aquí... Estamos en el centro del patio, por el amor del cielo. No puedo permitir que vean cómo coopero con los carceleros..., y especialmente no con usted.

—Quizá no se haya enterado, pero la guerra terminó hace años.

—Aquí dentro no —dijo Sconn—. Aquí dentro nunca terminará. Haga que me envíen a un cubículo de aislamiento, como si me estuvieran castigando por no haber querido cooperar con usted. Luego podrán sacarme de allí sin que nadie se entere.

—¿Quiere que le saquemos de la isla de Jagg? —preguntó Leia, levantando una ceja en un enarcamiento lleno de escepticismo—. Vamos, Sconn... De vez en cuando tengo días en los que soy capaz de creerme cualquier cosa, pero hoy no es uno de ellos.

—Es lo único que quiero. De todas maneras, es lo único que iba a pedir. Sólo quiero estar fuera de aquí durante unas cuantas horas.

—Para poder poner en práctica ese plan de fuga en el que ha estado trabajando, sin duda.

—Por mucho que me disguste tener que confesarlo, sus gorras azules parecen capaces de seguirnos el rastro allá donde vayamos —dijo Sconn—. Demonios, si quiere pueden sacarme de aquí metido dentro de un cajón de aturdimiento... Me da igual.

—¿Estaba pensando en ir a algún sitio en particular?

—Ya que me lo pregunta... —La cabeza de Sconn se alzó hacia el cielo en un movimiento curiosamente convulsivo—. ¿Qué le parecería trescientos kilómetros hacia arriba, con un paisaje lo más espectacular posible incluido?

—Pare..., por favor.

Con las muñecas inmovilizadas encima del pecho, Davith Sconn mantuvo los ojos clavados en el visor del pequeño navío mientras el amanecer avanzaba velozmente hacia ellos.

—Durante veinticuatro años de servicio en la armada, el período de tiempo más largo que llegué a pasar en la superficie de un planeta fue un permiso forzoso de cuarenta días en Trif —dijo, parpadeando para expulsar de sus ojos la silenciosa inundación de lágrimas que había aparecido en ellos—. Nunca encontré una razón lo suficientemente buena para no reincorporarme inmediatamente. Ahora... Bueno, llevo doce años prisionero en esa roca, y el estar lejos del espacio ha acabado haciendo que me sintiera mucho más cerca de enloquecer de lo que jamás habría creído posible. Nunca imaginé que pudiera hacerlo, pero estaba empezando a olvidarlo. Ya lo había olvidado casi todo salvo esta sensación..., esta sensación...

Sconn se volvió hacia Leia.

—Siénteme en un sitio donde pueda contemplar el espacio —dijo—. Hágame todas las preguntas que quiera, y yo intentaré responder a ellas.

Leia movió la mano en un gran arco para guiar al almirante Ackbar hacia un sillón en la sala de reuniones presidencial.

—Ésta es la parte que me ha parecido que debía ver —dijo en cuanto Ackbar se hubo sentado, y conectó el holoproyector.

El rostro de Davith Sconn apareció delante de ellos.

—Negro Quince era usado básicamente para construir nuevas naves y para trabajos de acabado, y no como centro de reparaciones. Pero tenía la reputación de ser la mejor instalación de todo el sector —empezó diciendo el antiguo teniente imperial—. Si podían, todos los capitanes elegían Negro Quince. Llevamos el
Moff Weblin
allí para que reconstruyesen la célula de energía número cuatro después de que hubiera estallado.

Other books

Goblin Moon by Teresa Edgerton
Yellowcake by Margo Lanagan
Topspin by Soliman, W.
No Quarter by Anita Cox
Hero in the Highlands by Suzanne Enoch